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Sunday, August 28, 2016

Economía convencional

Por Manuel F. Ayau Cordón

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“Mainstream economics”,que podría traducirse como “economía convencional”, ha estado equivocada muchas veces, en distintas épocas, causando mucha pobreza. Como resultado, han perdido credibilidad los economistas “mainstrean”.
Recientemente, los Ph.D.’s “mainstream” de las prestigiosas universidades no anticiparon las consecuencias de la burbuja crediticia del mercado inmobiliario, producto de la política económica del gobierno de EE. UU., diseñada, por cierto, por economistas “mainstrean”.


Los “expertos” M.B.A.s de los bancos, casas de bolsa y agencias acreditadoras, cuya función es, irónicamente, evaluar riesgos, impulsaron con mágicas fórmulas financieras el fracaso en cadena de grandes bancos y empresas “demasiado grandes para fallar”. Quienes confiaron en los modelos sofisticados de los economistas “convencionales” perdieron considerable patrimonio. Solo los economistas “Austriacos” vieron venir la actual crisis financiera, pues ofrecen una teoría lógica, confirmada empíricamente por experiencia de siglos, La Teoría del Ciclo, que explica tanto la crisis actual como las anteriores.
En la segunda mitad del siglo pasado los errores “mainstream” fueron empobrecedores. Se creó el Fondo Monetario para mantener por decreto paridades fijas irreales y fracasó en su misión; pero como las burocracias nunca mueren, se inventaron nueva misión y se autotransformaron en banco de desarrollo. Hoy tambalea y pide más aportes. Otro error fue la teoría que la inflación era necesaria para mantener alto nivel de empleo (la curva de Phillips). Otro fue el modelo de sustitución de importaciones propiciada por los siete sabios de la Alianza Para El Progreso, (mercantilismo que había refutado Adam Smith).
Pero el más caro error, evidente en los textos de economía “convencional” (ej. texto de Paul Samuelson), fue el de presentar el sistema socialista y la economía planificada como una opción factible. Lamentablemente, el solo intento de implementarla costó más de cien millones de muertos (Ver The Black Book of Communism, S. Courtois, ed., Harvard).
Hoy goza de popularidad en la “economía convencional” la idea de que la redistribución de la riqueza ayuda a disminuir pobreza como si la riqueza de unos causara la pobreza de otros, lo cual es cierto en el mercantilismo pero no en la economía de mercado.
La única escuela económica que ha comprobado validez desde el siglo XV, la economía liberal, de mercado, tiene una prestigiosa genealogía. Entre sus precursores, basándose en el derecho natural de Tomás de Aquino, surgieron en Italia y Francia del siglo XIV teólogos Católicos, como Jean Burdan y Nicolás Oresme; en España, la Escuela de Salamanca del siglo XV al XVII con Jesuitas, Franciscanos, Dominicos y Benedictinos, como Francisco de Vitoria, Martin de Azpilcueta, Tomás de Mercado, Luis de Molina, Francisco Juárez, Juan de Mariana; seguidos en Holanda en el siglo XVIII por Leonardo Lessio; en Francia, Ricardo Cantillon, y en Escocia, Adam Smith. En Inglaterra, en el siglo XIX, David Ricardo, W. Stanley Jevons e Irving Fisher; y en Austria, Carl Menger y Eungen Boehm Bawerk. En el siglo XX la “economía de mercado” se conoce —con sus diferencias epistemológicas— como escuela Austriaca, personificada en L.von Mises y F.A. Hayek, y como escuela de Chicago personificada en Frank Knight y Milton Friedman.

Economía convencional

Por Manuel F. Ayau Cordón

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“Mainstream economics”,que podría traducirse como “economía convencional”, ha estado equivocada muchas veces, en distintas épocas, causando mucha pobreza. Como resultado, han perdido credibilidad los economistas “mainstrean”.
Recientemente, los Ph.D.’s “mainstream” de las prestigiosas universidades no anticiparon las consecuencias de la burbuja crediticia del mercado inmobiliario, producto de la política económica del gobierno de EE. UU., diseñada, por cierto, por economistas “mainstrean”.

Monday, July 18, 2016

El socialismo y los campos de la muerte

Mauricio Rojas dice que "Basta iniciar la lectura de El fenómeno socialista para darse cuenta de que se trata de un gran libro que invita a emprender un viaje intelectual absolutamente necesario para comprender las ideologías que proponen la subordinación o incluso la supresión de la individualidad en aras de un poder que se erige en representante de intereses colectivos supuestamente superiores".

Mauricio Rojas es profesor adjunto en la Universidad de Lund en Suecia y miembro de la Junta Académica de la Fundación para el Progreso (Chile).
Un gran libro olvidado
La editorial Sepha de España acaba de publicar El fenómeno socialista del gran disidente ruso Igor Shafarevich. El libro fue escrito clandestinamente en los años 70, en plena lucha contra el totalitarismo soviético, y a pesar de una temprana traducción de 1978 es completamente desconocido en el mundo de habla hispana, como también lo es su autor. Por ello es que sentí como un honor y un deber responder afirmativamente a la petición de la editorial de escribir una introducción a una obra tan trascendente como El fenómeno socialista. A continuación he preparado para los lectores de El Líbero una versión abreviada de esa introducción.
Basta iniciar la lectura de El fenómeno socialista para darse cuenta de que se trata de un gran libro que invita a emprender un viaje intelectual absolutamente necesario para comprender las ideologías que proponen la subordinación o incluso la supresión de la individualidad en aras de un poder que se erige en representante de intereses colectivos supuestamente superiores. Eso es el socialismo en sus diversas variantes, desde sus propuestas abiertamente totalitarias hasta aquellas que de manera gradual y subrepticia van engrandeciendo el poder del Estado hasta reducir la autonomía individual a un cascarón vacío.



