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Wednesday, June 22, 2016

La manipulación de la divisa por Estados Unidos está viva y coleando

dollar puzzle
El mes pasado, los banqueros centrales y líderes financieros del Grupo de las 7 economías más desarrolladas (G-7) se reunieron en Sendai para discutir sobre la economía global en su conjunto. Como cabía esperar, Estados Unidos advirtió a Japón, un país con su divisa bajo vigilancia de EEUU, que se cuidara de dar más pasos para manipular su moneda. Esta advertencia se produjo como consecuencia de que el ministro de finanzas, Taro Aso, sugiriera que su país estaba “preparado para llevar a cabo intervenciones” en el mercado de moneda extranjera para debilitar el yen.
La hipocresía de la orden del Secretaria del Tesoro de EEU, Lew, es risible. Igual podría haber dicho a Japón: “Somos Estados Unidos, somos poderosos y tenemos permitido crear normas que tenemos permitido incumplir”, porque esa es indudablemente la implicación de sus palabras.
Históricamente, EEUU ha sido el primer animador mundial para la manipulación de la divisa. EEUU no solo ha animado y ayudado a Japón en su esfuerzo por mantener bajo el valor del yen, sino que también a imitado la propia política monetaria amiga de las exportaciones en tiempos de pánico.



¿Qué es manipulación de la divisa?

La manipulación de la divisa se produce esencialmente cuando un país debilita artificialmente el valor de su moneda para aumentar sus exportaciones netas. Puede hacerse de una de dos maneras:
  1. Comprando divisa extranjera en el mercado de moneda para aumentar su poder adquisitivo.
  2. Utilizando una política monetaria blanda para incrementar la inflación, recortar los tipos de interés y reducir el poder adquisitivo nacional.
Supongamos que hacen falta 10 yenes japoneses para comprar 1 dólar. Supongamos también que el gobierno japonés no está contento con los totales de exportación y quiere vender más bienes a Estados Unidos. Los japoneses optan por fijar esto a través de la Vía A: compran miles de millones de dólares con su divisa aumentando la oferta de yenes en el mercado y disminuyendo la oferta de dólares. Como consecuencia, el yen deprecia su valor cambiando la tasa de cambio EEUU-Japón a 110:1.
Traducción: Los estadounidenses pueden ahora comprar bienes japoneses por menos dólares, mientras que los bienes de EEUU se han hecho cada vez más caros para el ciudadano medio japonés.
Alternativamente, los japoneses podrían haber elegido laVvía B y simplemente imprimir más yenes. La mayor oferta de yenes habría llevado a inversores escépticos a vender bonos y acciones japoneses y comprar otros extranjeros, disminuyendo así el poder adquisitivo del yen.
En ambos casos se logra el objetivo subyacente: los consumidores de EEUU empiezan a comprar más bienes japoneses porque pueden conseguir más por menos.

Los efectos de la devaluación

¿Es la manipulación de la divisa una política económica sensata? Absolutamente no. Los japoneses están esencialmente subvencionando bienes baratos a Estados Unidos. Es verdad que los propietarios más ricos de las industrias exportadoras japonesas pueden beneficiarse del aumento en las ventas, pero el recorte en el poder adquisitivo tiene que afectar a algunos. En este caso daña a los trabajadores japoneses, quienes, en ausencia de un aumento en sus pagas, están sometidos a rentas reales que disminuyen.
Por supuesto, la manipulación de divisas también distorsiona la estructura de producción y entrometerse en el mercado laboral nunca es bueno. La intervención en el tipo de cambio ha hecho que Japón obtenga una cantidad desproporcionada de trabajos en manufacturas y que EEUU obtenga una cantidad desproporcionada de trabajos en el sector servicios. Estas distorsiones del mercado están perjudicando a ambos, porque la ventaja comparativa en la economía global sería indudablemente más alta del General en ausencia de intervención pública.
Y desde un punto de vista holístico, la manipulación de la divisa no es buena para ninguno de los dos, pero es hipócrita por parte de Estados Unidos atacar a Japón por considerar más intervenciones del tipo de cambio cuando el propio EEUU ha sido un participante destacado en las guerras de divisas globales.

