Reporte Indigo
La mañana del 17 de septiembre de 1973 es crucial para entender lo que pasa hoy en Nuevo León. Las balas que ultimaron a don Eugenio Garza Sada trastocaron un estilo de hacer y de pensar. Nada volvería a ser igual...
México, DF. A casi cuatro décadas de su muerte, Eugenio Garza Sada es el más prototípico empresario de Monterrey.
Su genio creativo no tiene paralelo. Las compañías que cristalizó con su hermano Roberto, aun vendidas a extranjeros, son todavía el motor que aceita el Monterrey industrial.
Su espíritu de empresario socialmente responsable, muy adelantado a su tiempo, se pone de manifiesto con el fenómeno educativo que hoy se conoce como Tecnológico de Monterrey.
Y la violencia con la que fue asesinado en los turbulentos años 70, terminó de perpetuar una leyenda cuya figura se enaltece todavía más en estos días en que Monterrey vuelve a ser presa del crimen organizado ante la ausencia de un liderazgo esperanzador.
Su genio creativo no tiene paralelo. Las compañías que cristalizó con su hermano Roberto, aun vendidas a extranjeros, son todavía el motor que aceita el Monterrey industrial.
Su espíritu de empresario socialmente responsable, muy adelantado a su tiempo, se pone de manifiesto con el fenómeno educativo que hoy se conoce como Tecnológico de Monterrey.
Y la violencia con la que fue asesinado en los turbulentos años 70, terminó de perpetuar una leyenda cuya figura se enaltece todavía más en estos días en que Monterrey vuelve a ser presa del crimen organizado ante la ausencia de un liderazgo esperanzador.
Por eso, al analizar el desencanto que prevalece en un Monterrey que se desdibuja en su liderazgo continental, voltear a ver al "don" del empresariado regiomontano es una obligación.
Sobre todo frente a una generación industrial que será recordada por preferir canjear su herencia con la venta a extranjeros de sus centenarias empresas.
Una clase empresarial tolerante con un poder político cada día más corrupto e incompetente, que con componendas y complicidades terminó adueñándose de sus silencios, primero, y de sus voluntades, después.
Un clan privado que quiso jugar a la democracia institucional pero fue incapaz de identificar en uno de los suyos a un capitán para marcar el rumbo del Tecnológico de Monterrey.
Por eso es obligado el referente de don Eugenio Garza Sada. Porque el antes y el después de Monterrey tras su partida no es un asunto simbólico. Es real.
La bala que el 17 de septiembre de 1973 segó su vida modificó sustancialmente la esencia empresarial de Monterrey. El valor se transformó en temor. La creación se convirtió en cesión y concesión. El espíritu retador frente al destino se achicó. Nadie volvió a llenar esos zapatos. Analicemos.
LOS MEDIOS FUERON EL MENSAJE
Nadie puede pretextar que los de don Eugenio Garza Sada eran otros tiempos. Más estables, más apacibles, más propicios para hacer negocios.
Nacido un 11 de enero de 1892 del matrimonio formado por Isaac Garza y Consuelo Sada, estos regiomontanos que figuraron entre los fundadores de la Cervecería Cuauhtémoc se vieron obligados a abandonar México en los años de la Revolución.
El joven Eugenio Garza Sada fue enrolado en la Western Military Academy en Illinois. Y trabajó al mismo tiempo como vendedor en una tienda de ropa y como multioficios en una sala de cine.
Su carrera profesional como ingeniero civil la cursó en el MIT (Massachusetts Institute of Technology) en Boston, donde se graduó en 1917, justo a tiempo para regresar con la familia a México para recuperar la cervecería.
De la mano de su hermano Roberto, los Garza Sada y otras prominentes familias de emprendedores, como los Muguerza y los Calderón, despegaron entonces las industrias periféricas a la cervecería que terminarían por adquirir vida propia.
Para fabricar las botellas, nació Vidriera Monterrey, hoy Vitro. Para las corcholatas, se hizo necesario producir acero a través de Hojalata y Lámina de Monterrey (Hylsa), hoy en manos argentinas. Grafo Regia y Empaques de Cartón Titán se crearon para producir las etiquetas y las cajas para empacar la cerveza.
Ese conglomerado empresarial, que comenzó a tomar cuerpo en la década de los 30, pronto empezó a ser reconocido como el llamado Grupo Monterrey, que fue convirtiéndose en sinónimo de visión, empuje y fortaleza.