Comprender las raíces del fenómeno socialista y el secreto de su fuerza de atracción es vital para quienes aman la libertad y aceptan la responsabilidad de defenderla frente a sus enemigos. Para ello contamos con obras imprescindibles como Camino de servidumbre de Friedrich Hayek, La sociedad abierta y sus enemigos de Karl Popper y El hombre rebelde de Albert Camus. A ellas podemos ahora agregar este gran ensayo de Igor Shafarevich, que presenta no solo un notable abanico de reflexiones sobre el socialismo como realidad histórica e ideológica, sino también una interpretación de conjunto del impulso colectivista que amerita sentar escuela dada su novedad y profundidad.
Las grandes cualidades de la obra así como su tajante conclusión fueron destacadas con fuerza por el premio nobel Aleksandr Solzhenitsyn en un célebre discurso en la Universidad de Harvard en junio de 1978: “El matemático Igor Shafarevich, miembro de la Academia Soviética de Ciencias, ha escrito un libro brillantemente argumentado titulado Socialismo, en el cual realiza un penetrante análisis histórico y demuestra que el socialismo, de cualquier tipo o matiz, conduce a la destrucción total del espíritu humano y a la nivelación de la humanidad en la muerte”.
El fenómeno socialista es una obra que debiera estar llamada a traspasar su tiempo y sus circunstancias, pero también es un testimonio de un tiempo y unas circunstancias que llevan el sello del totalitarismo. Fue una de las obras más significativas de aquella literatura clandestina conocida como samizdat (“autopublicación”), que con altos riesgos desafiaba el monopolio ideológico y comunicativo del régimen comunista. La lucha contra el sistema totalitario fue el aguijón que impulsó a un matemático de fama mundial a dedicarse al estudio de temas fuera de su ámbito profesional, pero también le impuso limitaciones en cuanto al acceso a fuentes para tratar el tema. Así, quien conozca la extensa bibliografía existente sobre muchos de los temas tratados por Shafarevich echará de menos referencias a algunas obras ya clásicas en estas materias. Sin embargo, esto no devalúa en absoluto el trabajo de Shafarevich, sino que incluso le da un frescor y una independencia notables.
A fin de introducir la obra de Shafarevich abordaré primero las circunstancias que marcaron la vida del autor, destacando algunos hitos significativos de la misma que finalmente lo llevaron a engrosar la resistencia al régimen soviético, para luego pasar a resumir sus planteamientos básicos acerca del fenómeno socialista.
Crecer en las entrañas del totalitarismo
Pocos podrían como Igor Shafarevich repetir de manera tan pertinente las famosas palabras de José Martí: “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas, y mi honda es la de David”. Su vida discurre en paralelo con el auge y desplome del régimen soviético, y su honda, junto a las de muchos otros David, terminó asestándole un golpe del cual nunca pudo recuperarse. Su vida nos instruye acerca de las bestialidades del régimen comunista, pero también sobre la grandeza de aquellos que no sólo no se doblegaron sino que terminaron derrotando a un sistema que parecía imbatible.
Igor Rostislavovich Shafarevich nació en Zhitomir, Ucrania, el 3 de junio de 1923. Por entonces amainaba la larga guerra civil que siguió al golpe de Estado bolchevique de 1917 y éstos afianzaban su poder. El terror inicial se había hecho más sistemático pero menos visible que durante los años del así llamado Comunismo de Guerra (1918-1921). La brutal política de requisas militarizadas de ese tiempo fue suavizada y se aplicó una serie de reformas económicas, conocidas como Nueva Política Económica, a fin de distender las tensas relaciones existentes entre el poder comunista y las masas campesinas. Sin embargo, pronto cambiaría todo. La infancia de Shafarevich coincide con las luchas dentro de la cúpula del Partido Comunista que llevaron a la consolidación del poder omnímodo de Stalin, que ya a fines de los años 20 se sintió con fuerzas suficientes como para lanzar la política de industrialización forzada que desencadenó el cambio más trascendental de toda la historia rusa: la destrucción violenta y definitiva de sus comunidades campesinas y de la figura, tanto real como mítica, del campesino ruso. Así, Shafarevich, que ya vivía en Moscú, cumpliría diez años en un país en plena guerra genocida contra su propio pueblo, que soportaba hambrunas y un terrorismo de Estado sin límites.
Moría así el alma de la vieja Rusia, ese pueblo campesino portador de tradiciones ancestrales que habían hecho de Rusia lo que era. Stalin culminaba de esta manera lo que Lenin había iniciado durante el Comunismo de Guerra. Junto a ello, se lanzaban feroces campañas contra la Iglesia Ortodoxa, que incluían la destrucción física de las iglesias (en 1939 quedaba apenas un centenar de iglesias en pie en toda Rusia). En sus años mozos, Shafarevich presenció el cierre de la iglesia ubicada frente a su casa y en su retina quedó grabada la terrible imagen del cuidador de la misma ahorcado en el pórtico de entrada. Poco después, esta iglesia fue, como tantas otras, dinamitada. Corría el año 1938 en el que culminaban las grandes purgas o el Gran Terror, con su millón y medio de ejecuciones mediante las cuales se aniquiló a una parte significativa de la así llamada intelligentsia rusa. Por doquier desaparecían los escritores, académicos, científicos, ingenieros y artistas acusados de ser elementos burgueses contrarrevolucionarios, agentes alemanes o temibles “conspiradores trotskistas-bujarinistas” (habitualmente se los acusaba de las tres cosas a la vez), para ser pronto ejecutados o pasar a engrosar el vasto sistema de campos de concentración y trabajo forzado oficialmente inaugurado en 1930 y conocido posteriormente con el nombre de Gulag.
Mediante este ataque simultáneo a sus estructuras sociales tradicionales, a los portadores de sus creencias y costumbres y a los representantes de su vida intelectual, el régimen buscaba cortar de raíz toda relación del pueblo ruso con su historia. La sociedad soviética quería ser un mundo totalmente nuevo, una tabla rasa o un lienzo sin mancha, para usar la célebre metáfora de Platón, en el cual poder plasmar con plena libertad el designio utópico-totalitario. Para ello se debía destruir el pasado en todas sus manifestaciones. El “hombre soviético”, el hombre nuevo del comunismo, podría de esta manera ser integralmente moldeado por sus nuevos amos.
