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Tuesday, July 19, 2016

Por qué Thomas Piketty no puede explicar Pokémon Go


Pokémon GoHace un par de años, el economista francés Thomas Piketty se convirtió en toda una estrella económica gracias a su libro El capital en el siglo XXI. La tesis esencial de esta obra es que las desigualdades mundiales están incrementándose como consecuencia de la propia dinámica del sistema capitalista: dado que los ahorradores son capaces de reinvertir a tasas de ganancia superiores al crecimiento económico (su famosa desigualdad r>g), los capitalistas cada vez serán más ricos en relación con los trabajadores. En palabras del propio Piketty: “La desigualdad r>g implica en cierto sentido que el pasado tiende a devorar al futuro: la riqueza originada en el pasado crece automáticamente más rápido que la riqueza derivada del trabajo que sea ahorrada, aun cuando el rentista opte por no trabajar”. Uno es rico hoy no en función de la riqueza que genere hoy, sino de la riqueza que generó ayer gracias a la capitalización rentista del interés.



La semana pasada, la popular compañía de videojuegos Nintendo lanzó una aplicación gratuita para móviles llamada Pokémon Go, continuadora de la popular franquicia Pokémon. El éxito de esta singular app ha sido rotundo: en pocos días alcanzó más usuarios activos que Twitter y más minutos de empleo diario que WhatsApp, lo que abre la puerta a comercializar la muy potencialmente lucrativa geopublicidad. El resultado económico más inmediato de todo ello es que el valor bursátil de Nintendo ha aumentado en unos pocos días en alrededor de 15,000 millones de euros.
Conectemos este incremento súbito de la riqueza de Nintendo con la teoría de Piketty. ¿En qué sentido la riqueza originada en el pasado crece automáticamente sin mediar esfuerzo, dedicación e ingenio alguno? En ninguno: si Nintendo no hubiese invertido y creado, junto a la compañía Niantic, el app de Pokémon Go, su capitalización bursátil no se habría incrementado en unos 15,000 millones de euros. Y si hubiese creado una app desastrosa que nadie quisiera usar, su capitalización no habría aumentado en nada (podría, de hecho, haber caído apreciablemente).
¿Cómo decir, pues, que la riqueza pasada genera automáticamente la riqueza futura? ¿Es que aplicaciones como Pokémon Go (o buscadores como Google, o redes sociales como Facebook, o dispositivos móviles como el iPhone) se crean automáticamente? No, lo que crea la riqueza futura es la asignación presente de los factores productivos escasos a proyectos empresariales que maximizan la creación de valor para los consumidores: y esos proyectos empresariales ni son conocidos a priori ni son nada fáciles de descubrir. Ahora mismo, en el conjunto del mercado mundial hay decenas de millones de cabezas que están pensando cómo mejorar la vida de las personas de un modo más eficiente que el resto. Sólo aquellos que tengan éxito a la hora de descubrir, crear y comercializar los productos más valorados por los consumidores lograrán amasar una enorme riqueza (al menos en un mercado libre: en un mercado intervenido por el Estado pueden enriquecerse los más hábiles para rapiñar la riqueza generada por los demás).
Mas no pensemos que esta enorme riqueza generada mediante el lanzamiento de una simple app para móvil es algo permanente e irreversible. Los 15,000 millones de euros en los que se ha apreciado Nintendo son, simple y llanamente, el valor actual de los beneficios que se espera que Pokémon Go genere en el futuro: la riqueza no son beneficios pasados acumulados hasta hoy, sino beneficios que se espera que afluyan en el futuro merced al buen hacer de la empresa. Por ello, si en los próximos días, meses o años Pokémon Go no está a la altura de las expectativas que se han formado hoy al respecto (si sus usuarios dejan de utilizarlo tanto tiempo como ahora, si aparecen otras apps que atraigan la atención de los consumidores, si no son capaces de generar suficientes ingresos a través de la geo-publicidad, etc.), entonces el valor de las acciones de Nintendo se desplomará: esto es, terminarán desapareciendo esos 15,000 millones en los que se han apreciado recientemente.
En suma, la riqueza que ha generado estos días Nintendo (15.000 millones de euros) no depende del capital con el que contara en el pasado (Pokémon Go ha tenido un coste de desarrollo inferior a 30 millones de euros), sino de cómo se invierte ese capital en el presente y de cómo se sigue invirtiendo en el futuro. La riqueza no mira al pasado, sino al futuro: aquellos que dejan de usar productivamente su ahorros en favor de los consumidores ven cómo su patrimonio se volatiliza (salvo que el Estado lo proteja mediante privilegios extractivos); aquellos otros que, en cambio, usan productivamente sus ahorros en favor de los consumidores de un mejor modo que los demás —y se espera que lo sigan haciendo en el futuro— ven cómo su patrimonio se multiplica en muy poco tiempo por escaso que fuera el capital inicial con el que partieran. La desigualdad de la riqueza no es fruto de su distribución pasada, tal como erróneamente afirmaba Piketty, sino de cómo se utilice de cara al futuro.

Por qué Thomas Piketty no puede explicar Pokémon Go


Pokémon GoHace un par de años, el economista francés Thomas Piketty se convirtió en toda una estrella económica gracias a su libro El capital en el siglo XXI. La tesis esencial de esta obra es que las desigualdades mundiales están incrementándose como consecuencia de la propia dinámica del sistema capitalista: dado que los ahorradores son capaces de reinvertir a tasas de ganancia superiores al crecimiento económico (su famosa desigualdad r>g), los capitalistas cada vez serán más ricos en relación con los trabajadores. En palabras del propio Piketty: “La desigualdad r>g implica en cierto sentido que el pasado tiende a devorar al futuro: la riqueza originada en el pasado crece automáticamente más rápido que la riqueza derivada del trabajo que sea ahorrada, aun cuando el rentista opte por no trabajar”. Uno es rico hoy no en función de la riqueza que genere hoy, sino de la riqueza que generó ayer gracias a la capitalización rentista del interés.