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Monday, October 24, 2016

La guerra nuestra de cada día

La guerra nuestra de cada día

Por Carlos Alberto Montaner
Digámoslo rápido. El enfrentamiento actual que divide a medio planeta, y especialmente a los latinoamericanos, es entre el neopopulismo o democracia autoritaria contra la democracia liberal.
En la esquina neopopulista del ring comparecen, a la izquierda, el estatismo, el clientelismo, la Teología de la Liberación, Marx, Eduardo Galeano, Che Guevara, Ernesto Laclau, Hugo Chávez, Evo Morales, Fidel Castro, “todos revolcaos”, más el caudillismo, el gasto público intenso y un tenso etcétera con el puño cerrado.
En la esquina liberal se encuentran Hayek y Mises, la responsabilidad individual, la empresa privada, el estado de derecho, Adam Smith, los Tigres de Asia, la exitosa reforma chilena, Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Mario Vargas Llosa, el estado pequeño, Carlos Rangel, Sebastián Piñera, Mauricio Macri y todo lo que cuelga.
Este eje de confrontación es relativamente nuevo.


El siglo XIX fue el de liberales a la antigua usanza contra conservadores, también de viejo cuño. El XX vio, primero, la batalla entre las supuestas virtudes de la hispanidad frente a los defectos de los anglosajones (el Ariel de Rodó). La revolución mexicana de 1910 se cocinó en esa salsa antiimperialista.
A lo que siguió la aparición del marxismo y del fascismo, primos hermanos que acabaron pareciéndose mucho. Los años veinte fueron los del psiquiatra argentino José Ingenieros, con alma y paraguas rojos, y los de José Carlos Mariátegui y sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana.
Poco después, en la Italia de Mussolini un joven militar argentino observaba con admiración la experiencia fascista. Se llamaba Juan Domingo Perón y a su regreso a Buenos Aires puso en marcha su “Tercera vía”. Ni comunismo, ni capitalismo: justicialismo. O sea, peronismo puro y duro. Era la expresión criolla del fascismo.
Tras la Segunda Guerra, inmediatamente vino la Guerra Fría. Antes y durante, América Latina se llenó de espadones santificados por Washington. El eje de confrontación pasaba entonces por los cuarteles contra los comunistas, o todo lo que oliera a ellos.
En esos años cuarenta se abrió paso otra fuerza: la izquierda democrática. Comenzaron a triunfar en Guatemala (Juan José Arévalo), Costa Rica (José Figueres), Cuba (Carlos Prío), Venezuela (Rómulo Betancourt), y Puerto Rico (Luis Muñoz Marín). Eran demócratas anticomunistas que procedían de la izquierda. Luchaban contra el militarismo desde posiciones anticomunistas.
Constituían, además, una dulce variante vegetariana del populismo. Creían en el estado benefactor, paternalista, y no rechazaban las medidas estatistas. En el campo económico reinaba su majestad Lord Maynard Keynes y los políticos utilizaban el presupuesto nacional y el gasto público para impulsar la economía. Maravilloso. Estaban intelectualmente legitimados para dilapidar fortunas. Simultáneamente, distribuían las rentas y ejecutaban reformas agrarias que casi nunca lograron sus objetivos.
En 1959 volvió a cambiar el signo de la lucha. Fidel y Raúl Castro, junto al Che Guevara, con la inocente ayuda de otros grupos democráticos, derrocaron la dictablanda militar de Batista, con el objeto de establecer una dictadura comunista calcada del modelo soviético. Se proponían, fundamentalmente, destruir los gobiernos de la izquierda democrática, definiendo al adversario por sus relaciones con Estados Unidos y con la propiedad.
Si eran pronorteamericanos y promercado, aunque fueran de izquierda y respetaran las libertades, eran enemigos. Cuba atacó a Uruguay, Venezuela, Perú, Panamá, a todo lo que se moviera o respirara. También, claro, a los viejos dictadores militares como Somoza, Trujillo o Stroessner, pero no por tiranos, sino por proamericanos y procapitalistas. La isla era “un nido de ametralladoras en movimiento”. Estados Unidos se sumó a la guerra y desembarcó marines en República Dominicana para, decían, “evitar otra Cuba”.
Con Allende en 1970 se inició el peligroso juego de la democracia autoritaria y terminó a tiros tres años más tarde. Pinochet, que era un hombre de Allende, acabó bombardeándolo. Sin embargo, como el general no sabía una palabra de economía, les entregó esas actividades misteriosas a unos jóvenes chilenos graduados de las Universidades de Chicago y de Harvard. Pronto comenzaron a darle la vuelta a la situación.
Era la primera vez que en América Latina se oyó hablar de Friedrich Hayek (Premio Nobel en 1974), o de Milton Friedman (1976). A mediados de los años ochenta era evidente que el populismo había hundido a América Latina en un charco de corrupción, inflación y gasto público irrefrenable. Se habló entonces de la “década perdida”.
Surgió así el primer ciclo liberal de América Latina. Todos procedían de otra cantera ideológica, pero eran personas flexibles e inteligentes. Entre otros, incluía al boliviano Víctor Paz Estenssoro, que regresaba al poder en 1985 a enmendar los desaguisados de 1952; a Oscar Arias, Carlos Menem, Carlos Salinas de Gortari, César Gaviria y Luis Alberto Lacalle.
Más que las convicciones liberales los movía la certeza del fracaso populista. Desgraciadamente, las acusaciones de corrupción contra Salinas y Menem, más el aumento desmedido del gasto público en Argentina, desacreditaron aquella reforma liberal y los enemigos comenzaron a atacar “la larga noche neoliberal”.
En 1999, finalmente, comenzó a gobernar Hugo Chávez y se inició otra fase de democracia autoritaria. Ésta que ahora llega a su fin y le da paso al nuevo ciclo de la democracia liberal. Esperemos que dure.