Sobrevivir y luchar bajo el comunismo
Igor Shafarevich pertenece a la primera generación de rusos totalmente en manos del poder totalitario. Sus padres eran típicos miembros de la intelligentsia rusa: cultos, amantes de la historia, la música y, además, creyentes. Pero también reducidos —como Shafarevich dice de su padre según reporta Krista Berglund en The Vexing Case of Igor Shafarevich— a aquella apatía que fue el refugio de tantos frente al terror y la brutalidad imperantes. Su biblioteca, arrumbada en un clóset, fue la primera tabla de salvación del joven y precoz Shafarevich. Allí encontró obras clásicas tanto de filosofía como de historia y literatura que no tardó en devorar con avidez. Soñó entonces con ser historiador, pero muy pronto cambió de idea al encontrar su gran pasión: las matemáticas, un mundo absolutamente no ideológico en el cual refugiarse, un monasterio, como él mismo lo ha dicho, donde poder ser libre y darle rienda suelta a su creatividad.
A los 12 o 13 años, durante un período de enfermedad, se entregó al estudio de los textos escolares de matemáticas que pronto dejó atrás para adentrarse en la lectura de obras más avanzadas. A los 14 años se presentó a la prestigiosa Facultad de Matemática Mecánica de la Universidad de Moscú para que se le permitiese ingresar a la misma como “alumno externo”. Tres académicos lo examinaron y constataron que estaban frente a un genio. A los 16 años estaba ya en el quinto curso de la universidad y a los 17, en 1940, se graduaba. Defendió su primera tesis doctoral a los 19 años y en 1946, con 23 años, presentó su disertación para optar al título superior de doctor, que muy pocos llegaban a obtener. Era un “genio socialista” y el régimen no tardó en exhibirlo como ejemplo del hombre nuevo soviético. En una película de propaganda se lo muestra estudiando y esquiando. La rúbrica dice: “Un estudiante del 5º curso de la universidad de 16 años, Igor Shafarevich, ha sido nominado para recibir la beca Lenin”.
La matemática fue su refugio no solo espiritual sino que también le dio una cierta protección frente a las tropelías del régimen: era demasiado valioso para aplastarlo por no ser militante comunista o por ser creyente, lo que no impidió que fuese expulsado de la universidad entre 1949 y 1953, un tiempo de persecuciones delirantes que, entre muchos otros, le costó la vida a innumerables médicos y académicos judíos. Pronto vinieron sus grandes descubrimientos matemáticos —la Encyclopedia of Mathematics, contiene 124 entradas acerca de los aportes de nuestro autor— y alcanzó la fama tanto dentro de la Unión Soviética (Premio Lenin en 1959) como a nivel internacional y las academias más distinguidas del mundo lo hicieron miembro honorario (en el Reino Unido, Estados Unidos, Alemania, Italia, etc.).
Así podría haber culminado la vida de Igor Shafarevich, como una gran estrella del firmamento soviético homenajeada por todas partes. Pero no fue así. Su conciencia, tal como la de otros grandes científicos (como Andréi Sájarov) y escritores (como Aleksandr Solzhenitsyn), lo impulsó a la resistencia abierta al totalitarismo, pasando en los años 70 a integrar las filas de aquellos célebres disidentes que con su enorme coraje fueron uno de los protagonistas fundamentales de la caída de la dictadura comunista. Esa fue la circunstancia que hizo que Shafarevich volviese a su vieja pasión: la historia. Para recuperarla y usarla como lanza y escudo en la lucha contra quienes tiranizaban al pueblo ruso.
El fenómeno socialista: ideología y realidad
El fenómeno socialista nace de la colaboración de Shafarevich con Solzhenitsyn a comienzos de los años 70, publicando clandestinamente un embrión del mismo en el libro Rusia bajo de los escombros, que tiene a Solzhenitsyn como editor. Este libro apareció en inglés ya en 1975 bajo el título From under the Rubble y el aporte de Shafarevich lleva por rúbrica El socialismo en nuestro pasado y futuro (Socialism in our Past and Future, accesible en: http://www.savageleft.com/poli/hoc.html)
El fenómeno socialista es una obra de combate contra el régimen soviético y para entender su estructura argumental es menester familiarizarse con los postulados fundamentales que sustentaban la ideología y el poder de la dictadura comunista. Estos postulados pueden ser resumidos en dos puntos:
El marxismo es una concepción científica de la historia, totalmente diferente y opuesta a cualquier creencia religiosa, especulación metafísica o voluntarismo moralista. El marxismo o “socialismo científico” simplemente estudia la leyes que rigen la evolución de la historia y de ello deduce la inevitabilidad del socialismo y su paso final al comunismo.
El socialismo, como realidad social y política plasmada en el régimen soviético, es un tipo de sociedad radicalmente nueva, sin precendentes en la historia y superador de toda opresión del hombre por el hombre. Como tal, expresa el paso del ser humano a una etapa superior de su existencia que lo libera de sus egoísmos y antagonismos, permitiendo su realización plena en una sociedad de abundancia ilimitada.
Estos dos postulados explican la doble vertiente por la que fluye el análisis crítico de Shafarevich. Primero se aboca a estudiar la historia de la idea socialista y luego la historia del socialismo como realidad social o socialismo de Estado, aspectos que paso a exponer sucintamente.
Una fe revolucionaria
Tenemos primero el estudio que Shafarevich hace de los antecedentes, raigambre y estructura del pensamiento socialista moderno (marxista) que saca a la luz su arquetipo religioso y desmiente, de manera contundente, su pretendida cientificidad. Para demostrarlo, Shafarevich realiza un notable recorrido por la historia del pensamiento utópico y mesiánico occidental, que parte de Platón y llega hasta el socialismo contemporáneo.
