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Monday, December 5, 2016

La democracia no funciona

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En una votación muy reñida, los colombianos rechazaron el acuerdo de paz alcanzado entre el gobierno y las Farc. CreditAriana Cubillos/Associated Press
MEDELLÍN, Colombia — “Tristeza de país”, dice una chica, el pelo largo cobre, la mirada perdida, guardando su teléfono, atajando una lágrima. “Tristeza, sí”, le contesta un hombre casi viejo, y alrededor, en esa plaza colombiana, tantos podrían decir lo mismo. Hay momentos en que muchos ciudadanos chocan contra algo que no sabían qué era y resultó ser su país. Ese descubrimiento, el horror de ese descubrimiento. Esa es la sensación que tenían, domingo por la noche, tantos colombianos.


El plebiscito sobre los acuerdos de paz acababa de terminar: sobre 13 millones de votantes, el No había ganado por casi 54.000 votos, el 50,22 por ciento contra el 49,78. Cuatro años de negociaciones entre el gobierno nacional y la guerrilla de las Farc saltaban por los aires. El desconcierto se instalaba.
Ocho días atrás, en cambio, todo era regocijo y pompa. Alguna vez alguien lo contará como el mayor hecho histórico que nunca sucedió: en Cartagena, la Paz con mucha pe se festejaba con despliegue de discursos, palomas, reyes, obispos, niños, presidentes. Todos de blanco celebraban la firma de un acuerdo que nunca va a cumplirse.
Fue el mayor error de un político que los junta con pala: Juan Manuel Santos habría podido promulgar el acuerdo sin necesidad de plebiscito pero cedió a la tentación de conseguir, junto con esa paz, el apoyo de sus votantes fugitivos. Un general muy pícaro, que tuvo la Argentina a sus pies durante medio siglo, sabía y repetía que “lo mejor es enemigo de lo bueno”. El presidente Santos no lo supo o no lo aplicó, y ahora lo paga. Lo pagan, también, de formas diferentes, todos sus ciudadanos.
El Sí ganó en Bogotá, Cali, Barranquilla, Cartagena, y perdió en las demás ciudades grandes. El Sí ganó abrumadoramente, también, en las zonas más afectadas por la guerra: Chocó, Cauca, Putumayo y Vaupés. En Bojayá, el escenario de la peor matanza de las Farc —en 2002, más de 100 personas murieron dentro de una iglesia que un guerrillero bombardeó— el Sí de la reconciliación ganó con el 96 por ciento. De acuerdo con la Silla Vacía, de los 81 municipios más afectados por el conflicto según la Fundación Pares, en 67 ganó el Sí y solo en 14 ganó el No.
A menudo, rechazan la guerra los que conocen la guerra; los que la ven de lejos pueden darse el lujo de querer seguirla.
Así que muchos hablan en estos días de Colombia como un país partido en dos; lo que hay, en realidad, es un país partido en tres. Los votantes del Sí son poco más del 19 por ciento; los votantes del No son poco más del 19 por ciento; los que no fueron a votar son más del 60 por ciento de los colombianos. Y eso es, a mediano plazo, lo más grave.
Los acuerdos de paz fueron presentados por unos como un logro extraordinario, el final de una guerra interminable, la gran oportunidad para el despegue del país. Por otros como una concesión cobarde, el peligro de una nación “castrochavista”, la derrota doblada de deshonra. Pero, en cualquier caso, se suponía que el plebiscito que lo decidiría sería un gran momento para el pueblo colombiano, su ocasión para ejercer la democracia a fondo. Veinte millones no votaron.
Hay una parte de la población que vive en un ecosistema donde decisiones como esta se debaten, se viven, aparentemente se deciden. Hay muchos más que han decidido no decidir, y son los que deciden.
El mecanismo de representación no funciona. La democracia está en problemas. No solo en Colombia, por supuesto, pero también. Votar, que fue por tantos años una aspiración, ahora es una carga o un olvido. Las razones son muchas, pero hay algo que las confunde todas: básicamente, los que eligen no elegir lo hacen porque no creen que elijan nada. Entonces se desentienden y aceptan, por un tiempo, quedar afuera, pero supongo que es inevitable que, poco a poco, empiecen a buscar formas de influir. La democracia, está visto, no les parece una.
Es el problema a mediano plazo. En el corto, el gobierno de Colombia tratará de convencer a los jefes de las Farc de que reabran una negociación en la que deberán aceptar condiciones peores que las que tenían. El fallido presidente Santos lo dijo poco después de anunciar el resultado: va a escuchar a los partidos del No para ver qué piden. Y todos saben que piden sobre todo algún castigo para los guerrilleros; ¿cómo los van a convencer de recibirlo?
“Que paguen cárcel, señor. Y que no les den platica. Yo madrugo todos los días a las 4 de la mañana para ganar 689.000 pesos —poco más de 200 dólares— y a ellos se los querían dar por no hacer nada, por delinquir, porque van a seguir delinquiendo, no se van a salir del vicio así como así”, me decía el domingo el empleado de una gasolinera en Medellín, bastión del No y de su héroe, el expresidente Álvaro Uribe. El rencor fue una razón del No; mucho más fuerte fue —como suele— el voto del miedo. ¿Cómo aceptar, así, de pronto, que el enemigo de siempre se ha vuelto uno de nosotros?
Nadie sabe qué va a pasar ahora. Los escenarios se abren en abanico, imprevisibles: nuevas negociaciones, nuevos combates, nuevos acuerdos o nuevos fracasos. Solo está claro que todos han perdido mucho tiempo; el país, entre todos. Y que, después de este domingo, hay cada vez más colombianos que no entienden a otros colombianos. Que no entienden, en realidad, qué país viven.

