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Tuesday, October 4, 2016

La desregulación y la revolución del mercado global

por Frederick W. Smith

Frederick W. Smith es presidente ejecutivo de la FedEx Corporation y es miembro de la junta directiva del Cato Institute
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Frederick W. Smith es presidente ejecutivo de la FedEx Corporation y es miembro de la junta directiva del Cato Institute.
Este es el discurso que dio en la reunión de benefactores del Instituto en el 2005 y fue originalmente publicado como la Cato's Letter de otoño de 2006 (Vol. 4, No. 4). También puede leer este documento en formato PDF aquí.
FedEx se ha convertido en una empresa muy grande. Hoy en día sus ganancias son de casi $30.000 millones y emplea a un cuarto de millón de personas. Cuando me preguntan cómo creo que FedEx se ha convertido en una empresa tan grande, me gustaría poder decir que fue gracias a una administración visionaria y con una dirección clara, pero la verdad es que esta se ha beneficiado de varios patrones macroeconómicos fuertes. Se puede decir que nosotros alzamos nuestras aspas y nos dejamos llevar por vientos fuertes, los cuales nos han llevado a tener el tamaño y envergadura que tenemos hoy.



En las últimas décadas hemos visto un crecimiento dramático en los productos de alta tecnología y de alto valor agregado como porcentaje de la totalidad de la actividad económica. Hoy, la alta tecnología en EE.UU. representa alrededor de un 15 por ciento del PIB. En 1970 constituía cerca de un 1%. Esto tiene grandes implicaciones cuando se consideran los efectos por sobre las actividades económicas relacionadas.
El crecimiento del comercio de los productos de alta tecnología y de alto valor agregado es, sin duda, la historia de la globalización. Si bien es cierto que hay muchos productos siendo comercializados hoy, muchos de estos también eran comercializados en 1890. El verdadero secreto de la expansión en el comercio mundial han sido los productos de alto valor agregado. Ya sea el vino chileno, las carteras Louis Vuitton, los kits para cirugías de Alemania, los aviones de Brasil, los semiconductores y partes de autos, las partes de aviones o cualquier otra cosa, el mercado global de productos de alto valor agregado ha creado el estándar de vida en el mundo industrializado a lo largo de los últimos 40 o 50 años.
A diferencia de los productos agrícolas y productos petroleros, los productos de alto valor agregado no pesan mucho. Como dice Alan Greenspan, la producción agregada de EE.UU. hoy en día es cinco veces mayor en términos reales de lo que fue en 1950. Pero esa producción pesa lo mismo. No ha aumentado ni una sola libra en los últimos 50 años. Como consecuencia, los productos de alto valor agregado son transportados fácilmente. Son fácilmente desplazados a través de las fronteras y también comercializados. De manera que mientras el comercio de productos de alto valor agregado ha crecido, la integración del mundo a una sola economía global—con algunas notables y trágicas excepciones—se ha vuelto casi inexorable.

El dispositivo del Internet

En 1994 sucedió algo que aceleró el comercio internacional—el desarrollo de la World Wide Web (www). Por primera vez en la historia humana se dispuso de un protocolo de bajo costo, estandardizado, y con un medio visual en el que las personas podían vender sus bienes sin importar la hora y el lugar. Por primera vez este protocolo permitía que casi cualquier persona tuviese acceso al mercado global. No requería de infraestructura, ni era necesario lidiar con los burócratas. No se necesitaba “tener un hombre en la Habana”, por ejemplo.
Hoy, este sistema está produciendo alrededor de siete millones de páginas de nuevos productos en la Web cada día. La cantidad de personas que están en línea y que son capaces de comprar un producto están aumentando exponencialmente cada par de años. Se pueden ver los resultados al visitar la Red Intercontinental de FedEx—el sistema de transportación de mayor envergadura construido en la historia. Es interesante observar patrones comerciales completamente eclécticos; cosas viniendo de Argentina yendo a Budapest, cosas de Kiev yendo a algún lugar remoto en China y las cosas del Aeropuerto Chubu en Japón yendo a Brasil. El comercio internacional está siendo propulsado por la exhibición en Internet, cada vez más numerosa, de bienes de alta tecnología y de alto valor agregado. Estos bienes ahora están disponibles para la gente sin mucha molestia.
El Internet nos permite intermediar y simplificar los requisitos de varios países en cuanto a trámites de aduana y otros. Hoy, cerca del 25 por ciento del PIB estadounidense está relacionado con el comercio internacional—aproximadamente el 13 por ciento en importaciones y el 12 por ciento en exportaciones. Y continúa creciendo a una tasa de entre dos y tres veces más rápido que el PIB.
Nunca olvidaré un libro que leí hace algunos años de Walton Wriston titulado The End of Sovereignty (El fin de la soberanía). Wriston hablaba del hecho que, en su mayoría, los gobiernos actuales están bajo la disciplina del mercado. Los comerciantes de moneda en los terminales alrededor del mundo están llevando a cabo un referéndum diario sobre la viabilidad de las políticas fiscales de cualquier país. Bueno, ahora está ocurriendo en el sector que produce los bienes dentro de la sociedad. Esto es muy importante y poco comprendido.
Cuando se lee un comentario acerca del comercio internacional en CNN, invariablemente enseñarán un barco de carga. Veremos grandes contenedores siendo cargados hacia y desde los barcos. Malcolm Malean, un camionero de Carolina del Norte, pensó que si constantemente se mueve una gran cantidad de mercadería de un contenedor a otro, sería mucho más sencillo transportar la mercadería siempre dentro del mismo contenedor. Aquello revolucionó el comercio. Hasta la fecha, el movimiento de bienes por mar constituye el 98 por ciento de todas las toneladas que se mueven en el comercio internacional.

El poder de los bienes de alto valor agregado

El sector en el que nos encontramos en FedEx, que es el transportador de bienes por aire más importante, es una cosita pequeña. Solo constituye entre el 1,5 y 2 por ciento de las toneladas que se mueven en el comercio internacional. Pero, ¿adivinen que? Ese 1,5 a 2 por ciento del tonelaje comprende cerca del 40 por ciento del valor total de todo el comercio internacional. Y si se remueve el petróleo y los productos agrícolas, es probablemente por encima del 50 por ciento.
Por lo tanto, los aviones de FedEx son los barcos de carga de la era de la información. Y a medida que el Internet se vaya convirtiendo en una aplicación más familiar para los negocios en todas partes y que la habilidad de mover cosas de puerta a puerta en un lapso de 24 a 36 horas se vuelva más aceptado, se verá una integración continua del sistema comercial mundial.
Otro patrón macroeconómico importante es muchas veces malinterpretado por los políticos y funcionarios. Si se recuerda del periodo a fines de la Segunda Guerra Mundial, muchas de las correcciones económicas en el mundo industrializado fueron de inventario. Dadas las largas líneas de oferta, era difícil determinar la actividad económica necesaria en cualquier etapa del ciclo de producción y ajustar la oferta de acuerdo a esta.
Gracias a la revolución informática, el crecimiento en el comercio de productos de alta tecnología y de alto valor agregado al igual que el desarrollo del Internet, las etapas intermedias de producción se han vuelto altamente visibles para las compañías. Wal-Mart y Dell son ejemplos fantásticos de negocios construidos en base a su logística y a sus cadenas de oferta. Utilizaron esta visibilidad, la capacidad de la transportación, y la logística disponible en las últimas dos décadas para revolucionar completamente estos sectores.
Las economías del mundo, con la excepción de grandes correcciones políticas, cuestiones monetarias, y problemas con la oferta de energía, son altamente flexibles. Siempre y cuando se les permita a las personas ser emprendedoras y se les permita lidiar con los mercados en un marco comercial, una economía es sumamente flexible y capaz de corregirse a sí misma.

Por qué yo auspicio al Cato Institute

Nosotros en FedEx tenemos que jugar el juego de Washington, Londres, y Tokio, al igual que cualquier otra empresa comercial importante. Tenemos nuestros representantes allí—aunque espero que sean, pocos en número y altamente efectivos— y tendemos a permitir que nuestros argumentos digan mucho más por nosotros que nuestra participación política. Pero yo quiero hablarles de tres cosas que me llevaron a auspiciar el Cato Institute.
Yo pasé casi cinco años en la marina estadounidense. Tuve el gran privilegio y honor de ser líder de una tropa y comandante de un batallón, y luego de ser un controlador aéreo. Estuve casi dos años en Vietnam. Por lo tanto yo fui uno de esos tipos en Vietnam que son como los tipos que George Bush ha enviado a Irak hoy. Teníamos una mezcla muy diferente de personas. No teníamos una fuerza armada completamente constituida por voluntarios sino una basada en la conscripción. Uno estaba allá o porque lo estaban buscando o porque muy pronto lo estarían haciendo.
Unas de mis experiencias más impactantes fue cuando tuve que enjuiciar a un hombre en la corte militar. Luego de darle un discurso que yo consideraba equivalente a algo que Dwight Eisenhower había dicho, finalmente le pregunté lo que debería haber indagado al principio: “¿Por qué se metió a la marina para comenzar?” Él contestó, “Bueno, el juez me dijo que eran cinco años de cárcel o meterme a la marina”. Presencié de cerca y en carne propia, para utilizar una frase que solíamos usar en Vietnam, las consecuencias de una política exterior no muy bien concebida y la miseria de las clases políticas, que poco sabían de lo que sucede en el campo cuando se tiene a hombres jóvenes involucrados en un combate mortal y me volví extremadamente escéptico de ese proceso.