En su periplo, nuestro autor se detiene largamente en el estudio del “socialismo milenarista”, es decir, de las sectas heréticas cristianas que durante siglos proclamaron el advenimiento inminente del Reino de Cristo sobre la tierra anunciado por el Apocalipsis y que duraría mil años (de allí la expresiones “milenio” o “quiliasmo”, que definen ese Reino y, por derivación, a los movimientos que lo predican). Es en el desarrollo de esos movimientos que se crean todos los arquetipos ideales —renovación apocalíptica de la humanidad, hombre nuevo, comunidad plena, vanguardia iluminada, subordinación absoluta de la individualidad al colectivo— que luego se plasmarían en las utopías renacentistas y, finalmente, en el socialismo-comunismo moderno y sus vanguardias revolucionarias, pero en este caso eliminando toda referencia a la creencia religiosa que les dio origen y arropándose bajo el manto de una supuesta cientificidad.
Shafarevich constata así que lo que pretendía ser un análisis científico “producto de muchos años de concienzuda investigación”, para decirlo con las engañosas palabras de Marx, no es más que una repetición de antiguos arquetipos y de esa búsqueda del paraíso terrenal que siempre, cuando se ha llevado a la práctica, ha terminado sembrando el terror.
Esta falta de cientificidad se hace evidente al analizar más detenidamente la obra de Marx, caracterizada por una obstinada búsqueda de confirmar todo aquello que ya había afirmado desde muy joven. La biografía intelectual de Marx es palmaria en este sentido: todos los fundamentos de la ideología marxista —la concepción teleológica de la historia, la necesidad del derrumbe del capitalismo y el surgimiento del comunismo, la polarización siempre mayor entre proletarios pauperizados y unos pocos burgueses cada vez más opulentos, la inevitabilidad de la revolución violenta y su papel creador del hombre nuevo, la idea del proletariado como mesías colectivo, el determinismo económico— fueron ya desarrollados por aquel joven Marx que aún distaba de haber cumplido los treinta años. Sus fuentes no fueron exhaustivas investigaciones en la realidad social de su época ni los ricos anaqueles de las bibliotecas. Su camino fue muy distinto y pasa por la filosofía especulativa de Hegel, el ateísmo radical de Feuerbach y el mesianismo socialista-comunista en boga por entonces.
Como bien lo muestra Shafarevich, la relación de Marx y sus discípulos con la ciencia es absolutamente inversa a aquella que caracteriza a la verdadera actitud científica: no van a buscar la verdad sino a confirmar sus expectativas revolucionas. Por ello es que Shafarevich, con toda razón, afirma que “las obras básicas del marxismo carecen completamente de la característica fundamental de la actividad científica: la búsqueda desinteresada de la verdad por la verdad”.
Esto se expresa en forma de múltiples contradicciones lógicas y predicciones en nada coincidentes con el desarrollo real (todo el desarrollo del capitalismo desde que Marx hiciese sus pronósticos apocalípticos es la refutación más evidente de los mismos), pero ello no obsta para que sus seguidores sigan profesando su fe revolucionaria ya que precisamente se trata de eso, una fe.
Esto es importante, no solo porque explica esa ceguera tan propia de los marxistas y otros creyentes revolucionarios frente a todo aquello que contradice su fe sino porque diferencia el credo de los revolucionarios del simple engaño o la manipulación. Se trata de verdaderos creyentes, imbuidos de su fe y dispuestos a darlo todo por ella. Shafarevich subraya esta perspectiva: “Un movimiento tan gigantesco como el socialismo no puede basarse en principio en un engaño. A pesar de su demagogia superficial, estos movimientos son en el fondo honestos, es decir, proclaman sus principios fundamentales claramente para que todos les oigan”.
Raíces y realidad del socialismo
La segunda vertiente crítica que desarrolla Shafarevich trata del socialismo en la realidad, es decir, en cuanto sistema social o socialismo de Estado. Aquí, nuestro autor nos invita a un fascinante recorrido por diversas experiencias socialistas que precedieron al experimento soviético y a sus réplicas contemporáneas, poniendo de manifiesto sus similitudes esenciales y cuestionando, por tanto, la pretendida novedad histórica de los regímenes de tipo soviético.
Como muestra Shafarevich, la Unión Soviética no fue de ninguna manera el primer régimen social basado en la subordinación completa del individuo al colectivo y la abolición de la propiedad privada. Las experiencias socialistas de Estado, es decir, colectivistas, han sido muchas. Se trata, en realidad, de la forma más común que tienden a adoptar los imperios tempranos, desde los del Oriente antiguo al de los incas. Este fenómeno, así como sus similitudes con el socialismo del siglo XX, fue detenidamente estudiado por Karl Wittfogel en su célebre obra de 1957 titulada Despotismo oriental: Un estudio comparativo sobre el poder total, que Shafarevich usa con frecuencia.
La inexistencia de la libertad individual y de la propiedad privada que la expresa en lo económico son rasgos comunes a todos esos regímenes. También lo son el trabajo forzado, las grandes planificaciones, la manipulación de la historia que es reescrita para ponerla al servicio del poder, el monopolio ideológico (ya sea teocrático o ateo), los abundantes privilegios de los escalones superiores de la jerarquía social y la falta de todo derecho que restrinja o limite al poder central. Todo ello y mucho más revela el notable parentesco existente entre todos estos regímenes que expresan tendencias claramente totalitarias. El socialismo es, con otras palabras, un fenómeno universal, tal como lo es la ideología que lo nutre. Nada hay de nuevo en el socialismo moderno, excepto su ateísmo y su posibilidad de usar unas tecnologías de opresión antes desconocidas.
Socialismo y religión
De esta amplia investigación en el terreno de las ideas y la historia surge la respuesta que Shafarevich dará a la pregunta que guía todo su trabajo: ¿Cuál es la esencia y fuerza motriz del fenómeno socialista? No se trata en absoluto de una pregunta nueva pero sí de una respuesta sorprendentemente novedosa.
