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Friday, July 8, 2016

Bitcoin se fortalece tras Brexit

La moneda digital se convierte en un refugio durante la crisis del Brexit, así como el oro, el yen japonés y los bonos soberanos alemanes

(queesbitcoin)
Los inversores están comenzando a ver al Bitcoin como una opción segura. (queesbitcoin)
Luego de que el Reino Unido decidiera el viernes 23 de junio, a través de un referendo nacional, abandonar la Unión Europea (UE), la economía del mundo se vio afectada: la libra esterlina fue la primera en caer 11,7% en su peor nivel en 30 años; el peso mexicano sufrió una devastadora caída con respecto al dólar; las bolsas asiáticas se hundieron al menos 8% y el índice Nikkei cerró con una baja de 7,92%; sin embargo, hubo una moneda que no sufrió, sino que se fortaleció: el Bitcoin.



El 21 de junio de este año, la famosa criptomoneda se cotizaba en US$663 por bitcoin. Luego, al día siguiente, y por la presunta posibilidad de que el Reino Unido votara a favor de quedarse en la Unión Europea, el Bitcoin tuvo un descenso a de más de 100 dólares, a US$540,17. No obstante, inmediatamente después de que se conocieron los resultados oficiales en el referendo, que dieron ganador a la opción de abandonar la UE, la moneda digital subió a US$652.
Ciertamente, la subida del bitcoin con respecto al dólar no es realmente sustancia; sin embargo, demuestra una alta solidez en la moneda que, hasta el momento, se encuentra en un precio estable: hoy cerró cotizándose en US$ 643.
Frente a estos índices, el director y jefe de investigaciones en FTI Consulting, Dan Haley, explica: “Parece que los inversores están mitigando frente a la posibilidad del Brexit”.

De esta forma, la moneda digital se convierte en un refugio durante la crisis del Brexit, así como el oro, el yen japonés y los bonos soberanos alemanes. Se demuestra que los inversionistas comienzan a valorar las cualidades de la criptomoneda.
No obstante, la moneda digital todavía sigue siendo más volátil que el oro: “El oro ha pasado, con el Brexit, de un pico de US$ 1.330 por onza, a US$ 1.307 por onza; mientras que el Bitcoin pasó del pico de US$ 691 a $618”, señala el comerciante del sitio CryptoCompare, Charles Hayter.
“Hasta el momento el oro ha sido la mejor opción para escapar de la volatilidad post-Brexit; sin embargo, el Bitcoin también se convierte en una opción importante”, asegura Hayter.
Fuente: City A.M.

Bitcoin se fortalece tras Brexit

La moneda digital se convierte en un refugio durante la crisis del Brexit, así como el oro, el yen japonés y los bonos soberanos alemanes

(queesbitcoin)
Los inversores están comenzando a ver al Bitcoin como una opción segura. (queesbitcoin)
Luego de que el Reino Unido decidiera el viernes 23 de junio, a través de un referendo nacional, abandonar la Unión Europea (UE), la economía del mundo se vio afectada: la libra esterlina fue la primera en caer 11,7% en su peor nivel en 30 años; el peso mexicano sufrió una devastadora caída con respecto al dólar; las bolsas asiáticas se hundieron al menos 8% y el índice Nikkei cerró con una baja de 7,92%; sin embargo, hubo una moneda que no sufrió, sino que se fortaleció: el Bitcoin.


Tuesday, June 14, 2016

Sobre teoría monetaria y bancaria


En 2009, el Instituto Juan de Mariana, en colaboración con el Mises Institute, organizó un evento para homenajear a la Escuela de Salamanca (entre los siglos XIV y XVII) y analizar los orígenes del liberalismo y la teoría económica, coincidiendo con el cuatrocientos aniversario de la publicación de De monetae mutatione del Padre Juan de Mariana: el lugar, el Convento de San Esteban en Salamanca, España. El nombre del evento lo resumía perfectamente: “Salamanca: cuna de la teoría económica”.
Aparte de la brillantez habitual de Gabriel Calzada, recuerdo especialmente algunas de las conferencias: fue la primera vez que escuché a Peter Klein, Guido Hülsmann, Jeffrey Tucker o Lew Rockwell. Pero sobre todo, fue la primera vez que vi a Jesús Huerta de Soto hablando sobre el concepto de eficiencia dinámica: me pareció espectacular. Además, le compré, literalmente a precio de saldo, la última copia que le quedaba por allí de su libro “Dinero, Crédito Bancario y Ciclos Económicos”: bien escrito y fácil de entender, incluso para alguien como yo, que estaba muy lejos de ser un experto en la materia, pero que estaba previamente convencido de estar ante la teoría correcta.