La desregulación funciona

La segunda razón por la cual me convertí en auspiciante de Cato es porque todo lo que hacíamos en FedEx era posible solo porque nosotros sistemáticamente desmantelamos las regulaciones gubernamentales. Cuando comenzamos el negocio a principios de los años setenta, este fue posible solo gracias a un vacío en la ley de aviación, la cual nunca se imaginó algo como FedEx. Antes de ese entonces, la aviación había sido un club de caballeros altamente regulado. Pero ellos cambiaron la ley para permitir que pequeños aviones volaran entre ciudades más pequeñas. Luego liberalizaron por completo la transportación aérea en 1977 y 1978. Después vino la desregulación del transporte por encima de la superficie en 1980. Y finalmente, en 1993, el Congreso reconoció que ya no había transporte interno de cada estado. Solamente había transporte interestatal e internacional y que la regulación a nivel estatal violaba la Cláusula de Comercio y por consequencia fue eliminada.
Una de las partes más importantes de mi trabajo es desmantelar todos los esquemas proteccionistas diseñados para proteger a las aerolíneas nacionales que evitan que nosotros transportemos productos de alta tecnología y de alto valor agregado alrededor del mundo.
Nuevamente vi de cerca y en carne propia el efecto destructivo de las regulaciones bien-intencionadas pero totalmente primitivas. El gran costo es que uno nunca puede determinar lo que hubiera sido. Y si alguna vez hubo algún ejemplo de los dramáticos efectos de la desregulación, yo creo que este es el de FedEx y la gente que siguió sus pasos. Wal-Mart y Dell no hubieran sido posibles sin esas revoluciones en cuanto a regulación.

La planificación central no funciona

Mi experiencia como administrador y como participante al nivel de la junta directiva en un sinnúmero de empresas grandes me ha enseñado mucho acerca de la falla en el punto de vista que sostiene que un sistema burocrático grande como el del gobierno federal estadounidense puede administrar virtualmente cualquier cosa que desee. Es imposible administrar los requisitos de atención médica de millones de ciudadanos estadounidenses a nivel federal. Es imposible administrar todas las permutaciones de las aspiraciones económicas de las personas y de sus vidas mediante un complejo sistema tributario. Es imposible tratar de adivinar el comportamiento del mercado. Tambien es imposible, desde un punto de vista de administración, que el gobierno federal haga las cosas que está tratando de hacer hoy.
En el siglo 20, nosotros presenciamos uno de los ejemplos más dramáticos en la historia de la humanidad sobre los horrores de la planificación central. ¿Cuánta experiencia más con la falacia de la planificación central necesitamos más allá de las tragedias de inexplicable magnitud que afligieron a la Unión Soviética, China, Camboya, y otros países?
Por lo tanto, esas tres cosas se juntaron para que me convierta en un liberal. Llegué a creer que la única solución a muchos de los problemas con los cuales los seres humanos tienen que lidiar es regresar a los principios fundamentales, los cuales fueron desarrollados por un grupo muy inteligente de individuos en los siglos 17 y 18. En la Declaración de Derechos, la Declaración de la Independencia y la Constitución de EE.UU. está la sabiduría necesaria de la época, la cual hoy en día es repetidamente olvidada por las clases políticas.
No hay institución que, con cada una de sus personas, cada uno de sus dólares, y con cada una de sus ideas se le haya siquiera acercado al Cato Institute en promover aquellos principios fundamentales. Hay unas cuantas personas que realmente han marcado una diferencia: Friedrich Hayek, Milton Friedman, y Ronald Reagan—y yo siempre incluyo a Ed Crane y a José Piñera en esta lista. Dentro de doscientos años, esas serán las personas de las cuales estaremos hablando, si esta cuestión resulta bien, como cuando hablamos de Madison y de Jefferson hoy.
El Cato Institute es un esfuerzo importante y es un esfuerzo admirable en términos de lo que ha logrado hasta hoy. Pienso que si se le hubiese dicho a la gente de mi edad hace 20 años que iba a darse un serio debate nacional acerca de la privatización del seguro social, ellos hubiesen contestado que eso era imposible. Si se hubiese dicho que iba a darse un debate serio acerca de apoderar a los individuos para comprar su propia atención médica y para que se les de incentivos para ahorrar para su propia jubilación y demás, ellos hubiesen dicho que también era imposible.
Aún así, si se busca en el New England Journal of Medicine el nombre “Bill Frist,” se verá que el líder de la mayoría del Senado estadounidense está básicamente expresando cosas que el Cato Institute ha estado diciendo desde que publicó Patient Power en 1992, un libro que introdujo la idea de las cuentas de ahorro de atención médica.
Por eso es que yo he estado involucrado con el Cato Institute. Se que muchas veces cuando hablo con otras hombres de negocios, Cato no es parte del pensamiento popular de una clase de negocios que están involucrados en el combate político diario. Pero afortunadamente existe Cato, porque sí que ha marcado una diferencia. Y yo estoy muy orgulloso de haber jugado un papel pequeño en tratar de mantener estas lecciones importantes en la mente pública.
Muchas veces me acuerdo del comentario famoso de Edmund Burke de que lo único necesario para que prevalezca el mal es que los hombres buenos despejen el camino y no hagan nada. Y les puedo prometer que el Cato Institute no ha despejado el camino y está haciendo algo.

La desregulación y la revolución del mercado global

por Frederick W. Smith

Frederick W. Smith es presidente ejecutivo de la FedEx Corporation y es miembro de la junta directiva del Cato Institute
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Frederick W. Smith es presidente ejecutivo de la FedEx Corporation y es miembro de la junta directiva del Cato Institute.
Este es el discurso que dio en la reunión de benefactores del Instituto en el 2005 y fue originalmente publicado como la Cato's Letter de otoño de 2006 (Vol. 4, No. 4). También puede leer este documento en formato PDF aquí.
FedEx se ha convertido en una empresa muy grande. Hoy en día sus ganancias son de casi $30.000 millones y emplea a un cuarto de millón de personas. Cuando me preguntan cómo creo que FedEx se ha convertido en una empresa tan grande, me gustaría poder decir que fue gracias a una administración visionaria y con una dirección clara, pero la verdad es que esta se ha beneficiado de varios patrones macroeconómicos fuertes. Se puede decir que nosotros alzamos nuestras aspas y nos dejamos llevar por vientos fuertes, los cuales nos han llevado a tener el tamaño y envergadura que tenemos hoy.


Monday, September 26, 2016

¿Fue la desregulación la causante de la crisis financiera?

Mark Calabria explica en este ensayo que el grado de intervención estatal en el sector financiero y de crédito para viviendas de EE.UU. Calabria cree que ahí se encuentra la explicación a la reciente crisis financiera.
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Mark A. Calabria es Director de Estudios de Regulaciones Financieras.
También puede leer este ensayo en formato PDF aquí.

El relato popular en Washington es que una década de desregulaciones permitió y alentó los excesos de Wall Street, lo cual desembocó en la crisis financiera actual. Sin ningún cuestionamiento, esta novela probablemente servirá de base para cualquier reforma financiera. Implementar medidas de este tipo basadas en fundamentos así de defectuosos solamente asegurará que las próximas crisis financieras sean más frecuentes y más severas.
¿Desmantelando el Estado regulador?
Aunque es la calidad y el fundamento de la regulación lo que tiene que estar en el centro de cualquier debate respecto al papel de las regulaciones en la crisis financiera, una manera directa de cuantificar las regulaciones es calculando los dólares del presupuesto y la cantidad de personas que trabajan en las agencias de regulación financiera. En un estudio para el Mercatus Center, Veronique de Rugy y Melinda Warren descubrieron que lo asignado para gastos por regulación bancaria y financiera aumentó de únicamente $190 millones en 1960 a $1.900 millones en 2000 y a más de $2.300 millones en 2008 (en dólares constantes de 2000).



