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Wednesday, June 22, 2016

Milton Friedman en Chile y China

José Piñera dice de las visitas de Milton Friedman a Chile y a China "la participación activa en un mundo inevitablemente imperfecto, si está basada en sólidos principios liberales, no sólo no es reprobable sino que es un acto de coraje moral y una de las formas más eficientes de crear un mundo mejor".

José Piñera fue el ministro del Trabajo y Previsión Social de Chile responsable de la reforma radical del sistema de pensiones en 1980 (www.josepinera.com), es co-presidente del Proyecto para la Privatización de la Seguridad Social del Cato Institute, y presidente del International Center for Pension Reform.
Esta fue la exposición de Piñera en la conferencia en honor a Milton Friedman, organizada por el Manhattan Institute y el Wall Street Journal el 29 de enero de 2007 en el University Club de Nueva York.

Cuando era un estudiante universitario en Santiago en la década de los 60, leí Capitalismo y libertad de Milton Friedman. Ese libro cambió mi vida. También ayudó a cambiar a mi país y al mundo.
Recuerdo haberle contado esto a Milton Friedman cuando viajábamos juntos en una enorme limusina blanca por la “Highway 101”, que conecta San Francisco con Silicon Valley. Resulta que Scott Cook, fundador y CEO de Intuit, me escuchó exponer, en 1997 en el Foro Económico Mundial en Davos, acerca de la creación en Chile de un sistema privado de pensiones basado en la capitalización individual. Al finalizar la charla se me acercó y me invitó a Palo Alto para que compartiera la experiencia de esta reforma, que él creía muy necesaria para EE.UU., con un centenar de sus amigos y colegas emprendedores en el mundo de la alta tecnología.