Hay que reconocer que suena bien y es sencillo de explicar: los bancos hacen negocio prestando el dinero que se les ha prestado con anterioridad, de manera que no todos podemos recuperarlo a la vez. Para evitar el colapso, patrón oro y reserva fraccionaria del 100%: el dinero que depositamos en el banco, siempre está disponible íntegramente cuando se reclama.
Pero en 2011, durante la Universidad de Verano del IJM en Lanzarote, me empecé a caer del caballo: casi sería mejor decir que me empujaron, aunque mi caída fue lenta. Algunas personas, a las que admiro mucho intelectualmente, me explicaron que, bueno, en fin, eso está bien, pero tiene un problema: es que el negocio de los bancos es otro (nunca olvidaré la frase definitiva: los bancos no son garajes).
Digo que me caí lentamente porque nunca conseguí entender bien la alternativa sugerida hasta que, en 2014, estudié “Teoría Monetaria y Bancaria”, una de las asignaturas fundamentales del Máster en Economía UFM-OMMA: me gustaría compartir aquí un resumen del análisis que hice al profundizar en el estudio de dicha alternativa.
La división del trabajo requiere cooperación social para intercambiar nuestros excedentes productivos: esos intercambios de bienes (ya sean inmediatos o diferidos) presentan una serie de problemas de coordinación y de cálculo económico, resueltos por unos bienes concretos (bienes dinerarios o dinero), que actúan como medios de intercambio indirectos, de manera que el dinero surge de manera natural en la sociedad a medida que ésta evoluciona: históricamente, el oro o la plata han cumplido este papel, por ejemplo.
Sin embargo, utilizar exclusivamente dinero para pagar estos intercambios también presenta ciertos inconvenientes (coste, velocidad de circulación, etc.), por lo que surgen incentivos para pagar a crédito, es decir, para intercambiar un bien presente por una promesa de pago en el futuro. Esta promesa siempre implica cierto riesgo entre las partes, lo que facilita la actuación de los bancos como especialistas a la hora de canalizar dichos pagos a crédito.
El problema aparece cuando los bancos no preservan su liquidez y no son capaces de ajustar los plazos entre los préstamos que conceden a largo plazo por el lado del activo, y las deudas que contraen a corto plazo por el lado del pasivo, de manera que se produce una descoordinación entre ahorro e inversión que, finalmente, da lugar a los ciclos económicos.
Frente a la opción que supone resolver este problema exigiendo a los bancos que operen con una reserva fraccionaria del 100%, esto es, que actúen como bancos de guarda y custodia con nuestro dinero, se puede justificar la existencia de un sector bancario especializado en establecer contratos que den lugar a deudas monetarias, incrementando las transacciones comerciales sin necesidad de aumentar la cantidad de dinero disponible.
Para entender esta alternativa, el profesor Rallo me recomendó primero acudir a las fuentes: tanto Adam Smith en el siglo XVIII como Jean-Baptiste Say en el siglo XIX, enunciaron las condiciones mediante las cuales los bancos comerciales pueden sustituir el dinero por crédito comercial líquido siguiendo la Doctrina de las Letras Reales.
Dicho crédito comercial líquido consiste en monetizar deudas comerciales a corto plazo por medio de letras de cambio, siempre que estén respaldadas por bienes de consumo en alta demanda y emitidas por el valor de dichos bienes en dinero (oro o plata): dado que el medio de pago, esto es, la letra de cambio, aparece con las mercancías presentes y desaparece cuando éstas son retiradas del mercado por los consumidores finales que las pagan, su utilización no aumenta la cantidad de dinero y, por tanto, no estamos ante un proceso inflacionario.
Pongamos un ejemplo: imaginemos que soy un proveedor de ciertos bienes de consumo y que mi cliente acepta pagarme por adelantado, quizás por un valor algo menor, la producción ya existente, pues tiene certeza de que, a su vez, venderá esos productos en cuanto estén a disposición de sus clientes.
En lugar de pagar en dinero, podemos utilizar una letra de cambio en la que se especifica la fecha de vencimiento, es decir, cuándo se puede cobrar. Yo podría esperar a que llegara a vencimiento y cobrarla: llegada esa fecha, mi cliente me pagaría la cantidad acordada en la letra de cambio y saldría beneficiado al haber pagado un precio algo menor por los productos.
Normalmente, la realidad es diferente: yo puedo utilizar la letra de cambio para pagar otros compromisos, descontando del valor facial de la letra los días hasta su vencimiento. Desde el punto de vista de la liquidez de los agentes económicos implicados, podemos decir que, en estas circunstancias de confianza mutua, los bienes de consumo usados como colateral son sólo ligeramente menos líquidos que el dinero que podría circular en su lugar.
Cuando no se dan esas condiciones de conocimiento directo, los bancos comerciales coordinan a los posibles ahorradores e inversores con distintos perfiles (plazo, riesgo, liquidez), lo cual agiliza las transacciones entre ellos y beneficia al sistema financiero en su conjunto, siempre que esos bancos protejan la liquidez de su activo (vigilando la facilidad para obtener tesorería) y de su pasivo (vigilando esa necesidad de tesorería para saldar sus deudas): en este sentido, aunque una letra de cambio no es estrictamente un sustituto del dinero, el crédito comercial asociado sí es el mejor activo que un banco comercial puede tener para cubrir su pasivo, ya sea en billetes emitidos por el propio banco o en depósitos bancarios.
Cuando esos bancos comerciales no coordinan los plazos de vencimiento de sus obligaciones y sus derechos de cobro, ni aseguran la calidad de sus activos para que sean fácil y rápidamente convertibles en dinero, se encontrarán a corto plazo en riesgo de suspensión de pagos y a largo plazo en riesgo de quiebra: esta situación, cotidiana hoy, sólo puede sostenerse gracias a la protección estatal de la que goza la banca comercial, que garantiza su progresivo endeudamiento y permite seguir emitiendo papel moneda inconvertible.
Es decir, la alternativa no consistía en negar la posibilidad de que algunos bancos puedan hacer negocio guardando nuestro dinero como si fueran cajas fuertes, sino en explicar cómo pueden facilitar el crédito siempre que cuiden su liquidez: un banco comercial estará en una posición de liquidez si compra crédito comercial líquido como parte de su activo, creando los pasivos correspondientes (en forma de billetes o depósitos) por el valor de dicho activo.

