REFLEXIONES LIBERTARIAS
Ricardo Valenzuela
Estaba ya de regreso en casa y todavía no me reponía
de la excitación que me causaba el haber tenido la oportunidad de pasar esos días
inolvidables en el rancho de don Antonio. Los documentos que ese hombre me
había obsequiado eran un gran tesoro. Desfilaban ante mi vista, desde cartas
escritas por el propio don Gilberto, artículos de periódicos de diferentes
épocas de su vida y la del país, e inclusive, algo que fue lo que más sorpresa
me causaba, algunas cartas de correspondencia que don Antonio había mantenido
con mi padre, develando no sólo rasgos de su personalidad que ni yo le conocía,
develando tal vez a un hombre que no conocía.
Pero ahora debía regresar a los apuntes de mis
reuniones con don Gilberto para cubrir una etapa de su vida que me imagino,
debe haber sido sumamente dolorosa: la de su destierro y los años fuera de su
patria por la cual tanto había sacrificado y, ahora desde lejos atestiguaba lo
que tanto había temido: La formación de una nueva dictadura aun peor que contra
la cual los mexicanos habían hecho la guerra. Sin embargo, mis notas me
revelaban ahora el que de ese periodo de su vida, en nuestras conversaciones habíamos
cubierto prácticamente nada y, eran cinco años de la vida de este asombroso ser
humano que no se debían ignorar.
En eso se me ocurre una idea que tal vez
pudiera clasificar como una de las mejores de mi vida. Debía acudir a mi padre.
El fue quien me sembrara la semilla de admiración por el tío Gilberto, puesto
que, para él, era más que su hermano, era su padre, su mentor, su amigo, era
Gilberto Valenzuela y no existía en su mente nadie que tan siquiera se pudiera
aproximar a la estatura intelectual, politica, moral, ética y claro, jurídica,
a la de su admirado hermano. Sin embargo, mi padre estaba por cumplir los 94
años y aunque su salud era excelente, su mente ya no trabajaba con la
intensidad con la que me inculcara el amor a la sabiduría. Pero sabía también
que cuando algún tema le interesaba, escapaba de ese mundo de tinieblas en el
cual se refugiaba desde la muerte de mi madre, y regresaba al presente.
Habla don Gilberto. Calles con el camino
despejado se da a su tarea, la edificación de una forma muy especial de
gobierno y de país en el cual, como el Rey sol de Francia, todo debería de
girar en su orbita. El maximato se consolida de forma descarada y es cuando
nace la famosa frase de: “el Presidente vive aquí, pero el que manda vive
enfrente.” Pero Calles con toda su maquiavélica sabiduría, se equivocaba en los
tiempos para establecer el abrazo al país. La economía mexicana después de casi
20 años de lucha y caos, se encontraba totalmente destrozada y ahora se hacía a
una mar embravecida que muy pronto se convertiría en espantoso huracán. El
capital extranjero había huido en avalancha ante la caótica situación y, en
Mexico no había existido esa creación de riqueza y capital para resistir una
embestida como la que en esos momentos ya se percibía.
Al abandonar el país decidí establecer mi
residencia en El Paso Texas por dos motivos. El Paso era la ciudad fronteriza más
grande e importante entre los dos países y, estaba muy cerca de mi estado de
Sonora en donde habían permanecido gran parte de mis amigos quienes me apoyaran
en mi campaña. Pensé también que en esa ciudad podría yo con mi experiencia no
sólo de abogado, sino en la diplomacia mundial, desarrollar actividades que me
permitieran sostener a mi familia que ya era numerosa. En eso busca algo entre
la multitud de documentos que guardaba, y extrae uno que me lo muestra. Era una
carta expedida por el Presidente municipal de El Paso y transcribo:
A quien corresponda:
“Por medio de este documento me permito
presentar Al juez don Gilberto Valenzuela. El juez Valenzuela ha ocupado el
Ministerio de Gobernación de Mexico en tres ocasiones con los presidentes de la
Huerta, Obregón y Calles, fue Gobernador y Presidente del Supremo Tribunal de
Justicia de su estado de Sonora, enviado extraordinario y ministro
plenipotenciario en las embajadas de Mexico en Bélgica, Holanda e Inglaterra. Ha
sido también miembro de la Suprema Corte de Justicia Internacional de la Haya,
Holanda.
El Sr. Valenzuela es un abogado de gran
reputación no solo en su país, sino en los EU, Europa y en otras partes del
mundo. Se encuentra ahora en nuestra ciudad practicando su profesión de abogado
y jurista internacional y sus credenciales son intachables.”
Al terminar su lectura, le dirijo la mirada y
lo veo con el rostro iluminado exhibiendo esa sonrisa tan peculiar que tanto se
asemejaba a la de mi padre como diciendo; he cumplido viviendo una vida de trabajo,
aportación, extrema honestidad, integridad y sobre todo, de gran propósito, y sí,
hay gente que lo reconoce e inclusive lo reconocían en otros países. Era una
corta misiva pero que sin duda, describía de forma muy completa a ese hombre
que ahora era perseguido por el gobierno del país que lo vio nacer, y al cual
prácticamente había entregado su vida entera.
Le pregunto entonces: ¿Tio, como te sentías
prácticamente expulsado y perseguido por el Mexico que tanto le habías dado? Me
dirige una mirada de una gran profundidad cuando me dice: En primer lugar no
era algo que me sorprendiera de forma alguna. Así como el Gral. Obregón y yo
desde el primer momento en que nos conocimos en Guadalajara, de forma casi mágica
se inició una relación extraordinaria y una gran amistad, con Calles me sucedió
lo contrario. Desde que nuestros caminos se cruzaron por vez primera a mi
regreso a Sonora, nuestras personalidades, nuestras ideas, ideales y sobre todo,
nuestra visión por Mexico, se colapsaban de forma explosiva.
Cuando me entrevisté con él por última vez en
Cuernavaca y de forma sutil me deslizaba la idea de que yo podría ser el
candidato a la presidencia del partido que formaba, el sabia perfectamente que
yo no aceptaría y como buen jugador de póquer que era, ya tenia pensado y
planeados los siguientes movimientos. Calles era un hombre de una inteligencia
que, a diferencia de la de Obregón, era fuera de serie pero al mismo tiempo
casi la podría calificar definitivamente como diabólica. Yo por mi parte, cuando
me enteraba de la muerte de Obregón estando en Londres, la película de todo lo
que sucedería en México en los siguientes años, ya pasaba por mi mente.
Calles me conocía perfectamente y tenía muy
claro el que yo era un hombre enamorado del estado de derecho y, sobre todo,
alguien quien siempre expresaba la necesidad de que la sociedad civil no solo
se fortaleciera, se le diera vida, puesto que los regimenes que habían oprimido
al país desde su independencia, no habían permitido se desarrollara. Conocía de
sobra mi conciencia demócrata y todo ello, era un gran estorbo para él. Yo por
mi parte estaba muy conciente de que al no aceptar sus coqueteos, firmaba mi
sentencia puesto que también estaba conciente de que una lucha contra él, era
imposible ganar. Pero ya lo he dicho muchas veces; el hombre no está obligado a
triunfar siempre, pero si a ser fiel con sus valores, sus ideales y su
conciencia.
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