“El otro Juárez: Hombre cruel y obsesionado que buscó, no sólo la separación iglesia—estado, sino su destrucción total. Un hombre que, presumiendo de su liberalismo, violara sus principios básicos como la libertad de culto, el respeto a la propiedad y, de forma autócrata, se apropiara de la presidencia para no abandonarla hasta su muerte.”
RICARDO VALENZUELA
Cortesía de mi buen amigo, José Alberto Vázquez,
llega a mis manos un excelente libro, obra de Armando Fuentes Aguirre, el
admirado Catón. Al develar una versión totalmente ajena a la tradicional, el
autor nos transporta a esa era de nuestra historia en la cual, intoxicado por la Constitución de 1857,
el país se sumergió en una de sus más sangrientas guerras intestinas.
Habiendo sido la primera fase de mi educación producto
de colegios católicos, la forma en que devela estos acontecimientos, si bien no
me sorprende, ha provocado me sumerja en una profunda reflexión para intentar,
una vez mas, ajustar mis estructuras ideológicas producto de años de
introspección que me han llevado a cabalgar por tantos campos, tratando de
entender la evolución de mi país.
El título del libro: “La otra historia de México, Juárez
y Maximiliano. La roca y el ensueño” nos abre la primera avenida hacia un
recinto que desborda su rico contenido fuera de lo “tradicional,” tóxico
material con el que se nos ha envenenado durante siglos. Pero haciendo una
apreciación honesta, nos daremos cuenta que la otra versión ha sido igualmente
tóxica, y he aquí lo interesante de la obra; su imparcial novedad.
En colegios católicos me definían a Juárez como el
demonio responsable de las desgracias de México. Me provocaron pensar el
protestantismo era obra del anticristo que destruye sociedades. Los
conservadores del siglo XIX, eran los santos guerreros que, tratando de salvar
la patria de los herejes, derramaran su sangre por todo México y si fallaran en
su intento, su herencia es la tierra abonada con esa sangre para, germinando la
semilla de la fe, recuperar el mandato de la santa madre iglesia.
Si a ese programa en la mente de un niño, se le
agrega la emergencia de un inquieto adolescente atestiguando un México
subdesarrollado y oprimido, el potaje producía un conservador del viejo estilo
colonial. Si luego añadimos el que, como joven graduado del Tec
de Monterrey, me encontraba frente a un país sin rasgos liberales o
conservadores, sino un ente deformado el cual, sí describirlo era una odisea,
entenderlo era imposible, mi confusión cada día se multiplicaba.
Sin embargo, morando bajo el techo de un liberal de
una pureza intelectual europea como la de mi padre, su callada actitud frente
ante la triste realidad de México, me provocaba pensar que algo más debería
haber en el diván de los remedios. Mi encuentro posterior con el verdadero
liberalismo, producía la gran sorpresa de mi vida. Después, mi firme conversión
me transportaba a un estadio de rabia y profunda frustración, ante lo que
llegué a considerar mi gran engaño intelectual.
Catón me ha regresado a los años 80 cuando, al
conocer a Milton Friedman, iniciara el debate
interior para arribar a mi nueva conciencia liberal. Pero, impresionado por la
bella filosofía del liberalismo original, quise rehabilitar mis viejos demonios
llegando, de forma ciega, a identificar a Juárez con Jefferson,
y esas figuras casi mitológicas de los fundadores de EU, con los deformados
liberales mexicanos. Esos hombres que habiendo parido una de las más bellas
constituciones, se dedicaran a violarla y archivando el mapa con la potencia de
rescatar la nave y llevarla a puerto seguro, provocaran el motín de su
tripulación y casi su naufragio.
Me sorprende un escritor actual afirmando los
liberales se acompañaban de la lógica y la razón. Ellos querían construir un
país moderno, libre, sin castas ni privilegios, una republica federal, estado
de derecho, separación de iglesia y estado, proceso desarrollándose ya en
Europa y en EU. Pero luego afirma los conservadores eran depositarios de la
voluntad popular cuando, ante una iglesia repartiendo excomuniones, el
angustiado pueblo rechazaba la constitución liberal amenazado por el infierno.
Nos describe un país con esquemas sociales, políticos y religiosos ineptos para
negociar, soberbios y prestos a destruir.
Algo que me llenó de gran emotividad, es la
descripción de esa figura histórica que, por su etiqueta conservadora, se le
arremete con odio e histeria: El Gral. Miguel Miramón,
militar de carrera y caballero de honor incuestionable quien, antes de cumplir
30 años, era el invicto equivalente de Obregón, casi obligado presidente de la Republica,
responsabilidad que se rehusaba aceptar, para terminar sus días fusilado junto
a Maximiliano en ese triste pasaje del Cerro de las Campanas.
Me estremece la descripción de Juárez lo que
requiere de profundos conocimientos históricos, habilidad para interpretarlos
y, en especial, integridad y valor intelectual para quitarle el pedestal
con el que han pretendido elevarlo a la santidad. Describe un hombre cruel y
obsesionado que buscó, no sólo la separación iglesia—estado, sino su
destrucción total. Un hombre que, presumiendo de su liberalismo, violara sus
principios básicos como la libertad de culto, el respeto a la propiedad y, de
forma autócrata, se apropiara de la presidencia para no abandonarla hasta su muerte.
Afirma Catón eran más las coincidencias que las
diferencias entre conservadores y liberales, puesto que los liberales en su
mayoría eran católicos. Describe los titánicos esfuerzos de Comonfort
para conciliar las dos corrientes y lograr un gobierno de unidad. Sin embargo,
la soberbia de sus líderes y, en especial, tanto la de Juárez como la de la
iglesia, hundieron al país en una guerra cuyas heridas todavía no cierran.
Conflicto que si se hubiera evitado, nuestro presente fuera completamente
distinto.
Al arribar a la mitad del libro, lo más
impresionante ha sido leer el manifiesto de Miramón
del 12 de Julio de 1859. Reconoce no tener experiencia para el cargo de
presidente pero, asume la responsabilidad. Describe la situación caótica del
país y, lo más admirable, va a la raíz del problema. Protesta respetar los
intereses de la iglesia pero afirmando: “El país necesita orden, garantías y
libertad. Estoy decidido a tomar ese camino y, con los estatutos canónicos,
aniquilar el germen de la discordia que alimentará siempre la guerra.”
Emergía el reformador y yo agregaría un verdadero
liberal del corte de Guillermo Prieto. Manifestaba que la riqueza de la iglesia
era la semilla de la discordia y había que sujetarla a su propio derecho. La
iglesia ya aceptaba ceder algo para no perder todo. Era la gran oportunidad de
los acuerdos.
Ese mismo día, Juárez responde con sus Leyes de
Reforma expropiando “todos” los bienes de la iglesia, cerrando los conventos,
suprimiendo las cofradías religiosas, declarando a la iglesia como el gran
enemigo del país. Lo que Miramón proponía ejecutar
bajo el amparo de la ley, Juárez lo decidía en el rincón de la tiranía. Otra
oportunidad saboteada y ¡Se iniciaba el infierno!
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