Una de sus primeras incursiones en el terreno de las ideas, mucho antes de la creación del Tecnológico de Monterrey, se dio en los medios de comunicación. Y tiene fecha y ubicación precisa.
Fue durante el sexenio del general Lázaro Cárdenas, un presidente reformista que entre 1934 y 1940 sacudió a México con políticas calificadas de socialistas, como la nacionalización de la industria petrolera.
Confrontado con Estados Unidos, creador del PRM (Partido de la Revolución Mexicana, hoy PRI), de la Confederación de Trabajadores de México y de la Confederación Nacional Campesina, las ideas del llamado "efigie de Jiquilpan" se contrapuntearon con las del Grupo Monterrey.
Fue en 1938, dos años antes de que concluyera el sexenio de Lázaro Cárdenas, cuando uno de los integrantes del clan empresarial, Luis G. Sada, apoyó la iniciativa de Rodolfo Junco Voigt para fundar en Monterrey el periódico matutino El Norte.
La familia Junco de la Vega, con don Celedonio al frente, había fundado en 1922 el vespertino El Sol. Pero la competencia estaba en la mañana, con El Porvenir, que oponía poca resistencia ideológica a los afanes socializantes de Lázaro Cárdenas, quien promulgaba un "México para los mexicanos".
A lo largo de casi tres décadas, de 1938 a 1967, El Norte creció gracias al genio de don Celedonio y de su hijo Rodolfo, de la mano de la apuesta empresarial del Grupo Monterrey, que con una posición minoritaria, tenía asiento en el Consejo y solía designar a un subdirector en turno.
Pero una diferencia accionaria rompió en 1967 la alianza entre los Junco y el clan empresarial, que buscaba afanosamente el control absoluto del medio.
Lo necesitaban para consolidarlo con los nacientes intereses de TIM (Televisión Independiente de México), que con el Canal 6 retaba en Monterrey el predominio local del Canal 3, y el nacional de Telesistema Mexicano, de Emilio Azcárraga Vidaurreta.
La disputa por el control de El Norte llegó hasta la Suprema Corte. Y la familia Junco salió airosa, por encima de lo que entonces se consideraban los muy poderosos intereses del Grupo Monterrey.
El episodio no es menor, ni anecdótico. Fue un punto de inflexión que dio un vuelco a la vida del empresario regiomontano, y podría decirse que terminó llevándolo más tarde a otra confrontación que le costaría la vida y que cambiaría para siempre la psique empresarial de Monterrey.
EL INDUSTRIAL Y EL CORONEL
Lesionado en su orgullo y en sus intereses ante la pérdida de su influencia en el medio, don Eugenio Garza Sada decretó en 1967 un boicot publicitario contra los periódicos de la familia Junco.
Más aún, salió a buscar al entonces todopoderoso de los diarios en México, José García Valseca, para instalar en Monterrey un nuevo periódico que combatiera a El Norte.
García Valseca era un legendario militar de Puebla, mejor conocido como "El Coronel García Valseca".
Gracias a su amistad con Maximino Avila Camacho, el mítico hermano del presidente Manuel, el coronel poblano logró fortalecer en los 60 el mayor imperio de prensa escrita en México. Tenía una treintena de periódicos que emblemáticamente eran llamados "Los Soles".
Pero Monterrey era la única gran ciudad en la que García Valseca no entraba. La fortaleza de los matutinos El Porvenir y El Norte, aunada a que el cabezal de "El Sol", como se llamaban la mayoría de sus diarios, ya lo tenía el vespertino de la familia Junco, lo habían frenado.
Don Eugenio Garza Sada vio en el coronel García Valseca la posibilidad de reivindicar la afrenta de los Junco y de El Norte. Y le facilitó los medios para que fundara Tribuna de Monterrey.
Debutando en 1968, en plenos juegos olímpicos y con la primera rotativa de color de la ciudad, el diario de García Valseca rifaba autos y casas en su afán por aniquilar a un Norte que, boicoteado en su publicidad, sobrevivía con anuncios del valle de Texas.
Pero la relación entre don Eugenio Garza Sada y el coronel García Valseca creció aceleradamente. Y la figura de un periodista, Salvador Borrego, se hizo imprescindible para cuidar los intereses del Grupo Monterrey en la cadena de "Los Soles".
Por esos años, el gobierno pretendía ejercer el control de la prensa en México a través del papel periódico. Sólo se podía comprar o importar papel a través de PIPSA (Productora e Importadora de Papel).
Su carácter político era más que evidente. La paraestatal se ubicaba bajo la tutela de la Secretaría de Gobernación. A los amigos, papel y crédito ilimitado. A los enemigos, racionamiento y pago de contado.
