Nicolás Ibáñez: "Las utopías tienen un poder inmenso, a veces superior al de cualquier argumento racional o de lo que la evidencia contundentemente demuestra..."
No es un juicio ideológico, sino cosa de hechos y evidencia. Cuba pasó de ser una de las sociedades más promisorias y de mejor nivel de vida de la región -eso sí, con las carencias propias de un país que nunca consolidó una democracia- a lo que ha sido durante las últimas casi seis décadas: una prisión en el Caribe, arruinada y dependiente, primero de la URSS y luego de Venezuela. Además de eso, la dictadura ha azotado sin piedad a los cubanos y los ha subyugado, llegando hasta cierto punto a habituarlos a la resignación y la mediocridad.Los hermanos Castro han demostrado que lo moralmente reprochable e ineficaz en materia de gobierno puede llegar a ser, no solo aceptable, sino además admirable. Para muestra un botón: Nuestra Presidenta, democráticamente electa y representante de todos nosotros, declara que Fidel ha sido "...un líder por la dignidad y la justicia social en Cuba y América Latina".
Para mantenerse en el poder, los Castro han ideado y practicado atrocidades espeluznantes. Crearon un aparato estatal represivo, con su policía secreta y Comités de la Defensa de la Revolución, maestros de la vigilancia, la delación y el tráfico de suspicacias. La maquinaria propagandística es digna del Ministerio de la Verdad de George Orwell, y el diseño de las instituciones es un sistema de cadenas y muros que asfixia la libertad y la dignidad de las personas. Cualquiera más o menos informado y sensato sabe que, por esto y más, los cubanos no simplemente emigran, sino que escapan. Es cuestión de visitar la isla -mejor aún, de vivirla como un ciudadano corriente- para entender lo que oculta la versión romántica de esta historia.
Para colmo, dado que no se ha producido una transición a la democracia, como en Chile, no ha habido Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación. Tampoco procesos para los responsables de atentar contra los derechos humanos.
Lo cierto es, pues, que Castro muere tras décadas de dominio totalitario y se da el lujo de recibir los halagos post mortem de tantos líderes, entre los cuales figura nuestra Presidenta.
¿Qué hay detrás de este doble estándar? ¿Dónde quedan la racionalidad y el sentido común? ¿Por qué la complicidad de tantos líderes, supuestamente promotores de valores morales sólidos, que además no estarían dispuestos a vivir bajo un régimen oprobioso?
El ser humano, con alma, corazón e inteligencia, tiene cualidades únicas, pero no es perfecto ni enteramente racional. Es contradictorio. Y lidia cada día entre las pasiones, los prejuicios morales y la razón. Busca la felicidad y al mismo tiempo puede recrear las más terribles barbaridades. Esto lo sabemos desde la antigüedad y los grandes pensadores lo han advertido. Algo de esto trata Jonathan Haidt en su libro "The Happiness Hypothesis: Finding Modern Truth in Ancient Wisdom". En el camino, los seres humanos hemos concebido utopías, algunas de consecuencias apocalípticas. Pensemos en cómo hemos progresado y creado maravillas al mismo tiempo que conocido, solo en el siglo XX, dos guerras mundiales, la China de Mao, la Rusia de Stalin, la Alemania de Hitler, la Corea del Norte de la dinastía actualmente gobernante... o la Cuba castrista. Esto por mencionar un puñado de casos conocidos.
La idea liberal de sociedad de Adam Smith, Locke o Tocqueville, puesta en práctica, por ejemplo, por los Padres Fundadores de los Estados Unidos para reivindicar al individuo y reconocerlo como ser digno y libre, ha debido luchar contra las utopías y la pretensión de crear el paraíso en la Tierra, que termina irremediablemente, como dice Karl Popper, en un infierno.
Volviendo a las preguntas planteadas más arriba, las utopías tienen un poder inmenso, a veces superior al de cualquier argumento racional o de lo que la evidencia contundentemente demuestra. Los prejuicios morales y las pasiones hacen lo suyo, y frecuentemente nos enamoramos de los discursos y de las "buenas intenciones", como las de Fidel Castro, redentor de los desposeídos, luchador contra el imperialismo, héroe de los oprimidos y liberador de América Latina. Que haya sido todo lo contrario o que haya destrozado a su país y causado tantos males a la región, pues se niega o se olvida deliberadamente. O inconscientemente, en el mejor de los casos, por presión de las pasiones sobre la razón y el pensamiento crítico característico de la actitud liberal.
La simpatía de nuestra Presidenta hacia la figura, obra y legado de Fidel, tiene mucho de esto. Contra los hechos y los resultados del proyecto totalitario, de lo que Cuba no es más que un ejemplo vivo, la primera representante de la nación valida lo que parece creer es -ojalá que no- una alternativa al "neoliberalismo", que desde su perspectiva favorece a los ricos y "apitutados", promueve el lucro en calidad de crimen y fomenta un individualismo egoísta y perverso. Esto contrariando la historia y el mapa del mundo, donde los países más prósperos son los de instituciones políticas y económicas liberales. ¿Se puede hacer más daño a la cultura democrática? ¿Se puede despreciar más la dignidad de las personas y su derecho a ser libres? ¿Se puede insultar más a las víctimas del despotismo?
La muerte de Castro y la declaración de la Presidenta, como la de tantos que hoy elevan a héroe y santo a un tirano, nos brindan una oportunidad para entender que en la arena de las ideas y de los sentimientos es donde se está jugando el futuro de nuestro país.