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Friday, June 17, 2016

La pasividad del pueblo salvadoreño

La pasividad del pueblo salvadoreño


Por Manuel Hinds
 
Nunca se ha extrañado usted de la pasividad del pueblo salvadoreño? Mire usted un ejemplo clarísimo. El FMLN tuvo el año pasado un congreso en el que reafirmó su vocación de ser un partido marxista que quiere proceder de acuerdo a las tradiciones de la Revolución Rusa de 1917, estableciendo un régimen que no admite la propiedad privada y eliminando cualquier foco de oposición a su poder totalitario. Sus documentos dejan claro que el objetivo del partido es destruir la democracia con todo y los derechos ciudadanos al libre pensamiento, a la libertad de expresión, a la propiedad, y a su autodeterminación. En el Foro de Sao Paulo que se celebrará en El Salvador la última semana uno de los puntos principales es buscar maneras de controlar al poder judicial para obtener el poder total y ejercer la “hegemonía de la izquierda”. 


Estas intenciones las valida el FMLN todos los días con sus acciones, todas orientadas a ir acorralando a cualquier oposición para ejercer el poder total sin ningún impedimento. El FMLN y el gobierno expresan también su vocación en sus apoyos incondicionales a Cuba y Venezuela, y a cualquier causa que estos países quieran apoyar. Este comportamiento muestra que el FMLN es un partido que quiere cambiar drásticamente la institucionalidad del país, eliminando, como en la Unión Soviética y en Cuba, cualquier trazo de democracia para establecer una tiranía terrible en nombre del proletariado, que sería parte de los oprimidos.
Nada de esto queda en palabras. Poco a poco, el FMLN ha ido adquiriendo el poder en cada institución del país, llenándolas con sus partidarios. Van quedando muy pocas instituciones independientes. La Sala de lo Constitucional, la única defensa que mantiene el régimen de derecho en El Salvador, es víctima de ataques continuos por parte del gobierno y del FMLN.

La pasividad del pueblo salvadoreño es obvia en todo este proceso. El FMLN trabaja continuamente para lograr el poder total aunque sólo entre el 20 y el 30 por ciento de la población lo apoya. El partido nunca ha ganado más del 30 por ciento del electorado. Y sin embargo el pueblo ha permitido que el FMLN ganara dos elecciones presidenciales y ahora, con cerca del 70 por ciento pensando que el país está en el rumbo equivocado, no hace sentir su exigencia de que se mejoren las cosas ni para evitar que esa minoría nos quite todas las libertades y nos lleve a un infierno como Venezuela o Cuba. Si las cosas siguen como están, el FMLN puede ganar un tercer periodo en el poder en 2019 sólo porque, en su displicencia, cerca del 50 de la población, la inmensa mayoría de ellos refractarios al FMLN, no vota. Este tercer período no sería como el tercer período de cualquier otro partido político. Sería el final de la democracia en nuestro país.
¿A qué se debe esta pasividad? En gran parte se debe a que el FMLN ha sido muy efectivo en inyectar una actitud de adormilamiento en la población. Mientras en sus comunicaciones siempre hay una parte dedicada a proclamarse marxistas y antidemocráticos, hay otra parte dedicada a hacer creer a la población que estas proclamaciones son “solo” para mantener tranquilas a sus bases revolucionarias, pero que en realidad no reflejan lo que realmente harán. De esta forma, cualquier advertencia de que nos están llevando por el mismo camino que Venezuela lo descuentan como “alarmista”, y en cada oportunidad que tienen dicen que están dispuestos al “diálogo”, una palabra a la que le han quitado todo contenido porque cuando supuestamente lo practican no sólo no hay ningún resultado sino que los acompañan con quemazones de llantas para intimidar a los que han invitado al diálogo.
El pueblo tiene que despertar de este adormilamiento para que no pase lo que ha pasado en Venezuela, que cuando despertó ya era demasiado tarde para reaccionar. Los Socialistas del Siglo XXI ya tenían tanto control del poder que no les ha importado ni perder la Asamblea. En El Salvador vamos por ese camino. Poco a poco, calladamente, el FMLN está tomando todos los espacios y cuando nos demos cuenta ya los habremos perdido todos. Y entonces, mucha gente dirá, ¿Y por qué nadie nos advirtió?

La pasividad del pueblo salvadoreño

La pasividad del pueblo salvadoreño


Por Manuel Hinds
 
Nunca se ha extrañado usted de la pasividad del pueblo salvadoreño? Mire usted un ejemplo clarísimo. El FMLN tuvo el año pasado un congreso en el que reafirmó su vocación de ser un partido marxista que quiere proceder de acuerdo a las tradiciones de la Revolución Rusa de 1917, estableciendo un régimen que no admite la propiedad privada y eliminando cualquier foco de oposición a su poder totalitario. Sus documentos dejan claro que el objetivo del partido es destruir la democracia con todo y los derechos ciudadanos al libre pensamiento, a la libertad de expresión, a la propiedad, y a su autodeterminación. En el Foro de Sao Paulo que se celebrará en El Salvador la última semana uno de los puntos principales es buscar maneras de controlar al poder judicial para obtener el poder total y ejercer la “hegemonía de la izquierda”. 

Wednesday, June 15, 2016

¿Es la democracia la gran cosa?