Sobre teoría monetaria y bancaria


En 2009, el Instituto Juan de Mariana, en colaboración con el Mises Institute, organizó un evento para homenajear a la Escuela de Salamanca (entre los siglos XIV y XVII) y analizar los orígenes del liberalismo y la teoría económica, coincidiendo con el cuatrocientos aniversario de la publicación de De monetae mutatione del Padre Juan de Mariana: el lugar, el Convento de San Esteban en Salamanca, España. El nombre del evento lo resumía perfectamente: “Salamanca: cuna de la teoría económica”.
Aparte de la brillantez habitual de Gabriel Calzada, recuerdo especialmente algunas de las conferencias: fue la primera vez que escuché a Peter Klein, Guido Hülsmann, Jeffrey Tucker o Lew Rockwell. Pero sobre todo, fue la primera vez que vi a Jesús Huerta de Soto hablando sobre el concepto de eficiencia dinámica: me pareció espectacular. Además, le compré, literalmente a precio de saldo, la última copia que le quedaba por allí de su libro “Dinero, Crédito Bancario y Ciclos Económicos”: bien escrito y fácil de entender, incluso para alguien como yo, que estaba muy lejos de ser un experto en la materia, pero que estaba previamente convencido de estar ante la teoría correcta.


La Fantasía Monetaria Moderna


Bryan Caplan decía que las discusiones sobre economía en ocasiones son como una tarta con múltiples capas. Hay cuestiones que nos provocan una primera opinión inmediata e impulsiva: la capa superficial. Cuando lo analizamos más a fondo, aparece una segunda capa en la que parece que esa primera opinión era ingenua, poco sofisticada e incorrecta. Pero a menudo ocurre que si seguimos profundizando encontramos una tercera capa que resulta coincidir con la primera. Al final la segunda capa, aunque revestida de sofisticación, era la equivocada: la primera impresión resulta ser la que había dado en la diana.



