Thursday, August 4, 2016

LLUIS FOIX Los viejos parapetos

 
Europa que se empeña en deshacer el camino recorrido en los últimos sesenta años y pretende atrincherarse en las viejas fronteras.
La vida continúa con una resignada normalidad en los lugares donde el terror ha segado la vida caprichosamente a personas que se encontraban disfrutando de los fuegos de artificio en la avenida de los Ingleses de Niza. Todo ha vuelto a la normalidad pero nada es igual. La Costa Azul está abarrotada de turistas franceses, europeos y americanos. Se detecta también un contingente respetable de ciudadanos de los países ricos del Golfo que entran y salen de las tiendas de gran lujo de Niza y Cannes con bolsas repletas de objetos de marcas caras.


Pasan sin mirar, con la arrogancia de los nuevos ricos, a los manteros, principalmente africanos y magrebíes, que ocupan zonas concretas de los bulevares.

Los italianos de Génova se preguntan por qué Italia no ha sido objeto del terrorismo islamista. Tampoco entienden por qué España se ha librado de la ola de atentados que han sacudido Francia y Alemania en los últimos meses. No hay explicaciones solventes. Pero el caso es que la seguridad no está protegida por las fronteras ni tampoco las ideas se almacenan en compartimentos estancos.

Una sensación de que estamos en vísperas de cambios profundos que afectarán a la seguridad de todos se detecta en la mirada de las gentes, en la actitud de las autoridades, los nervios controlados de la policía y la vigilancia discreta pero real de todo lo que se mueve a nuestro alrededor.

La Europa política intenta hacer un diagnóstico de lo que nos ocurre. Las declaraciones de los representantes de las máximas instituciones de Bruselas suenan huecas, sin eficacia, protocolarias.

Los estados se intercambian información y simulan que actúan coordinadamente. Pero la razón de Estado, el concepto introducido por el cardenal Richelieu a lo largo de la guerra de los Treinta Años y que condujo a la histórica paz de Westfalia de 1648, es la que se apodera de esta Europa que se empeña en deshacer el camino recorrido en los últimos sesenta años y pretende atrincherarse en las viejas fronteras. No nos damos cuenta de que no se pueden poner puertas al campo en las ideas, en las personas, en los intereses y las corrientes de simpatía y de odio que viajan libremente por todo el mundo.

Gran Bretaña ha decidido irse y buscar sus propias soluciones. Francia, abatida por tantas muertes absurdas e inútiles, prolonga el estado de excepción los meses que hagan falta. En Alemania, se resquebraja la coalición liderada por Merkel con el apoyo de los socialdemócratas y dentro de la familia democristiana alemana surgen desavenencias de fondo sobre la posición de la canciller Merkel respecto a los refugiados. El Gobierno de Berlín entiende que hace lo correcto por cuestiones de intereses nacionales y también por la vertiente humanista respecto a los que huyen de la guerra, el hambre y la persecución. Merkel puede que pierda las elecciones del 2017 y tenga que abandonar el poder. Pero su actitud es la de una estadista y no la de un político preocupado únicamente por las próximas elecciones.

En España parece que estemos inmunes a las sacudidas de fondo que agitan Europa y nos dedicamos a contemplar cómo los políticos son incapaces de llegar a un acuerdo de mínimos para formar un gobierno tras dos elecciones y ocho meses de interinidad. En Cataluña, el Parlament ha votado una decisión rupturista con España y la presidenta Forcadell se ha ido de vacaciones a Etiopía. Se ha dado este paso como si las instituciones fueran propiedad de una mayoría parlamentaria que, incidentalmente, está formada también por un partido antisistema que lo será, supongo, también cuando la desconexión sea completa dentro de la república catalana.

En la prensa francesa e italiana no ha ocupado ni una línea en las portadas de los grandes diarios. Tampoco en los principales periódicos internacionales que he consultado en internet. La España en funciones ha dejado de ser una pieza imprescindible en el frágil equilibrio europeo. Parece como si no jugara en la gran Liga de los estados que tendrán que buscar salidas racionales a las corrientes de miedo, inseguridad y la exhibición de la cara más fea de los nacionalismos respecto a los refugiados.

Urge una reforma del modo de hacer política en Europa. La directora gerente del FMI, Christine Lagarde, acaba de pedir disculpas por la inmolación de Grecia, a la que se ha sometido a unas pruebas de resistencia que los griegos no podían asumir. Se han vulnerado los principios y nadie se hace responsable.

La comedia del contra­golpe de Erdogan en Turquía tiene consecuencias graves para la libertad de los turcos pero también supone un acercamiento de Ankara a Moscú que no pinta bien para los intereses y la seguridad de Europa. Será imposible afrontar una ofensiva global contra Europa desde los viejos parapetos de los estados cada vez más nacionalistas.

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