Tuesday, August 2, 2016

El salario mínimo no reduce la pobreza

James A. Dorn es Vice-presidente para Estudios Monetarios y Académico Distinguido del Cato Institute. Dorn también es editor del Cato Journal.
La política de salario mínimo refleja la doctrina de Karl Marx: “a cada cual según sus necesidades, de cada cual según sus posibilidades”.
Ese sentimiento afloró nuevamente el mes pasado en Washington, cuando 52 senadores votaron por un incremento del salario mínimo federal de 5,15 dólares a 7,25 dólares por hora, en los próximos tres años. El último aumento fue en 1997. El senador Ted Kennedy declaró que se trata de algo justo y decente, ya que los congresistas se han aumentado el sueldo varias veces.



Pensar que los legisladores pueden ayudar a los pobres imponiendo un aumento salarial es el colmo de la arrogancia. Mientras la retórica del salario mínimo suena muy bonita, la realidad es totalmente diferente. Obligar a que los empleadores paguen salarios por encima de lo que indica el mercado y sin que haya mejoras en productividad lo que realmente hace es disminuir el número de gente con empleos formales.
La Federación Nacional de Negocios Independientes calcula que si el salario mínimo federal se aumenta a $6,65 la hora, unas 217.000 personas perderán su trabajo. Y las consecuencias a largo plazo serían todavía más severas, a medida que las empresas incorporan equipos y nueva tecnología que ahorra mano de obra.
La realidad es que muchos trabajos para principiantes ya pagan más de 5 o 6 dólares la hora, por lo que el argumento de que sin salario mínimo se explota al trabajador es un mito.
Pero a los congresistas les encanta hacer creer que los sueldos aumentan gracias a ellos, a la vez que niegan las malas consecuencias cuando el salario mínimo impide que los más jóvenes y menos hábiles consigan su primer empleo. Un salario de $7,25 la hora se convierte en un salario de cero dólares cuando la persona no consigue empleo o cuando la despiden.
Sería mucho más inteligente permitir que los trabajadores y patronos negociaran los salarios, en lugar de tener leyes fijando el salario mínimo que imposibilitan que jóvenes adquieran la experiencia y el sentido de responsabilidad que resultan indispensables para lograr un alto nivel de vida.
Las investigaciones del economista David Neumark, de la Universidad de California (Irvine), demuestran que aumentar el salario mínimo no reduce la pobreza. Por el contrario, él estima que un aumento de 10% en el salario mínimo incrementa entre 3% y 4% el nivel de pobreza. Es muy triste que aquellos a quienes se pretende beneficiar con los aumentos del salario mínimo sean exactamente los mismos que más sufren por ello.
Los aumentos del salario mínimo llenan de orgullo y les consigue apoyo electoral a los congresistas de izquierda, pero no hace nada por el crecimiento económico ni en reducir la pobreza. En Hong Kong no hay salario mínimo y es una de las economías más prósperas del mundo porque es la más libre.
La libertad económica, y no los salarios mínimos socialistas, es la clave para reducir la pobreza, como China lo está aprendiendo. Si de verdad los congresistas quieren ayudar a los pobres, lo mejor que pueden hacer es abolir el salario mínimo.
La mayoría de los trabajadores que comienzan muy abajo y logran ir subiendo, lo hacen por dedicación y esfuerzo personal, no por leyes de salarios mínimos. Las políticas que aumentan la competencia y la libertad de elegir en el campo de la educación son los verdaderos fundamentos de la prosperidad y de la dignidad de los trabajadores.

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