La guerra nuestra de cada día

La guerra nuestra de cada día

Por Carlos Alberto Montaner
Digámoslo rápido. El enfrentamiento actual que divide a medio planeta, y especialmente a los latinoamericanos, es entre el neopopulismo o democracia autoritaria contra la democracia liberal.
En la esquina neopopulista del ring comparecen, a la izquierda, el estatismo, el clientelismo, la Teología de la Liberación, Marx, Eduardo Galeano, Che Guevara, Ernesto Laclau, Hugo Chávez, Evo Morales, Fidel Castro, “todos revolcaos”, más el caudillismo, el gasto público intenso y un tenso etcétera con el puño cerrado.
En la esquina liberal se encuentran Hayek y Mises, la responsabilidad individual, la empresa privada, el estado de derecho, Adam Smith, los Tigres de Asia, la exitosa reforma chilena, Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Mario Vargas Llosa, el estado pequeño, Carlos Rangel, Sebastián Piñera, Mauricio Macri y todo lo que cuelga.
Este eje de confrontación es relativamente nuevo.

Sunday, July 24, 2016

Irak: el infierno intervencionista

45457293.cached
Cuando el vicepresidente Joseph Biden viajó a Irak hace unos días, lo hizo, como siempre, bajo un manto de secreto. Se les pidió a los medios de comunicación mainstream que mantuviesen el viaje en secreto, y estos cumplieron diligentemente. Biden se negó a pasar la noche en Irak, permaneciendo sólo 10 horas antes de viajar rápidamente a Italia, donde presumiblemente durmió sano y salvo.
¿Por qué tanto secreto? ¿Por qué no se quedó Biden en Bagdad unos días, caminó por las calles, hizo algunas compras, visitó a la gente, y recorrió el país? Después de todo, ¿acaso no es este el país que invadió el gobierno de Estados Unidos y cuyo régimen cambió bajo la rúbrica militar “Operación Libertad Iraquí”?¿ No es este el país que el Ejército de Estados Unidos y la CIA ocuparon durante más de 10 años, matando a la gente con impunidad y destruyendo hogares, edificios e infraestructura en el proceso, todo ello con el objetivo de producir un escaparate para el intervencionismo que presentar al mundo?



