Monday, July 18, 2016

El candidato Trump

El candidato Trump


Por Álvaro Vargas Llosa
Mañana lunes arranca la Convención del Partido Republicano que nominará a Donald Trump candidato (y a Mike Pence, gobernador de Indiana, como su número dos). A partir de esta semana, pues, el (converso) líder populista y nacionalista que ha puesto los pelos de punta a medio planeta dejará de ser esa vaporosa conjetura que son las candidaturas antes de perfilarse oficialmente y pasará a convertirse en una opción con serias posibilidades de alcanzar el poder. Sugiero observar esto desde estos cinco puntos de vista.
¿Una convención dividida?
Durante las primarias, dado el rechazo que él suscita entre muchos republicanos del “establishment” pero también de la base tradicional, ha planeado sobre la cabeza de Trump el fantasma de una convención partida en la que surja una alternativa de consenso que lo desplace. No son ajenas a la historia política estadounidense, pero sí muy raras en el periodo moderno, las convenciones divididas. En 1952 ambos partidos pasaron por traumáticas elecciones internas que desembocaron en convenciones enconadas (Dwight Eisenhower salió electo entre los republicanos y Adlai Stevenson entre las demócratas). En 1964 los republicanos se dividieron entre Nelson Rockefeller, el neoyorquino moderado y tradicional, y un Barry Goldwater que pretendía una revolución conservadora (obtuvo la nominación pagando un precio alto). Entre los demócratas, la más violenta fue la de 1968, cuando miles de manifestantes se enfrentaron a la policía y trataron de impedir la nominación de Hubert Humphrey, el vicepresidente de Lyndon Johnson, por la guerra de Vietnam.