Japón ha ayudado a la devaluación de EEUU

Históricamente EEUU (un receptor de importaciones baratas) ha animado a la devaluación del yen e incluso ha ayudado a financiar su declive. Por ejemplo, desde septiembre hasta octubre de 2003, Japón vendió 2,7 billones de yenes para devaluar su divisa. El ministro de finanzas de Japón confirmó que muchos de ellos fueron comprados por Estados Unidos a través de la Reserva Federal de Nueva York.
Sin embargo, en algunos casos EEUU ha pensado que su propia divisa era demasiado fuerte. En esos casos ha intervenido en el mercado de cambio de moneda para devaluar el dólar, incluso recibiendo ayuda de países como Japón para hacerlo.
Esto pasó de 1997 a 1998, cuando el poder adquisitivo del dólar aumentó frente al yen en casi un 15%. En un intento de combatir su rápida apreciación la Fed de Nueva York compró yenes por valor de 800 millones de dólares. Como se puede ver en el gráfico siguiente, de diciembre de 1997 a junio de 1998, Japón no fue el único en rebajar artificialmente su divisa. El país estaba en realidad reforzando el valor del yen vendiendo decenas de miles de millones de dólares para ayudar a EEUU a devaluar su divisa:
Japan Intervention: Janpanese Bank purchases of USD against JPYAsí que, si el gobierno de EEUU quiere continuar mostrando una retórica de manipulación anti-divisa, es mejor que explique por qué tiene sus propias manos en el mercado de tipos de cambio.

La enorme devaluación de la flexibilización cuantitativa de EEUU

Pero EEUU no solo manipula su divisa de través de la Vía A. Lo hace a través de aumentar su oferta monetaria mucho más a menudo. El ejemplo más memorable de esto en la historia reciente se produjo al calor de la crisis financiera de 2008. Con millones de empleos estadounidenses perdidos, el presidente de la Fed, Ben Bernanke, y el secretario del Tesoro, Hank Paulson, estaban desesperados por impulsar el PIB de EEUU de cualquier manera posible. Lo hicieron manipulando la divisa a través de una política monetaria blanda, recortando el tipo de los fondos federales y luego empezando inmediatamente el tristemente famoso programa de flexibilización cuantitativa.
De noviembre de 2008 (el inicio de la QE1) a junio de 2011 (el final de la QE2), las existencias de dinero M2 aumentaron en más de un billón. No es sorprendente que esta expansión de la oferta monetaria contribuyera a que la tasa spot dólar-yen se desplomará del 96,89 a 80,49 durante ese periodo:
¿Y qué trabajo un declive en la tasa spot EEUU-Japón? Por supuesto, las exportaciones de bienes de EEUU a Japón se dispararon:
US Exports of Goods to JapanAunque la tasa spot empezó a aumentar poco después de la QE2 como consecuencia de su propia gran flexibilización monetaria, sigue estando claro: EEUU usó el poder de la imprenta para manipular a la baja su divisa en un claro intento de aumentar artificialmente las exportaciones netas.

El yen se recupera

Gracias a Dios, los países no pueden manipular sus divisas eternamente. El baile tiene que acabar alguna vez en la economía de Japón es un ejemplo apropiado de este hecho. A la economía japonesa no le va muy bien en estos días. El país, que depende de las exportaciones, no parece debilitar el yen con respecto al dólar. De hecho, el yen alcanzó recientemente su posición más fuerte frente al dólar desde octubre de 2014.
Japón se está quedando sin opciones. Su tipo de interés se encuentra actualmente en el -0,1%, así que estaría muy presionado para debilitar se a través de una mayor expansión de la oferta monetaria. Su único otro recurso es intervenir en el mercado de cambio de moneda por primera vez desde 2014 y por eso su ministro de finanzas, Taro Aso, insinuó recientemente que su país podría pronto pretender hacerlo.
Aunque una mayor manipulación de la divisa esté lejos de ser lo ideal, EEUU no puede en modo alguno criticar a Japón por ello. Con el dólar como divisa de reserva mundial de hecho, EEUU no debería gobernar como un matón de patio de colegio, ni debería usar un mantra de “haz lo que digo, no lo que hago”. Debería, o liderar con el ejemplo, o sentarse y callar. Pero cuanto antes elija lo primero, antes se detendrá completamente la práctica de la manipulación de la divisa y antes se restaurará algún grado de sensatez fiscal para la economía global.

La manipulación de la divisa por Estados Unidos está viva y coleando

dollar puzzle
El mes pasado, los banqueros centrales y líderes financieros del Grupo de las 7 economías más desarrolladas (G-7) se reunieron en Sendai para discutir sobre la economía global en su conjunto. Como cabía esperar, Estados Unidos advirtió a Japón, un país con su divisa bajo vigilancia de EEUU, que se cuidara de dar más pasos para manipular su moneda. Esta advertencia se produjo como consecuencia de que el ministro de finanzas, Taro Aso, sugiriera que su país estaba “preparado para llevar a cabo intervenciones” en el mercado de moneda extranjera para debilitar el yen.
La hipocresía de la orden del Secretaria del Tesoro de EEU, Lew, es risible. Igual podría haber dicho a Japón: “Somos Estados Unidos, somos poderosos y tenemos permitido crear normas que tenemos permitido incumplir”, porque esa es indudablemente la implicación de sus palabras.
Históricamente, EEUU ha sido el primer animador mundial para la manipulación de la divisa. EEUU no solo ha animado y ayudado a Japón en su esfuerzo por mantener bajo el valor del yen, sino que también a imitado la propia política monetaria amiga de las exportaciones en tiempos de pánico.


A menos Estado, menos populismo

A menos Estado, menos populismo

 
Por Alberto Benegas Lynch (h)
A veces, en el fragor del debate sobre temas coyunturales se alteran las prioridades y se mezclan conceptos. En medio de estas trifulcas, se suele perder la visión del eje central del problema analizado.
En el caso argentino, por momentos parece que se desdibujan el aspecto medular y la raíz del populismo: la dimensión colosal del aparato estatal, que no sólo encoge los bolsillos de la gente, sino que comprime las libertades individuales al arrogarse funciones impropias de un sistema republicano. A su vez, al abrir cauces a la discrecionalidad del poder, favorece la corrupción.