Ed Crane, presidente del Cato Institute, le preguntó a Friedman si, desde su departamento en San Francisco, vendría con nosotros para presentarme en el evento y éste aceptó de inmediato. Durante el viaje de cerca de una hora, conversamos acerca de lo que estaba pasando en el mundo y Friedman me preguntó con gran interés acerca de los avances de la revolución de libre mercado en Chile. Era imposible no sorprenderse por la generosidad y total ausencia de cualquier pretensión de este gran hombre, y desde ya por su incesante curiosidad y compromiso con la verdad.
Cuando ustedes me invitaron a realizar hoy una breve reflexión sobre la influencia de Friedman en el mundo, inicialmente pensé en guiarlos en un tour alrededor de los muchos países que Friedman visitó o en los cuales sus ideas tuvieron un impacto especial. Hubiese sido un tour largo. Porque su influencia fue global incluso antes de que la globalización se volviera una realidad. Pero después preferí centrarme en la influencia y la polémica que generaron sus visitas a dos países emblemáticos: Chile, que por cierto conozco bien, y China, que he visitado varias veces con mis colegas del Cato Institute.
Como Friedman recuerda en sus memorias, por décadas fue atacado a través de una campaña organizada por sectores de izquierda que intentaban demonizarlo por su visita a Chile en 1975. Otros también cuestionaban, aunque de manera más privada, sus frecuentes visitas a la China comunista. Veamos los hechos y si esas visitas y acciones promovieron o retardaron la libertad, pues ese debe ser el criterio principal para evaluarlas.
El camino de Chile hacia la libertad económica y política
Es un hecho que la revolución global de libre mercado, empezó en Chile en 1975. Desde ya lo reconocen, desde posturas en las antípodas, tanto el historiador Niall Ferguson como la activista Naomi Klein.
Después de Chile, siguió Thatcher en 1979 y Reagan en 1981. En la década de los 80 comenzó a expandirse por Latinoamérica, con considerables avances en países como México, Colombia y Perú. Con la caída del Muro de Berlín en 1989, el colapso de la Unión Soviética, y la transformación de China liderada por Deng Xiaoping, las ideas de libre mercado empezaron a esparcirse alrededor de todo el mundo. Todo esto es recordado de manera vívida en las memorias de Milton y su esposa Rose, Two Lucky People, y lo reafirman con frecuencia las luminosas páginas editoriales del Wall Street Journal.
Las semillas de la revolución libertaria chilena se plantaron en Chile a partir de 1956 mediante el llamado “Proyecto Chile”, un programa educativo de intercambio realizado en conjunto entre la Universidad de Chicago y la Universidad Católica de Chile. Las ideas de Milton Friedman, Theodore Schultz, George Stigler, entre tantos otros, llegaron así con enorme fuerza a Chile.
Veinte años después, en abril de 1975, cuando Chile se enfrentaba a la crisis más severa de su historia, un equipo de economistas liberales clásicos llevó a cabo una “amigable toma de control” de la política económica del gobierno militar que en 1973 había rescatado a Chile de convertirse en una dictadura comunista. Nos llamaron los “Chicago Boys”, porque casi todos habíamos estudiado en la escuela de Economía de la Universidad Católica, a esas alturas casi una “subsidiaria” intelectual de la Universidad de Chicago.
A fines de abril de 1975, Friedman, invitado por empresarios, visitó Chile para dar conferencias y exponer sus ideas. Entre muchas otras actividades, se reunió con el Presidente Pinochet para explicarle sus ideas económicas y por supuesto lo hizo de la manera fiel a sus principios que era tan característica de él. Todo ello quedó reflejado en una notable carta que le escribió al Presidente una vez que regresó a Chicago y que está reproducida en sus memorias.
El resultado del programa chileno de coherentes y profundas reformas de libre mercado fue elevar la tasa de crecimiento histórico del PIB per cápita, que había sido de sólo 0,9 por ciento anual entre 1810 y 1983, a un impresionante promedio de 4,3 por ciento anual sostenido a lo largo de los últimos 20 años. Como el economista Álvaro Donoso ha calculado, esto significa que “nuestros nietos serán ocho veces más ricos que lo que nosotros somos hoy”. La pobreza cayó desde aproximadamente un 45% a 15% de la población, liberando así de la miseria a millones de chilenos.
Luego de estos dos proezas —“la amigable toma de control” y luego el crecimiento y la prosperidad— logramos algo que parecía casi imposible: la restauración pacífica de las instituciones democráticas que había quebrado el gobierno del Presidente Allende.
Hubo cuatro pasos cruciales en nuestra proceso de transición hacia la democracia:
  1. El modelo económico. El sistema económico de libre mercado abrió el país a la economía global, expandió el dominio de la libertad individual a múltiples campos, y descentralizó el poder económico y social como nunca antes. Al hacerlo, creó una amplia clase media de propietarios que hicieron posible una transición gradual, pacífica y constitucional hacia la democracia.
  2. La democracia laboral. El primer paso efectivo hacia una democracia se dio en 1979 cuando el “Plan Laboral” permitió a los trabajadores asociarse libremente en los sindicatos que desearan, elegir con plena libertad a sus líderes, y ejercer sus derechos a la negociación colectiva y huelga en el marco de una economía de mercado. En esos días, un ministro del ex presidente demócrata cristiano Eduardo Frei denominó a este proceso “un ensayo para el retorno a la democracia y un gran acto de coraje. Se ha creado una democracia laboral completa en un país que todavía está en un estado de emergencia política” (William Thayer, Revista Qué Pasa, 24 de julio de 1980).
  3. Una nueva Constitución. Los economistas de libre mercado fueron miembros esenciales del equipo de civiles que logró la aprobación de la Constitución de Chile de 1980 y tres de nosotros firmamos ese documento fundacional. La nueva Constitución introdujo una completa declaración de derechos individuales y un itinerario preciso para el retorno a la democracia —una cronología que fue respetada de manera estricta y que culminó en las elecciones libres de 1989.
  4. Las instituciones de libertad. Fareed Zakaria, en su libro El futuro de la libertad, argumenta que las naciones deberían crear ciertas “instituciones de libertad” antes de convocar a elecciones libres. Sin ellas, el resultado es una “democracia iliberal”, como aquellas que han manchado la historia de América Latina. Durante el periodo de transición de Chile (1981-1990), los economistas de libre mercado lograron, entre muchos otros avances, la facultad de crear universidades privadas, la inauguración de un banco central independiente, la apertura a la televisión privada, y la Ley Constitucional Minera que consolidó el derecho de propiedad en Chile.
Como resultado de todos estos avances, Chile es hoy el país no desarrollado mejor posicionado en los índices de libertad económica del mundo, incluyendo la posición No. 11 en el índice publicado por la Fundación Heritage y el Wall Street Journal.
El camino de China hacia la libertad económica
Milton Friedman visitó China tres veces —en 1980, 1988 y 1993. Su visita de 1988 incluyó una larga reunión con Zhao Ziyang, un reformador clave y en ese entonces Secretario General del Partido Comunista.
Durante su visita en 1980, Friedman viajó alrededor de China e hizo muchas presentaciones. Su principal idea era sencilla aunque poderosa: para desarrollarse integralmente, China necesita establecer mercados reales, no falsos. Lo que China necesita, decía Friedman, son “mercado privados libres” y eso significa la existencia de derechos de propiedad privada que sean ejecutables.
Friedman repitió ese mensaje en 1988 cuando participó en una conferencia conjunta organizada por el Cato Institute y la Universidad Fudan en Shanghái. Durante su visita recibió un doctorado honorario de dicha universidad. En la conferencia, Friedman cautivó al público, en el que se encontraban muchos liberales jóvenes. De hecho, Ed Crane recuerda cómo los estudiantes y la prensa lo acosaron como si fuese una estrella de rock, llenándolo de preguntas incesantes.
En su presentación de Shanghái, titulada “Usando al mercado para el desarrollo social” (en inglés), luego publicada en el Cato Journal, Friedman dijo: “La paz y la prosperidad, ampliamente difundidas, son los resultados finales del uso a nivel mundial de la cooperación voluntaria como el principal medio para organizar la actividad económica”.
Él enfatizó la misma idea en Pekín durante sus conversaciones con Zhao el 19 de septiembre de 1988, luego de la conferencia de Cato y la Universidad Fudan. Friedman no sospechaba que en menos de un año, Zhao sería removido debido a su simpatía por la causa de los estudiantes en la Plaza de Tiananmen, y colocado en arresto domiciliario durante el resto de su vida. Fue notable que Zhao haya estado dispuesto a reunirse con el principal partidario en el mundo del modelo de libre mercado para así mostrar su respaldo al proceso de reformas.
Lamentablemente, China continúa siendo clasificada como un “país no libre” por Freedom House y, de hecho, uno de los retos más grandes en el futuro es la transición hacia un Estado de Derecho y una democracia en el país más poblado del mundo.
Milton Friedman vio esto claramente y en una entrevista recientemente publicada afirmó que “China ha mantenido el colectivismo político y humano mientras que se libera gradualmente el mercado. Hasta ahora esto ha sido exitoso pero se dirige hacia una colisión, dado que la libertad económica y el colectivismo político no son compatibles” (The Wall Street Journal, 22 de enero de 2007).
Participar con principios en un mundo imperfecto
De todos estos hechos, podemos llegar a una conclusión: la participación activa en un mundo inevitablemente imperfecto, si está basada en sólidos principios liberales, no sólo no es reprobable sino que es un acto de coraje moral y una de las formas más eficientes de crear un mundo mejor.
Aquellos que proponen que los economistas deberían compartir sus ideas y experiencias únicamente en aulas académicas, cantones suizos u otras plataformas así de tranquilas y casi perfectas, ejercen una opción legítima, pero se excluyen de la apasionante y fructífera tarea de marcar una diferencia directa y contundente en las vidas de los pobres y de los que no son libres.
Pensando acerca de las contribuciones de Milton Friedman, se me viene a la mente la observación de F.A. Hayek, realizada en La Constitución de la libertad, acerca del rol del filósofo político: “Si la política es el arte de lo posible, la filosofía política es el arte de hacer políticamente posible lo que parece ser imposible…..A menos que el filósofo político esté preparado para defender los valores que considera correctos, nunca logrará ese boceto integral que luego debe ser juzgado en su totalidad”.
Milton Friedman fue mucho más que un gran economista. También fue, en cierta forma, un filósofo político que jugó un papel central y protagónico en delinear “ese boceto integral” que es el mapa hacia la libertad humana.
Y esto define nuestra tarea actual, nuestra tarea de siempre, como hombres y mujeres luchando por un mundo mejor.

Milton Friedman en Chile y China

José Piñera dice de las visitas de Milton Friedman a Chile y a China "la participación activa en un mundo inevitablemente imperfecto, si está basada en sólidos principios liberales, no sólo no es reprobable sino que es un acto de coraje moral y una de las formas más eficientes de crear un mundo mejor".

José Piñera fue el ministro del Trabajo y Previsión Social de Chile responsable de la reforma radical del sistema de pensiones en 1980 (www.josepinera.com), es co-presidente del Proyecto para la Privatización de la Seguridad Social del Cato Institute, y presidente del International Center for Pension Reform.
Esta fue la exposición de Piñera en la conferencia en honor a Milton Friedman, organizada por el Manhattan Institute y el Wall Street Journal el 29 de enero de 2007 en el University Club de Nueva York.

Cuando era un estudiante universitario en Santiago en la década de los 60, leí Capitalismo y libertad de Milton Friedman. Ese libro cambió mi vida. También ayudó a cambiar a mi país y al mundo.
Recuerdo haberle contado esto a Milton Friedman cuando viajábamos juntos en una enorme limusina blanca por la “Highway 101”, que conecta San Francisco con Silicon Valley. Resulta que Scott Cook, fundador y CEO de Intuit, me escuchó exponer, en 1997 en el Foro Económico Mundial en Davos, acerca de la creación en Chile de un sistema privado de pensiones basado en la capitalización individual. Al finalizar la charla se me acercó y me invitó a Palo Alto para que compartiera la experiencia de esta reforma, que él creía muy necesaria para EE.UU., con un centenar de sus amigos y colegas emprendedores en el mundo de la alta tecnología.


Thursday, June 16, 2016

Prohibir las puertas giratorias

Juan Ramón Rallo dice que la manera efectiva de combatir las "puertas giratorias" no es prohibiéndolas sino más bien restándole competencias a los políticos.

Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
Una de las propuestas estrella contra la corrupción del candidato de Unidos Podemos, Pablo Iglesias, es la de prohibir las puertas giratorias: a saber, impedir que ningún alto cargo del gobierno pueda —una vez concluya su actividad política— integrar el consejo de administración de una empresa que se halló bajo su potestad regulatoria.
Ciertamente, las puertas giratorias son un caso de corrupción en diferido: las empresas, en lugar de pagar mordidas al contado para que los gobernantes aprueben normas a su medida, les prometen un cómodo y buen remunerado puesto en sus consejos de administración. “Se privilegia hoy a ciertas empresas, se cobra mañana de las empresas por haberlas privilegiado”.



Los costes derivados de tal relación amorosa entre políticos y corporaciones no son en absoluto despreciables: un reciente estudio de los economistas García-Santana y Pijoan-Mas han descubierto que buena parte del deterioro de la productividad de la economía española durante los últimos quince años se ha debido a esas infames relaciones clientelares entre las empresas y el Estado, hasta el punto de que nuestro PIB es —como poco— un 4% inferior del que podría haber sido en ausencia de tales élites extractivas. Por consiguiente, sí, las puertas giratorias —y todo el corporativismo parasitario que se construye a su alrededor— son un problema muy importante que debe ser atajado lo antes posible.
Sin embargo, la solución planteada por Iglesias a la lacra de las puertas giratorias dista de ser la adecuada: no resuelve el problema de fondo y, mucho peor, genera otros problemas acaso más importantes.
En cuanto a la inutilidad de la prohibición, conviene tener presente que las formas de burlar semejante restricción son abundantísimas: desde contratar a familiares para los consejos de administración al establecimiento de relaciones comerciales entre empresas pantalla (por ejemplo, un político crea una empresa que “vende” informes de consultoría a la corporación que ha privilegiado durante su etapa de gobierno o, todavía más indirectamente, a una sociedad participada por la corporación privilegiada). La única manera de que la prohibición fuera realmente efectiva sería inhabilitar a un ex político y a todo su entorno a desarrollar cualquier actividad profesional en el sector privado: algo que desincentivaría la entrada en política de cualquier persona mínimamente cualificada.
Y esto nos conduce al segundo gran problema de prohibir las puertas giratorias: imponer costes artificiales a ciudadanos bien formados que no quieren convertir la política en su única profesión vital. No todo político que, a su salida del cargo, pasa a integrar la plantilla de una empresa tiene que hacerlo debido a haberle concedido favores regulatorios. Algunos de ellos pueden, simplemente, regresar al mismo sector privado del que procedían antes de participar durante algunos años en política. Prohibir las puertas giratorias conduciría, en última instancia, a que sólo pudieran dedicarse a la política los empleados públicos: ésa puerta giratoria —del gobierno a la administración y de la administración al gobierno— es de hecho la única que nadie plantea restringir pese a ser la más extendida de todas (todo el gobierno del PP son registradores de la propiedad, abogados del Estado o técnicos comerciales del Estado; mientras que la plana mayor de Podemos son ex profesores de universidad).
Entonces, ¿cuál es la solución a la lacra de las puertas giratorias? Vaciarlas de contenido. Si una gran empresa soborna a un político es porque éste posee un enorme poder para otorgarle privilegios a través del Boletín Oficial del Estado (BOE). Si, en cambio, nuestros mandatarios fueran despojados de esa potestad, perderían todo su atractivo para cualquier empresa. ¿Por qué no hay ex dirigentes del Partido Animalista, de la Falange o del Partido Carlista en los Consejos de Administración de las grandes compañías? Porque carecen de poder para entregarles prebendas o para asignarles castigos. Ese poder que, por el contrario, sí poseen los partidos gobernantes es el que debemos suprimir: si los políticos se quedan sin competencias para entrometerse en la vida de los españoles —sin competencias para repartir subvenciones, asignar inflados contratos públicos, otorgar licencias, regular las condiciones de prestación de servicios privados, etc.—, perderán todo su valor para las empresas. En cambio, si retienen tales competencias, seguirán siendo valiosos y terminarán encontrando mecanismos para monetizar ese valor.
Sí, acabemos con las puertas giratorias: no prohibiéndolas —medida totalmente ineficaz para ello— sino erradicando con los incentivos perversos que las motivan.

Prohibir las puertas giratorias

Juan Ramón Rallo dice que la manera efectiva de combatir las "puertas giratorias" no es prohibiéndolas sino más bien restándole competencias a los políticos.

Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
Una de las propuestas estrella contra la corrupción del candidato de Unidos Podemos, Pablo Iglesias, es la de prohibir las puertas giratorias: a saber, impedir que ningún alto cargo del gobierno pueda —una vez concluya su actividad política— integrar el consejo de administración de una empresa que se halló bajo su potestad regulatoria.
Ciertamente, las puertas giratorias son un caso de corrupción en diferido: las empresas, en lugar de pagar mordidas al contado para que los gobernantes aprueben normas a su medida, les prometen un cómodo y buen remunerado puesto en sus consejos de administración. “Se privilegia hoy a ciertas empresas, se cobra mañana de las empresas por haberlas privilegiado”.


Wednesday, June 15, 2016

¿Democracia intolerante o liberalismo no democrático?

Yascha Mounk is a lecturer in political theory at Harvard University, a fellow at New America, and the author of Stranger in my Own Country: A Jewish Family in Modern Germany.
CAMBRIDGE – ¿Cómo llegamos a esto? En unos cuantos meses, el que Donald Trump llegue la Presidencia de Estados Unidos ha pasado de ser una especulación ridícula a una posibilidad terrorífica. ¿Cómo un hombre con tan poca experiencia política y un desprecio tan evidente por los hechos podría acercarse tanto a ocupar la Casa Blanca?
En un ensayo muy debatido, Andrew Sullivan argumentó hace poco que cabe culpar el ascenso de Trump a un “exceso de democracia”. Según él, el antiintelectualismo de la extrema derecha y el antielitismo de la extrema izquierda han empujado a los costados al establishment político. Al mismo tiempo, la Internet ha servido de amplificador de la influencia de los enfadados y los ignorantes. Hoy en política no importan la sustancia ni la ideología, sino la disposición a dar voz a las quejas más desagradables de la gente, habilidad en la que Trump sin duda destaca.


En una incisiva respuesta, Michael Lind argumenta que Sullivan ve el asunto al revés: el verdadero culpable es “la falta de democracia”, señalando que a Trump le ha ido mejor entre los votantes que creen que “la gente como yo no tiene paño que cortar”.
Y existe una razón por la que cada vez más votantes se sienten así. Hoy los tecnócratas toman algunas de las decisiones políticas más importantes. Incluso en aquellas áreas donde todavía los representantes electos toman las decisiones, raramente reflejan las preferencias de los ciudadanos.
A primera vista, las explicaciones que ofrecen Sullivan y Lind parecen mutuamente contradictorias, pero debemos reconocer que son complementarias si queremos entender la creciente crisis de la democracia liberal, que además ha reforzado a los populistas de extrema derecha en toda Europa.
Dos componentes centrales definen a los sistemas políticos de América del Norte y Europa Occidental. Son liberales porque apuntan a garantizar los derechos de las personas individuales, incluidos los de las minorías marginadas. Y son democráticos porque se supone que sus instituciones traducen las opiniones del pueblo en cuanto a políticas públicas.
Sin embargo, en las últimas décadas, a medida que se han estancado los estándares de vida de los ciudadanos comunes y corrientes y aumenta la rabia contra la institucionalidad política, estos dos componentes fundamentales de la política occidental han entrado en conflicto. Como resultado, la democracia liberal se está bifurcando, dando origen a dos nuevas formas: la “democracia intolerante”, o democracia sin derechos, y el “liberalismo no democrático”, o derechos sin democracia.
En cada vez más países hay grandes áreas políticas que han quedado al margen de la competencia democrática. Los bancos centrales toman las decisiones macroeconómicas. Las políticas comerciales se consagran en acuerdos internacionales a los que se llega mediante negociaciones secretas realizadas dentro de instituciones lejanas. Muchas controversias sobre problemas sociales se deciden en tribunales constitucionales. En los escasos ámbitos, como el tributario, en que los representantes electos conservan cierta autonomía formal, las presiones de la globalización han atenuado las diferencias ideológicas entre los partidos de centroizquierda y centroderecha.
En consecuencia, poco debería sorprender el que los ciudadanos de ambos lados del Atlántico sientan que ya no son los dueños de su destino político. Para todos los efectos, viven en un régimen liberal pero no democrático, un sistema que respeta la mayor parte de sus derechos pero hace caso omiso una y otra vez de sus preferencias políticas.
Los votantes, sintiéndose abandonados por un sistema político que no les da respuesta, se dirigen en masa a los populistas que dicen encarnar la verdadera voz del pueblo. Igual que Trump, prometen hacer a un lado los obstáculos institucionales (los medios de comunicación críticos, los tribunales independientes o instituciones internacionales como la UE o la Organización Mundial de Comercio) que se interponen a la voluntad colectiva. Pero su retórica envenenada debería dejar pocas dudas sobre sus verdaderas metas: restringir los derechos individuales, en especial los de los colectivos (como los mexicanos, los musulmanes o los periodistas que sacan trapos sucios al sol) que tan eficazmente sirven de chivos expiatorios en sus discursos.
En los últimos años, el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, ha demostrado con qué facilidad un país puede caer en la democracia iliberal. Y desde el año pasado el nuevo gobierno polaco ha intentado imitar la experiencia de Orbán. Si Marine Le Pen gana la presidencia francesa el año próximo, puede que la democracia intolerante llegue al centro de Europa Occidental.
Al igual que el de los populistas de derechas en Europa, el ascenso de Trump ejemplifica la dinámica política clave de nuestra época: el espectro del exceso de democracia que Sullivan teme ha surgido de décadas de su carencia. A medida que las élites políticas se alejan de las preferencias de los votantes, han ido creando un amplio margen para los llamamientos (con frecuencia primitivos y profundamente chauvinistas) a la unidad comunal y la autodefensa popular.
Todavía queda alguna esperanza de poder evitar la desintegración de nuestros sistemas políticos en una democracia intolerante o un liberalismo no democrático. Tal vez la principal prioridad de corto plazo sea poner en práctica políticas económicas que apunten a elevar los estándares de vida de los ciudadanos comunes y corrientes, suavizando con ello la rabia generalizada hacia el sistema político.
Pero también sería sensato probar nuevas formas de participación política. En los últimos años ha habido experiencias de presupuestos participativos, encuestas de opinión deliberativas e incluso formas de “democracia líquida”, que permite a los ciudadanos escoger si votar en un tema o delegar su voto. Ninguna de ellas es la solución mágica, pero cada una ayuda a señalar el camino hacia instituciones que equilibran mejor que las formas actuales los derechos individuales y el mandato popular.
Es improbable que la democracia liberal sobreviva si estas medidas terminan siendo insuficientes o tardías, o si el sistema político se asusta tanto con los populistas que entregue a los tecnócratas un control todavía mayor de las políticas públicas. En tal caso, puede que nos veamos ante el equivalente político de la decisión de Sophie: sacrificar nuestros derechos para salvar la democracia o abandonar la democracia para preservar nuestros derechos

¿Democracia intolerante o liberalismo no democrático?

Yascha Mounk is a lecturer in political theory at Harvard University, a fellow at New America, and the author of Stranger in my Own Country: A Jewish Family in Modern Germany.
CAMBRIDGE – ¿Cómo llegamos a esto? En unos cuantos meses, el que Donald Trump llegue la Presidencia de Estados Unidos ha pasado de ser una especulación ridícula a una posibilidad terrorífica. ¿Cómo un hombre con tan poca experiencia política y un desprecio tan evidente por los hechos podría acercarse tanto a ocupar la Casa Blanca?
En un ensayo muy debatido, Andrew Sullivan argumentó hace poco que cabe culpar el ascenso de Trump a un “exceso de democracia”. Según él, el antiintelectualismo de la extrema derecha y el antielitismo de la extrema izquierda han empujado a los costados al establishment político. Al mismo tiempo, la Internet ha servido de amplificador de la influencia de los enfadados y los ignorantes. Hoy en política no importan la sustancia ni la ideología, sino la disposición a dar voz a las quejas más desagradables de la gente, habilidad en la que Trump sin duda destaca.