Votación
Mi gran escepticismo sobre la democracia como algo esencial en sociedad e incluso como “derecho natural” no será novedad para los lectores de Libertad.org.
La realidad histórica y política es que la democracia es una espada de doble filo, y cuando expongo mi opinión y reseño que la democracia está sobrestimada, me catalogan rapidito como una persona autoritaria, liberticida, antidemocrática y antipueblo. Esta reacción, mayormente entre círculos izquierdistas, se basa en la premisa falsa de que es si un político o una institución tienen legitimación democrática entonces es sinónimo de algo bueno.
Para muchas personas sería un verdadero choque plantear cómo dos de los países más libres, el Reino Unido y Estados Unidos, son los menos atados a los principios de la democracia y el sufragio universal. Este planteamiento se sostiene si analizamos la estructura constitucional de ambos países; la Constitución de Estados Unidos es el documento más conservador en el planeta, donde el voto se menciona poco, algo que es reservado a los Estados de la Unión.



La estructura del gobierno es una que divide el poder, en donde el Ejecutivo no lo dirige directamente el elector sino el Colegio Electoral. La rama legislativa, el Senado, antes de la Enmienda XVII era elegido por las legislaturas estatales por un periodo de seis años. El Poder Judicial, investido en los magistrados de la Corte Suprema, tampoco se elige directamente. El presidente nomina y el Senado ratifica.
En el caso del Reino Unido, es una monarquía constitucional donde no se vota por el/la monarca (Jefe del Estado), donde en el sistema parlamentario no se vota directamente por el primer ministro sino por miembros del Parlamento. Tiena la Casa de los Lores que no es electa sino que sus miembros son elegidos por el gobierno de por vida y representa una importante parte fiscalizadora de la legislación proveniente de la Cámara de los Comunes. Un país donde los grandes avances en la libertad como el derecho de Habeas Corpus no provienen de movimientos democráticos sino de mayormente de conflictos entre monarca y Parlamento, representado por una aristocracia que no era electa y unos comunes que eran electos por un electorado limitado. Este sistema nos legó la Carta Magna, bendito documento que ha ilu,minado el camino de más de una constitución.
Como podemos apreciar estos países son baluartes de la libertad porque su sistema no es totalmente democrático, donde existe una prudente restricción en actuar y adquirir el poder. Son sistemas que se basan en una concepción de la naturaleza humana que comprende sus flaquezas y por eso tiene un escepticismo natural a lo que John Madison y John Adams, entre otros, denominaron como “la tiranía de la mayoría”. Esto no quiere decir que favorezca un retorno al pasado, ya que el sufragio es universal, pero sí enfatizo que no veamos la democracia como algo sagrado o la panacea a nuestras aflicciones. Una institución no debe ser necesariamente eliminada porque no tener legitimación democrática. Habrá que analizarla bajo el criterio de si mantienen y defienden la libertad y el orden.
Es importante cuestionar la sacralidad de la democracia y si de verdad nos hemos beneficiado de este movimiento democrático, sus ideas y del sufragio universal. El sistema democrático permite el traspaso del poder político sin necesidad de matarse (literalmente) por alcanzarlo. En este punto, es un magnífico sistema ya que es la forma pacífica y civilizada de hacer las cosas. Pero, pasado ese umbral, también vemos cómo por la búsqueda de votos, los partidos venden sus ideales y a su base política, traicionando sus promesas, atacando las libertades personales y envolviéndose en la bandera del populismo en nombre de un supuesto bienestar social. Por ejemplo, América Latina ha sufrido enormes decepciones con la institución democrática debido a la corrupción política.
Podríamos concluir que no nos hemos visto necesariamente beneficiado bajo este sistema – quizás hasta hayamos empeorado. En muchos casos, la democracia se ha convertido no solo en legitimación sino en arma retorica e ideológica para el intervencionismo contra el individuo y hasta a nivel militar en otros países. Las intervenciones militares en nombre de supuestos valores democráticos universales se han repetido en el siglo XX y XXI. Las intervenciones contra la libertad individual en nombre de un supuesto bienestar social general han sido impuestas por elementos legitimados por la democracia.
El modelo de los Padres Fundadores de Estados Unidos, basado en un gobierno limitado con balance de poderes, ha ido cambiando lentamente a favor del intervencionismo del Estado que recorta libertades individuales de forma lenta pero segura – todo ello bendecido en nombre de la democracia y el progreso social. ¿Estamos mejor o peor? Porque en nombre de ese mismo principio, hoy tenemos una deuda de 19 billones de dólares, oleada, sacramentada y creada por nuestros representantes democráticamente electos. Conceder legitimidad democrática a nuestros políticos se puede convierte fácilmente en potentes armas contra nuestra propia libertad. Reflexione sobre esto que también es resultado de la democracia.

¿Es la democracia la gran cosa?

Votación
Mi gran escepticismo sobre la democracia como algo esencial en sociedad e incluso como “derecho natural” no será novedad para los lectores de Libertad.org.
La realidad histórica y política es que la democracia es una espada de doble filo, y cuando expongo mi opinión y reseño que la democracia está sobrestimada, me catalogan rapidito como una persona autoritaria, liberticida, antidemocrática y antipueblo. Esta reacción, mayormente entre círculos izquierdistas, se basa en la premisa falsa de que es si un político o una institución tienen legitimación democrática entonces es sinónimo de algo bueno.
Para muchas personas sería un verdadero choque plantear cómo dos de los países más libres, el Reino Unido y Estados Unidos, son los menos atados a los principios de la democracia y el sufragio universal. Este planteamiento se sostiene si analizamos la estructura constitucional de ambos países; la Constitución de Estados Unidos es el documento más conservador en el planeta, donde el voto se menciona poco, algo que es reservado a los Estados de la Unión.