Un claro ejemplo de este fenómeno lo pudimos ver hace unos días en una serie de tuits sobre teoría monetaria que publicó Eduardo Garzón, asesor económico del Ayuntamiento de Madrid y uno de los economistas en alza de la izquierda española. Decía Garzón, entre otras cosas, que un Estado con soberanía monetaria “jamás puede quedarse sin dinero, por lo que, si se lo propone, jamás puede quebrar”. Además añadía que un Estado que emite la moneda que utiliza “no necesita recaudar impuestos para poder gastar”.
La reacción inmediata de las redes sociales fue burlarse de las afirmaciones publicadas por Eduardo Garzón como si de un completo ignorante se tratara: “tontería”, “estupidez” o “delirante teoría” es sólo una pequeña muestra de los calificativos y críticas que cosechó aquella tarde. Sin embargo estas afirmaciones de Garzón no son ocurrencias que se sacara de la manga de manera irreflexiva, sino que forman parte de la doctrina de la denominada Teoría Monetaria Moderna (MMT por sus siglas en inglés). De hecho, las opiniones de Garzón son casi extractos literales de publicaciones de los principales teóricos de la MMT, como son Randall Wray o Warren Mosler.
Un análisis algo más pausado de los desarrollos de Garzón, Wray o Mosler revelan esa segunda capa de la tarta en la que se percibe que, en realidad, estas afirmaciones no son tan disparatadas o, al menos, no son estrictamente falsas. Es cierto que un Estado que emite su propia moneda siempre podría pagar sus deudas en términos nominales con nuevas emisiones de dicha moneda. De igual manera, no hace falta que un Estado recaude impuestos para gastar, pues en efecto puede hacerlo con emisiones monetarias. Sin embargo, el objetivo de los impulsores de la MMT no es ver si este tipo de frases son estrictamente ciertas o falsas, sino que buscan trasladar a sus lectores la idea de que deberíamos ponerlas en práctica: que nuestros Estados deberían romper con los compromisos de credibilidad que se autoimponen en la actualidad los bancos centrales, y ponerse a emitir moneda de manera enérgica para gastarla en aquello que consideren oportuno.
La cuestión, como ellos mismos admiten, es que esto no puede hacerse de forma ilimitada sin sufrir severas consecuencias. Por un lado, el mero hecho de romper con las reglas de prudencia a la emisión monetaria minará la credibilidad del Estado para mantener estable el valor de la moneda, por lo que su demanda tenderá a caer. Por otro, un aumento de la emisión de moneda fiat que no vaya acompañada de un aumento proporcional de la demanda de dicha moneda tenderá a deteriorar su valor. El efecto en ambos casos se traduce en pérdida de poder adquisitivo de la unidad monetaria. Es decir, que la tercera capa de la tarta revela que la típica crítica superficial, inmediata e impulsiva que recibió Garzón era en el fondo correcta: dichas prácticas a la larga tenderían a provocar inflación. Y esto implica que si bien un Estado no puede quebrar en términos nominales, sí puede volverse incapaz de hacer frente a sus pagos en términos reales, que al fin y al cabo es lo relevante.
Eduardo Garzón suele replicar a esta crítica que, aunque es cierto que emitir moneda fiat en exceso provoca inflación, mientras exista capacidad ociosa en la economía no habrá inflación, y que además dicho gasto elevará la demanda agregada y generará riqueza y bienestar en la economía. Pero como explica Juan Ramón Rallo en su libro “Contra la Modern Monetary Theory”, esta opinión, que también sostiene Mosler, se debe a una mala teoría de la producción agregada. La aparente capacidad ociosa que no encuentra demanda no se debe a que no existan suficientes medios de pago en circulación, sino a que existe una descoordinación generalizada entre la oferta y la demanda. Lo que se logra emitiendo nueva moneda para gastarla en cualquier cosa es, precisamente, evitar que dicha descoordinación se corrija, e incluso provocar adicionales distorsiones en la estructura productiva. Rallo concluye en su libro: “En la medida en que el Estado desconozca las preferencias variadas y dinámicamente cambiantes de los agentes económicos a propósito de qué debe producirse, cuándo debe producirse y con qué nivel de riesgo debe producirse, el Estado no debería “promover la actividad económica” gastando, pues en realidad sólo estará despilfarrando”.
Los partidarios de la MMT al final suelen llegar a una contradicción. Por un lado dicen que el Estado puede gastar de forma ilimitada y que no puede quebrar. Por otro, cuando se les pregunta por la consecuencia de que la moneda empiece a perder su valor y se dispare la inflación, afirman que es imprescindible poner límites a la emisión para evitar que la moneda pierda su capacidad de compra. Pero el caso es que si se pone dicho límite, ya no es cierto que el Estado pueda emitir y gastar sin límite hasta el punto de no quebrar nunca; y si no se le pone, el Estado podrá nominalmente emitir moneda fiat y gastar sin límite, pero dicha moneda dejará de tener valor y perderá la capacidad de compra en términos reales. En definitiva, las típicas afirmaciones impactantes que hacen los seguidores de la Teoría Monetaria Moderna, en función de cómo las interpretemos, bien pueden ser ciertas pero enormemente destructivas por la ausencia de límites, o bien son directamente falsas por la existencia de dichos límites. Creer que pueden ser a la vez afirmaciones verdaderas y prácticas aconsejables es abandonar el ámbito de la teoría económica y pasar al de la fantasía.

La Fantasía Monetaria Moderna


Bryan Caplan decía que las discusiones sobre economía en ocasiones son como una tarta con múltiples capas. Hay cuestiones que nos provocan una primera opinión inmediata e impulsiva: la capa superficial. Cuando lo analizamos más a fondo, aparece una segunda capa en la que parece que esa primera opinión era ingenua, poco sofisticada e incorrecta. Pero a menudo ocurre que si seguimos profundizando encontramos una tercera capa que resulta coincidir con la primera. Al final la segunda capa, aunque revestida de sofisticación, era la equivocada: la primera impresión resulta ser la que había dado en la diana.