“NO SE HAGAN BOLAS SEÑORES, NO HAY RELACIÓN NI PUNTOS DE REFERENCIA ENTRE SALINAS Y PEÑA NIETO. MUCHO MENOS ENTRE ASPE Y VIDEGARAY. A SALINAS Y ASPE SE LES ADMIRABA EN LOS MERCADOS INTERNACIONALES ETIQUETÁNDOLOS DE SUPPLY-SIDERS. PEÑA NIETO Y VIDEGARAY PROVOCAN PÁNICO.”
RICARDO VALENZUELA
No cabe duda que la economía mexicana durante el último año, se ha venido deteriorando de forma alarmante. Pero más alarma no debe de causar el ambiente general que se respira cuando las fragancias del viejo estilo priista se expanden arropando a todos los mexicanos preocupados con los jeroglíficos emanando de Los Pinos y, cuidado, luego nacen las expectativas racionales.
Ante tan escarpado ambiente, como siempre surgen los economistas de peluquería esgrimiendo sus cantinflescos análisis de un panorama que, para los observadores bien informados, las causas que lo originan deben ser muy claras. En el infinito mar de verborrea irresponsable con la que dibujan sus obras de arte estos pitonisos, está la de colgar culpas de los pecados de Peña a ese popular “punching bag” tan odiado por todos los mexicanos; Salinas.
Nos gritan que Salinas es el ventrílocuo que habla a través de Peña, es el titiritero que acciona las cuerdas para que el monito baile al ritmo de la Salinostroika. Pasan a destapar una negra conspiración mediante la cual, Pedro Aspe ha incrustado en la Secretaría de Hacienda a uno de sus zombis el cual, después de un científico lavado de cerebro ejecutado a su paso por Protego, como el candidato de Manchuria se apresta a detonar la bomba destruyendo la economía del país.
Pero analicemos las gestiones de estos dos prominentes priistas en sus diferentes tiempos; Salinas de Gortari y Peña Nieto.
Cuando Salinas asumía la presidencia en Diciembre de 1988, la economía mexicana se encontraba agonizando. La inflación superaba el 200% y, por lo mismo, los intereses bancarios se ubicaban por encima del 200%. El peso sufría devaluaciones diarias que, en los últimos seis años, superaba el 2,500%. El déficit del presupuesto federal alcanzaba el 20% del PIB. El desempleo superaba el 15%. La economía decrecía. Las reservas del Banco de México se habían agotado. El Estado controlaba el 80% de la economía, la deuda externa e interna era impagable y el prestigio del país estaba por los suelos.
En Diciembre del año pasado, Peña Nieto se colgaba la banda presidencial ante las expectativas por conocer el nuevo PRI. La inflación controlada a niveles históricos. El presupuesto federal prácticamente nivelado. A pesar de la confusión internacional, la economía creciendo a niveles del 3 al 4%. El peso navegando con gran estabilidad. El desempleo más bajo que en los EEUU. Las reservas del Banco de México a niveles record. La deuda externa finalmente a niveles razonables y se hablaba ya del nuevo Mexican Miracle.
¿Qué fue lo que hicieron estos dos hombres ante panoramas tan distintos y, más importante, qué resultados obtuvieron?
Durante el verano de 1989, en uno de mis viajes a Nueva York fui invitado a una cena que ofrecía la prestigiada firma de consultoría económica, Polyconomics. La invitación me la hacía su presidente, Jude Wanninsky, uno de los tres testigos de la reunión en los años 70 en el restaurante Michael’s en Manhattan, en la cual naciera la famosa curva de Laffer dando vida al Supply-Side economics. Al día siguiente Jude y yo nos reuníamos para un interesante almuerzo.
Arribaba Jude acompañado de otro de esos testigos y padrino del nuevo Supply-Side, el legendario Bob Bartley, editor y economista del Wall Street Journal. De inmediato la plática se encamina hacia México y su nueva administración. De repente Jude desenfunda un luminoso paquete con el título: “México 2000”. ¿Qué es esto? le pregunto. “Es el plan de vuelo de Salinas y su copiloto, Pedro Aspe”, me responde con asertividad. Me impresiona la forma en que estos dos hombres expresan su admiración por Pedro Aspe y, en especial, por su biblioteca personal cuajado de volúmenes de economía.
El documento era, primero, una profunda auscultación y el diagnostico de esa grave enfermedad sufrida por el paciente llamado México y, segundo, una clara receta del tratamiento recomendado para lograr la recuperación de su salud, atrofiada por esa plaga de nacionalismo revolucionario que lo postrara ya durante 18 años. Además de una agresiva liberalización de la economía, la parte medular del tratamiento debía ser una drástica reducción de impuestos.
¿Qué fue lo que produjo ese tratamiento?
