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Tuesday, November 8, 2016

Hillary, Trump y dónde está la fortaleza norteamericana

Por Carlos Alberto Montaner

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Faltan pocas horas para las elecciones norteamericanas. Trump podría ganar. En la medida que llega el fin de la campaña los dos candidatos se acercan notablemente. Por eso aseguraba el periodista Andrés Oppenheimer que en esta oportunidad, cuando se vota apasionadamente a favor o en contra, con el corazón o con el hígado, el voto hispano puede ser decisivo para derrotar a Trump. Muchos de los electores hispanos no sienten una simpatía especial por Hillary, pero sí detestan profundamente a Trump.


Dos de los Estados indecisos con mayor peso son Florida y Pennsylvania. Si Trump los pierde está liquidado. En Florida se calcula que el 70% de los hispanos prefiere a Hillary, pero ese porcentaje se eleva al 85% cuando se trata de los puertorriqueños. Tradicionalmente, la mayor parte de los populares y de los estadistas –los dos grandes sectores ideológicos de la Isla— prefieren al Partido Demócrata. La estrategia de Clinton es cultivar intensamente la lealtad política de ese grupo étnico.
En Pennsylvania, en el 2012, Obama ganó por el 5% de los votos. Luego se supo que los hispanos alcanzaron el 6% de los sufragios y el 80% votó por él. Hillary Clinton espera lograr los mismos resultados. La maquinaria tratará de incitarlos a acudir a las urnas, junto a las mujeres, los negros, la comunidad LGBT, los judíos, los universitarios, y todos aquellos grupos de electores que las encuestas señalan como mayoritariamente proclives a la candidata.
Por eso es tan difícil que Donald Trump gane la partida. Lo que en Estados Unidos llaman blancos no-especialmente-instruidos, los blue collars, los rednecks, los fanáticos religiosos del Bible Belt, los sindicalistas, los racistas de todo pelaje que acampan en el bando de Trump, son muchos, tal vez demasiados, pero probablemente no suficientes para eclipsar a una candidata que trata de representar a la compleja realidad social norteamericana de hoy.
¿Qué pasaría si gana Hillary Clinton? Probablemente su gobierno se parecería al de su marido, pero como llegaría a la Casa Blanca condicionada por el apoyo de Bernie Sanders, y porque sus electores se lo demandarían, aumentaría el gasto público y sería menos responsable en materia fiscal de lo que fue Bill Clinton, un demócrata que redujo sustancialmente las erogaciones del welfare y logró el extraño milagro de tener varios años con superávit en las cuentas de la nación.
¿Y qué ocurriría si es Donald Trump quien triunfa? A mi juicio, el mayor daño lo veríamos en las relaciones internacionales. ¿Por qué? Por sus declaraciones contra los mexicanos y sus extrañas simpatías por Vladimir Putin. Por su rudimentaria forma de entender qué es ganar o perder en las transacciones entre empresas y países, propia de una mentalidad mercantilista premoderna. Por su incomprensión de lo que ha sido el rol de Estados Unidos tras el fin de la Segunda Guerra mundial. Porque lo veríamos destruir la extraordinaria labor que comenzó a hacer Franklin D. Roosevelt en Bretton Woods en 1944, y Harry Truman un año más tarde, cuando le tocó presidir el país y creó la OTAN, el mejor instrumento para preservar la paz en Europa y en el mundo.
Trump puede ser el clásico elefante en una cristalería. Hay algo escalofriante en una persona que cree que va restaurar la grandeza norteamericana, sin advertir que su país nunca ha sido más rico, ni más poderoso, ni más útil al resto del mundo, que los Estados Unidos de hoy. Con el 24% del PIB planetario, las universidades más creativas, las empresas más innovadoras, el ejército más fuerte y una población sana y razonablemente joven, ¿a qué aspira Donald Trump?
En todo caso, ni una ni otro conseguirán descarrilar a Estados Unidos. La fortaleza norteamericana no descansa en su economía, su creatividad o en el poderío de sus cañones. El secreto está en el funcionamiento de sus instituciones, en la transmisión ordenada de la autoridad y en la voluntaria subordinación del conjunto de la sociedad a the rule of law. Son estos factores intangibles los que sustentan el milagroso experimento surgido en 1776 y los que sujetarán fuertemente a quien ocupe la Casa Blanca. Afortunadamente