La excéntrica vida del coronel García Valseca, quien recorría permanentemente el país a bordo de su lujoso tren para visitar sus decenas de diarios, le creó un estilo de vida insostenible que lo hundió en deudas.
Y en 1973, a mitad del sexenio de Luis Echeverría Alvarez, esas deudas sumaron 160 millones de pesos en facturas de PIPSA. El gobierno se aprestaba a tomar el control de la Cadena García Valseca.
GUERRILLA DE PAPEL, BALAS DE PLOMO
Para don Eugenio Garza Sada, el ascenso de Luis Echeverría Alvarez a la Presidencia de la República en 1970 significó un serio tropiezo en cuanto al control que se tenía de la política y los políticos en Monterrey.
Y es que el mandatario del "Arriba y Adelante"conocía a fondo las ideas del Grupo Monterrey. Las consideraba reaccionarias desde que confrontó a los empresarios en la lucha contra el libro de texto gratuito cuando era subsecretario de Gobernación en los años del presidente Adolfo López Mateos.
Esas relaciones se agriaron cuando Echeverría, cargando a cuestas el peso de haber sido el secretario de Gobernación del presidente Gustavo Díaz Ordaz, intentó lavar la afrenta del 2 de octubre en Tlatelolco acercándose a los grupos ideológicos que en su momento reprimió. Los instaló en su gabinete.
Pero si algo distanció a Echeverría del llamado Grupo Monterrey, fue su belicosidad contra Estados Unidos y su afinidad manifiesta con las ideologías de izquierda, incluida su amistad lo mismo con Fidel Castro que con Salvador Allende.
Y aunque en el sexenio de Echeverría fue un ex rector del Tecnológico de Monterrey, Víctor Bravo Ahuja, quien ocupó la Secretaría de Educación, los desencuentros con don Eugenio Garza Sada tenían cuatro nombres y apellidos.
Uno era el de Eduardo Elizondo Lozano, un brillante abogado que fue rector de la Universidad de Nuevo León y que en 1967 alcanzó por el PRI la gubernatura del estado.
Un periodo efímero de tres años ocho meses, ya que el 30 de mayo de 1971 decidió, por dignidad, renunciar al cargo de elección porque se resistía a aceptar las imposiciones del gobierno federal para obligarlo a firmar la autonomía universitaria.
A su salida del gobierno, se convirtió en el gran consiglieride las disputas familiares en Monterrey.
Su lugar de privilegio en los asientos de los principales consejos de las empresas de la ciudad, incluido el del periódico El Norte, terminaría por pavimentar el camino para que su hijo Fernando Elizondo, desde el PAN, alcanzara la gubernatura interina en el sexenio de Fernando Canales Clariond.
El de Eduardo Elizondo sería el primer rompimiento entre Monterrey y Luis Echeverría. Una confrontación que se agravaría 10 días después con otro quiebre.
Todavía con la afrenta de Eduardo Elizondo fresca, el 10 de junio de 1971, el entonces regente del Distrito Federal, Alfonso Martínez Domínguez, nuevoleonés de origen, fue obligado a renunciar tras la represión estudiantil del llamado Jueves de Corpus, que evidenció la existencia de un grupo paramilitar conocido como "Los Halcones".
Un tercer nombre es el de Sergio Méndez Arceo, el llamado "Obispo Rojo", el impulsor en México de la Teología de la Liberación, que pugnaba por la alianza entre el cristianismo y el socialismo para reivindicar la justicia social a través del gobierno de los más desposeídos.
Los brazos operadores del arzobispo de Cuernavaca eran dos.
Por un lado, su vinculación con el pensamiento liberal de la orden jesuita, que instalada en Monterrey en la pastoral ética del Tecnológico de Monterrey, fue expulsada por don Eugenio Garza Sada tras la única huelga que paralizó en su historia a la institución.
Y por el otro, el apadrinamiento, desde la Teología de la Liberación, del Frente Auténtico del Trabajo (FAT), que amenazaba al sindicalismo blanco de Monterrey y que alcanzó a operar tan cerca como Saltillo, lo cual desató una huelga en las empresas Cinsa y Cifunsa.
El cuarto nombre en la discordia Garza Sada-Echeverría fue el de Pedro Zorrilla Martínez, un político tamaulipeco que fue impuesto por el presidente como gobernador de Nuevo León.