Oh, no nos olvidemos del régimen que instalaron. Después de todo, no lo olvidemos, esto era, de hecho, una operación de cambio de régimen, cuyo propósito era retirar a Saddam Hussein del poder (que había sido socio y aliado del gobierno de Estados Unidos durante la década de 1980) e instalar y establecer un gobierno que sería, así, más favorable a los EE.UU. y, por lo tanto, más “libre”. Y después de todo, la estructura del nuevo gobierno fue modelada tomando como base al gobierno de Estados Unidos – es decir, una estructura basada en un todopoderoso establishment de seguridad nacional, incluyendo una enorme fuerza militar y de inteligencia con el poder omnipotente de atrapar a la gente, torturarla y matarla.
¿El propósito del viaje de Biden? Ofrecer apoyo al régimen asediado del primer ministro iraquí, Haider al-Abadi, cuyo gobierno está atormentado por la corrupción política. De hecho, la corrupción es tan profunda que este fin de semana cientos de manifestantes iraquíes irrumpieron en la famosa “Zona Verde” de Bagdad para protestar contra la corrupción. Esa es la la zona amurallada que el gobierno de Estados Unidos construyó como parte de la “Operación Libertad Iraquí.” Fue la primera vez que muchos de los manifestantes habían estado dentro de la Zona Verde.
Hoy mismo, un coche bomba explotó en Bagdad, matando a 18 e hiriendo a por lo menos 28 personas. Fue un coche bomba diferente al que explotó el sábado en Bagdad, que mató a 21 personas e hirió a otras 42. Los dos eran diferentes del coche bomba que explotó en Bagdad el 25 de abril, en el que murieron al menos 11 personas y 39 resultasen heridas.
No es de extrañar Biden se introduzca en Irak y no se atreva a pasar la noche allí, y mucho menos a caminar por las calles, hacer algunas compras, visitar a la gente, y recorrer los lugares. De hecho, ¿te has dado cuenta de que ni un solo neocón estadounidense ha llevado alguna vez a su familia de vacaciones a Irak desde que el Pentágono la invadió hace 13 años? ¿Has notado que los congresistas no incluyen a Irak en su lista de pequeños y agradables lugares a los que ir de excursión?
¿Qué mejor prueba de la filosofía de intervencionismo extranjero que Irak? Esta era su oportunidad – la gran oportunidad del Pentágono, la CIA, de todo el establishment de seguridad nacional, del movimiento neocón y del movimiento intervencionista para demostrar lo que podían hacer si se les daba carta blanca para actuar en un país, un país que nunca había atacado a Estados Unidos, ni siquiera amenazado con hacerlo.
Todo lo que había que hacer era matar a unos cuantos cientos de miles de personas, encarcelar y torturar a decenas de miles de personas, reeducar a los millones de personas que pudieran sobrevivir al ataque y dar nacimiento a un nuevo gobierno – uno que podría ser un poco brutal, corrupto y tiránico pero al menos sería favorable a EE.UU.
Irak iba a ser el escaparate para el intervencionismo extranjero. Iba a ser su modelo.
Por desgracia, todo lo que han hecho ha sido producir un agujero infernal gigante de muerte, destrucción, miseria, sufrimiento, privaciones, violencia, crisis, guerra civil y pérdida de la libertad. Todo lo que tienen que mostrar de su gran experimento intervencionista son cientos de miles de cadáveres, decenas de miles de personas que han sido detenidas y torturadas, una sociedad empobrecida, y un gobierno deshonesto, corrupto y tiránico, por no hablar de una nueva organización originada por el intervencionismo en Oriente Medio: el ISIS, también conocido como ISIL, también conocido como el Estado Islámico.
La intervención en Irak es una prueba positiva de que Dios ha creado un universo coherente, en el que los medios malos engendran finales malos. ¿Cómo puede un estadounidense con buen juicio ser intervencionista? ¿Cómo puede alguien al que le preocupan los principios morales ser un intervencionista? ¿Cómo puede un cristiano ser un intervencionista? ¿Qué le dirá a Dios? ¿Que tenía buenas intenciones cuando apoyó la violencia, la muerte, el sufrimiento y la corrupción que vienen con el intervencionismo?
Sólo hay una cosa que el gobierno de Estados Unidos debe hacer: dejar tranquilos a los iraquíes y al resto de Oriente Medio. Regresar a casa. Ya habéis hecho bastante daño, sobre todo si incluimos Afganistán, Libia, Siria, Yemen y Somalia en el mejunje intervencionista. Ya habéis matado, encarcelado, torturado, y mutilado a bastante gente. Ya habéis destruido bastantes edificios. Ya habéis producido suficientes terroristas. Ya habéis causado suficientes refugiados.
No más intervencionismo. Sólo traed a las tropas a casa. No echéis combustible al fuego que vuestro intervencionismo ha encendido.