Hillary, Trump y dónde está la fortaleza norteamericana

Por Carlos Alberto Montaner

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Faltan pocas horas para las elecciones norteamericanas. Trump podría ganar. En la medida que llega el fin de la campaña los dos candidatos se acercan notablemente. Por eso aseguraba el periodista Andrés Oppenheimer que en esta oportunidad, cuando se vota apasionadamente a favor o en contra, con el corazón o con el hígado, el voto hispano puede ser decisivo para derrotar a Trump. Muchos de los electores hispanos no sienten una simpatía especial por Hillary, pero sí detestan profundamente a Trump.

Trump contra Hillary: los peores a la cabeza

Por Ignacio Moncada

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Llegado el momento de abandonar la Casa Blanca, conviene echar la vista atrás y recordar algunas de las grandes promesas de cambio que catapultaron a Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos de América. La campaña electoral de Obama hizo especial hincapié en acabar con la polarización social y política del país, en poner fin a las tensiones raciales, en limpiar la corrupción y el lobbismo de Washington y en resolver el descontento generalizado de la población norteamericana hacia sus gobernantes.


Ocho años después podemos afirmar que el resultado de la presidencia de Obama en cada uno de estos aspectos es un rotundo fracaso: la conflictividad racial y la polarización social se han disparado, la corrupción y los grupos de presión siguen dominando todo el aparato estatal americano y la población está más descontenta y asqueada con la casta política que nunca. Obama ha dejado el campo abonado para que en una sociedad en otros tiempos liberal y abierta, sean muchos los que opten por echarse en brazos del populismo de Donald Trump.
Trump es el síntoma de una América que ha perdido el rumbo. El magnate neoyorquino saltó a la política aprovechándose del enorme descontento social tras estos ocho años con Obama en el Despacho Oval. Es cierto que sobre el papel, algunas de las propuestas de Trump no son descabelladas: su plan de reducción de impuestos en todos los niveles de renta sería una buena idea siempre que fuera acompañada de medidas para garantizar el equilibrio presupuestario; y su plan de promover el cheque escolar entre los usuarios de la educación pública y su propuesta de reforma del sistema sanitario, si se hicieran bien, serían avances relativos respecto a la situación actual en estos dos importantes ámbitos.
Sin embargo, todos los posibles aciertos puntuales de la propuesta de Donald Trump se ven emborronados por el carácter antiliberal que rezuma el grueso de su discurso. Mucha gente opina que Trump parece no tener una ideología firme, pero no es cierto. Trump tiene una filosofía política muy clara que articula la inmensa mayoría de su programa político y económico: el nacionalismo. No es casualidad que “America First” sea uno de los dos lemas centrales de su campaña y el que según él sería el hilo conductor de su administración si fuera presidente.
Casi todas las voces críticas contra Donald Trump, tanto dentro como fuera de EEUU, se han centrado en las toscas formas del candidato, en sus continuos comentarios irrespetuosos y en sus expresiones que rompen por completo con lo políticamente correcto. En mi opinión estas cuestiones son casi irrelevantes al lado del peligro que supone aplicar su programa político nacionalista y su enfoque económico mercantilista: su ataque general al comercio internacional, la derogación de los tratados de libre comercio, su propuesta de rearme arancelario, la promoción del producto y el empleo nacional a costa de la libertad de intercambio o la idea de levantar muros para impedir la entrada de trabajadores extranjeros, son algunas de las medidas más conocidas del candidato republicano. Trump promete “hacer a América grande otra vez”, pero ataca con saña muchas de las características fundamentales que han hecho que EEUU sea grande: un país tradicionalmente cosmopolita, abierto, partidario del comercio internacional y abierto a la inmigración. Trump no haría a América grande, sino mucho peor.
El único motivo por el que un candidato tan peligroso como Trump tiene serias probabilidades de convertirse en presidente de EEUU es porque su oponente, Hillary Clinton, es igualmente desastrosa. No sólo por su política económica clientelar y liberticida o por su obsesión militarista. Es que, además, la candidata del Partido Demócrata representa lo peor del establishment de Washington: son conocidas sus conexiones con grupos de presión nacionales (la industria armamentística, la banca, las farmacéuticas y aseguradoras) e internacionales (incluidos regímenes como el saudí o el catarí), sus múltiples escándalos y el historial de irregularidades, fracasos e irresponsabilidad en todos los puestos políticos por los que ha pasado en su extensa experiencia política.
Sin ir más lejos, la campaña electoral ha estado marcada por la investigación del FBI a la candidata por el uso del correo electrónico personal para asuntos con información clasificada cuando era secretaria de Estado y la posterior eliminación de más de 32.000 correos. El propósito de esto, claro está, era evitar el control sobre los contenidos de sus comunicaciones contemplado en las leyes de transparencia. Pero como todos los resortes del Estado trabajan activamente en favor de Clinton, el FBI ha dado carpetazo al asunto y aquí no ha pasado nada.
Los ciudadanos americanos se enfrentan ahora a la difícil decisión de elegir entre dos de los peores candidatos de las últimas décadas. Gane Trump o gane Hillary el resultado es el mismo: un absoluto desastre. Es inevitable en estas circunstancias recordar el famoso capítulo del libro “Camino de servidumbre”, de F. A. Hayek, titulado “Por qué los peores se colocan a la cabeza”. En política existe un inevitable proceso de selección negativa por el que tienden a triunfar quienes tienen menos escrúpulos, los más mentirosos, manipuladores y sedientos de poder, quienes, como decía Hayek, empujan a la sociedad al odio a un enemigo o a la envidia de los que viven mejor. Una persona que quiera alcanzar el poder político en una sociedad cada vez más estatista tiene que elegir, en palabras del economista austriaco, “entre prescindir de la moral ordinaria o fracasar”. En esta ocasión esto es más visible que nunca: los peores, tanto Trump como Hillary, se han colocado a la cabeza. Sólo falta decidir cuál de los dos gobernará la democracia más antigua del mundo. Esperemos que, al menos, el Senado y el Congreso actúen como un freno antes los desmanes que cualquiera de estos dos terribles candidatos está deseando llevar a cabo.

