Joaquín López-Dóriga Ostolaza
El martes por la noche se formalizó oficialmente la investidura de Donald Trump como candidato a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Republicano. Esta elección de un candidato externo y que hasta hace unos años se identificaba más con el Partido Demócrata ha cimbrado al Partido Republicano y pone en riesgo los ideales económicos bajo los cuales se ha regido históricamente este partido.
Si bien Trump ha adoptado la tradicional postura conservadora en los temas sociales, inclusive adhiriéndose a las exigencias de las alas republicanas más radicales, su postura en los temas económicos marca un fuerte contraste con la filosofía tradicional del partido.
Hasta ahora, las campañas, y en especial la de Trump, han dedicado poco tiempo a describir los planes económicos de los candidatos. Muy a su estilo, Trump se ha limitado a esbozar conceptos básicos que capitalizan el descontento de los sectores de la población en los que su candidatura ha tenido mayor arrastre.
Dentro de los objetivos básicos de Trump se encuentran los pronunciamientos de cajón: i) reactivar el crecimiento económico, ii) estimular la creación de empleo, iii) elevar los salarios reales, iv) reducir el déficit fiscal y la deuda pública y v) reducir el déficit comercial. Sin importar el partido político o la filosofía económica, estos objetivos son prácticamente universales y la diferencia entre demócratas y republicanos siempre se ha centrado en el cómo.
Por un lado, los republicanos siempre han seguido una filosofía conservadora y ortodoxa enfocada en la economía de mercado, el libre comercio, impuestos bajos y un gobierno pequeño que interfiera lo menos posible en la actividad del sector privado.
Por otro lado, los demócratas tradicionalmente se han inclinado por políticas más progresistas que incluyen un papel más activo del gobierno en la economía, tanto por el lado del gasto para programas de bienestar (financiado por impuestos más altos) como por el lado regulatorio, así como por un enfoque más cauteloso al libre comercio internacional pero que no llega al proteccionismo. Así, históricamente el partido demócrata había atraído más a votantes de los sindicatos laborales, mientras que el partido republicano ha sido el favorito de los grandes empresarios.
Sin embargo, algunas de las promesas de campaña de Trump —entre las que destacan la renegociación de los acuerdos comerciales que tiene Estados Unidos o su abandono; el establecimiento de medidas proteccionistas como tarifas e impuestos especiales a las importaciones provenientes de China, México, Japón y otros países con los que Estados Unidos tiene un déficit comercial; la persecución de empresas estadounidenses multinacionales por crear empleos en otros países en lugar de Estados Unidos; la reducción de la deuda de Estados Unidos mediante una “negociación” para adquirir la deuda por debajo de su valor original de emisión (aunque después se retractó), y la eliminación de la independencia de la Fed como banco central— son totalmente opuestas a la filosofía económica del Partido Republicano y más parecidas a lo que el ala radical del partido demócrata propondría. Es por eso que a manera de broma, algunos analistas políticos han sugerido que el mejor compañero de fórmula como vicepresidente para Trump sería Bernie Sanders.
Aunque muchas de estas medidas, aunadas a otras como la deportación masiva de más de 11 millones de indocumentados, seguramente enfrentarían resistencia en el Congreso, varios analistas destacados opinan que su aprobación e implementación lejos de mejorar el bienestar de aquellos que simpatizan con Trump provocaría una recesión en Estados Unidos con implicaciones globales.
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