Mientras muchos analistas y comentaristas se han centrado en los resultados políticos del Brexit y de la victoria de Donald Trump, pocos han comentado sobre el resurgimiento del catolicismo cultural por toda Europa en las urnas.
En muchos países de Europa, líderes como el primer ministro de Hungría o el gobierno conservador de Polonia, han promovido una retórica de valores cristianos revelando la fuerte conexión histórica de estos valores con una visión nostálgica de sus países. Este resurgimiento nace en parte como resultado de la desastrosa política migratoria de la Unión Europea, a la que han llegado de golpe dos millones de inmigrantes y no existe un plan concreto para su asimilación. Además, este resurgimiento parece representar un rechazo al multiculturalismo promovido por el Estado, cuyas sus consecuencias he reseñado en el pasado. Este catolicismo cultural no significa que más personas estén llenando las iglesias, pero sí que ven el catolicismo como algo característico de su país.
Me parece que en estas pasadas semanas el ejemplo que mejor representa este catolicismo cultural es la victoria de François Fillon en las primarias de los conservadores en Francia. La victoria y el margen de esa victoria fueron sorprendentes, no sólo porque nadie lo veía como posible ganador sino porque representa una visión thatcherista de la economía y además es católico practicante. La campaña de Fillon se centra en promover valores franceses y familiares, es decir llevar a Francia a sus raíces, mayormente católicas, dada la larga historia que la Iglesia Católica ha tenido en el desarrollo de Francia.
Es interesante analizar el contexto en el que se da la candidatura de Fillon. Francia vive atrapada en una ola de terror islamista, hay creciente descontento con el alto número de inmigrantes y también está el problema del multiculturalismo. Para un país de Europa occidental donde el teísmo ha ido en descenso y donde el porcentaje de franceses que acuden a las iglesias es mínimo, este resurgimiento del catolicismo cultural es algo notable. No hay que olvidar las recientes protestas de miles de franceses contra la aprobación del matrimonio homosexual en una sociedad supuestamente muy progresista. Es un país que pasó por el trauma de la Revolución Francesa que finalmente lo convirtió en un estado secular, pero mucho de su cultura y sus tradiciones, hasta días festivos y nombres de calles, están conectadas al catolicismo.
Fillon es visto favorablemente por muchos electores ya que defiende valores católicos que hoy se extrapolan como valores franceses o al menos como parte de la identidad francesa. Estos católicos culturales, mayormente fuera de las áreas urbanas, se están movilizando no solo por Fillon sino por causas que ellos consideran que violentan las raíces francesas. Fillon y sus estrategas han sabido reconocer ese poder latente y han diseñado una campaña en la que lo destacan como la persona que representan esos valores culturales. Esto ha contribuido a que tenga un equipo electoral muy activo y que muchas organizaciones que se hayan movilizado en apoyo a su candidatura.
Muchos de estos católicos culturales provienen de áreas que históricamente fueron las más opuestas a la Revolución Francesa. Son áreas donde reina el tradicionalismo en directo conflicto con el multiculturalismo que reina en las ciudades. Pero como he resaltado, no es un catolicismo que llene iglesias, sino que poco a poco se refleja en las urnas.
Como era de esperarse, la izquierda francesa ha reaccionado horrorizada ante la realidad de que un candidato con la visión de Fillon esté en la carrera presidencial de Francia. Se niegan a aceptar que un candidato como Fillon, al que ellos consideran un católico fundamentalista, pueda ser la mejor alternativa para derrotar al Frente Nacional de Marine Le Pen. Esta reaparición de los católicos culturales es motivo de esperanza para los que, como yo, creen que en el mundo aún queda valor y aprecio por las tradiciones y costumbres que influyen en nuestra identidad.
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