Fue bajo su gestión cuando se dieron las invasiones de tierras urbanas y las "huelgas locas". Además, se crearon las condiciones para que floreciera en Monterrey una poderosa célula de la Liga 23 de Septiembre que terminó asesinando al empresario regiomontano.
Y fue en el contexto de la salida de Eduardo Elizondo, la renuncia de Alfonso Martínez Domínguez, la penetración de la Teología de la Liberación, el quiebre con El Norte y el acercamiento con el coronel García Valseca, que don Eugenio Garza Sada decidió retar las afrentas políticas e ideológicas de Echeverría.
Fue en 1973 cuando el coronel José García Valseca se presentó con el empresario para anunciarle que su poderosa cadena de diarios estaba a punto de ser intervenida por el gobierno federal debido a sus adeudos millonarios con PIPSA.
Don Eugenio Garza Sada intuyó con claridad que la jugada final de Echeverría era apoderarse de la principal cadena de diarios y con ello impulsar la ideología de izquierda.
El industrial regiomontano le propuso a García Valseca reunir, con el apoyo de empresarios de México, los fondos suficientes para el rescate. A cambio, le pidió que le cediera el control de los diarios y colocar al frente de esa cadena al periodista Salvador Borrego.
Cuando Echeverría supo del interés del Grupo Monterrey en la Cadena García Valseca, montó en cólera. El desafío era inaudito, considerando que el presidente ya había decidido que fuera Mario Vázquez Raña quien quedara al frente de "Los Soles".
Hombre cercano al presidente, Vázquez Raña y su familia eran públicamente reconocidos por su cadena de mueblerías Hermanos Vázquez. Pero la fortaleza del apellido venía de un negocio mayor: la proveeduría a las fuerzas armadas mexicanas.
Para evitar el golpe contra la Cadena García Valseca, don Eugenio Garza Sada aceleró el trámite del cheque para hacer el pago a PIPSA. Pero se quedó a horas de consumarlo.
Su muy oportuno asesinato en Monterrey, la mañana del 17 de septiembre de 1973, presuntamente a manos de un comando de la Liga Comunista 23 de Septiembre, frenó el cierre de la operación.
No son pocas las voces, incluida la más reciente, el libro "Nadie Supo Nada: La Verdadera Historia del Asesinato de Eugenio Garza Sada", del periodista Jorge Fernández Menéndez, que ubican la intentona de secuestro del empresario en la urgencia del gobierno federal para disuadirlo de la adquisición de "Los Soles".
Pero el plan se salió de control cuando el propio industrial, Bernardo Chapa y Modesto Hernández, su chofer y guardia, repelieron la agresión y terminaron asesinados en el lugar.
Después de todo, no hay que olvidar que el hombre de la inteligencia de Echeverría, Fernando Gutiérrez Barrios, siempre fue, junto con Sergio Méndez Arceo, el personaje mexicano más ligado a los movimientos guerrilleros internacionales, desde Cuba hasta la Patagonia, pasando por Nicaragua, El Salvador y Chile.
Hay quienes reconocen que don Eugenio Garza Sada traía consigo ese día el cheque con el que rescataría la Cadena García Valseca. Sea como fuere, nada de eso se consumó.
El sepelio del empresario se convirtió en luto nacional, y la presencia de Luis Echeverría en el cortejo fúnebre sólo avivó el choque entre su gobierno y el Grupo Monterrey.
El discurso pronunciado por el abogado Ricardo Margáin Zozaya bajo una pertinaz lluvia, ante un presidente que en ese momento dijo no haber escuchado el mensaje, pero que leído a posteriori lo indignó, fue el punto de quiebre final.
Y frente al féretro de don Eugenio Garza Sada y ante el presidente cuestionado, Margáin Zozaya sentenció:
"(.) sus asesinos y quienes armaron sus manos y envenenaron sus mentes merecen el más enérgico de los castigos, es una verdad irrebatible.
"Pero no es esto lo que preocupa a nuestra ciudad. Lo que alarma no es tan sólo lo que hicieron, sino por qué pudieron hacerlo.
"La respuesta es muy sencilla, aunque a la vez amarga y dolorosa: sólo se puede actuar impunemente cuando se ha perdido el respeto a la autoridad; cuando el Estado deja de mantener el orden público; cuando no tan sólo se deja que tengan libre cauce a las más negativas ideologías, sino que además se les permite que cosechen sus frutos negativos de odio, destrucción y muerte.
"Cuando se ha propiciado desde el poder a base de declaraciones y discursos el ataque reiterado al sector privado, del cual formaba parte destacada el occiso, sin otra finalidad aparente que fomentar la división y el odio entre las clases sociales.