Irak: el infierno intervencionista

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Cuando el vicepresidente Joseph Biden viajó a Irak hace unos días, lo hizo, como siempre, bajo un manto de secreto. Se les pidió a los medios de comunicación mainstream que mantuviesen el viaje en secreto, y estos cumplieron diligentemente. Biden se negó a pasar la noche en Irak, permaneciendo sólo 10 horas antes de viajar rápidamente a Italia, donde presumiblemente durmió sano y salvo.
¿Por qué tanto secreto? ¿Por qué no se quedó Biden en Bagdad unos días, caminó por las calles, hizo algunas compras, visitó a la gente, y recorrió el país? Después de todo, ¿acaso no es este el país que invadió el gobierno de Estados Unidos y cuyo régimen cambió bajo la rúbrica militar “Operación Libertad Iraquí”?¿ No es este el país que el Ejército de Estados Unidos y la CIA ocuparon durante más de 10 años, matando a la gente con impunidad y destruyendo hogares, edificios e infraestructura en el proceso, todo ello con el objetivo de producir un escaparate para el intervencionismo que presentar al mundo?


Thursday, July 21, 2016

La guerra nuestra de cada día

La guerra nuestra de cada día

Por Carlos Alberto Montaner
Digámoslo rápido. El enfrentamiento actual que divide a medio planeta, y especialmente a los latinoamericanos, es entre el neopopulismo o democracia autoritaria contra la democracia liberal.
En la esquina neopopulista del ring comparecen, a la izquierda, el estatismo, el clientelismo, la Teología de la Liberación, Marx, Eduardo Galeano, Che Guevara, Ernesto Laclau, Hugo Chávez, Evo Morales, Fidel Castro, “todos revolcaos”, más el caudillismo, el gasto público intenso y un tenso etcétera con el puño cerrado.
En la esquina liberal se encuentran Hayek y Mises, la responsabilidad individual, la empresa privada, el estado de derecho, Adam Smith, los Tigres de Asia, la exitosa reforma chilena, Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Mario Vargas Llosa, el estado pequeño, Carlos Rangel, Sebastián Piñera, Mauricio Macri y todo lo que cuelga.
Este eje de confrontación es relativamente nuevo.


