“Es muy difícil cambiar la opinión de un hombre convencido. Dile que no estás de acuerdo con ella, se da vuelta y se va. Muéstrale hechos o datos que la refuten y cuestionará tus fuentes. Si apelas a la lógica no podrá entender tu conclusión.” Así comienza, When Prophecy Fails, un libro escrito por el psicólogo norteamericano Leon Festinger y dos colegas. Este libro, publicado por primera vez en 1956 y luego convertido en best-seller, describe un experimento que echa luz sobre la reacción de varios dirigentes, periodistas, intelectuales y artistas K al bochornoso episodio que sacudió a la sociedad argentina la semana pasada.
EMILIO OCAMPO
En septiembre de 1954, Festinger era profesor de psicología en la Universidad de Minnesota. Un domingo, mientras leía tranquilamente el diario en su casa, un título capturó su atención: “Profecía del espacio: Se acerca el fin del mundo.” Se trataba de un artículo que describía una secta que seguía fielmente las profecías apocalípticas de una ama de casa de Chicago llamada Dorothy Martin. Esta buena señora aseguraba tener contacto directo y fluido con extraterrestres provenientes de un planeta llamado Clarion. Estos extraterrestres le habían comunicado que el 21 de diciembre de 1954 el planeta tierra dejaría de existir. Los no pocos seguidores de la señora Martin estaban absoluta y fanáticamente convencidos de que se salvarían de semejante destino y serían rescatados por un plato volador.
Junto a dos de sus colegas de la universidad, Festinger decidió infiltrarse en la secta. Su objetivo era observar como reaccionarían sus miembros cuando el apocalipsis no ocurriera. Modificar sus creencias sería difícil dado que muchos estaban “jugados” con la profecía y habían vendido sus casas y pertenencias. Otra opción, según Festinger la más probable, era modificar el relato y reclutar más seguidores y de esta manera reducir el golpe a la autoestima provocado por la realidad. Así efectivamente ocurrió. El 21 de diciembre la sibila y sus discípulos esperaban reunidos al plato volador que vendría a rescatarlos. La tensión y la ansiedad fueron en aumento con el paso de las horas. Pasada la medianoche Martin anunció que Dios había decidido posponer el apocalipsis debido a la energía positiva que había recibido de ella y sus incondicionales seguidores. De inmediato, llamó a los diarios e inició una campaña para diseminar su nuevo mensaje.
A raíz de este experimento Festinger desarrolló el concepto de disonancia cognitiva. Este término describe un estado de tensión mental que surge cuando hay una inconsistencia entre lo que una persona cree o piensa y lo que hace (o la realidad). La disonancia provoca un malestar y por lo tanto la persona que la sufre busca minimizarla lo mas posible. Esto se logra de cuatro maneras: a) modificando las creencias, b) alterando la conducta, c) racionalizando la conducta, y d) negando cualquier evidencia que genere disonancia. La primera es la más fácil pero poco probable. La segunda es difícil y rara vez ocurre. Según Festinger, generalmente los seres humanos recurrimos a las últimas dos alternativas: la racionalización y la negación.
Otros experimentos realizados en los últimos años confirman que cuando la evidencia prueba la falsedad de ciertas convicciones políticas, en vez de debilitarlas, irónicamente, muchas veces contribuye a fortalecerlas. Especialmente si esa evidencia amenaza una manera de comprender la realidad que está firmemente establecida en la mente de un individuo (es decir, su cosmovisión o ideología). Dicho de otra manera, si la evidencia no cuaja con creencias pre-establecidas, estas son descartadas si son débiles, pero si son fuertes, en vez se descarta la evidencia.
