Monday, September 12, 2016

ÁLVARO VARGAS LLOSA EE.UU-Europa: ¿Guerra no declarada?





Las cosas no van bien entre Estados Unidos y Europa. No pasa una semana sin alguna decisión hostil de naturaleza aparentemente regulatoria o comercial de uno u otro lado que en el fondo es altamente política.


Los últimos disparos de este fuego cruzado: Europa le reclama US$ 14,500 millones a Apple (impuestos) mientras que Estados Unidos le impone multas a Volkswagen de 19,500 millones (infracciones a normas sobre emisiones contaminantes). Las cifras son descomunales y no tiene precedentes. Para no hablar de la pretensión europea de fragmentar Google o de la negativa de Washington a levantar las restricciones que limitan la posibilidad de que compañías europeas sean proveedoras del Estado gringo.


 
Las negociaciones para el tratado de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos (TTIP en inglés) están congeladas. Nada menos que el ministro de Economía alemán acaba de decir que las conversaciones “han fracasado” y el gobierno francés ha anunciado que todo se va “a detener”. Los únicos que ven esto con preocupación son los escandinavos, que confirman hasta qué punto el Brexit los está dejando sin un aliado clave, Reino Unido, para defender el comercio libre.
¿Qué está pasando? Sencillamente, que en un mundo de economías febles y políticos deslegitimados, el populismo proteccionista está en pleno auge y lo afecta todo. Incluso la relación entre Estados Unidos y Europa. Según la Organización Mundial del Comercio, desde 2008 los países del G-20, por tanto los más desarrollados, han erigido más de 1,500 barreras contra el comercio. El populismo proteccionista ya no es sólo el de Donald Trump o, bajo influencia de Bernie Sanders, el de Hillary Clinton, ni, en Europa, el de Nigel Farage, Marine Le Pen o Pablo Iglesias: está ahora incrustado en el establishment más rancio. La señora Margrethe Vestager, la comisaria europea de la competencia, es una de sus estrellas mediáticas.
En los momentos de adversidad, esto suele ocurrir. En los años 30, el proteccionismo convirtió una crisis importante en una Gran Depresión y en los años 70 contribuyó a la famosa “estanflación” decisivamente. El primero fue un proteccionismo de aranceles directos, el segundo de barreras no arancelarias, pero en el fondo se trataba de lo mismo. Hoy se utilizan métodos más parecidos a los de los 70 que los de los años 30.
Lo significativo de esto es que los países -Estados Unidos, la Unión Europea- que tendrían que estar orientando al mundo para evitar que en el clima de psicosis populista imperante se opte por remedios peores que la enfermedad, son los que parecen tener menos aprendida la lección de la historia.
Nada de esto estaría ocurriendo si los políticos que están tomando estas decisiones no percibieran que sus electorados los empujan a empellones en esa dirección. Estados Unidos, Alemania y Francia tienen elecciones generales en los próximos meses y en los tres países el populismo está demarcando la cancha amenazadoramente: en EE.UU., Trump ha tomado otra vez (ligeramente) la delantera; en Francia, Marine Le Pen va punteando en las encuestas y en el país más importante de Europa la Alternativa para Alemania crece como la espuma y acaba de infligir una humillación al oficialismo en el estado donde Angela Merkel tiene su circunscripción.
El enfriamiento y distanciamiento nacionalistas que vivimos (sin admitirlo abiertamente) son culpables de que la reciente reunión del G-20 haya sido intrascendente. ¿Lo más destacado? El insulto del Presidente filipino a Obama y el hecho de que los anfitriones chinos “olvidaran” poner la escalera al avión en el que llegó el mandatario estadounidense.

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