El día 31 de Diciembre de 1993, Salinas se disponía a celebrar el arribo del nuevo año y los motivos para tal celebración eran visibles. La inflación había sido domada y se ubicaba en 10%. La hemorragia que producía la devaluación diaria del peso, se controlaba y se anclaba en $3.50 por dólar. La economía de nuevo crecía. El desempleo se ubicaba en un 4%. La duda había sido negociada y reestructurada. El presupuesto federal producía superávit. Las reservas del Banco de México surgían cual brava corriente de los arroyos en verano. El TLC ya aprobado iniciaría su aplicación al día siguiente. Surgía el primer Mexican Miracle.
Salinas estaba eufórico y cuando se disponía a elevar su copa para el brindis, lo aborda uno de los miembros del Estado Mayor Presidencial quien le susurra al oído; “Sr Presidente, ha estallado una guerrilla en el estado de Chiapas.” Se iniciaba el plan de sabotaje que conduciría a la devaluación en aquel fatídico Diciembre de 1994 y a la gran debacle.
En Diciembre del 2012, Peña Nieto tomaba el timón del barco pero, como la canción, La Barca de Guaymas, sin ruta, sin mapa, sin vela y sin ancla. Después de 12 meses navegando las tormentosas aguas del populismo y la demagogia, de nuevo como al barquero de Guaymas, los mexicanos preguntan: “De que región vienes que has hecho pedazos tus velas tan blancas. Te fuiste cantando y hoy vuelves cargando la muerte en el alma.”
Peña Nieto ha declarado la guerra al pueblo mexicano y lo aprisiona ya con un arnés impositivo insultante, un presupuesto buscando déficits, presagios de endeudamiento que, además de hacer pedazos sus velas tan blancas, apunta el barco hacia los mismos arrecifes que antaño casi provocan su naufragio.
No se hagan bolas señores, no hay relación ni puntos de referencia entre Salinas y Peña Nieto. Mucho menos entre Aspe y Videgaray. A Salinas y Aspe se les admiraba en los mercados internacionales etiquetándolos de Supply-Siders. Peña Nieto y Videgaray provocan pánico.
El documento, México 2000, cerraba afirmando: “Una vez equipado con un sistema impositivo de bajo costo y competitivo, el peso estable, precios desregulados y el TLC con EEUU y Canadá, México ofrecerá innumerables ventajas que lo convertirán en una de las áreas más promisorias del mundo para un rápido crecimiento. No es tiempo de fijar objetivos modestos que producen flacos resultados. Es hora de tirar las viejas barreras mercantilistas que aprisionan a México por abajo de su potencial. Es la hora de catapultar a México hacia la grandeza entre los países más desarrollados del mundo en el siglo XXI.”
Sí, pero primero hay que aplicar la receta original.
No cabe duda que la economía mexicana durante el último año, se ha venido deteriorando de forma alarmante. Pero más alarma no debe de causar el ambiente general que se respira cuando las fragancias del viejo estilo priista se expanden arropando a todos los mexicanos preocupados con los jeroglíficos emanando de Los Pinos y, cuidado, luego nacen las expectativas racionales.
Ante tan escarpado ambiente, como siempre surgen los economistas de peluquería esgrimiendo sus cantinflescos análisis de un panorama que, para los observadores bien informados, las causas que lo originan deben ser muy claras. En el infinito mar de verborrea irresponsable con la que dibujan sus obras de arte estos pitonisos, está la de colgar culpas de los pecados de Peña a ese popular “punching bag” tan odiado por todos los mexicanos; Salinas.
Nos gritan que Salinas es el ventrílocuo que habla a través de Peña, es el titiritero que acciona las cuerdas para que el monito baile al ritmo de la Salinostroika. Pasan a destapar una negra conspiración mediante la cual, Pedro Aspe ha incrustado en la Secretaría de Hacienda a uno de sus zombis el cual, después de un científico lavado de cerebro ejecutado a su paso por Protego, como el candidato de Manchuria se apresta a detonar la bomba destruyendo la economía del país.
Pero analicemos las gestiones de estos dos prominentes priistas en sus diferentes tiempos; Salinas de Gortari y Peña Nieto.
Cuando Salinas asumía la presidencia en Diciembre de 1988, la economía mexicana se encontraba agonizando. La inflación superaba el 200% y, por lo mismo, los intereses bancarios se ubicaban por encima del 200%. El peso sufría devaluaciones diarias que, en los últimos seis años, superaba el 2,500%. El déficit del presupuesto federal alcanzaba el 20% del PIB. El desempleo superaba el 15%. La economía decrecía. Las reservas del Banco de México se habían agotado. El Estado controlaba el 80% de la economía, la deuda externa e interna era impagable y el prestigio del país estaba por los suelos.