Shafarevich pone especial énfasis en distanciarse de la respuesta más cercana a su propio análisis, aquella que ve en el socialismo una especie de religión basada, por contradictorio que parezca, en el ateísmo. Esta respuesta fue dada ya antes del golpe de Estado bolchevique por el pensador ruso Sergéi Bulgákov, que en 1906 publicó su Karl Marx como tipo religioso. El mismo punto de vista fue desarrollado, un par de décadas después, por otro notable intelectual ruso, Nikolái Berdiáev, autor de Marxismo y religión. En Occidente, esta perspectiva ha sido desarrollada por diversos autores, siendo la obra Robert Tucker Filosofía y mito en Karl Marx de 1972 un ejemplo muy destacado. Yo también he trabajado en esta dirección, tal como se puede constatar en mi libro Las desventuras de la bondad extrema.
Shafarevich, que se mueve muy cerca de esta interpretación, subraya tanto sus méritos como muchas de las innegables similitudes entre religión y socialismo: “Esta postura puede apoyarse en fuertes argumentos. Por ejemplo, los aspectos religiosos del socialismo podrían explicar tanto la extraordinaria atracción de las doctrinas socialistas como su capacidad para inflamar a los individuos e inspirar movimientos populares. Son precisamente estos aspectos del socialismo los que no pueden ser explicados cuando se le contempla como categoría política o económica. Las pretensiones del socialismo de ser una visión global del mundo, que abarca y explica todo, también lo hacen análogo a la religión. Una característica religiosa es la visión socialista de la historia no como un fenómeno caótico sino como una entidad con un objetivo, un sentido y una justificación. En otras palabras, tanto el socialismo como la religión contemplan la historia teleológicamente”.
A pesar de estas coincidencias entre socialismo y religión Shafarevich rechaza las conclusiones de esta interpretación. A su juicio, el impulso socialista es, más allá de las apariencias, radicalmente opuesto a aquel representado por una religión como el cristianismo y no puede por ello, bajo ningún respecto, ser visto como una suerte de realización atea y terrenalizada de las promesas y expectativas cristianas de una vida radicalmente diferente y liberada de los pesares de la existencia mundana. Shafarevich observa, de manera absolutamente certera, que la esencia del socialismo es la búsqueda de “la supresión de la individualidad” y como tal esta doctrina “es hostil hacia la personalidad humana no sólo como categoría sino, en última instancia, hacia su existencia misma”. Esto se expresa como un impulso homogeneizador, que quiere destruir toda base, expresión y resguardo de la diferenciación humana (propiedad privada, familia, libertades individuales, etc.). El socialismo busca crear un nuevo tipo de ser humano que solo existe como parte del colectivo y no como una persona con atributos únicos, una voluntad distintiva y derechos inviolables. El cristianismo, por el contrario, se basa en el desarrollo y fortalecimiento de la individualidad y la responsabilidad personal. La persona es su eje, con su relación esencial, irremplazable y profundamente moral con su Creador. El impulso religioso encarnado por el cristianismo es la afirmación y protección más rotunda de la vida y su diversidad, a la vez que actúa como un freno a la soberbia humana y a todo intento de endiosar al hombre recordándole, sin cesar, sus carencias y limitaciones.
Tánatos y el secreto del fenómeno socialista
¿Qué es entonces el socialismo? ¿Qué impulso representa su búsqueda de la disolución del individuo en el colectivo y el fin de la diferenciación humana? La respuesta de Shafarevich se mueve aquí en una dirección inesperada y novedosa, donde los sugerentes planteamientos de Sigmund Freud sobre una gran lucha entre el “instinto de vida” y el “instinto de muerte” hacen su entrada.
Si la religión expresa el impulso vital o instinto de vida, que busca el desarrollo y la diversificación de lo humano, el socialismo expresa un impulso contrario, hacia su nivelación homogeneizadora, lo que implica la negación de la vida misma, que no es otra cosa que constante diferenciación. Como tal, representa un impulso destructivo de la vida existente, un instinto de muerte o Tánatos, como lo llamó Freud. El socialismo habla de la creación de otro mundo, superior y perfecto, y del surgimiento de un hombre nuevo que solo existe para entregarse a los demás, pero estas ideas no son sino la coartada de una idea subyacente, “subconsciente y emocional”: destruir todo lo que existe, incluido el ser humano tal y como es. Lo que se busca es, de hecho, un genocidio, el fin apocalíptico de la vida humana tal como la conocemos. Eso es lo concreto y a lo único a lo que se han acercado los socialismos reales. Esta propensión destructiva explica, además, la voluntad de autoinmolación revolucionaria, esa búsqueda y exaltación de la muerte por la causa a la que siempre han llamado los profetas milenaristas o marxistas (o nazistas o islamistas, podríamos agregar, llámense Adolf Hitler, Che Guevara u Osama bin Laden).
Para Shafarevich, el socialismo es un fenómeno paradójico que “solo puede ser entendido si se admite que la idea de la extinción de la humanidad puede resultar atractiva para el hombre y que el impulso de autodestrucción (incluso si es una entre varias tendencias) juega un papel en la historia humana”. Se trata de una afirmación que el autor ejemplifica de múltiples maneras: desde las sectas maniqueistas, que predicaban la autoextinción mediante la abstinencia sexual, y el budismo, con su búsqueda del Nirvana o extinción completa de la existencia, hasta el nihilismo anarquista y las organizaciones revolucionarias marxistas, con sus militantes que se autoaniquilan como personas y están dispuestos a sacrificar a cuantos sea necesario para que, supuestamente, nazca el mundo nuevo.
Ese es, muy apretadamente, el diagnóstico de Shafarevich sobre el fenómeno socialista. Se trata de un largo camino para llegar a la conclusión de que el socialismo expresa una amenaza para la vida misma, pero merece la pena seguirlo ya que, después de todo, el autor tiene la evidencia empírica de su parte: el intento de crear el bienaventurado paraíso socialista siempre ha terminado en los Campos de la Muerte.