"Cuando no se desaprovecha ocasión para favorecer y ayudar todo cuanto tenga relación con las ideas marxistas a sabiendas de que el pueblo mexicano repudia este sistema opresor.
"Es duro decir lo anterior, pero creemos que es una realidad que salta a la vista. Por doquier vemos el desorden instituido que casi parece desembocar en la anarquía, se suceden los choques sangrientos; las Universidades se encuentran convertidas en tierra de nadie; se otorgan mayores garantías al delincuente común que al ciudadano pacífico que se ve sujeto a atentados dinamiteros, asaltos bancarios, destrucción y muerte, eso es lo que los medios de comunicación nos informan cada día, cuando no tenemos que sufrirlos en carne propia o en la de familiares o amigos. Y a todo esto no se le pone remedio en la medida del daño que causa.
"Las fuerzas negativas que rayan en la impunidad delictuosa parecen haber encontrado como campo propicio nuestro país. Mientras todos hacemos esfuerzos sobrehumanos por ayudar a resolver los gravísimos problemas económicos que amenazan culminar en una crisis, se permiten las más nocivas ideologías, que propugnan por todo aquello que va en contra de lo verdadero y constructivo. Es decir, contra nuestra forma de vida, contra nuestros más preciados valores y contra nuestros más legítimos derechos.
"Urge que el gobierno tome, con la gravedad que el caso demanda, medidas enérgicas, adecuadas y efectivas que hagan renacer la confianza en el pueblo mexicano. Unos desean invertir sus capitales, pero temen hacerlo, otros, los industriales y comerciantes, quisieran fortalecer su confianza en el futuro porque se trata del futuro de la Patria. Los más se preguntan con legítimo derecho hacia dónde va la Nación y cuál será el porvenir que les espera a nuestros hijos.
"Cierto que es difícil tener confianza en el futuro cuando el mismo se perfila en el horizonte bajo los nubarrones negros de la tormenta o el rojo vivo de la sangre derramada.
"Pero a pesar de todo, hay esperanza y hay patriotismo; esos mismos atributos que tanto pudimos apreciar en la persona del desaparecido.
"Con sinceridad creemos que si es necesario que se reexaminen actitudes del pasado, es el momento de hacerlo. Si en algo o en mucho se ha fallado, es el momento de corregir el rumbo.
"Si se ha malinterpretado la acción prudente de la autoridad, que la misma se haga sentir en forma seria y responsable. Sobre el interés individual o de grupos ideológicos se encuentra, al menos así lo piensan las instituciones del sector privado, el interés de la Patria".
Veintidós días después de ese sepelio y de ese discurso, el 10 de octubre de 1973, fue secuestrado en Guadalajara, también por la Liga Comunista 23 de Septiembre, el empresario Fernando Aranguren.
Intimamente ligado al Grupo Monterrey, siempre se advirtió que su chequera también aportó, junto con la de don Eugenio Garza Sada, para el rescate de la Cadena García Valseca. Apareció asesinado seis días después.
El trauma del sector empresarial era enorme. Y los sucesores de don Eugenio Garza Sada entraron en una zona de confrontación personal que terminó dividiendo al monolítico grupo en dos visiones: la de Eugenio Garza Lagüera y la de Bernardo Garza Sada. Javier Garza Sepúlveda debió conformarse con ser testigo del quiebre.
Los primos entendieron el mensaje de Echeverría y claudicaron a la compra de la Cadena García Valseca, que fiel a los designios presidenciales, terminó como Organización Editorial Mexicana en manos de su amigo Mario Vázquez Raña.
Eugenio Garza Lagüera y Bernardo Garza Sada aprovecharon la salida de Rodolfo Junco de la Vega de El Norte, y el ascenso de sus hijos Alejandro y Rodolfo Junco González, para restablecer la relación perdida.
Y los afanes de una televisión nacional regiomontana, que despuntaban en un Canal 8 en la Ciudad de México y un Canal 6 en Monterrey, terminaron en una alianza con Telesistema Mexicano, de Emilio Azcárraga Milmo. De esa fusión, nacería Televisa.
Los miedos despertados por la confrontación entre don Eugenio Garza Sada y el gobierno de Luis Echeverría, y que culminó con el asesinato del patriarca, modificaron para siempre el inconsciente del empresariado de Monterrey.
Su relación con el poder no volvería a ser igual. El pacto con José López Portillo en 1976 daría inicio a la nueva era.
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