En este caso, sin embargo, todo indica, por el trabajo que han hecho el presidente de los republicanos, Reince Priebus, y un sector de la prensa conservadora, que la sangre no llegará al río. En ningún caso corre peligro su nominación, matemática e institucionalmente sellada. Pero la pregunta es si sus críticos del movimiento “Never Trump”, que tendrán a un aliado in péctore en Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representantes que a su vez presidirá la Convención, dejarán suficientes muestras de lo que piensan del nominado como para perjudicar su candidatura. Lo más probable es que las ausencias entre los oradores que darán su bendición al candidato sean significativas, incluyendo a quienes le disputaron a Trump la nominación en las primarias, pero nada más. Otra historia es lo que pueda suceder en las afueras de la Convención, donde la policía tendrá que hacer malabares para impedir que los manifestantes contrarios al magnate inmobiliario lleguen a destino. No es inconcebible que haya escenas tumultuosas y algo de violencia en Cleveland esta semana que viene.
¿Puede ganar Trump?
Sí, puede ganar Trump, aunque usted no lo crea. Si tomamos el conjunto de encuestas que han salido en las últimas semanas y las promediamos, Hillary Clinton todavía está unos 4 puntos por delante en el voto popular a escala nacional. Aunque el voto en Estados Unidos es indirecto y por estados (y por tanto se puede dar el caso de que quien gane en voto nacional pierda las elecciones en el colegio electoral), en la práctica nadie que tenga cuatro puntos de ventaja a escala nacional perderá los comicios. Sin embargo, dos factores clave exigen tomar con pinzas el promedio favorable a Clinton antes citado.
El primero es la tendencia de las últimas dos semanas. Desde que el director del FBI, James Comey, criticó a la ex primera dama demócrata, aun cuando decidió no recomendar su imputación, por el uso de correos electrónicos privados para asuntos secretos de Estado durante su gestión como jefa de la diplomacia, la posición de Clinton se ha visto seriamente erosionada. La encuesta del jueves en el New York Times ya daba un empate entre Trump y Clinton (40 por ciento cada uno), y Rasmussen colocaba a Trump hasta siete puntos por delante.
El segundo factor es más importane, si cabe, que el de la tendencia nacional. Me refiero a los estados determinantes, aquellos donde se juega, en tiempos modernos, toda elección presidencial estadounidense. En Ohio, un estado que vota casi siempre como vota el país en su conjunto, el empate entre ambos esta semana es ya milimétrico. En Florida, otro estado decisivo, Trump está adelante por poco; en Pensilvania, hay encuestas que mantienen a Clinton por delante pero otras, esta misma semana, le daban la ventaja al republicano.
La historia dice que en promedio la Convención del Partido Republicano -un evento televisado que dura toda la semana y al que mucha gente que no sigue el día a día de la política presta atención- le suele representar al candidato de ese partido un envión de 4.5 puntos en promedio (a los candidatos demócratas sus Convenciones suelen darles algo más de 5 puntos adicionales). En el caso de Mitt Romney, el candidato republicano derrotado por Obama hace cuatro años, se dio una anomalía: fue incapaz de salir de la Convención con más puntos que al principio. Pero si Trump se acerca a los antecedentes históricos, el evento de Cleveland lo pondrá a finales de la semana que viene por delante de Clinton.
La ruta de Trump hacia la Casa Blanca
No exige una hermenéutica demoscópica sofisticada el identificar dónde esta la clave de una eventual victoria de Trump o de su derrota. Tanto Trump como Clinton tienen ya a la inmensa mayoría de votantes de sus respectivos partidos en el bolsillo aun cuando en ambos casos más del 60 por ciento del electorado exprese una desaprobación explícita. Los independientes, por tanto, cobran especial importancia. Pero resulta que ese voto está dividido y no está claro que uno de los dos haya logrado seducirlos de un modo definitivo. Trump domina el sur, Clinton el oeste y el noreste, y en medio oeste están empatados.
En cambio, lo que sí es una evidencia flagrante es la división del voto en términos raciales. Trump domina el voto blanco (le saca unos quince puntos a su rival), mientras que Clinton controla el afroamericano e hispano (con más del 80 por ciento en el primer caso y con 51 por ciento contra 33 por ciento en el segundo). Entre las mujeres, el apoyo a Clinton supera al de Trump por dos dígitos, pero con los hombres pasa exactamente lo inverso.
Dados estos datos contundentes, la ruta de Trump al poder pasa por aumentar un poco su amplia ventaja entre los votantes blancos y específicamente el voto masculino, y reducir ligeramente la ventaja de su rival entre las llamadas minorías y entre las mujeres. No es infrecuente que una mayoría de afroamericanos e hispanos, así como una mayoría de mujeres, voten por la candidatura demócrata. A pesar de ello, muchos republicanos han sido capaces de llegar a la Casa Blanca.
¿Cómo reduce Trump ligeramente el voto femenino de Clinton? Con todo descaro, según él mismo se ha encargado de demostrarlo: resaltando las infidelidades de Bill Clinton y la tolerancia frente a ello, por motivos políticos, de su esposa, y asociando en el imaginario a los dos Clinton entre sí de tal forma que lo que el electorado tenga enfrente no sea a la primera Presidenta de su historia, sino a una pareja de socios políticos inescrupulosa.
¿Y cómo reduce Trump ligeramente el voto de las minorías por Clinton? Todo indica que lo hará desentendiéndose en líneas generales del voto afroamericano pero dando a los hispanos de los estados donde lleva ventaja, como Florida, un cierto sentido de pertenencia al ofrecerles la posibilidad de votar “a ganador”.
¿Es Trump un populista nacionalista o un buen actor?
No tengo una respuesta definida porque hay elementos de ambas cosas en él, pero muchos populistas nacionalistas llegaron a esas convicciones después de haber pasado por otras y acabaron asumiendo el papel con la fe del converso.
Si uno examina los antecedentes de Trump, lo cierto es que su trayectoria ideológica es más la de un demócrata moderado que un republicano dogmático; en cuestiones valóricas, es más bien la de una persona con mentalidad relativamente abierta. De allí parte de la desconfianza que le tienen algunos líderes republicanos ideológicamente conservadores.
Incluso en el asunto que lo ha marcado como candidato, el de la inmigración, la trayectoria de Trump exhibe credenciales distintas a las que está expresando hoy. Sus empresas han hecho uso amplio de la mano de obra inmigrante y su relación con el mundo exterior no es la de un nacionalista fanático.
Y, sin embargo, basta examinar la plataforma programática de la Convención del Partido Republicano que arranca mañana, en la que el candidato a ser nominado oficialmente suele tener mucha influencia, para darse cuenta de que Trump quiere trazarle una ruta proteccionista y nacionalista al partido, modificando su orientación de décadas recientes. Para un liberal en asuntos económicos como Paul Ryan, que presidirá la Convención, debe ser un trago amargo tener que aceptar una política comercial y migratoria como la que ha sido estampada en ese programa (en otros asuntos, como la reducción impositiva o la defensa de la empresa privada, en cambio, hay coincidencias).
¿Qué conclusión sacar? La primera: como dijo Churchill de la Unión Soviética, hasta cierto punto hay en el líder republicano “un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”, pues no está cien por ciento claro que su discurso actual refleje plenamente sus convicciones. La segunda: que, independientemente de lo anterior, no cabe duda de que Trump ha logrado interpretar algo del “Zeitgeist” de nuestros días y de que su rebelión contra lo establecido y su desconfianza de las élites globalizadoras conectan umbilicalmente con millones de ciudadanos indignados.
¿Dejará Estados Unidos de ser Estados Unidos si gana Trump?
No lo creo. Las instituciones estadounidenses son sólidas y sabias, como lo ha demostrado su proceso evolutivo a partir de los principios que legaron a las futuras generaciones los Padres Fundadores, y capaces de resistir desafíos y convulsiones que habrían destruido a muchas otras repúblicas. En eso radica la esperanza del sector del país que tanto le teme a un Presidente Trump: en la camisa de fuerza que la democracia y el estado de Derecho puedan colocar sobre él si desde el poder intenta, a la usanza populista, empinarse por encima de las reglas de juego.
Tiene la suerte de tener como rival a una persona -en realidad, a una pareja- que suscita en amplios sectores de los Estados Unidos desconfianza y disgusto por la larga lista de escándalos durante tantos años y por sus ataduras con ese mismo “establishment” contra el que hoy brama Trump (él, dicho sea de paso, debe una parte importante de su éxito económico a ese “establishment”). Por eso esta elección coloca hoy a Estados Unidos en una situación que es más común ver en otro tipo de países, donde con frecuencia se tiene que optar por el mal menor. Eso es lo que sugiere el hecho de que en las mismas encuestas en las que gana Hillary, más de 60 por ciento la desaprueben a ella, o de que en aquellas en las que gana Trump, un porcentaje aun mayor exprese una opinión muy negativa de él.

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