El socialismo y los campos de la muerte

Mauricio Rojas dice que "Basta iniciar la lectura de El fenómeno socialista para darse cuenta de que se trata de un gran libro que invita a emprender un viaje intelectual absolutamente necesario para comprender las ideologías que proponen la subordinación o incluso la supresión de la individualidad en aras de un poder que se erige en representante de intereses colectivos supuestamente superiores".

Mauricio Rojas es profesor adjunto en la Universidad de Lund en Suecia y miembro de la Junta Académica de la Fundación para el Progreso (Chile).
Un gran libro olvidado
La editorial Sepha de España acaba de publicar El fenómeno socialista del gran disidente ruso Igor Shafarevich. El libro fue escrito clandestinamente en los años 70, en plena lucha contra el totalitarismo soviético, y a pesar de una temprana traducción de 1978 es completamente desconocido en el mundo de habla hispana, como también lo es su autor. Por ello es que sentí como un honor y un deber responder afirmativamente a la petición de la editorial de escribir una introducción a una obra tan trascendente como El fenómeno socialista. A continuación he preparado para los lectores de El Líbero una versión abreviada de esa introducción.
Basta iniciar la lectura de El fenómeno socialista para darse cuenta de que se trata de un gran libro que invita a emprender un viaje intelectual absolutamente necesario para comprender las ideologías que proponen la subordinación o incluso la supresión de la individualidad en aras de un poder que se erige en representante de intereses colectivos supuestamente superiores. Eso es el socialismo en sus diversas variantes, desde sus propuestas abiertamente totalitarias hasta aquellas que de manera gradual y subrepticia van engrandeciendo el poder del Estado hasta reducir la autonomía individual a un cascarón vacío.