La democracia no funciona

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En una votación muy reñida, los colombianos rechazaron el acuerdo de paz alcanzado entre el gobierno y las Farc. CreditAriana Cubillos/Associated Press
MEDELLÍN, Colombia — “Tristeza de país”, dice una chica, el pelo largo cobre, la mirada perdida, guardando su teléfono, atajando una lágrima. “Tristeza, sí”, le contesta un hombre casi viejo, y alrededor, en esa plaza colombiana, tantos podrían decir lo mismo. Hay momentos en que muchos ciudadanos chocan contra algo que no sabían qué era y resultó ser su país. Ese descubrimiento, el horror de ese descubrimiento. Esa es la sensación que tenían, domingo por la noche, tantos colombianos.

Thursday, July 28, 2016

El Brexit muestra por qué no funciona la planificación centralizada

crystal ball

Durante meses antes del referéndum del Brexit el 23 de junio, en sectores enteros trabajaron denodadamente tratando de predecir cómo votaría el electorado de Reino Unido.
Las empresas de sondeos encuestaron barrios, hicieron llamadas telefónicas, enviaron encuestas por correo electrónico, monitorizaron sitios web y hablaron con la gente en calles abarrotadas, en el proceso de recabar multitud de datos que luego analizaron y redujeron a probabilidades a favor y en contra.



Las encuestas y predicciones se equivocaron

Los medios de comunicación de prácticamente todos los países del mundo se apoyaron en estas encuestas y en las resmas de artículos de expertos con (y sin) enorme experiencia en banca, finanzas, política y diplomacia, para pronosticar los resultados del referéndum. Obstaculizar las elecciones se convención responsabilidad de secciones completas de redacciones.
Los directores de fondos de inversión y banqueros de inversión hicieron cuentas y trataron desesperadamente de averiguar en qué sentido soplarían los vientos políticos en Reino Unido. Miles de millones (billones) de dólares estaban en el alero mientras empresas e intermediarios trataban de encontrar un punto de apoyo en medio de torbellinos de adivinación.
Una semana antes de las opciones, las casas de apuestas estaban aproximadamente 3 a 1 contra el abandono. Esas apuestas y las predicciones que suponían resultaron ser incorrectas.

La planificación centralizada se basa en predicciones adecuadas del futuro

La planificación centralizada (intento de los gobiernos de predecir el futuro y controlarlo) fracasa precisamente porque es imposible predecir el futuro. El voto por el Brexit es solo un ejemplo más de este mismo hecho básico de la existencia humana. Y aun así, al haberse ajustado por los mercados el voto del Brexit semanas recientes, los gobiernos en todas partes están prometiendo aún más intervención en los asuntos financieros y económicos de sus propios países incluso del mundo entero. El fracaso en predecir el futuro sobre el Brexit significa, a los planificadores centrales, que solo hay una solución para el caos: aún más predicciones.
En Japón, por ejemplo, funcionarios del Banco de Japón meditan rebajar aún más los tipos de interés de lo que ya lo han hecho. Después de dos décadas de adormecer los terminales nervioso sensibles del mercado libre con la anestesia de un establecimiento artificial de tipos, la economía japonesa está sumida en un profundo sopor que se está convirtiendo en sueño. Los sucesivos planes de “estímulo” solo sirven para atontar más al paciente, una lección repetida una y otra vez a lo largo de los últimos 20 años. Pero la receta, increíblemente, es mayores dosis de tranquilizante.
El Banco de Japón sorprendió a muchos cuando bajó los tipos de interés por debajo de cero el año pasado. Como era inevitable, esto no hizo sino deprimir todavía más la economía japonesa. Aun así, los funcionarios del banco de Japón están considerando reducir los tipos aún más en las próximas semanas y meses.
Como informaba el Wall Street Journal el 24 de junio:
Yuichi Kodama, economista jefe de Meiji Yasuda Life Insurance, dijo que espera que el Banco de Japón impulse un tipo clave de interés sobre algunas reservas bancarias aún más dentro del territorio negativo desde el actual -0,1%. “Solo tendrían que soltar todo lo que tienen”, aunque pueda no funcionar, dijo.
Esta respuesta se ha repetido por parte de economistas y bancos centrales en todo el mundo. “La planificación centralizada intervencionismo económico puede que no funcionen”, les oímos decir, “pero tenemos que hacer algo”.
No, no tenemos.

Los planificadores centralizados confían en una mala economía, lo que les lleva predicciones aún peores

Como demostraba Ludwig von Mises en La acción humana, no es que el intervencionismo económico y la producción centralizada puedan no funcionar, es que no pueden funcionar. ¿Por qué? Porque sencillamente no tenemos la capacidad de predecir la acción humana en el futuro, ni en un futuro inmediato, ni en un futuro más a medio plazo. Modelos, encuestas, apuestas, pronósticos, experiencia, minería de datos… todo esto resulta inútil para los acontecimientos reales. Los seres humanos actúan cada uno a su manera y por sus propias razones. Sus preferencias no pueden estar determinadas por ningún otro y las formas en las que responden a las cosas no pueden predecirse con certidumbre.
El voto del Brexit fue un sorprendente rechazo a todos los pronosticadores, pero los banqueros públicos ahora están teniendo reuniones políticas de emergencia para preparar formas de interferir en la acción humana cada vez más invasivamente. Los propios líderes de la UE, que podrían haber aprovechado esta oportunidad para reflexionar sobre por qué el pueblo de Reino Unido ansiaba tanto abandonar su compañía, planean consolidar su unión en un “superestado” leviatán masivo.
En las mentes de los intervencionistas, la cura para la interferencia del estado es siempre más intervención. La cura para la planificación centralizada es siempre más planificación. La cura para los déficits presupuestarios es más gasto. La cura para la inflación y la manipulación de la divisa es imprimir más dinero. La forma de salir un agujero profundo es aumentar el ritmo de cavado.
Después de la sacudida del Brexit, lo único que sí parece cierto acerca del futuro es que los planificadores centralizados realmente no aprenderán nunca.

El Brexit muestra por qué no funciona la planificación centralizada

crystal ball

Durante meses antes del referéndum del Brexit el 23 de junio, en sectores enteros trabajaron denodadamente tratando de predecir cómo votaría el electorado de Reino Unido.
Las empresas de sondeos encuestaron barrios, hicieron llamadas telefónicas, enviaron encuestas por correo electrónico, monitorizaron sitios web y hablaron con la gente en calles abarrotadas, en el proceso de recabar multitud de datos que luego analizaron y redujeron a probabilidades a favor y en contra.