En Diciembre del año pasado, Peña Nieto se colgaba la banda presidencial ante las expectativas por conocer el nuevo PRI. La inflación controlada a niveles históricos. El presupuesto federal prácticamente nivelado. A pesar de la confusión internacional, la economía creciendo a niveles del 3 al 4%. El peso navegando con gran estabilidad. El desempleo más bajo que en los EEUU. Las reservas del Banco de México a niveles record. La deuda externa finalmente a niveles razonables y se hablaba ya del nuevo Mexican Miracle.
¿Qué fue lo que hicieron estos dos hombres ante panoramas tan distintos y, más importante, qué resultados obtuvieron?
Durante el verano de 1989, en uno de mis viajes a Nueva York fui invitado a una cena que ofrecía la prestigiada firma de consultoría económica, Polyconomics. La invitación me la hacía su presidente, Jude Wanninsky, uno de los tres testigos de la reunión en los años 70 en el restaurante Michael’s en Manhattan, en la cual naciera la famosa curva de Laffer dando vida al Supply-Side economics. Al día siguiente Jude y yo nos reuníamos para un interesante almuerzo.
Arribaba Jude acompañado de otro de esos testigos y padrino del nuevo Supply-Side, el legendario Bob Bartley, editor y economista del Wall Street Journal. De inmediato la plática se encamina hacia México y su nueva administración. De repente Jude desenfunda un luminoso paquete con el título: “México 2000”. ¿Qué es esto? le pregunto. “Es el plan de vuelo de Salinas y su copiloto, Pedro Aspe”, me responde con asertividad. Me impresiona la forma en que estos dos hombres expresan su admiración por Pedro Aspe y, en especial, por su biblioteca personal cuajado de volúmenes de economía.
El documento era, primero, una profunda auscultación y el diagnostico de esa grave enfermedad sufrida por el paciente llamado México y, segundo, una clara receta del tratamiento recomendado para lograr la recuperación de su salud, atrofiada por esa plaga de nacionalismo revolucionario que lo postrara ya durante 18 años. Además de una agresiva liberalización de la economía, la parte medular del tratamiento debía ser una drástica reducción de impuestos.
¿Qué fue lo que produjo ese tratamiento?
El día 31 de Diciembre de 1993, Salinas se disponía a celebrar el arribo del nuevo año y los motivos para tal celebración eran visibles. La inflación había sido domada y se ubicaba en 10%. La hemorragia que producía la devaluación diaria del peso, se controlaba y se anclaba en $3.50 por dólar. La economía de nuevo crecía. El desempleo se ubicaba en un 4%. La duda había sido negociada y reestructurada. El presupuesto federal producía superávit. Las reservas del Banco de México surgían cual brava corriente de los arroyos en verano. El TLC ya aprobado iniciaría su aplicación al día siguiente. Surgía el primer Mexican Miracle.
Salinas estaba eufórico y cuando se disponía a elevar su copa para el brindis, lo aborda uno de los miembros del Estado Mayor Presidencial quien le susurra al oído; “Sr Presidente, ha estallado una guerrilla en el estado de Chiapas.” Se iniciaba el plan de sabotaje que conduciría a la devaluación en aquel fatídico Diciembre de 1994 y a la gran debacle.
En Diciembre del 2012, Peña Nieto tomaba el timón del barco pero, como la canción, La Barca de Guaymas, sin ruta, sin mapa, sin vela y sin ancla. Después de 12 meses navegando las tormentosas aguas del populismo y la demagogia, de nuevo como al barquero de Guaymas, los mexicanos preguntan: “De que región vienes que has hecho pedazos tus velas tan blancas. Te fuiste cantando y hoy vuelves cargando la muerte en el alma.”
Peña Nieto ha declarado la guerra al pueblo mexicano y lo aprisiona ya con un arnés impositivo insultante, un presupuesto buscando déficits, presagios de endeudamiento que, además de hacer pedazos sus velas tan blancas, apunta el barco hacia los mismos arrecifes que antaño casi provocan su naufragio.
No se hagan bolas señores, no hay relación ni puntos de referencia entre Salinas y Peña Nieto. Mucho menos entre Aspe y Videgaray. A Salinas y Aspe se les admiraba en los mercados internacionales etiquetándolos de Supply-Siders. Peña Nieto y Videgaray provocan pánico.
El documento, México 2000, cerraba afirmando: “Una vez equipado con un sistema impositivo de bajo costo y competitivo, el peso estable, precios desregulados y el TLC con EEUU y Canadá, México ofrecerá innumerables ventajas que lo convertirán en una de las áreas más promisorias del mundo para un rápido crecimiento. No es tiempo de fijar objetivos modestos que producen flacos resultados. Es hora de tirar las viejas barreras mercantilistas que aprisionan a México por abajo de su potencial. Es la hora de catapultar a México hacia la grandeza entre los países más desarrollados del mundo en el siglo XXI.”
Sí, pero primero hay que aplicar la receta original.