Wednesday, June 22, 2016

Las campañas engendran economía realmente mala

Trump and Hillary
Las elecciones presidenciales en Estados Unidos generan políticas económicas realmente malas y 2016 es un año clásico. Bernie Sanders está resucitando socialismo y otros buscan superar le. Sin embargo, antes de bajar a los abismos de la retórica de campaña, advierto primero que ninguno de los candidatos actuales está haciendo lo que hizo Ron Paul durante su campaña de primarias presidenciales hace cuatro años: exponer las faltas del Sistema de la Reserva Federal.
Sin Paul, los candidatos aprueban la máquina eterna de burbujas de la Fed, que envía falsas señales de inversión, y dirige las malas inversiones del capitalismo de compinches, que o bien deberán ser liquidadas en el futuro o continuarán engullendo recursos de sectores rentables. De hecho, uno se pregunta si alguno de los candidatos se da cuenta del daño que está haciendo la Fed.



Bernie Sanders

Sobre esas premisas, nos volvemos hacia Sanders. En un artículo anterior sobre sus propuestas económicas, escribí que Sanders emula a Benito Mussolini, alguien a quien Sanders se supone que odia. Como Mussolini, (quien, como su aliado Adolf Hitler, copiaba los mercados libres y se calificaba a sí mismo como socialista) Sanders no busca que el gobierno se apropie realmente propiedades, sino que más bien busca una propiedad pública de facto a través de impuestos y regulaciones.
Sanders decididamente aumentará los impuestos. Por ejemplo, dice que gravará la “especulación” de Wall Street para allegar fondos para pagar matrículas “gratuitas” en instituciones públicas. Igualmente, quiere aumentar las tasas marginales máximas por encima del 50% y aumentar sustancialmente los impuestos sobre dividendos y ganancias de capital.
Sanders cree que la gente rica absorbiendo enormes aumentos de impuestos no cambiará su comportamiento, lo que demuestra la comprensión cero de Sanders de las finanzas o de la producción de bienes. De hecho, afirma que la clase media estadounidense se “crea” mediante transferencias de riqueza. Sanders declara: “Si se ha visto una transferencia masiva de riqueza de la clase media al décimo superior del 1%, se sabe que tenemos que transferir eso de vuelta sí queremos tener una clase media dinámica. Y se hacen muchas maneras. Indudablemente una manera es la política fiscal”.
En cierto sentido, Sanders tiene razón: hay una transferencia de riqueza de la clase media a los ricos, pero se está produciendo debido a las políticas que apoya Sanders. Si Sanders tiene alguna crítica hacia la Fed, es su creencia en que los tipos de interés deberían ser incluso más bajos. Apoya enorme subvenciones para los productores de “energías verdes”, lo que implica desvío de recursos de usos más valorados al menos valorados. Apoya políticas que subvencionan la propiedad de viviendas y apoya las enormes compras de deuda soberana del banco central que han atragantado la actividad económica productiva.
También menciono la abierta hostilidad de Sanders hacia libre intercambio, ya sea en el comercio nacional o en un puesto de limonada de un niño. Los socialistas no pueden comprender cómo el libre intercambio es mutuamente beneficioso, mientras que Sanders cree que los mercados libres son depredadores y la coacción del gobierno es libertad. (Es verdad que está hablando sobre acuerdos comerciales del gobierno, que no son “libre comercio” de ningún sentido de la expresión, pero tampoco Sanders ha expresado ningún apoyo a rebajar las barreras comerciales).
El economista Gerald Friedman, de la Universidad de Massachusetts-Amherst, afirma que las rentas “aumentarán” con las políticas de Sanders y que la pobreza se recortará a la mitad. ¿Cómo? Friedman dice que se haría “inyectando 14,5 billones de dólares en la economía” a través de subvenciones, obra pública, “ahorros” en atención sanitaria y nuevos impuestos. En otras palabras, Sanders haría desaparecer el coste de oportunidad.

Hillary Clinton

Como Clinton es la favorita para ganar las elecciones presidenciales de noviembre, sus políticas económicas propuestas importan más que las de Sanders (aunque es más divertido escribir sobre Sanders). Gracias al desafío de Sanders, sus discursos habituales están plagados de palabras contra Wall Street, lo que es irónico, ya queda ganado millones de dólares cobrando por discursos pagados por empresas de Wall Street y el mismo capitalismo de compinches que denuncia ha hecho muy ricos a Hillary y su marido.
Dudo seriamente que los directores de los fondos de inversión pagan menos impuestos de una enfermera o camionero medio (como ha afirmado en un discurso en Iowa), pero, al contrario que Sanders, un verdadero creyente del socialismo y su retórica de izquierdas, Clinton simplemente está tratando de ser elegida. Sin embargo, esto no significa que Hillary apoyan los mercados libres. Solo usada la retórica populista izquierdas para ganar las elecciones.
Si hay un modelo económico que siga Clinton, sería el actual de Barack Obama, pues Hillary es una candidata del status quo. A pesar de toda la retórica del “cambio” de Obama, su régimen económico real fue más de lo mismo, pero “más” llevaba mayúscula. La Fed continuó (y expandió enormemente) su política de la última era de Bush de comprar valores del Tesoro a largo plazo y títulos hipotecarios y una presidencia de Hillary probablemente elevaría los QE a la enésima potencia.
Cuando Clinton habla de “libre comercio”, no habla de intercambio libre, sino de “acuerdos” comerciales políticos en los que las empresas favorecidas políticamente reciben privilegios y beneficios al llegar a acuerdos con gobiernos extranjeros. En lugar de permitir sencillamente que los bienes cruzan las fronteras sin impedimentos, estos tratados como el NAFTA y el recién propuesto acuerdo comercial con China, son acuerdos Rube Goldberg en su máxima expresión.
¿Qué “nuevas” políticas podríamos esperar de una presidencia de Hillary? Según su sitio web, veríamos lo siguiente:
  • Un salario mínimo de 12$ (Llamémoslo “Bernie light”).
  • Nuevas “inversiones” en “infraestructura”, lo que es un eufemismo para obras públicas masivas, una vieja opción socialista.
  • Aumentar los impuestos a las empresas y las rentas individuales.
Como Obama, afirma que creará una enorme economía de “energía limpia”, con “trabajos bien pagados”, aunque las actuales iniciativas de “energía limpia” estén destruyendo trabajos bien pagados obligando a los sectores relativamente ricos de la economía a subvencionar a los perdedores (como la energía eólica y el etanol). La destrucción amenaza en todo momento con sus políticas medioambientales, comas “objetivos” públicos impuestos a los estadounidenses sin calibrar las consecuencias. ¿y por qué no? Clinton, en el peor de los casos, se vería incómoda por esas políticas, pero los estadounidenses normales caerían en la pobreza.
El resumen, Hillary promete aumentar los impuestos, aumentar las cargas regulatorias sobre las empresas, forzar al alza los precios de la energía a través de regulación medioambiental y aumentar el salario mínimo de la nación en más de un 50%. Al mismo tiempo, animaría a la Fed al continuar su propia vía de destrucción económica, forzando la baja los tipos de interés y reforzando el régimen del capitalismo de compinches.