El siglo XIX fue el de liberales a la antigua usanza contra conservadores, también de viejo cuño. El XX vio, primero, la batalla entre las supuestas virtudes de la hispanidad frente a los defectos de los anglosajones (el Ariel de Rodó). La revolución mexicana de 1910 se cocinó en esa salsa antiimperialista.
A lo que siguió la aparición del marxismo y del fascismo, primos hermanos que acabaron pareciéndose mucho. Los años veinte fueron los del psiquiatra argentino José Ingenieros, con alma y paraguas rojos, y los de José Carlos Mariátegui y sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana.
Poco después, en la Italia de Mussolini un joven militar argentino observaba con admiración la experiencia fascista. Se llamaba Juan Domingo Perón y a su regreso a Buenos Aires puso en marcha su “Tercera vía”. Ni comunismo, ni capitalismo: justicialismo. O sea, peronismo puro y duro. Era la expresión criolla del fascismo.
Tras la Segunda Guerra, inmediatamente vino la Guerra Fría. Antes y durante, América Latina se llenó de espadones santificados por Washington. El eje de confrontación pasaba entonces por los cuarteles contra los comunistas, o todo lo que oliera a ellos.
En esos años cuarenta se abrió paso otra fuerza: la izquierda democrática. Comenzaron a triunfar en Guatemala (Juan José Arévalo), Costa Rica (José Figueres), Cuba (Carlos Prío), Venezuela (Rómulo Betancourt), y Puerto Rico (Luis Muñoz Marín). Eran demócratas anticomunistas que procedían de la izquierda. Luchaban contra el militarismo desde posiciones anticomunistas.
Constituían, además, una dulce variante vegetariana del populismo. Creían en el estado benefactor, paternalista, y no rechazaban las medidas estatistas. En el campo económico reinaba su majestad Lord Maynard Keynes y los políticos utilizaban el presupuesto nacional y el gasto público para impulsar la economía. Maravilloso. Estaban intelectualmente legitimados para dilapidar fortunas. Simultáneamente, distribuían las rentas y ejecutaban reformas agrarias que casi nunca lograron sus objetivos.
En 1959 volvió a cambiar el signo de la lucha. Fidel y Raúl Castro, junto al Che Guevara, con la inocente ayuda de otros grupos democráticos, derrocaron la dictablanda militar de Batista, con el objeto de establecer una dictadura comunista calcada del modelo soviético. Se proponían, fundamentalmente, destruir los gobiernos de la izquierda democrática, definiendo al adversario por sus relaciones con Estados Unidos y con la propiedad.
Si eran pronorteamericanos y promercado, aunque fueran de izquierda y respetaran las libertades, eran enemigos. Cuba atacó a Uruguay, Venezuela, Perú, Panamá, a todo lo que se moviera o respirara. También, claro, a los viejos dictadores militares como Somoza, Trujillo o Stroessner, pero no por tiranos, sino por proamericanos y procapitalistas. La isla era “un nido de ametralladoras en movimiento”. Estados Unidos se sumó a la guerra y desembarcó marines en República Dominicana para, decían, “evitar otra Cuba”.
Con Allende en 1970 se inició el peligroso juego de la democracia autoritaria y terminó a tiros tres años más tarde. Pinochet, que era un hombre de Allende, acabó bombardeándolo. Sin embargo, como el general no sabía una palabra de economía, les entregó esas actividades misteriosas a unos jóvenes chilenos graduados de las Universidades de Chicago y de Harvard. Pronto comenzaron a darle la vuelta a la situación.
Era la primera vez que en América Latina se oyó hablar de Friedrich Hayek (Premio Nobel en 1974), o de Milton Friedman (1976). A mediados de los años ochenta era evidente que el populismo había hundido a América Latina en un charco de corrupción, inflación y gasto público irrefrenable. Se habló entonces de la “década perdida”.
Surgió así el primer ciclo liberal de América Latina. Todos procedían de otra cantera ideológica, pero eran personas flexibles e inteligentes. Entre otros, incluía al boliviano Víctor Paz Estenssoro, que regresaba al poder en 1985 a enmendar los desaguisados de 1952; a Oscar Arias, Carlos Menem, Carlos Salinas de Gortari, César Gaviria y Luis Alberto Lacalle.
Más que las convicciones liberales los movía la certeza del fracaso populista. Desgraciadamente, las acusaciones de corrupción contra Salinas y Menem, más el aumento desmedido del gasto público en Argentina, desacreditaron aquella reforma liberal y los enemigos comenzaron a atacar “la larga noche neoliberal”.
En 1999, finalmente, comenzó a gobernar Hugo Chávez y se inició otra fase de democracia autoritaria. Ésta que ahora llega a su fin y le da paso al nuevo ciclo de la democracia liberal. Esperemos que dure.

La guerra nuestra de cada día

La guerra nuestra de cada día

Por Carlos Alberto Montaner
Digámoslo rápido. El enfrentamiento actual que divide a medio planeta, y especialmente a los latinoamericanos, es entre el neopopulismo o democracia autoritaria contra la democracia liberal.
En la esquina neopopulista del ring comparecen, a la izquierda, el estatismo, el clientelismo, la Teología de la Liberación, Marx, Eduardo Galeano, Che Guevara, Ernesto Laclau, Hugo Chávez, Evo Morales, Fidel Castro, “todos revolcaos”, más el caudillismo, el gasto público intenso y un tenso etcétera con el puño cerrado.
En la esquina liberal se encuentran Hayek y Mises, la responsabilidad individual, la empresa privada, el estado de derecho, Adam Smith, los Tigres de Asia, la exitosa reforma chilena, Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Mario Vargas Llosa, el estado pequeño, Carlos Rangel, Sebastián Piñera, Mauricio Macri y todo lo que cuelga.
Este eje de confrontación es relativamente nuevo.