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Thursday, July 28, 2016

Capitalismo para Cuba

Un vendedor de frutas y vegetales aguarda la llegada de clientes en una calle de La Habana, Cuba, el martes 3 de diciembre de 2013. Algunos cubanos han aprovechado las incipientes facilidades autorizadas por el gobierno para iniciar pequeños negocios. (Foto AP/Franklin Reyes)
Con la salida de Fidel Castro ahora inevitable, el tema mas importante para Cuba es el futuro de la economía, que ha sido devastada por el socialismo, shocks de precios, embargos comerciales y el final de los favores rusos. La población cubana es un tercio más grande de lo que fue en el tiempo de la revolución, pero ahora el tamaño de su economía es menor a la mitad de lo que fue en aquel entonces. Después de Castro, Cuba puede aprender de los errores post-socialistas de Europa del Este y de la antigua Unión Soviética. Con la parcial excepción de la república checa, estos países han desperdiciado una oportunidad histórica de rescatar a su gente de la pobreza y de la degradación, y de mostrar al mundo lo que el capitalismo puede lograr. En vez de los mercados libres que todos esperabamos, hemos sido testigos de la creación de democracias sociales controladas por el Estado, que aún mantienen a las masas bajo el dedo gordo de administradores centrales. La creación de un mercado libre en Cuba sería un duro golpe para los burócratas internacionales y de EEUU., que intentan controlar el destino de Cuba post-Castro.



Podría también servir como modelo para estos Estados Unidos cuando el tiempo llegue de reestablecer un mercado libre acá en casa. La contribución esencial del libre mercado es que permite que la economía se maneje sola, siempre y cuando la estructura legal proteja a la propiedad, y a la libertad de firmar contratos. De alguna manera, esto se olvidó después de los eventos de 1989. En Europa del Este, por ejemplo, los gobiernos adoptaron los planes altamente intervencionistas del Fondo Monetario Internacional y Rusia renombró a Gosplan, que era la burocracia central de planeamiento, como “Ministerio de Privatización”. No resultó ser eso, por supuesto.
Todos estos gobiernos cometieron el espantoso error de instituir impuestos progresivos a los ingresos y a las ganancias del capital, imitando al Occidente, pero estos impuestos solo pueden retardar el crecimiento económico, penalizando la acumulación de la riqueza y del capital. Si Cuba eliminase todos los impuestos a las ganancias del capital, y a los ingresos, inmediatamente se convertiría en un magneto para las inversiones de todo el mundo. Los cubanos tendrían el incentivo de trabajar, ahorrar, invertir y de producir, pues entonces podrían quedarse con los frutos de su labor. Los estandares de vida cubanos alcanzarían los niveles pre-Castro rápidamente y eventualmente podrían exceder a los de Florida.
En Europa del Este, nuevos gobiernos se han sentidos tentados de extraer dinero del público para poder pagar las deudas comunistas y para recolectar nuevos fondos, lo cual también ha impedido la recuperación y el crecimiento. Existe también un tema moral: Por qué debería cobrarse impuestos a las victimas del comunismo, para pagar a aquellos que fueron lo suficientemente tontos o perversos de prestar dinero a los comunistas? El nuevo régimen cubano debería cortar su contacto con el pasado comunista mediante el repudio de todas las deudas de Castro. Si ello lastima la confiabilidad crediticia del nuevo gobierno, pues está bien: éste debería de todas maneras alejarse de las deudas. Gobiernos con un buen record crediticio demasiadas veces se han convertido en gobiernos inmerecedores del crédito – por prestarse dinero.
Hay una conexión con el pasado que Cuba no debería cortar, sin embargo, especificamente respecto a los que eran dueños de bienes antes de la revolución. El nuevo régimen tendrá que reasignar títulos de propiedad para demostrar su compromiso con la justicia. Tierras y edificios confiscados durante la revolución deberían ser retornados a los dueños originales o a sus herederos. Capital industrial creado bajo el comunismo debería ser entregado a los trabajadores bajo un sistema de participación accionaria. La propiedad no documentada debería ir a aquellos que la poblaron y trabajaron: Recintos de apartamentos a sus habitantes, buses a los chóferes de bus, calles a los negocios y casas en ellas, etc. La técnica de privatización aparte, lo importante es la transformación rápida de la propiedad colectiva en propiedad privada, y de no tratar de manufacturar un compromiso entre estas dos. Reformadores rusos y de Europa del Este encontraron que eso era como tratar de cambiar la dirección del tráfico poquito a poquito. El resultado es un apilamiento. Completa e inmediata privatización es la única respuesta.
Cuba también debería establecer los mercados laborales más libres del hemisferio, la única política de empleo para todos. Esto ayudaría a amortiguar los necesarios despidos en masa de la burocracia. Los cubanos deberían ser libres de trabajar sin tener que considerar restricciones laborales sindicalistas, salarios mínimos, o políticas raciales. En un país tan diverso como Cuba, los empleadores deben tener la libertad de contratar y de despedir, no debería haber “fondos de desempleo” excepto la caridad privada. Cuba debería también abrir sus fronteras a importaciones desde cualquier parte del mundo, y no poner ninguna restricción en el flujo de dinero y bienes fuera del país – dejar así que sean otras las naciones que se preocupen acerca de la “protección” económica. Por otra parte, no debería subsidiar a ninguna empresa extranjera, especialmente aquellas que son americanas, como el régimen pre-Castro lo hizo. Esto no solo causa descoordinación económica, provoca un resentimiento comprensible contra extranjeros que gozan de privilegios especiales.
La beneficencia pública ha sido una tentación para todos los países ex-comunistas, pero sería el beso de la muerte para la gente cubana. Como en la vieja Unión Soviética, muchos se han acostumbrado a la vida sin trabajar. Eso es comprensible en un sistema donde el pago y la producción no tienen relación el uno con el otro. Este dilema solo puede ser solucionado pidiéndole a la gente que construya su propio sendero. La Iglesia y las otras caridades responderán a las necesidades de aquellos que sufren. La beneficencia pública solo crea sufrimiento para el sector productivo.
Sin duda Cuba tendrá que lidiar con una vasta economía informal. En todos los países, carácteres sospechosos, digamos aquellos que no están en el gobierno, dominan los mercados negros. Hay una respuesta fácil: Legalizar. Dejar que cualquiera que pueda hacer un producto o un servicio, lo haga sin interferencias, y dejar que él lo venda a cualquiera que lo quiera comprar, por el precio que esté dispuesto a pagar, mientras que no haya un fraude involucrado. Lo que Marx criticó como “la anarquía de producción” debe reinar por completo.
Si Cuba tomase estos pasos, completa privatización, cero impuestos a los ingresos y a las ganancias del capital, mercados laborales libres, libre comercio, la legalización del mercado negro, rechazo al estado regulador o benefactor, habría un “boom” económico. De hecho, Cuba desarrollaría problemas de inmigración, al buscar otros latinoaméricanos entrar a un paraíso de libre mercado ubicado al borde de la costa de los Estados Unidos.
Pero para hacer todo esto, Cuba necesita independencia política. Burócratas estadounidenses tratarán de evitar que un libre mercado sea establecido en Cuba, como lo han hecho en Europa del Este y en Rusia, enviando equipos misioneros de las agencias reguladoras americanas y negando ayuda a cualquier cosa que no sea una economía mixta, con privilegios para los intereses especiales estadounidenses.
La nueva Cuba no debería tomar ni 5 centavos de la ayuda externa de Estados Unidos, ni un centavo del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial. En Rusia, por ejemplo, el FMI ha estado detrás de políticas tan alocadas como cambios de moneda, devaluaciones forzadas y altas tasas de impuestos. Recibir ayuda externa también sometería a Cuba a los tratados ambientales y laborales, que son incompatibles con un crecimiento económico elevado. Por ejemplo, Cuba no debería tener nada que ver con Nafta, la respuesta de este hemisferio a la monstruosidad burocrática llamada la Comunidad Europea.
Nafta impondría en Cuba el peor tipo de políticas estatistas, desde sueldos mínimos y leyes laborales “pro-niño”, hasta decretos de “aire limpio” y restricciones en el uso de tierras. Tal como el representante comercial de los Estados Unidos, Mickey Kantor, escribió en el Wall Street Journal, Nafta asegurará por ley “que ninguna nación bajará los estándares laborales o ambientales, que sólo los elevará.” “Si un país no persigue a sus contaminadores”, Kantor añade, “nosotros lo haremos.”
Cualquier país, incluyendo los Estados Unidos, que se mantenga alejado de Nafta y de sus “acuerdos colaterales”, que son más estatistas aún, tendrá una chance mucho mayor de conseguir el crecimiento económico, que aquellos que no lo hagan. Los americanos tenemos una buena razón de tener esperanzas por una economía de libre mercado en Cuba. Sería un ejemplo para este país, así como nosotros fuimos un buen ejemplo para el mundo entre 1776 y 1933 [*]. Si la riqueza per capita de una Cuba liberada algún día sobrepasa a la nuestra – gracias también a nuestro propio abandono de los principios de libre mercado – puede que ciudadanos estadounidenses demanden la clase de cambios radicales que los cubanos ahora desean. Y, además, si el socialismo Clintoniano es al final amarrado por completo a Estados Unidos, la clase media necesitará un lugar a donde moverse.

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