Donald Trump

Y luego esta Donald. Al contrario que Sanders y Clinton, Trump se ha dirigido a la gente que ha visto sus propias comunidades devastadas por la desindustrialización y han quedado atrás del auge de la alta tecnología. Los seguidores de Trump no trabajan para Apple y Google.
Con respecto a los impuestos, Trump no parece tener los mejores planes de los tres candidatos restantes. Llevar a cabo esa reforma fiscal requiere el consentimiento del Congreso, que tiende a adorar los tipos impositivos altos. Sin embargo rebajar tanto los tipos fiscales del impuesto de la renta como los impuestos a las empresas sería un buen inicio hacia la eliminación de algunos de los peores excesos de los años de la administración Obama.
Sin embargo, el Waterloo económico de Trump es el comercio. Trump siempre ha presumido de realizar negociaciones y tratos, pero un comercio sin cargas no necesita que el gobierno de EEUU llegue a “tratos” con otras naciones. Necesita que el gobierno se quite del camino.
Aunque Trump afirmé que sólo quiere “comercio justo”, está sin embargo jugando con la idea de crear algunos desastres comerciales en todo el mundo y la última vez que ocurrió esto a principios de la década de 1930, los resultados fueron catastróficos. Parte del problema es que Trump piensa como un mercantilista, creyendo que la supervivencia de una nación depende de que el valor de las exportaciones sea mayor que el de las importaciones.
Por ejemplo, afirma que el valor de la divisa de China, el yuan, es “demasiado bajo” en relación con el dólar de EEUU, así que declararía a China como “manipuladora de divisa”. Como os diría cualquier economista austriaco, no existe un tipo “óptimo” de cambio. Cada tipo tienen ventajas y desventajas, dependiendo de qué intereses estén en juego. Además, dado que la Fed realmente es una manipuladora de divisa, parece hipócrita acusar a otras naciones acusar a otras naciones lo que el gobierno de EEUU ya está haciendo.
Además, hay algo impropio en lanzar una campaña política contra otro país asiático más. En las décadas de 1980 y 1990, los políticos estadounidenses acusaron a Japón e incluso a Corea del Sur de cualquiera de los males económicos que tuviera este país. Durante más de una década, el hombre del saco ha sido China.
A pesar de todas las quejas acerca del “trabajo esclavo” en otros países, la principal razón por la que muchas de las manufacturas de bienes de consumo (y algunos bienes de capital) se han trasladado al extranjero se debe a que el clima político en EEUU es extremadamente hostil para la inversión nacional. El que políticos como Sanders sean extremadamente populares es inquietante para inversores potenciales, a los que no les interesa asumir enorme riesgos y luego ver que el gobierno confisca los beneficios.
Hay que reconocer que Trump es la única persona que queda en campaña que entiende realmente esto último. Dudo que Sanders tenga alguna idea sobre formación de capital y Clinton es demasiado cobarde como para preocuparse.
Pasadlo bien la cabina de voto.

Las campañas engendran economía realmente mala

Trump and Hillary
Las elecciones presidenciales en Estados Unidos generan políticas económicas realmente malas y 2016 es un año clásico. Bernie Sanders está resucitando socialismo y otros buscan superar le. Sin embargo, antes de bajar a los abismos de la retórica de campaña, advierto primero que ninguno de los candidatos actuales está haciendo lo que hizo Ron Paul durante su campaña de primarias presidenciales hace cuatro años: exponer las faltas del Sistema de la Reserva Federal.
Sin Paul, los candidatos aprueban la máquina eterna de burbujas de la Fed, que envía falsas señales de inversión, y dirige las malas inversiones del capitalismo de compinches, que o bien deberán ser liquidadas en el futuro o continuarán engullendo recursos de sectores rentables. De hecho, uno se pregunta si alguno de los candidatos se da cuenta del daño que está haciendo la Fed.