Enfocándose específicamente en la Comisión de Valores e Intercambios (SEC, por su sigla en inglés) —el ente encargado de regular a Wall Street—las asignaciones presupuestarias bajo el presidente George W. Bush aumentaron en términos reales en más del 76 por ciento, de $357 millones a $629 millones (en dólares constantes de 2000).
No obstante, los dólares en presupuestos no siempre se traducen en más agentes supervisores—todos esos dólares extras pudieron haberse gastado en el nuevo y lujoso edificio de la SEC. En realidad, gran parte del abultado presupuesto de la SEC fue destinado a la contratación de más personal, del equivalente de 2.841 empleados a tiempo completo en 2000 a 3.568 en 2008, un aumento del 26 por ciento. El tamaño del personal de la SEC es más de ocho veces aquel de la Comisión para la Seguridad de los Productos de Consumo (CPSC, por su sigla en inglés), por ejemplo, la cual supervisa miles de productos de consumo al año.
Cifras comparables para agencias reguladoras de la banca muestran un pequeño declive en funcionarios de 13.310 en 2000 a 12.910 en 2008, aunque esto se debe completamente a reducciones de personal en los bancos regionales de la Reserva Federal producto de cambios en sus actividades para efectivizar cheques (las cuales se hacen ahora en gran medida de manera electrónica), y en la Corporación Federal de Seguro de Depósitos (FDIC, por su sigla en inglés), conforme fue reduciéndose su personal de resolución que trataba de sanear los quiebras bancarias de los noventa. Otras agencias de regulación bancaria, tales como la Oficina del Controlador de la Moneda—la cual supervisa bancos nacionales como Citibank—aumentaron considerablemente el tamaño de su personal entre 2000 y 2008.
Otra forma de cuantificar las regulaciones es mediante el número absoluto de normas emitidas por un departamento o agencia. El principal regulador financiero, el Departamento del Tesoro, el cual incluye tanto a la Oficina del Controlador de la Moneda como a la Oficina de Control de las Cajas de Ahorro, vio el promedio anual de nuevas regulaciones propuestas aumentar de alrededor de 400 en los noventa a más de 500 en esta década. Durante los noventa y los 2000, la SEC emitió aproximadamente 74 regulaciones al año.
Dejando a un lado la interrogante de si los reguladores de la banca y los valores estaban haciendo su trabajo de manera agresiva o no, una cosa queda clara: en años recientes hemos experimentado un número creciente de reguladores en acción y un número creciente de regulaciones.
Gramm-Leach-Bliley
Un punto central para cualquier aseveración de que la desregulación causó la crisis es la ley Gramm-Leach-Bliley. La esencia de Gramm-Leach-Bliley es la derogación de la ley Glass-Steagall de la época del Nuevo Trato, la cual prohibía mezclar la banca comercial con la banca de inversión. Los bancos de inversión asisten a las corporaciones y a los gobiernos al financiar, mercadear y asesorar sobre deuda y patrimonio emitido. En muchas ocasiones también realizan grandes operaciones comerciales en las que compran y venden valores financieros tanto a nombre de sus clientes como a nombre propio. Los bancos comerciales aceptan depósitos asegurados y hacen préstamos a hogares y negocios. La crítica sobre la desregulación establece que una vez que el Congreso abrió el camino para que se fusionaran los bancos comerciales con los de inversión, los bancos de inversión se vieron incentivados a tomar mayores riesgos, al tiempo que se reducía la cantidad de patrimonio que se les requería tener contra los activos denominados en dólares.
Sin embargo, hay preguntas acerca de cuánto impacto tuvo la ley en los mercados financieros y si esta tuvo influencia alguna en la crisis actual. Incluso antes de su aprobación, los bancos de inversión ya tenían permiso de comerciar y tener los mismos activos financieros que se encuentran en el centro de la crisis: valores respaldados por hipotecas, derivados, garantía contra incumplimiento de obligaciones, obligaciones de deuda colateral (CDO, por su sigla en inglés). El cambio en las actividades de los bancos de inversión hacia portafolios comerciales importantes se debió al aumento en su base capital, lo cual fue el resultado de que muchos de los bancos de inversión se habían convertido en empresas transadas en bolsa, una estructura permitida bajo la ley Glass-Steagall.
Segundo, muy pocas empresas con intereses financieros decidieron combinar actividades de banca de inversión con aquellas de banca comercial. Los dos bancos de inversión cuyos fracasos han llegado a simbolizar la crisis financiera, Bear Stearns y Lehman Brothers, no estaban afiliados a ninguna institución que captara depósitos. En cambio, si Bear o Lehman hubieran contado con una fuente grande de depósitos asegurados, probablemente habrían sobrevivido sus problemas de liquidez a corto plazo. Como el ex presidente Bill Clinton le dijera a Business Week en 2008, “No creo que firmar esa ley tuviera algo que ver con la crisis actual. De hecho, una de las cosas que ha ayudado a estabilizar la situación actual es la compra de Merrill Lynch por parte de Bank of America, lo cual fue mucho más fácil de lo que hubiera sido si yo no hubiese firmado esa ley”.
Gramm-Leach-Bliley ha sido presentada tanto por sus defensores como por sus detractores como una revolución en cuanto a servicios financieros. Sin embargo, la ley en sí tuvo poco impacto sobre las actividades comerciales de los bancos de inversión. Las actividades fuera del balance general de Bear y Lehman eran permitidas antes de que esa ley se aprobara. Ni tampoco estas actividades comerciales socavaron a algún banco comercial afiliado ya que Bear y Lehman no tenían bancos comerciales afiliados. Adicionalmente, esos grandes bancos que sí combinaron la banca de inversión con la comercial han sobrevivido a la crisis de mejor forma que aquellos que no lo hicieron.
¿La SEC desreguló a la banca de inversión?
Una de las supuestas “desregulaciones” producto de la mezcla de la banca de inversión con la comercial fue el aumento en el apalancamiento de los bancos de inversión permitido por la SEC. Luego de que muchos bancos de inversión se volvieron empresas con participación financiera, los reguladores europeos procedieron a someter a las sucursales europeas de estas empresas a las regulaciones de capitales dictadas por Basilea II, una serie de recomendaciones para la regulación de capitales bancarios desarrollada por el Comité de Basilea para la Supervisión Bancaria, una organización de reguladores de banca internacional. Con el fin de proteger su territorio frente a los reguladores europeos, la SEC implementó un plan similar en 2004.
No obstante, la reducción en las proporciones de capital para los bancos de inversión realizada por la SEC no fue simplemente un cambio en las reglas existentes. La SEC vio la norma como un paso más allá de su mandato tradicional de proteger al inversionista hacia uno de supervisar todas las operaciones de un banco de inversión. El uso voluntario de las regulaciones de Basilea sobre los capitales fue visto como solo una pequeña parte de un sistema de regulaciones significativamente ampliado, como lo expresó el vocero de la SEC, John Heine: “La norma de 2004 emitida por la Comisión fortaleció la supervisión de los mercados de valores, porque antes de su adopción no había supervisión formal, requisitos de liquidez, y tampoco habían requisitos de capital para las compañías propietarias de banca de inversión”.
Los requisitos más estrictos le dieron a la SEC responsabilidades más amplias en términos de supervisión prudencial de los bancos de inversión y las compañías propietarias de éstos.
Los derivados como una trampa financiera
Luego de Gramm-Leach-Bliley, la aseveración más común que se hace cuando se culpa a la desregulación es que tanto el Congreso como los reguladores ignoraron las múltiples advertencias acerca de los riesgos involucrados en los instrumentos derivados, particularmente las garantías en contra de incumplimientos de obligaciones (CDOs), y eligieron no imponer la regulación requerida. En 2003, Warren Buffet llamó a los derivados “armas de destrucción financiera masiva”, y advirtió que la concentración de riesgo de los derivados en unos cuantos actores constituía “serios problemas sistémicos”. Buffet no estaba solo en clamar por una regulación a los derivados.
Pero, ¿habría prevenido la crisis financiera un poco más de regulación sobre los instrumentos derivados?
Durante la presidencia de Brooksley Born al frente de la Comisión de Negociación de Futuros de Materias Primas (CFTC, por su sigla en inglés), ella publicó un estudio conceptual delineando cómo la CFTC debería abordar la regulación de los derivados. Sus sugerencias fueron severamente criticadas tanto por miembros de la administración Clinton, incluyendo a Robert Rubin y a Larry Summers, y por los principales miembros de los comités de supervisión de la CFTC en el Congreso.
La principal sugerencia de Born era requerir que los instrumentos derivados fueran negociados a través de un intercambio regulado por una contraparte central, una propuesta actualmente promovida por el secretario del Tesoro. Timothy Geithner. Actualmente la mayoría de los derivados son negociados como contratos individuales entre dos partes, cada una siendo una contraparte del otro, con cada parte asumiendo el riesgo de que el otro puede que no sea capaz de cumplir sus obligaciones contractuales. Una contraparte central se colocaría entre los dos lados de un contrato de derivados, garantizando el desempeño del uno con el otro. Los que proponen este método dicen que una contraparte central habría prevenido la concentración de riesgo de derivados en unas pocas entidades, tales como AIG, y hubiera prevenido el riesgo sistémico que surgió de los lazos entre AIG y sus diversas contrapartes.
El defecto más básico de tener una contraparte centralizada es que no reduce en nada el riesgo, simplemente lo concentra. También aumenta las probabilidades de un salvataje con dinero del contribuyente, ya que es más probable que el Estado intervenga y salga al rescate de una caja de compensación centralizada que al de empresas privadas. En el caso de AIG, el vicepresidente de la Reserva Federal, Donald Kohn, le afirmó al Comité de Banca del Senado que el riesgo para las contrapartes con derivados de AIG no tuvo nada que ver con la decisión de la FED de rescatar a la aseguradora, y que todas sus contrapartes habrían sobrevivido una mora de pagos por parte de AIG. El propósito de una caja de compensación centralizada es permitirles a los usuarios de los derivados separar el riesgo del contrato de un derivado del riesgo de una mora por parte del emisor de dicho contrato en los casos en que el emisor no esté en capacidad de cumplir con sus obligaciones. Dicho arreglo podría de hecho aumentar la demanda y el uso de los derivados.