Trump contra Hillary: los peores a la cabeza

Por Ignacio Moncada

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Llegado el momento de abandonar la Casa Blanca, conviene echar la vista atrás y recordar algunas de las grandes promesas de cambio que catapultaron a Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos de América. La campaña electoral de Obama hizo especial hincapié en acabar con la polarización social y política del país, en poner fin a las tensiones raciales, en limpiar la corrupción y el lobbismo de Washington y en resolver el descontento generalizado de la población norteamericana hacia sus gobernantes.

Friday, November 4, 2016

Hillary, al Despacho oval o al banquillo


Hillary tiene más 'méritos' para estar en el banquillo que en la Casa Blanca, y esa es una de las grandes bazas de Trump.

Hillary Clinton y Donald Trump | EFE
Hillary Clinton, micrófono en mano, se dirige al público asestando un nuevo golpe al candidato Trump: "Me alegro de que nadie del temperamento de Donald Trump esté a cargo de la ley en nuestro país". Acto seguido, Trump le revuelve el revés con una de esas respuestas que marcan un debate, y la historia electoral de aquel país: "Porque estarías en la cárcel".
Era el segundo debate entre los dos contendientes. Donald Trump acababa de anunciar que cuando se convierta en presidente de los Estados Unidos pedirá al fiscal general que abra una causa contra Hillary Clinton por su retahíla de corrupciones y escándalos. Clinton es la candidata a la presidencia más corrupta de la historia de los Estados Unidos. Ni la factoría de presidentes de Ohio albergó un espécimen que confundiera tanto los medios públicos con los fines privados.