El estatismo superlativo ha impregnado la historia argentina de las últimas décadas de modo creciente, ya sea gobernados por un signo político u otro; en todos los casos se produjo un salto cuántico en los gastos públicos (para no decir nada de los regímenes militares). Estos deterioros han sido acompañados por desórdenes presupuestarios debido a que las erogaciones estatales no han podido cubrirse con las altísimas cargas tributarias y con el pesado endeudamiento gubernamental interno o externo, por lo que se ha recurrido a la expansión monetaria.
Sin duda, la inflación constituye un cáncer de la mayor magnitud, así como, por su parte, el déficit fiscal representa un signo de pésima gestión económica.
Dicho esto, estimo de la mayor importancia subrayar que estos dos fenómenos no son el problema de fondo del populismo. Más aún, en la historia ha habido y hay gobiernos totalitarios que no han recurrido ni al deterioro monetario ni al déficit en las cuentas públicas, pero que, por definición, han agrandado el aparato gubernamental y consecuentemente han asfixiado a la gente del modo más brutal. El caso del actual gobierno de Ecuador muestra que, a pesar de los ataques a la libertad de prensa, su acendrado intervencionismo en los mercados y el reiterado daño a los marcos institucionales republicanos, la situación monetaria no se ha agravado debido a que, en su momento, se estableció la dolarización.
Según Lavrenti Beria, Stalin tenía la manía de mantener en orden las cuentas fiscales (en medio de sus masacres y atropellos). Lo mismo relata Huber Matos respecto de Fidel Castro y su obsesión por las finanzas públicas, es decir, que no salieran más recursos de los que entraban en las arcas de su sistema tiránico. Claro que en ambos casos lo de "finanzas públicas" es una expresión impropia, ya que aquellos megalómanos las trataban como si fueran privadas.
Esto no implica subestimar los problemas enormes que generan tanto el déficit fiscal como la inflación monetaria. Se trata de poner el problema en perspectiva y de centrar la atención en los muchos perjuicios de contar con un Estado elefantiásico que carcome ahorros y extiende sus tentáculos a todos los recovecos de la vida de los gobernados. En esta línea, el premio Nobel en Economía Milton Friedman ha afirmado que es mejor un gobierno que gasta poco con déficit fiscal que otro inflado en sus gastos y con cuentas equilibradas.
En nuestro país, el actual gobierno no ha resuelto aún el tema del déficit fiscal (más aun, lo ha incrementado desde que asumió) ni la inflación monetaria. Con relación a esto, es pertinente formular algunas reflexiones que tal vez ayuden a que decanten algunos conceptos clave en la materia.
Se dice que la inflación monetaria es el aumento general de precios. Esto no es correcto: si todos los precios aumentaran de modo generalizado -y tengamos en cuenta que el salario es un precio-, no habría problemas con la inflación. Si los precios se elevaran en un 50% mensual y los salarios lo hicieran en el mismo porcentual, no ocurrirían distorsiones entre precios e ingresos. Seguramente, habría que modificar los dígitos en las calculadoras, las columnas en los libros contables e incluso habría que transportar el dinero en carretilla, pero no se sucederían los problemas característicos de la inflación.
Es que aquella definición adolece de dos equivocaciones mayúsculas. En primer lugar, los precios no aumentan de modo uniforme, sino que se trata de la distorsión en los precios relativos; en segundo lugar, no es ésta la causa de la inflación, sino su efecto más perverso; la inflación es la expansión monetaria por causas exógenas al mercado, a saber, las decisiones políticas fruto de las manipulaciones de la banca central. Estas distorsiones en los precios relativos desfiguran las únicas señales que tiene el mercado para operar, lo que induce al desperdicio de capital, que, a su turno, hace que se contraigan salarios e ingresos en términos reales, puesto que las tasas de capitalización constituyen la única explicación para la mejora en el nivel de vida.
En nuestro medio también se han hecho desafortunadas declaraciones en cuanto a que las subas en los precios son responsabilidad de los comerciantes. Los empresarios siempre intentarán cobrar el precio más alto que puedan (no el que quieran, ya que la demanda se contrae según su elasticidad). Las llamadas "expectativas inflacionarias" de por sí nada significan: si no son convalidadas por expansión monetaria, no tienen efecto alguno. Incluso hay quienes la emprenden contra supermercados, con el argumento de que sus costos no justifican aumentos de precios; ignoran que la estructura de costos puede ser muy alta mientras que los precios finales no los cubren, con lo que se producen quebrantos. A la inversa, los costos pueden ser reducidos, pero la demanda de los consumidores hace que el precio resulte alto.
Desde la exposición decimonónica de la utilidad marginal se demostró que no hay nexo causal entre costos y precios finales. El empresario conjetura que los costos están subvaluados en términos de los precios finales, con lo que estima que sacará partida del arbitraje correspondiente, lo cual es muy distinto a sostener que los costos determinan los precios.
En este contexto, se ha sostenido que hay "inflación de costos" cuando se eleva el precio de un bien al que el resto de la economía está muy ligado. Pero es que, manteniendo los demás factores constantes, si aumenta el precio de un bien, por más estrechamente ligado que esté a otros bienes, ocurre una de dos cosas: o se sigue consumiendo la misma cantidad de ese bien, en cuyo caso se debe reducir el consumo de otros, o se contrae su demanda, con lo que naturalmente disminuirá la cantidad vendida.
Las arengas de políticos dirigidas a empresarios es una faena inútil y contraproducente. Por un lado, el problema radica en los políticos; por otro, los precios deben seguir los lineamientos del mercado si se quieren evitar la escasez y los desajustes.
Lo mismo va para la denominada "defensa de la competencia"; la defensa estriba en que la Justicia debe castigar el fraude y el engaño con todo rigor, y no radica en entrometimientos improcedentes con la intención de "poner orden" en el mercado, donde, precisamente, el desorden comienza cuando gobernantes interfieren en arreglos libres y voluntarios.
Las declaraciones de algunos miembros del elenco gobernante en el sentido de que debe incrementarse el gasto público "para reactivar la economía" son del todo infundadas, puesto que la financiación que exige el aumento del gasto -sean o no partidas sin ejecutar- significa que se reasignan los siempre escasos recursos desde los bolsillos de la gente hacia el referido engrosamiento en el gasto, con lo que la productividad indefectiblemente disminuye.
En otras palabras, la administración actual se encuentra en una encrucijada en gran medida debido al peligroso y muy extendido campo minado que dejó el gobierno anterior. Es de desear que este gobierno tenga éxito y adopte las medidas de fondo en cuanto a la eliminación de funciones impropias de la sociedad abierta, para dejar atrás los pesados lastres del populismo. Perder esta oportunidad arrastraría consecuencias imprevisibles.

A menos Estado, menos populismo

A menos Estado, menos populismo

 
Por Alberto Benegas Lynch (h)
A veces, en el fragor del debate sobre temas coyunturales se alteran las prioridades y se mezclan conceptos. En medio de estas trifulcas, se suele perder la visión del eje central del problema analizado.
En el caso argentino, por momentos parece que se desdibujan el aspecto medular y la raíz del populismo: la dimensión colosal del aparato estatal, que no sólo encoge los bolsillos de la gente, sino que comprime las libertades individuales al arrogarse funciones impropias de un sistema republicano. A su vez, al abrir cauces a la discrecionalidad del poder, favorece la corrupción.