Los adherentes al kirchnerismo, que se cuentan en millones, se parecen en muchos aspectos a los miembros de la secta apocalíptica que investigó Festinger. Durante años sostuvieron que sus líderes eran fieles y honestos guardianes de los intereses del pueblo argentino, a pesar de que toda la evidencia indicaba que más bien eran los jefes de una banda dedicada al saqueo más sistemático y abusivo de las arcas públicas en la historia de nuestro país. Obviamente, algunos, los más encumbrados, eran de hecho partícipes en esta actividad criminal o sus beneficiarios directos, lo cual explica su posición. Pero otros, la amplía mayoría, eran creyentes sinceros del mal llamado “modelo de acumulación de matriz diversificada e inclusión social” (en realidad era un modelo de acumulación de riqueza para la cúpula del kirchnerismo).
Es cierto que algunos funcionarios K de alto nivel no participaron en actos de corrupción (son una minoría). Pero en cualquier caso fueron cómplices. Algunos aceptaron en silencio la inmoral argumentación de que para hacer política y combatir a los “poderes hegemónicos” era necesario robar a los argentinos. Otros, hoy convenientemente argumentan que ignoraban lo que estaba pasando. En este último caso, su candor es criminal. Solo un ingenuo puede pensar que un sistema en el que todas las decisiones económicas de importancia son tomadas por un selecto grupo de funcionarios cuya mayor virtud es la obsecuencia, es viable sin un alto grado de corrupción. Es casi como pretender dejar el auto estacionado en la calle con las llaves puestas y las ventanas abiertas y pretender encontrarlo al día siguiente.
Los perpetradores del crimen naturalmente intentan echarle la culpa a “otros”. “Que nadie se haga el distraído. Ni empresarios, ni jueces, ni periodistas, ni dirigentes. Cuando alguien recibe dinero en la función pública es porque otro se lo dio desde la parte privada. Esa es una de las matrices estructurales de la corrupción”, declaró con total desparpajo la ex presidenta, como si ella no hubiera tenido nada que ver. “Indignación y bronca,” fue lo que sintió el hirsuto ex ministro de economía Kiciloff, principal apologista del “modelo”. Uno de sus secuaces, que ocupó el Directorio del Banco Central y votó a favor de vender dólares a 10 cuando valían 15, fue más allá y articuló desvergonzadamente una explicación conspirativa. El escándalo de las bolsas de López era lo que necesitaba el actual gobierno para “enceguecernos” y así dejar “que la matriz criminal del poder económico aumente el endeudamiento externo como mecanismo de financiamiento de la fuga de capitales a la par de asegurar que la pila de la rentabilidad financiera crezca obscenamente mientras las pilas de la producción y el consumo se destruyan progresivamente.” (Evidentemente, matriz es una palabra esencial para el relato K). Según este ex funcionario y militante, lo de López no es tan importante, lo importante “es la corrupción del poder económico, que siempre permanece escondida en los pliegues de las tranzas e intercambios del poder oculto conformado por procederes empresarios y corporativos.”
La reacción de los “idiotas útiles” que durante mas de una década aplaudieron y votaron a los perpetradores y cómplices del saqueo no sorprendería a Festinger. La mayoría opta por la racionalización (por ejemplo, todos los políticos son corruptos, hablar de corrupción es “construir un discurso reaccionario y elitista”, y/o la corrupción es necesaria para combatir al imperialismo) o la negación de la realidad (por ejemplo, López es un infiltrado o traidor).
De acuerdo a una encuesta reciente, un 21% de los argentinos cree que la ex Presidenta no sabía lo que pasaba. Es decir, es inocente. Otro 11% cree que lo de López fue una operación mediática o una “causa armada.” Teniendo en cuenta un padrón electoral de casi 32 millones, esto significa casi 10 millones de votantes. Estos diez millones de argentinos constituyen el núcleo duro del kirchnerismo que resiste a rajatabla el embate de la realidad. Y si la ex presidente declarara que el fin del mundo se aproxima y que los militantes K serían rescatados por una nave espacial comandada por extraterrestres, rápidamente alistarían sus pertenencias y se prepararían para el embarque. No se dan cuenta que la nave salvadora nunca podría despegar por exceso de peso. Lo mismo le pasa al país.