Los que proponen una mayor regulación de los derivados también ignoran el hecho de que gran parte del uso de éstos por parte de los bancos es el resultado directo de la regulación, en lugar de la ausencia de ésta. Hasta el tanto los derivados tales como las garantías contra incumplimiento de obligaciones (CDOs) reduzcan el riesgo de los préstamos o valores que tienen los bancos, las regulaciones de Basilea permiten que los bancos reduzcan el capital que tienen como respaldo a dichos préstamos.
Una de las propuestas de Born era imponer requisitos de capital a los usuarios de los derivados. Eso ignora la realidad de que a las contrapartes ya se les requiere que declaren su colateral cuando utilizan derivados. De hecho, no fue el fracaso de su posición en derivados lo que resultó en el colapso de AIG sino más bien un aumento en los pedidos de más colateral que hicieron sus contrapartes.
Los derivados no crean pérdidas, simplemente las transfieren; por cada pérdida en una posición de derivados hay una ganancia correspondiente del otro lado; las pérdidas y ganancias siempre suman cero. El valor de los derivados es que permiten la separación de varios riesgos y la transferencia de esos riesgos a partes que son más aptas para asumirlos. Transferir ese riesgo a una contraparte central con requisitos de capital probablemente hubiera sido igual de efectivo que lo que fue agregar el total del riesgo en los mercados hipotecarios al balance de Fannie Mae y Freddie Mac. La regulación nunca substituirá uno de los principios básicos de las finanzas: la diversificación.
Las agencias calificadoras de crédito
Cuando no se pueden encontrar los supuestos ejemplos de desregulación, los defensores de más regulación muchas veces caen en el argumento de que el fracaso de un regulador de imponer nuevas regulaciones es muestra del fracaso de la desregulación. El estatus de las agencias calificadoras de crédito en los mercados financieros muchas veces es presentada como un ejemplo de esto.
Las agencias calificadoras de crédito pueden servir potencialmente como un monitor independiente del comportamiento corporativo. Que estas muchas veces han fracasado en dicho papel es generalmente reconocido; por qué han fracasado es el verdadero debate. Los defensores de mayor regulación dicen que como las agencias calificadoras de crédito son pagadas por los emisores de los valores, su interés real está en hacer felices a sus clientes al proveer las calificaciones más altas posibles. Además, dicen que las agencias calificadoras han utilizado sus protecciones de “libertad de expresión” para evitar cualquier responsabilidad legal o escrutinio de los reguladores por el contenido de sus calificaciones.
La regulación moderna de las agencias calificadoras de crédito empezó con la revisión de la SEC de sus regulaciones en cuanto a capitales para corredores de bolsa/agentes en 1973. Bajo las reglas para capitales de la SEC, un corredor de bolsa o agente debe escribir el valor de los activos riesgosos o especulativos en su balance con la finalidad de reflejar el nivel de riesgo. Al definir el riesgo de los valores, la SEC ligó la medida del riesgo a la calificación de crédito del valor en cuestión, poniendo a los valores no calificados como los de más alto riesgo. Los reguladores bancarios luego extendieron esta práctica de delegar la supervisión del riesgo en la banca comercial a las agencias calificadoras de crédito bajo las implementación de los estándares para capitales de Basilea.
La SEC, al diseñar sus regulaciones para capitales, estaba preocupada de que si permitía que agencias calificadoras de crédito externas definieran el riesgo, algunas de estas se verían tentadas a simplemente vender calificaciones favorables sin importar el verdadero riesgo. Para resolver este riesgo percibido, la SEC decidió que solamente las Organizaciones Estadísticas Nacionalmente Reconocidas (NRSROs, por su sigla en inglés) podrían tener sus calificaciones con reconocimiento por parte de la SEC y solamente estas podían ser utilizadas para cumplir con los requisitos establecidos en las regulaciones para capitales. Al definir las capacidades de una NRSRO, la SEC deliberadamente excluyó a nuevos entrantes y consolidó a las empresas existentes, tales como Moody’s y Standard and Poor’s.
Al tratar de resolver un problema imaginario, una supuesta carrera hacia el fondo en la calidad de las calificaciones, la SEC logró crear un verdadero problema, un oligopolio en la industria de la calificación del crédito. Una consecuencia de este oligopolio fue que desde principios de los setenta, las agencias calificadoras se apartaron de su práctica histórica de mercadear y vender calificaciones principalmente a los inversionistas, y a cambio vendían cada vez más a los emisores de deuda. Ahora que contaban con una clientela cautiva, los emisores de deuda, las agencias calificadoras rápidamente adaptaron su modelo de negocios a esta nueva realidad.
El daño habría sido lo suficientemente grande si la SEC se hubiera detenido ahí. Sin embargo, durante los ochenta y los noventa la SEC afianzó aún más el poder de mercado de las agencias calificadoras en cuestión. Por ejemplo, en los ochenta la SEC limitó los fondos de mercado monetario a los valores que tenían grado de inversión, como lo definían las NRSROs. Ese requisito luego fue extendido a las empresas dueñas de fondos de mercado monetario. Los reguladores bancarios y los inspectores estatales de seguros siguieron el ejemplo de basar sus regulaciones de seguridad y solidez en el uso de valores aprobados por las NRSROs.
El conflicto de intereses entre las calificadoras y los emisores no es el resultado de la ausencia de regulación, sino más bien el resultado directo y predecible de la regulación. La solución a este problema es eliminar los privilegios monopólicos de las NRSROs y hacer que ellas compitan en el mercado.
¿Prestamistas rapaces o prestatarios rapaces?
Por mucho que las pérdidas de la crisis financiera hayan estado concentradas en el mercado hipotecario y particularmente en valores respaldados por hipotecas subprime, los defensores de más regulaciones han argumentado que la crisis financiera podría haberse evitado si los reguladores federales hubieran eliminado las prácticas rapaces en el mercado hipotecario. Tal aseveración ignora que la gran mayoría de las hipotecas en mora estaban en manos de especuladores o eran la consecuencia de las mismas razones que siempre resultan en una mora sobre una hipoteca: pérdida de trabajo, gastos en atención médica, y divorcio.
La característica hipotecaria más estrechamente asociada con una mora es la cantidad de patrimonio del prestatario. En lugar de ayudar a fortalecer los estándares de financiamiento, el gobierno federal lideró el movimiento para reducirlos. A través de los años, la Administración Federal para la Vivienda (FHA, por su sigla en inglés) redujo sus requisitos para pago inicial, desde un 20 por ciento en los años treinta al punto que hoy uno puede conseguir un préstamo de la FHA con un pago inicial de solamente 3,5 por ciento.
El argumento del crédito rapaz establece que los prestatarios fueron atraídos hacia préstamos insostenibles—muchas veces debido a tentadoras bajas tasas de intereses—los prestatarios luego entraron masivamente en mora, causando declives en los precios de las viviendas, lo cual derivó en una caída general en el mercado hipotecario. Para que este argumento tenga alguna validez, el aumento en la tasa de mora hipotecaria tuvo que preceder la caída en los precios de las casas. De hecho, lo opuesto ocurrió, con la tasa nacional de apreciación del precio de las viviendas llegando a su pico en el segundo cuarto de 2005 y el nivel de precios absoluto llegando a su tope en el segundo cuarto de 2007; el aumento dramático en las nuevas moras hipotecarias no tuvo lugar hasta el segundo cuarto de año de 2007. Si bien es de esperarse que haya cierta retroalimentación entre los precios y la cantidad de hipotecas en ejecución, la evidencia respalda la teoría de que las caídas iniciales en la apreciación de los precios y luego las caídas absolutas de los mismos condujeron a aumentos en la ejecución de hipotecas en lugar de que préstamos insostenibles hayan conducido a caídas en los precios.
Normalmente uno esperaría que los inversionistas en valores relacionados a hipotecas impongan la disciplina de mercado sobre los prestamistas, asegurándose de que las pérdidas se mantengan dentro de las expectativas. La disciplina de mercado empezó a erosionarse en 2005 conforme Fannie Mae y Freddie Mac se convirtieron en los principales compradores de valores respaldados por hipotecas subprime. Cuando el mercado estaba en su punto más alto, Fannie y Freddie compraron más del 40 por ciento de los valores respaldados por hipotecas subprime. Esta también fue la cosecha de préstamos que ha tenido el peor de los desempeños; los préstamos subprime que aparecieron antes de 2005 se han desempeñado en gran medida dentro de las expectativas. Al entrar a este mercado con tanta fuerza, Fannie y Freddie aumentaron considerablemente la demanda de valores subprime, y como en última instancia podían transferir sus pérdidas al fisco, tenían pocos incentivos para monitorear efectivamente la calidad del crédito que financiaban.
Conclusión
Las últimas décadas han presenciado una expansión significativa en el número de regulaciones y reguladores financieros, a diferencia de lo que se asevera frecuentemente de que nuestras regulaciones financieras habían sido “desmanteladas”. Si bien es posible que muchos reguladores hayan sido cortoplacistas o que confiaron demasiado en su habilidad de salvar del colapso a nuestros mercados financieros, dichos defectos son atribuibles a la regulación, y no a la desregulación. Cuando uno escarba la superficie del argumento de la “desregulación”, se vuelve evidente que los supuestos culpables, como la Ley Gramm-Leach-Bliley, no causaron la actual crisis y que la supuesta negativa de los reguladores de confrontar los derivados y las hipotecas “rapaces” habría tenido poco impacto en la manera en que se desarrollaron las cosas, ya que estos asuntos no se encontraban en el centro de la crisis. Para explicar la crisis financiera, y evitar la siguiente, debemos analizar el fracaso de la regulación, no el de una mítica desregulación.