Esa confusión tiene como ejemplo más claro el uso de e-mails privados para asuntos de Estado. Hay casos jocosos, como el alquiler que hacían los Clinton de la habitación de Lincoln en la Casa Blanca. Recaudaron 5,4 millones de dólares, que destinaron a la campaña de reelección de Bill. Y otros menos graciosos, como dejar que la delegación americana en Bengasi pereciera en un ataque de Al Qaeda para poder negar en ese momento que se trataba, precisamente, de Al Qaeda.
Trump, en el movimiento más audaz y arriesgado del debate, situó a Hillary Clinton ante los espectadores como lo que debería ser: objeto del interés del sistema judicial de los Estados Unidos. Hillary tiene más méritos para estar en el banquillo que en la Casa Blanca, y esa es una de las grandes bazas de Trump para convertirse en presidente: mostrar que su rival es aún peor. Pero también corre riesgos. Se le puede acusar de ser una persona vengativa y de hacer un uso partidista de las instituciones, como si fuese un miembro más de los Clinton.
Por lo que se refiere al resto del debate, Donald Trump aguantó bastante bien lo que fácilmente podría haber sido una nueva derrota ante Hillary. Los dos se desvincularon del desastre de Obamacare, aunque Clinton no tiene aquí ninguna credibilidad. Trump podría haber distinguido entre los ciudadanos musulmanes pacíficos y los que no lo son, pero se aferra a su visión simplista de la vida, que tantos votos le está dando. Y en el capítulo fiscal él, que ha sido acusado por el New York Times de dejar de pagar impuestos durante años, tiene más credibilidad que Hillary, lo cual es chocante. Trump no ha perdido este debate, lo cual equivale a decir que lo ha ganado. Otra cosa es lo que se refleje en las encuestas.
Desde el anterior debate, las preferencias recogidas por los demóscopos se han volcado apreciablemente del lado de Clinton. Pero eso no es lo peor de lo que le ha ocurrido a Trump en estos días. Alguien ha querido hundir su carrera filtrando una grabación en la que hace comentarios muy vulgares sobre las mujeres. Por un lado, no sé de nadie que esperase de él unas palabras delicadas y respetuosas. Pero, por otro, alguna gota tenía que colmar el vaso en su partido, y puede haber sido esta. John McCain, Rob Portman, Kelly Ayotte o Joe Heck ya le han dado la espalda, y otros lo harán en breve. El Comité Nacional Republicano no sabe si seguir dándole su apoyo o retirárselo definitivamente. Sería la puntilla de una de las campañas más improbables de las últimas décadas.

Hillary, al Despacho oval o al banquillo


Hillary tiene más 'méritos' para estar en el banquillo que en la Casa Blanca, y esa es una de las grandes bazas de Trump.

Hillary Clinton y Donald Trump | EFE
Hillary Clinton, micrófono en mano, se dirige al público asestando un nuevo golpe al candidato Trump: "Me alegro de que nadie del temperamento de Donald Trump esté a cargo de la ley en nuestro país". Acto seguido, Trump le revuelve el revés con una de esas respuestas que marcan un debate, y la historia electoral de aquel país: "Porque estarías en la cárcel".
Era el segundo debate entre los dos contendientes. Donald Trump acababa de anunciar que cuando se convierta en presidente de los Estados Unidos pedirá al fiscal general que abra una causa contra Hillary Clinton por su retahíla de corrupciones y escándalos. Clinton es la candidata a la presidencia más corrupta de la historia de los Estados Unidos. Ni la factoría de presidentes de Ohio albergó un espécimen que confundiera tanto los medios públicos con los fines privados.


Friday, October 28, 2016

Reabren investigación contra Hillary por uso de correo privado


El Buró Federal de Investigaciones alegó tener conocimiento de la existencia de mails "que parecen ser pertinentes para la investigación"

La reapertura de la investigación llega apenas semana y media de las elecciones presidenciales del 8 de noviembre.
WASHINGTON.
El Buró Federal de Investigaciones (FBI) reabrió la investigación sobre el servidor de correo electrónico privado que utilizó la aspirante demócrata a la Casa Blanca, Hillary Clinton, mientras era secretaria de Estado entre 2009 y 2013, informó su director, James Comey.
A colación de un caso no relacionado, el FBI ha tenido conocimiento de la existencia de mensajes de correo electrónico que parecen ser pertinentes para la investigación", indicó en una carta Comey dirigida a los presidentes de varios comités del Congreso.


