Trump, un cúmulo de sinsentidos y riesgos
Por Alberto Benegas Lynch (h)
Ámbito Financiero
En su discurso de una hora y cuarto en
la Convención Nacional del Partido Republicano en Cleveland, Trump no
hizo más que ratificar lo que venía sosteniendo en su campaña.
El candidato mostró una vez más que a
pesar de ser empresario no entiende el significado del comercio, del
mismo modo que ocurre con ciertos banqueros que no entienden que es el
dinero, especialistas en marketing que no se percatan en que consiste el
proceso de mercado o los prebendarios que se alían con el poder para
destruir la libre competencia. Como es sabido, el empresario exitoso
revela gran sentido de la oportunidad para detectar costos subvaluados
en términos de los precios finales y, por ende, saca partida del
arbitraje, pero no es en si mismo alguien con quien necesariamente se
puede contar para la defensa del sistema de libre empresa.
En el caso que nos ocupa, Trump volvió a
la carga contra inversiones de estadounidenses en el exterior y las
ventajas que las actividades comerciales extranjeras obtienen en su
comercio con Estados Unidos, incluso la emprendió contra acuerdos de
integración regional como el NAFTA con la amenaza de abandonar esos
arreglos contractuales. No se percata de los enormes beneficios del
comercio sin restricciones para ambas partes en las transacciones
voluntarias.
Esta visión proteccionista y de
xenofobia nacionalista tiñe sus propuestas en materia laboral ya que
considera las ventajas comparativas como un ataque a las fuentes de
trabajo locales sin ver que las tasas de capitalización maximizan los
salarios e ingresos en términos reales y que el comprar más caro y de
peor calidad empobrece. Mira el comercio internacional como una serie de
escaramuzas y guerras que el aparato estatal debe resolver, lo cual no
dista de los desvaríos tercermundistas y no es de extrañar que haya
destacado sus coincidencias en esta materia con el estatista radical
Bernie Sanders.
Su xenofobia la extiende también a la
política inmigratoria bajo la infundada conjetura que los nativos son
buenos mientras los foráneos son perversos que restan oportunidades a
los locales. Paradójicamente esto ocurre en la nación que tiene
inscriptos los conmovedores y hospitalarios versos de Emma Lazaurs al
pie de la Estatua de la Libertad.
Las consideraciones de Trump en materia
militar resultan agresivas y patoteriles y no simplemente de defensa. En
este punto es de interés recordar las severas advertencias del General
Eisenhower al despedirse de la presidencia, en el sentido de subrayar
que lo más peligroso para las libertades de los estadounidenses consiste
en el complejo militar-industrial.
El método que sugirió para reducir el
gasto gubernamental se parece a una chanza de mal gusto ya que señaló
que le pediría a cada departamento que anote donde pueden cortarse
gastos inútiles. En lugar de eliminar funciones incompatibles con la
tradición estadounidense, le pide consejos al zorro en el gallinero como
proteger las gallinas. Además, esto se contradice con su insistencia
keynesiana de construir caminos y puentes para reactivar el empleo.
No resulta clara su ambigua propuesta de
reducir y simplificar la maraña impositiva y las asfixiantes
regulaciones, así como también la bienintencionada sugerencia de que las
personas puedan elegir servicios de salud y educación y el necesario
esfuerzo para mejorar la seguridad en la vía pública. A contramano con
todo lo que dijo, debe destacarse su buena idea de proponer para la
vacante a la Corte Suprema a una persona que suscriba la misma tradición
constitucional que la de Antonio Scalia.
Por último, resultó significativo el
hecho de que alabara la participación en el estrado de sus dos hijas e
ignoró la de su hijo mayor quien precisamente en su discurso intentó
retomar las ideas más abiertas del Partido Republicano.
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