¿Fue la desregulación la causante de la crisis financiera?

Mark Calabria explica en este ensayo que el grado de intervención estatal en el sector financiero y de crédito para viviendas de EE.UU. Calabria cree que ahí se encuentra la explicación a la reciente crisis financiera.
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Mark A. Calabria es Director de Estudios de Regulaciones Financieras.
También puede leer este ensayo en formato PDF aquí.

El relato popular en Washington es que una década de desregulaciones permitió y alentó los excesos de Wall Street, lo cual desembocó en la crisis financiera actual. Sin ningún cuestionamiento, esta novela probablemente servirá de base para cualquier reforma financiera. Implementar medidas de este tipo basadas en fundamentos así de defectuosos solamente asegurará que las próximas crisis financieras sean más frecuentes y más severas.
¿Desmantelando el Estado regulador?
Aunque es la calidad y el fundamento de la regulación lo que tiene que estar en el centro de cualquier debate respecto al papel de las regulaciones en la crisis financiera, una manera directa de cuantificar las regulaciones es calculando los dólares del presupuesto y la cantidad de personas que trabajan en las agencias de regulación financiera. En un estudio para el Mercatus Center, Veronique de Rugy y Melinda Warren descubrieron que lo asignado para gastos por regulación bancaria y financiera aumentó de únicamente $190 millones en 1960 a $1.900 millones en 2000 y a más de $2.300 millones en 2008 (en dólares constantes de 2000).


Tuesday, June 21, 2016

A Favor de la Libertad Económica

Por Jorge A Soler Sánz


Tomado del Austroliberal
Normalmente, la gente piensa en el capitalismo como si se tratara de un juego de suma cero, donde unos ganan y otros pierden. Sin embargo, aunque a algunos les pueda parecer así, la verdad es muy distinta. Si bien la explotación y acaparamiento de la riqueza, tan denunciados por la izquierda, han constituido la nota común en la vida del hombre durante milenios, lo cierto es que éstas nunca lograron generar los niveles de riqueza que vemos hoy día en sociedad. El propio Marx reconoció en una ocasión que el capitalismo había producido más riqueza en sus pocos años de existencia que en toda la historia del hombre que le precedía. Y ello, a pesar de que, en retrospectiva (no creo que Marx fuera capaz de presagiarlo), el salario de un trabajador por aquel entonces apenas rondaba el poder adquisitivo de $3 en la actualidad. Lo cierto es que desde el año 1800 aproximadamente hasta la actualidad, el crecimiento económico del individuo occidental ha crecido de forma exponencial. Si tenemos en cuenta que la condición natural de existencia del hombre ha venido definida por la pobreza, veremos también que el capitalismo es en verdad el instrumento para superarla.



Lo que hacía que antes de 1800 sólo unos pocos tuvieran el poder adquisitivo para conseguir o lograrse el sustento de la vida no tenía nada que ver con la acaparamiento del capital, la propiedad privada de los medios de producción, la creación del dinero, o cualquiera de las dinámicas que hoy día la izquierda atribuye al capitalismo, sino a un sólo factor, es decir, la falta de libertad económica. El capitalismo en verdad es un juego de suma creciente donde yo no puedo ganar si el resto no gana.
Tiene que verse claro aquí que cualquier trabajador medio de hoy día dispone para sí de lujos y comodidades que muchos reyezuelos de la antigüedad (y no tan reyezuelos) jamás tuvieron para si mismos. Hay dos formas de explotación de la vulnerabilidad de ese que no tiene medios. Una es la explotación de mercado. La segunda es la explotación política. Este segundo tipo de explotación crea la condiciones en las que pueden proliferar la cartelización de la banca, los subsidios a la agricultura, el rescate de empresas, etc. Es decir, que es precisamente por causa de la explotación de la vulnerabilidad del ciudadano que los políticos logran este tipo de efectos en sociedad, pues a ellos les resulta rentable. El primer tipo de explotación, sin embargo, en la medida en que ésta se realice en un entorno de libre acuerdo, crea precisamente las condiciones en función de las cuales cada vez se hace más difícil para el empresario explotar estas vulnerabilidades, pues ello crea riqueza. Mientras que los medios políticos exponen cada vez más esta vulnerabilidad en el ciudadano, el capitalismo la reduce haciendo que cada vez sea más difícil explotar al individuo.
No cabe duda de que tanto el empresario como el político han de querer explotar la vulnerabilidad del trabajador o ciudadano. Sin embargo, como no hay sólo un empresario que desee esto, sino muchos, la puja por la mano de obra hace de ello una labor prácticamente imposible. Si como empresario yo pujara 60 céntimos de dólar por un dólar, lo lógico es pensar que otros traten de quitarme de en medio pujando 0.61, 0.62, 0.63, etc., y ello porque sale rentable. Al pagar, por ejemplo, 0.86 céntimos por un dólar, todavía me quedan 0.14 céntimos que podré meter en mi bolsillo como ganancia. Es precisamente esta dinámica de mercado la que obliga al empresario, aunque este no quiera, o tenga un objetivo declarado por lo contrario, a pagar al trabajador por su trabajo un precio aproximado al valor marginal que éste produzca. Si contraponemos esta dinámica a la de la política enseguida veremos que ésta no se rige por los mismos mecanismos. La relación entre el político y el ciudadano no es una que venga definida por el intercambio voluntario mutuamente beneficioso para las partes que en él participan. Y que los acuerdos entre la sociedad civil y la clase política dirigente no vengan definidos por esta dinámica implica, entre otras cosas, que una de las partes que intervienen en este tipo de acuerdos no voluntarios gane más que la otra tras el acuerdo. Es obvio que no hace falta imponer un acuerdo que sea mutuamente beneficioso para la partes que en él intervengan.
Téngase en cuenta, por ejemplo, lo difícil que resulta hoy día encontrar trabajo en el marco institucional actual. Fundamentalmente, esta dificultad depende de 3 factores interrelacionados. 1. La falta de experiencia profesional, 2. la regulación estatal y 3. la incertidumbre. La falta de experiencia o habilidad para el trabajo tiene sus raíces en la forma en que la educación ha venido implementándose en los 2 últimos siglos. Hoy día, la idea detrás de los planes de estudio no es la de crear un individuo competente que produzca valor en el mercado y sepa explotar las oportunidades que se le presentan, sino la de formar sujetos que sepan recibir órdenes, sean capaces de llevarse bien entre sí y tengan conocimientos básicos de gramática y matemáticas. Es decir, que al individuo se lo modela no en base a las necesidades siempre cambiantes del mercado, sino en torno a las inamovibles del Estado. En cuanto a la regulación estatal, tiene que verse claro que, pese a los motivos declarados, ésta suele ir más bien en contra del trabajador y el empresario que en muchas ocasiones no pueden pactar libremente entre sí partiendo de la legislación vigente. Este ha sido precisamente uno de los factores que más ha contribuido a crear un ejército de reserva laboral tan amplio como el actual. El tercer factor, no sólo tiene que ver con el tipo de incertidumbre que se crea en el mercado tras una crisis y el futuro incierto, sino que está relacionada con las otras dos. Se trata de no saber aquí lo que uno contrata y cómo deshacerse de ello en caso de que el acuerdo entre las partes no funcione. En pocas palabras, que se pide al empresario que contrate a ciegas al trabajador sin saber de antemano si este producirá lo suficiente, o si eso que aquél puede aportar en el entorno de la empresa se ajusta o no a sus necesidades. Lo que hace la conjunción del factor 1. y 2. es invitar al empresario a que realice una cita a ciegas con el trabajador, y lo normal en el ser humano es la aversión al riesgo.
En la otra cara de la moneda se encuentran los factores que impiden el crecimiento económico y la prosperidad, y estos, también son políticos y no económicos. Y el problema aquí, no es que el trabajador no disponga de medio de producción alguno, o que sea especialmente vulnerable frente al empresario que de este modo le explota, sino la falta de libertad económica para decidir pactar libremente las condiciones de su trabajo con el aquél. Recordémoslo una vez más. Cuanto más rica sea una sociedad, y más empresarios haya pujando por la mano de obra, menos vulnerabilidades habrá que se puedan explotar. En un momento de crisis, cuando todo el mundo está haciendo lo posible por ajustarse el cinturón y adaptarse a las nuevas circunstancias, lo que necesita el mercado, no es más regulación sino menos. Y sin embargo son pocos los alicientes que pueda tener un político aquí para dar un paso atrás y renunciar a explotar las vulnerabilidades del ciudadano en este medio. Visto el panorama, lo único que han conseguido las políticas de gobierno en este entorno se ha traducido en la creación de ese gran ejército laboral de reserva capaz de exponer este tipo de vulnerabilidades a flor de piel.
No ha sido gracias a la redistribución de riqueza, los impuestos o el socialismo en su conjunto que se ha acabado en una situación donde el hombre vive mejor año tras año, sino a una dinámica de libre mercado. Lo que nos va a sacar del agujero en el que estamos metidos no es una mayor regulación laboral y de mercado, sino la ausencia de la misma. Esto ha de obligar al político a dar un paso atrás otorgando una mayor libertad al ciudadano. Cuanto más planea el Estado nuestras vidas, menos espacio éste nos da para organizarnos nosotros.

A Favor de la Libertad Económica

Por Jorge A Soler Sánz


Tomado del Austroliberal
Normalmente, la gente piensa en el capitalismo como si se tratara de un juego de suma cero, donde unos ganan y otros pierden. Sin embargo, aunque a algunos les pueda parecer así, la verdad es muy distinta. Si bien la explotación y acaparamiento de la riqueza, tan denunciados por la izquierda, han constituido la nota común en la vida del hombre durante milenios, lo cierto es que éstas nunca lograron generar los niveles de riqueza que vemos hoy día en sociedad. El propio Marx reconoció en una ocasión que el capitalismo había producido más riqueza en sus pocos años de existencia que en toda la historia del hombre que le precedía. Y ello, a pesar de que, en retrospectiva (no creo que Marx fuera capaz de presagiarlo), el salario de un trabajador por aquel entonces apenas rondaba el poder adquisitivo de $3 en la actualidad. Lo cierto es que desde el año 1800 aproximadamente hasta la actualidad, el crecimiento económico del individuo occidental ha crecido de forma exponencial. Si tenemos en cuenta que la condición natural de existencia del hombre ha venido definida por la pobreza, veremos también que el capitalismo es en verdad el instrumento para superarla.


La vía a la prosperidad con unos mercados sólidos

Edmund S. Phelps, the 2006 Nobel laureate in economics, is Director of the Center on Capitalism and Society at Columbia University and author of Mass Flourishing.
BERLÍN – El desplome financiero mundial que estuvo a punto de ocurrir y las contracciones posteriores dejaron a las naciones anglosajonas cavilando sobre qué debían hacer para encaminar sus economías por una senda que conduzca a la recuperación y al tiempo evitar una crisis similar en el futuro. Algunos miembros del Centro sobre Capitalismo y Sociedad de la Universidad de Columbia enviaron recomendaciones a la última reunión del G20, celebrada el pasado mes de abril. Para crear más puestos de trabajo en la economía, yo propuse que los gobiernos crearan una clase de bancos que cultivaran el perdido arte de la financiación de proyectos de inversión en el sector empresarial: el tipo de financiación para el que los antiguos bancos “mercantiles” eran auténticos expertos hace un siglo. También reiteré mi apoyo a una subvención para las empresas que mantuvieran el empleo de los trabajadores con salarios bajos. (Singapur adoptó esa idea con resultados envidiables.) 


Para proteger los bancos comerciales de los riesgos que podría correr su solvencia (y, además, la de todo el país) una vez más, Richard Robb propuso que se aplicara un pequeño impuesto a las deudas a corto plazo de los bancos para que no cayeran en un endeudamiento excesivo. Amar Bhide propuso que los bancos comerciales volvieran a la banca “estricta”. Si lo hiciesen, no podrían pedir préstamo alguno.
Pero, pese a todas las medidas normativas y a los discursos al respecto, los países del G20 no adoptaron ninguna de esas propuestas. Han centrado la atención en las medidas anticíclicas destinadas a moderar la contracción, en lugar de en la reestructuración. Esa moderación, en sí misma, es digna de beneplácito, desde luego, pero las medidas adoptadas pueden estar retrasando la recuperación.
Gran parte del “estímulo” fiscal a los consumidores hace que las empresas mantengan a sus empleados en lugar de liberarlos para que se orienten hacia el sector de la exportación y la competencia con las importaciones, que están experimentando un gran desarrollo. Gran parte del estímulo destinado a los propietarios de viviendas está apuntalando los precios de la vivienda con unos niveles insostenibles, con lo que se está retrasando la absorción en la economía de los recursos excedentes en el sector de la construcción. Otra ronda de estímulo mundial, después de que la contracción se haya acabado o casi, haría subir los tipos de interés y disminuir la actividad inversora.
Las iniciativas estatales encaminadas a reconstruir la “infraestructura” –a substituir las menguantes inversiones privadas por inversiones estatales en atención de salud, control del clima y conservación de la energía– no tienen ese inconveniente, pero resultan discutibles como medio para la creación de puestos de trabajo. La inversión privada se ve sostenida por la innovación privada, que renueva las buenas oportunidades, pero, ¿se renovarían igualmente las buenas oportunidades para la inversión estatal? ¿Podrían las incertidumbres creadas por la entrada en semejante territorio desconocido hacer pagar un precio cuantioso a la actividad inversora privada?
Los gobiernos deben desechar la falsa ilusión de que, para conseguir la plena recuperación, basta con apretar botones. Desde el comienzo de las economías asombrosamente innovadoras que brotaron en el siglo XIX, el método probado y corroborado para obtener una gran prosperidad –para que haya una gran oferta de empleos atractivos y estimulantes– ha sido un sistema de empresa privada innovadora en el sector de los negocios.
Lo que los gobiernos deben hacer es “estimular” una economía innovadora, no kilómetros y kilómetros de carreteras, energía eólica y otros proyectos de construcción. La forma mejor de acortar la contracción es la de reestructurar la economía de tal modo, que recupere un nivel de normalidad superior.
El próximo diciembre, el Centro sobre el Capitalismo y la Sociedad se reunirá en Berlín, pocas semanas después de las conmemoraciones de la caída del Muro de Berlín. La reunión va encaminada a buscar formas de racionalizar y reforzar unas economías tambaleantes para que cuenten con el dinamismo que crea una gran prosperidad: abundancia de puestos de trabajo y gran satisfacción en el empleo.
Naturalmente, no se conocen todos los instrumentos para la creación de prosperidad, pero muchos sí. Es bueno disponer de un sector bancario dirigido por una diversidad de financieros sagaces y capacitados para reconocer proyectos de inversión innovadores y dispuestos a financiarlos. Es bueno disponer de un sector empresarial en el que los accionistas no sean víctimas de gerentes que actúen en provecho propio. Es malo que haya gestores de fondos que se deshagan de las acciones de una empresa, si no alcanza sus objetivos de beneficios correspondientes al próximo trimestre.
No obstante, el objetivo del gran dinamismo plantea un problema. A los mercados, por estar poblados por meros seres humanos, les cuesta averiguar dónde se encuentran las oportunidades de inversiones provechosas (por no hablar de las más provechosas). El conocimiento por parte de una empresa de los resultados futuros de un nuevo negocio es imperfecto, por no decir algo peor, y cuanto más innovadora sea la empresa, más imperfecta será cualquier comprensión por anticipado de su posible resultado.
El conocimiento por parte de un inversor de los resultados de la decisión de comprar tal o cual activo, financiero o real, es igualmente imperfecto. Además, lo que otros piensen –y, en particular, lo que hagan los rivales– puede tener grandes consecuencias en los resultados de una decisión y gran parte de lo que otros entienden y se proponen es privado y, por tanto, inaccesible. De modo que un dinamismo económico depende del suficiente número de personas dispuestas a actuar, pese a lo poco que saben.
Quienes, en la conferencia de Berlín y en otros ámbitos, intentamos reconstruir las economías para que adquieran un mayor dinamismo debemos hacerlo con conciencia de esas realidades económicas. Los poderes mágicos del mercado son limitados. Por fortuna, hay algunos preceptos e ideas en materia de políticas en los que los gobiernos harían bien en invertir su capital político, si quieren que se reanude la innovación y la prosperidad que la acompaña.
Un precepto ancestral es el de procurar no quebrantar la confianza de los inversores innecesariamente. Cuando John Maynard Keynes fue a ver al Presidente Roosevelt en plena Depresión, le aconsejó moderar la retórica antiempresarial del gobierno y, sin embargo, los gobiernos deben procurar también no infundir demasiada confianza a las empresas, pues podrían caer en la tentación de aumentar los márgenes comerciales y afectar a las ventas.
También la simplificación de las entidades financieras, en particular las que cuenten con un apoyo estatal implícito, debe desempeñar un papel en la reconstrucción de una economía dinámica. Las calificaciones que pretenden  tener en cuenta el “riesgo sistemático” pueden resultar tan peligrosas como las que no lo tengan en cuenta. Las empresas que trabajan con fondos especulativos y capital de riesgo y se aventuran con nuevos proyectos y los bancos mercantiles reconstituidos están en condiciones relativamente buenas para adoptar decisiones financieras que requieren juicio y capacidad para lanzarse a lo desconocido y hacerlo con un horizonte no dictado por los beneficios trimestrales.
También hay ideas para abordar los vaivenes especulativos, que pueden inducir a inversiones derrochadoras y una pérdida de la innovación. Sus “correcciones” pueden tener también costos: un desplome del negocio y una mayor pérdida de innovación.
Un marco conceptual –la economía del conocimiento imperfecto– recientemente ideado por un miembro del Centro, Roman Frydman, en colaboración con Michael Goldberg, muestra que los vaivenes excesivos de los precios de los activos se deben a la imperfecta comprensión por parte de los participantes en los mercados de las futuras recompensas de sus decisiones. Dicho marco brinda una lógica a la intervención normativa en los mercados de activos y también tiene consecuencias importantes para la forma como los reguladores deben calibrar y gestionar el riesgo financiero sistémico.
El análisis reconoce que a largo plazo el mercado logra mucho mejores resultados (aunque no perfectos) en materia de fijación de precios que los reguladores, pero constituye un alegato en pro de nuevas medidas, incluidos los “abanicos de orientaciones” sobre los precios de los activos y la variación conveniente de depósitos mínimos y necesidades de capital, para contribuir a moderar los excesivos movimientos de precios.
Recuperar un capitalismo que funcione bien puede ser como ascender por una montaña muy empinada, pero hay motivos para abrigar la esperanza de que esté a nuestro alcance.

La vía a la prosperidad con unos mercados sólidos

Edmund S. Phelps, the 2006 Nobel laureate in economics, is Director of the Center on Capitalism and Society at Columbia University and author of Mass Flourishing.
BERLÍN – El desplome financiero mundial que estuvo a punto de ocurrir y las contracciones posteriores dejaron a las naciones anglosajonas cavilando sobre qué debían hacer para encaminar sus economías por una senda que conduzca a la recuperación y al tiempo evitar una crisis similar en el futuro. Algunos miembros del Centro sobre Capitalismo y Sociedad de la Universidad de Columbia enviaron recomendaciones a la última reunión del G20, celebrada el pasado mes de abril. Para crear más puestos de trabajo en la economía, yo propuse que los gobiernos crearan una clase de bancos que cultivaran el perdido arte de la financiación de proyectos de inversión en el sector empresarial: el tipo de financiación para el que los antiguos bancos “mercantiles” eran auténticos expertos hace un siglo. También reiteré mi apoyo a una subvención para las empresas que mantuvieran el empleo de los trabajadores con salarios bajos. (Singapur adoptó esa idea con resultados envidiables.) 

Sunday, June 19, 2016

Si podemos reducir el tamaño del Estado: Canadá lo hizo

Chris Edwards afirma que cuando Canadá se enfrentó a una profunda recesión hace dos décadas "cambió de dirección y redujo el gasto, balanceó su presupuesto e implementó varias reformas liberales". Como resultado, la economía creció y el desempleo cayó.
Chris Edwards es Director de Estudios de Política Fiscal de Cato Institute.
Este ensayo fue publicado originalmente en inglés en el Cato Policy Report (edición Mayo/Junio 2012). Aquí puede descargar este ensayo en formato PDF.

Hace dos décadas Canadá sufrió una profunda recesión y se balanceaba al borde de una crisis de la deuda causada por un creciente gasto público. El Wall Street Journal dijo que la creciente deuda estaba haciendo de Canadá un “miembro honorario del Tercer Mundo” con el “peso norteño” como su moneda. Pero Canadá cambió de dirección y redujo el gasto, balanceó su presupuesto e implementó varias reformas liberales. La economía creció, el desempleo cayó y el anteriormente débil dólar canadiense alcanzó la paridad con el dólar estadounidense.
De algunas maneras, EE.UU. está hoy en día en una peor condición fiscal que Canadá hace dos décadas. Para empezar, manadas de “babyboomers” (nacidos en los años sesenta) están empezando a jubilarse, lo que está empujando al gobierno federal hacia un mayor nivel de endeudamiento cada año. EE.UU. podría convertirse en un país de “primer mundo” como aquellos en Europa, donde un gran gasto deficitario está arruinando las economías y las oportunidades para las personas jóvenes.



EE.UU. necesita poner en orden sus finanzas públicas y Canadá ha demostrado cómo se lo puede hacer. Nuestro vecino del norte todavía tiene un gran Estado de Bienestar, pero hay mucho que podemos aprender de sus esfuerzos de restringir el gobierno y adoptar reformas liberales para fomentar un crecimiento económico sólido.
Desde los mercados hacia el socialismo, y de vuelta
Canadá tiene una larga historia de un gobierno estable y prosperidad en general. Como EE.UU., gozó de un gobierno relativamente limitado desde antes de mediados del siglo XX. Los primeros líderes canadienses se inclinaban hacia el liberalismo clásico y trataron de mantener los impuestos por lo menos tan bajos como los impuestos estadounidenses para atraer a los inmigrantes y a la inversión.
En Canadian Century, Brian Lee Crowley, Jason Clemens y Niels Veldhuis discuten cómo Wilfred Laurier —el Primer Ministro desde 1896 hasta 1911— fue un firme partidario del control del gasto, los impuestos bajos, el libre comercio y las libertades civiles. Laurier era uno de los líderes más importantes del país y se imaginaba a Canadá como una federación descentralizada que respaldaba la libertad individual. Eso suena parecido a la visión de los Padres Fundadores de EE.UU.
Esa visión, por supuesto, se enfrentó a grandes retrocesos en ambos países en el siglo XX. En algunos casos, Canadá resistió la creciente ola de un Estado de gran envergadura por más tiempo que EE.UU. EE.UU. fue el primero de los dos en establecer un banco central, un impuesto sobre la renta, y un sinnúmero de programas de prestaciones sociales. Hasta la década de los sesenta, el gasto público en relación al tamaño de la economía era similar en los dos países.
Desafortunadamente, Canadá se volcó marcadamente a la izquierda a fines de los sesenta, empezando con una fiesta de gasto de 16 años y una expansión del Estado de Bienestar. El líder canadiense durante gran parte de ese tiempo fue Pierre Trudeau, quien era un hombre brillante pero favorecía políticas económicas de izquierda. Él expandió programas, aumentó los impuestos, nacionalizó las empresas e impuso barreras a la inversión internacional. Canadá también sufrió de inflación alta durante la década de los setenta y principios de los ochenta.
La influencia socialista de Trudeau sobre las políticas públicas empezó a debilitarse en los ochenta. Las políticas de Ronald Reagan y Margaret Thatcher estaban en su fase ascendente y la globalización estaba aplicándole presión a Canadá para que hiciera reformas. A mediados de los ochenta, el Banco Central de Canadá adoptó el objetivo de la estabilidad de precios, que redujo considerablemente la inflación y la ha mantenido baja y estable desde ese entonces. Después de las reformas tributarias estadounidenses de 1986, Canadá implementó su reducción del impuesto sobre el ingreso bajo el gobierno del progresista y conservador Primer Ministro, Brian Mulroney.
La revolución de privatizaciones de Margaret Thatcher también inspiró reformas en Canadá. El Estado privatizó Air Canada en 1988, Petro-Canada en 1991 y Canadian National Railways en 1995. En total, Canadá privatizó alrededor de dos docenas de “corporaciones de la corona” a fines de los ochenta y principios de los noventa. En 1996, incluso privatizó el sistema de control de tráfico aéreo, que provee un buen modelo para posibles reformas en EE.UU. Las privatizaciones redujeron la deuda pública y ayudaron a fomentar el crecimiento económico creando una estructura industrial más dinámica.
La otra gran reforma de fines de los ochenta fue el tratado de libre comercio con EE.UU. El debate acerca del acuerdo de 1988 fue una lucha política titánica en Canadá. Pero en los años posteriores a su aprobación, el éxito del acuerdo ha sido una fuerza poderosa para reorientar a Canadá hacia políticas pro-mercado.
Las reformas del gasto en los noventa
Canadá estaba empezando a moverse en la dirección correcta, pero el creciente gasto y deuda públicos socavaban el crecimiento y estaban creando inestabilidad financiera. Para principios de los noventa, el gasto combinado de los gobiernos federal, provinciales y locales llegó a más de la mitad del producto interno bruto (PIB). En las elecciones de 1993, llegaron al poder los liberales de la mano del Primer Ministro Jean Chretien, prometiendo una moderación fiscal, pero este era el partido de Trudeau, así que reformas importantes parecían poco probables.
En el primer presupuesto liberal de 1994, el Ministro de Finanzas Paul Martin estipulaba algo de moderación en el gasto. Pero en su segundo presupuesto de 1995, empezó a reducir el gasto marcadamente. En tan solo dos años, el gasto se redujo en un 10 por ciento, que sería como si el congreso estadounidense redujese $340.000 millones del gasto federal de este año (sin intereses). Cuando los políticos estadounidenses hablan de “reducir el gasto”, en realidad están hablando de reducir la tasa de crecimiento del gasto, pero los canadienses de hecho gastaron menos cuando reformaron su presupuesto en los noventa.
El gobierno canadiense redujo el gasto en defensa, en el seguro de desempleo, en el transporte público, en los subsidios a las empresas, en las ayudas a los gobiernos provinciales, y en muchos otros rubros. Después de los dos primeros años de cortes, el gobierno mantuvo el crecimiento del gasto en alrededor de 2 por ciento durante los siguientes tres años. Con esta restricción, el gasto federal como porcentaje del PIB cayó de 22 por ciento en 1995 a 17 por ciento para el año 2000. La proporción del gasto continuó disminuyendo durante la década de los 2000 hasta llegar a 15 por ciento en 2006, que fue el nivel más bajo desde la década de 1940.
El gráfico adjunto contrasta la caída del gasto federal en Canadá desde los noventa con el aumento del gasto federal en EE.UU. En los últimos años, el gasto aumentó en ambos países debido a la recesión, pero mientras que el gasto estadounidense permanece en niveles altos, el gasto canadiense ahora se encuentra nuevamente en 15,9 por ciento del PIB y se espera que caiga todavía más en las previsiones actuales del gobierno.
Las reformas fiscales de los noventas le permitieron al gobierno federal de Canadá balancear su presupuesto cada año entre 1998 y 2008. La deuda pública cayó de 68 por ciento del PIB en 1995 a solamente 34 por ciento del PIB hoy en día. En EE.UU. la deuda federal sostenida por el público cayó durante los noventas, alcanzando un 33 por ciento del PIB en 2001 pero la deuda ha aumentado rápidamente desde ese entonces hasta llegar a más de 70 por ciento hoy en día.
Los datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) muestran que el gasto total de los gobiernos federal, provinciales y locales en Canadá cayó de un máximo de 53 por ciento del PIB en 1992 a solamente 39 por ciento para mediados de los noventa. En 2012, el gasto constituirá 42 por ciento del PIB, que se puede comparar con el gasto público total en EE.UU. de 41 por ciento. El gasto público en ambos países es demasiado alto, pero Canadá por lo menos se ha estado moviendo en la dirección correcta en cuanto a las reformas fiscales.
Dejando a un lado los recortes al presupuesto, Canadá mejoró su proyección fiscal al reformar el Plan de Pensiones de Canadá (CPP, por sus siglas en inglés), que es como nuestro sistema de la Seguridad Social. En 1998, Canadá empezó a trasladar al sistema CPP de una estructura de beneficios definidos hacia un sistema parcialmente financiado. Hoy el CPP es solvente a lo largo del futuro previsible, realidad que contrasta con las gigantescas obligaciones no financiadas del Seguro Social de EE.UU. Nótese, no obstante, que Canadá suplementa el CPP con subsidios adicionales para la jubilación financiados con ingresos tributarios.
Las reformas fiscales de Canadá socavan la noción Keynesiana de que reducir el gasto público perjudica el crecimiento económico. Los recortes de Canadá coincidieron con el principio de una bonanza de 15 años que solo acabó cuando EE.UU. arrastró a Canadá a una recesión en 2009. El desempleo canadiense cayó de más de 11 por cieno a principios de los noventa a menos de 7 por ciento para fines de esa década, conforme el Estado reducía su tamaño. Después de la recesión de 2009, Canadá ha vuelto a tener un crecimiento sólido y su tasa de desempleo hoy es alrededor de un punto porcentual menor que la de EE.UU.
Otra lección de Canadá es que el auge de grupos fuera de los principales partidos políticos puede ejercer presión sobre los gobiernos para que estos hagan reformas. La versión del Tea Party de Canadá fue el Partido Reforma, que surgió a principios de los noventa y presionó a los principales partidos para que respalden recortes de gastos, reducciones de impuestos, descentralización y reformas parlamentarias. El Partido Reforma eligió varios miembros del parlamento en 1993, y se convirtió en el principal partido de oposición en el parlamento en 1997. En los 2000, el partido experimentó cambios estructurales y finalmente se unió a los progresistas conservadores para convertirse en el Partido Conservador del actual Primer Ministro canadiense, Stephen Harper.
Las reformas fiscales en los 2000
Conforme empezaba el nuevo milenio, un Estado canadiense reducido bajo el gobierno de los liberales gozaba de grandes superávits presupuestarios e implementó una serie de recortes de impuestos. Los conservadores continuaron reduciendo los impuestos luego de que asumieran el poder en 2006. Durante la década de los 2000 la tasa tributaria máxima fue reducida a 14,5 por ciento, los “impuestos capitales” especiales sobre las empresas fueron prácticamente abolidos, los impuestos sobre la renta individual fueron reducidos y las bandas impositivas fueron completamente ajustadas a la inflación. Otra reforma fue la creación de las Cuentas de Ahorro Libres de Impuestos, que son como las Roth IRAs (Cuentas Individuales de Ahorro para la Jubilación) en EE.UU., solo que más flexibles.
Los recortes más dramáticos se hicieron en los impuestos corporativos. El impuesto tributario corporativo federal fue reducido de 29 por ciento en 2000 a 15 por ciento en 2012. La gran mayoría de las provincias también redujeron sus impuestos corporativos, de tal manera que la tasa promedio en Canadá es solamente de 27 por ciento hoy en día. En contraste, la tasa promedio de los impuestos federales y a nivel de los estados en EE.UU. es de 40 por ciento.
Los políticos estadounidenses están considerando actualmente una reducción del impuesto corporativo, pero les preocupa que el gobierno pueda perder recaudación. Pero, la experiencia canadiense muestra que los gobiernos no pierden dinero cuando reducen los impuestos corporativos altos. Eso es porque las reducciones de las tasas inducen una expansión en la base imponible conforme la actividad económica aumenta y la evasión tributaria disminuye.
La tasa federal corporativa de Canadá ha sido reducida de 39 por ciento a principios de los ochenta a solamente 15 por ciento hoy en día. A pesar de que esta es una tasa mucho menor, los ingresos tributarios no han disminuido. De hecho, los ingresos por impuestos corporativos promediaron 2,1 por ciento del PIB durante los ochentas y un ligeramente superior 2,3 por ciento durante esta última década.
Ahora comparemos a Canadá con EE.UU. En 2012, Canadá espera recolectar 1,9 por ciento del PIB en impuestos federales sobre el ingreso corporativo. EE.UU. espera recaudar 1,6 por ciento del PIB con una tasa corporativa de 35 por ciento. Por lo tanto, la tasa alta estadounidense no solamente es mala para la economía, sino que tampoco ayuda al gobierno a recaudar cualquier valor agregado.

La ventaja del federalismo

Una de las fortalezas de Canadá es que es una federación descentralizada. Las provincias compiten entre ellas en cuestiones fiscales y económicas, y tienen amplio espacio para implementar diferentes políticas. El federalismo ha permitido que exista una saludable diversidad de políticas en Canadá y ha promovido un gobierno limitado.
El gasto público se ha vuelto mucho más centralizado en EE.UU. que en Canadá. En EE.UU., 71 por ciento de todo el gasto público es federal y 29 por ciento es gastado por los gobiernos de los estados y ciudades. En Canadá, la relación es inversa —38 por ciento del gasto es federal y 62 por ciento es provincial y local.
La diferencia en el federalismo entre los dos países es notoria cuando se trata de la educación primaria y secundaria. Mientras que el control federal sobre las escuelas estadounidenses ha aumentado en las últimas décadas, Canadá no tiene departamento federal de educación. El financiamiento de las escuelas le corresponde a las provincias, lo que parece funcionar: los estudiantes canadienses suelen obtener puntajes más altos que los estudiantes estadounidenses en exámenes comparativos.
Los países también difieren respecto a la cantidad de control ejercido por el gobierno federal sobre los gobiernos sub-nacionales mediante los programas de ayuda federal. EE.UU. tiene una compleja gama de más de 1.000 programas de ayuda a los estados para cosas como carreteras y la educación. Cada uno de estos programas viene con un montón de regulaciones que ejercen un control excesivo sobre los asuntos locales y a nivel de los estados.
En contraste, Canadá esencialmente tiene solamente tres grandes programas de ayuda para los gobiernos provinciales y están estructurados como subvenciones fijas. Es verdad, no obstante, que una de estas subvenciones ayuda a financiar el sistema de salud universal, que es una gran excepción al patrón generalizado de políticas descentralizadas del país. Sin embargo, tener solamente unas pocas subvenciones grandes es mejor que el sistema estadounidense con un abundante número de subvenciones, cada una con distintas reglas y regulaciones.
Una última ventaja del federalismo en Canadá es que los impuestos provinciales y locales no son deducibles de las declaraciones de impuestos federales. Esa estructura promueve una vigorosa competencia tributaria entre las provincias. En EE.UU., los impuestos a nivel de los estados y locales, así como también los impuestos sobre la propiedad, son deducibles de las declaraciones de impuestos federales, lo que tiene el efecto de minimizar la competencia al, esencialmente, subsidiar los estados y ciudades con altos impuestos.
Se necesitan más reformas
Mientras que Canadá ha mejorado considerablemente, todavía tiene un obeso Estado de Bienestar. Un problema es el gigantesco sistema estatal de salud. El gasto en atención médica está por los cielos y los tiempos de espera para procedimientos médicos son un problema serio.
Otro problema son los grandes déficit presupuestarios de algunas de las provincias. A diferencia de lo que sucede en EE.UU., las provincias canadienses pueden prestar y gastar libremente sin tener que balancear sus presupuestos cada año. Durante los noventa muchas provincias recortaron sus presupuestos e implementaron reformas como la reducción de las prestaciones sociales. El gasto como proporción del PIB cayó. Pero a lo largo de la última década el gasto ha aumentado nuevamente. Ontario, por ejemplo, tiene un primer ministro derrochador que ha llevado la deuda provincial a 37 por ciento del PIB provincial.
La estructura canadiense de tasas tributarias altas sobre la renta personal es otra debilidad. La tasa máxima federal-provincial es de 46 por ciento, según la OCDE. Esta es más alta que la tasa tributaria más alta a nivel de los estados en EE.UU. de 42 por ciento, aunque en EE.UU. la tasa excedería la de Canadá el próximo año en virtud de las propuestas del presidente Obama. De cualquier manera, las tasas máximas en ambos países son demasiado altas. Las tasas más altas penalizan a las personas más productivas en la economía, quienes responden trabajando e invirtiendo menos, lo cual a su vez estanca el crecimiento.
Canadá, por lo tanto, está lejos de ser un mercado libre ideal. Sin embargo, sus reformas han sido impresionantes y su economía ha crecido sólidamente. Su puntaje en “libertad económica” en el informe anual Libertad Económica en el Mundo del Fraser Institute es ahora más alto que el puntaje para EE.UU.
Todo esto provoca una pregunta: ¿Por qué los políticos estadounidenses no pueden hacer reformas fiscales importantes como lo han hecho los canadienses? Una respuesta es que la estructura del gobierno estadounidense —con sus poderes separados— hace que los cambios rápidos de políticas sean más difíciles que lo que permite el sistema parlamentario canadiense.
Un factor más importante, no obstante, ha sido que los Demócratas en EE.UU. se han movido tan a la izquierda en asuntos económicos que dificultan que cualquier tipo de reformas pro-mercado como las que Canadá adoptó sean aprobadas. Muchas de las reformas canadienses fueron aprobadas por un Partido Liberal que se movió de la izquierda política hacia el centro. Al mismo tiempo, el floreciente Partido de Reforma esencialmente desplazó al viejo Partido Progresista Conservador, que se había movido demasiado hacia la izquierda. Los electores contribuyeron parcialmente respaldando en las urnas a partidos con intenciones de hacer reformas.
En 2010, los electores estadounidenses demandaron recortes del gasto y el endeudamiento público. Algunos miembros del congreso están prestando atención a ese llamado e introduciendo planes para reestructurar las prestaciones sociales y acabar con programas. Sin embargo, la mayoría de los políticos todavía se resisten a los grandes recortes de gasto, las privatizaciones y otras reformas al estilo canadiense que necesitamos para evitar una crisis fiscal y para restaurar un sólido crecimiento económico en EE.UU.