"Estoy de acuerdo en que el FBI debe tomar medidas de investigación apropiadas para permitir a los investigadores revisar estos mensajes de correo electrónico para determinar si contienen o no información clasificada, así como para valorar su importancia para nuestra investigación", agregó el director del FBI.
Comey, quien indicó haber sido informado del asunto este jueves, añadió que "el FBI aún no puede determinar si el material es o no significativo" para la investigación ni cuánto tiempo llevará determinar su impacto en la misma.
La reapertura de la investigación llega apenas semana y media de las elecciones presidenciales del 8 de noviembre, en las que la también exprimera dama se enfrenta al magnate republicano Donald Trump.
El pasado mes de julio, Clinton fue sometida a un interrogatorio de más de tres horas en el cuartel general del FBI sobre este asunto, y días más tarde el Departamento de Justicia decidió cerrar el caso por recomendación de la oficina de investigaciones, quien no encontró indicios para presentar cargos en su contra.
No obstante, en aquella ocasión, Comey indicó que la exsecretaria de Estado había actuado de manera "extremadamente descuidada" con el manejo de la información al frente de la diplomacia estadunidense.
La polémica por los correos electrónicos se desató a comienzos de 2015, cuando los medios estadunidenses revelaron que, durante sus cuatro años en el Departamento de Estado, Clinton usó en todo momento una cuenta personal para sus comunicaciones, con un servidor privado.
La ex primera dama reconoció entonces que habría sido "más inteligente" usar una cuenta oficial y entregó 55 mil páginas de correos electrónicos de esa etapa al Departamento de Estado para su publicación, pero el caso generó interrogantes sobre si trató indebidamente información clasificada del Gobierno al usar su cuenta personal.
El Departamento de Estado identificó alrededor de 2 mil 100 correos electrónicos del servidor de Clinton con información confidencial, aunque ha asegurado que muchos de ellos no se consideraron clasificados en el momento de su envío, sino que han sido etiquetados como tal durante la revisión actual de los emails.
El tema de los correos acentuó además las acusaciones por parte de la bancada republicana en el Congreso sobre la mala praxis de la exsecretaria de Estado en el ataque contra el consulado estadunidense en Bengasi en 2012, en el que murió el entonces embajador Chris Stevens y otros tres funcionarios del gobierno.

Reabren investigación contra Hillary por uso de correo privado


El Buró Federal de Investigaciones alegó tener conocimiento de la existencia de mails "que parecen ser pertinentes para la investigación"

La reapertura de la investigación llega apenas semana y media de las elecciones presidenciales del 8 de noviembre.
WASHINGTON.
El Buró Federal de Investigaciones (FBI) reabrió la investigación sobre el servidor de correo electrónico privado que utilizó la aspirante demócrata a la Casa Blanca, Hillary Clinton, mientras era secretaria de Estado entre 2009 y 2013, informó su director, James Comey.
A colación de un caso no relacionado, el FBI ha tenido conocimiento de la existencia de mensajes de correo electrónico que parecen ser pertinentes para la investigación", indicó en una carta Comey dirigida a los presidentes de varios comités del Congreso.

Monday, October 24, 2016

Libertad de expresión: ¿Trump peor que Hillary?

Libertad de expresión: ¿Trump peor que Hillary?

Por Antonio José Chinchetru
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La presidenta del estadounidense Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), Sandra Mins Rowe, ha dicho que la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca supondría una amenaza para la libertad de prensa en Estados Unidos. Ha añadido que además podría tener consecuencias negativas para los periodistas en el resto del mundo. Rowe ha hecho estas declaraciones tras la aprobación, unos días antes, de una resolución del CPJ contra el populista candidato republicano. El texto dice, entre otras cosas:
Desde el inicio de su candidatura, Trump ha insultado y vilipendiado la prensa y ha hecho de su oposición a los medios de comunicación una pieza central de su campaña. Trump ha etiquetado de forma rutinaria a la prensa como "deshonesta" y "escoria" y señalado a organizaciones de información y periodistas.
La resolución también indica:


Trump se ha negado a condenar los ataques a periodistas por sus partidarios. Su campaña también ha negado sistemáticamente acreditaciones de prensa a los medios que lo han cubierto críticamente, incluyendo The Washington Post, BuzzFeed, Politico, The Huffington Post, The Daily Beast, Univisión y The Des Moines Register.
Está bien que una organización dedicada a defender la libertad de prensa señale las amenazas que para la misma supone un candidato a la Presidencia de Estados Unidos. Sin duda alguna, hay que tener en cuenta la advertencia que lanza el CPJ. Pero la resolución del Comité para la Protección de los Periodistas se queda coja y suena tremendamente hipócrita. ¿Acaso su rival no supone un peligro al menos igual, cuando no mayor?
Hillary Clinton ha evitado durante meses enfrentarse a las preguntas de los periodistas. En España, lamentablemente, durante un tiempo esto fue una norma común por parte de los políticos. Pero en Estados Unidos supone algo excepcional y de hacerlo un republicano se consideraría un ataque sin precedentes a la Primera Enmienda de su Constitución. Pero, ni mucho menos, la cosa termina ahí.
Dado que el CPJ incluye a The Huffington Post entre los medios a los que Trump ha denegado la acreditación, no está de más recordar qué ha pasado con este periódico digital en relación con la candidata demócrata a la Casa Blanca. Entre los colaboradores del conocido diario electrónico figuraba el periodista David Seaman, que vio este verano como era apartado de la publicación (y sus artículos borrados) por poner en duda el estado de salud de Clinton.
No es un caso único. Incluyendo a Seaman, son al menos cinco los periodistas estadounidenses que han sido despedidos o censurados por sus medios por criticar a la candidata. Entre los represaliados hay profesionales de cadenas televisivas tan importantes como la CNN o MSNBC y hasta un bloguero colaborador de un think tank del ala más izquierdista del Partido Demócrata. Si el miedo a ofender o a dañar la imagen de Hillary Clinton ya se ha impuesto cuando todavía está compitiendo por llegar a la Casa Blanca, resulta aterrador pensar en lo que podrá ocurrir si llega a ser presidenta de Estados Unidos.
Ahora la pregunta que queda en el aire es si el CPJ denuncia tan sólo a Trump por puro partidismo o lo hace por miedo a Hillary Clinton. Si se trata de lo primero resulta muy triste saber que habrá bajas entre los defensores de la libertad de expresión si la demócrata llega a la Casa Blanca. Si se trata de lo segundo el panorama no es muy diferente. La única diferencia es si la rendición es por hipocresía o por convencimiento.

Libertad de expresión: ¿Trump peor que Hillary?

Libertad de expresión: ¿Trump peor que Hillary?

Por Antonio José Chinchetru
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La presidenta del estadounidense Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), Sandra Mins Rowe, ha dicho que la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca supondría una amenaza para la libertad de prensa en Estados Unidos. Ha añadido que además podría tener consecuencias negativas para los periodistas en el resto del mundo. Rowe ha hecho estas declaraciones tras la aprobación, unos días antes, de una resolución del CPJ contra el populista candidato republicano. El texto dice, entre otras cosas:
Desde el inicio de su candidatura, Trump ha insultado y vilipendiado la prensa y ha hecho de su oposición a los medios de comunicación una pieza central de su campaña. Trump ha etiquetado de forma rutinaria a la prensa como "deshonesta" y "escoria" y señalado a organizaciones de información y periodistas.
La resolución también indica:

Sunday, June 19, 2016

Trump y Hillary no saben cómo arreglar la economía

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Recientemente, Hillary Clinton fue grabada ridiculizando a Donald Trump por falta de un plan detallado para la economía estadounidense. El mensaje resulta ser que Trump no está preparado para la presidencia porque no tiene un plan sobre cómo cambiar la economía estadounidense.
¿Pero es realmente más peligroso elegir a un presidente que hace política económica sobre la marcha que a quien proclama tener un plan detallado para nosotros?
La respuesta  esto es que no, no es más peligroso elegir a alguien que crea política económica donde asienta sus pantalones (como tiende a hacer Donald Trump) que elegir a alguien que piensa que puede tener claramente mapeado el futuro de la economía. Sin embargo, esto no significa que el método del asiento de pantalones sea tampoco menos peligroso. El problema subyacente es que tenemos dos personas compitiendo que piensan que pueden dirigir toda la economía estadounidense.
El núcleo de por qué ambas filosofías son igualmente peligrosas se resume mejor por parte de F.A. Hayek y la pretensión de conocimiento. Hayek señalaba en su discurso de 1974:



Frente a la postura que existe en las ciencias físicas, en economía y otras disciplinas que tratan con fenómenos esencialmente complejos, los aspectos de los eventos a considerar sobre los que obtenemos datos cuantitativos están necesariamente limitados y pueden no incluir los importantes (…)en el estudio de fenómenos tan complejos como el mercado, que depende de las acciones de muchos individuos, todas las circunstancias que determinarán el resultado de un proceso (…) difícilmente serán completamente conocidas o medibles.
Somos incapaces de saber qué nos traerá el futuro. Ningún presidente puede venir con un plan detallado o hermético o puede acumular un establo suficiente de expertos para poder guiar el comportamiento, deseos y necesidades de 320 millones de personas.
Por ejemplo, si hubiéramos preguntado a George Bush y sus expertos económicos en 2002 que desarrollaran un plan a cinco años para los teléfonos celulares, habríamos creado una enorme capacidad de producción y estructura de I+D en torno a la miniaturización de teléfonos que entonces estaba de moda. Si alguien hubiera dicho en 2002 que la gente en el futuro renunciaría a los botones físicos y querría pantallas más grandes, se le hubiera considerado un loco. ¡La gente está comprando teléfonos cada vez más pequeños, no hay manera de que puedan tocar la pantalla y hacer que se haga algo! Pero llegó 2007, Apple presentó el iPhone y el teléfono de teclas al viejo estilo casi ha desaparecido del mercado. Si el gobierno hubiera decidido que necesitaba planear la economía en torno a teléfonos más pequeños, no estaríamos disfrutando de una revolución en la movilidad.
Esto se extiende mucho más allá de los teléfonos celulares y en todos los aspectos de nuestras vidas. No necesitamos planificación centralizada de cómo consumimos nuestra energía, qué coches podemos comprar, cuánto cobramos a la gente por tomar prestado dinero y así sucesivamente.
Todo comportamiento tiene un riesgo. Incluso si los planificadores centralizados pudieran de alguna manera sondear todos nuestros deseos y necesidades, deducir cuándo exactamente queremos satisfacer esas necesidades y determinar quién consigue qué en un mundo de escasez, los planificadores seguirían fracasando. Esto porque ni siquiera nosotros sabemos qué querremos en el futuro. Si pidiésemos a alguien que escribiera exactamente qué comprará el 4 de agosto de 2017 y lo pusiera en un sobre y luego lo abriéramos y comparáramos con lo que ha comprado ese día, no cabe duda de que los resultados serían enormemente distintos.
Al planificador no le iría mucho mejor. En lugar de una sola persona sin predecir sus propios hábitos en un ejercicio divertido, estaríamos invirtiendo mal cantidades sin cuento de dinero en industrias no deseadas e imponiendo normas contraproducentes y peligrosas a empresas (cuyos efectos son imposibles de predecir)- Además, la planificación centralizada elimina la innovación y el proceso emprendedor porque supone que sabe hoy lo que se querrá mañana. La mayoría de la innovación aparece cuando alguien produce un producto que nos sabíamos que queríamos y no podíamos imaginar que existiera.
¿El plan para la economía de Hillary Clinton hace de ella un presidente más cualificado que Donald Trump, que probablemente cree planes espontáneamente? No, les hace igualmente peligrosos, ya que ambos suponen que tienen la capacidad de hacer lo que incontables funcionarios a lo largo de siglos nunca han conseguido hacer: predecir el futuro.

Trump y Hillary no saben cómo arreglar la economía

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Recientemente, Hillary Clinton fue grabada ridiculizando a Donald Trump por falta de un plan detallado para la economía estadounidense. El mensaje resulta ser que Trump no está preparado para la presidencia porque no tiene un plan sobre cómo cambiar la economía estadounidense.
¿Pero es realmente más peligroso elegir a un presidente que hace política económica sobre la marcha que a quien proclama tener un plan detallado para nosotros?
La respuesta  esto es que no, no es más peligroso elegir a alguien que crea política económica donde asienta sus pantalones (como tiende a hacer Donald Trump) que elegir a alguien que piensa que puede tener claramente mapeado el futuro de la economía. Sin embargo, esto no significa que el método del asiento de pantalones sea tampoco menos peligroso. El problema subyacente es que tenemos dos personas compitiendo que piensan que pueden dirigir toda la economía estadounidense.
El núcleo de por qué ambas filosofías son igualmente peligrosas se resume mejor por parte de F.A. Hayek y la pretensión de conocimiento. Hayek señalaba en su discurso de 1974: