Dan Ikenson
Imagine la vida en confinamiento. Levantándose cada mañana antes del amanecer para fabricar su propia ropa, construir y reparar su frágil refugio, cazar y cosechar su propia comida, fabricar rudimentarios ungüentos para aliviar sus dolores físicos y atender el constante mantenimiento de su existencia al realizar otras tareas difíciles y tediosas. Olvídese del ocio o los lujos; todo su tiempo se consumiría tratando de producir artículos de primera necesidad simplemente para subsistir.
Especialización y Cooperación
Afortunadamente, esa ya no es la forma en la que la mayor parte de la humanidad organiza sus actividades económicas. No intentamos fabricar todo lo que necesitamos o deseamos consumir, sino que nos especializamos en unos pocos, o un par, o simplemente en una habilidad con valor añadido, es decir, una profesión. Esta especialización es posible gracias a que aceptamos y abrazamos el concepto de cooperación en forma de intercambio. Nos damos cuenta de que mediante la especialización, podemos centrar nuestros esfuerzos en lo que hacemos mejor, y producir más valor de lo que sería posible si tuviéramos que ocuparnos personalmente de todas nuestras necesidades y deseos.
Debido a que podemos intercambiar lo que producimos (monetizandolo en forma de sueldos y salarios) para la producción de los demás, ni siquiera tenemos que saber clavar un clavo, usar un mortero, fabricar fibra y tela, hilar una aguja, tallar una flecha para matar un ciervo, o cualquier detalle increíblemente complejo o de las cadenas de suministro que generan los productos y servicios que consumimos a diario. Afortunadamente (pero lamentablemente, también), la mayoría de nosotros nunca piensa en ello siquiera.
Si dos personas enfocan sus esfuerzos en las tareas que mejor saben hacer, e intercambian sus excedentes, ambos consumirán más o al mejor una mejor calidad de productos, y eso incentivará a que ahora cuatro personas, o cuatro millones de personas participando en esta relación de economía cooperativa puedan aspirar a mayores volúmenes de producción (riqueza) y un mucho mayor consumo y ahorros (mayor calidad de vida).
Este es el propósito del intercambio. Nos permite especializarnos. Y cuando hay más participantes en el marcado (más personas con quienes intercambiar) hay más oportunidad para mayores niveles de especialización. Esto representa mejores oportunidades para que los individuos encuentren donde usar sus talentos y habilidades (o cultivar esos talentos y habilidades y luego usarlos) con crecientes profesiones y tareas especializadas en respuesta al incremento de detalladas demandas de la sociedad a medida que producen una mayor riqueza y mayores niveles de vida.
Hemos recorrido un largo camino desde los días de intercambiar vestimenta y vino. La gente hoy ya no tiene que elegir entre estar ebria y desnuda o vestida y sobria. Hoy, podemos tenerlo casi todo. En donde una vez hubo curanderos sirviendo como médicos generales, hoy (me han dicho que en Washington D.C.) existe una creciente demanda de los servicios de psiquiatras que se especializan en el tratamiento y ajustes emocionales y psicológicos asociados con ser un cónyuge expatriado de un diplomático extranjero de Europa occidental. Existe tal nivel de especialización. Imagínese escuchar: “Lo siento, mi especialidad es en hablar con cónyuges de los diplomáticos sobre sus neurosis provocadas por el reasentamiento en Washington desde lugares como Estocolmo, Amsterdam, París o Londres. Ya que eres de Varsovia, te recomendamos a un especialista diferente que se centra en el tratamiento de polacos expatriados con condiciones similares.”
El objetivo del intercambio es permitir que cada uno de nosotros enfoque nuestros esfuerzos productivos en lo que hacemos mejor. Al especializarse en una ocupación, en lugar de asignar porciones pequeñas de nuestro tiempo a la tarea imposible de producir cada una de las necesidades y lujos que deseamos consumir, e intercambiando el equivalente monetario de aquello que producimos más eficiente por los bienes y servicios que producimos con menos eficiencia, somos capaces de producir y consumir más productos de los que lo haríamos en ausencia de la especialización y el comercio. Cuanto mayor sea el tamaño del mercado, mayor es las posibilidades de la especialización, el intercambio y el crecimiento económico.
Especialización en el mercado internacional
El libre comercio es la extensión de los mercados libres través de las fronteras políticas. La ampliación de los mercados de esta manera, para integrar más compradores, vendedores, inversores y trabajadores, permite una especialización más refinada y economías de escala, que conducen a una mayor riqueza y mejores niveles de vida. Cuando los bienes, servicios, capital y trabajo fluyen libremente a través de las fronteras, las personas pueden sacar el máximo provecho de las oportunidades del mercado internacional.
El propósito del comercio es especializarnos; el propósito de la especialización es producir más; con el propósito de producir más consumimos más. Un mayor y mejor consumo es el propósito del comercio. Por lo tanto, los beneficios del comercio provienen de las importaciones, lo que garantiza una mayor competencia, mayor variedad, precios más bajos, mejor calidad, e innovación. Los beneficios reales del comercio se miden por el valor de las importaciones que se puede comprar con una unidad de las exportaciones, los llamados términos de intercambio. Cuando realizamos transacciones en el supermercado local, se busca maximizar el valor que obtenemos por conseguir el máximo rendimiento de nuestro dinero.
El alto costo del proteccionismo
Pero cuando se trata del comercio a través de fronteras o cuando nuestras transacciones individuales se agregan a nivel nacional, parece que olvidamos estos principios básicos y asumimos que el objetivo del intercambio es lograr un superávit comercial. Se nos olvida que las barreras comerciales en el hogar aumentan los costos y reducen la cantidad de importaciones que se pueden comprar con una unidad de las exportaciones. Las barreras comerciales estadounidenses afectan a los ciudadanos de Estados Unidos, a los consumidores, a los contribuyentes, a los trabajadores, a los productores y a los inversores. Los estadounidenses estarían mejor si limitáramos nuestras propias reformas, en cuanto a tarifas, regulaciones y otros obstáculos artificiales al comercio, sin tener en cuenta lo que otro gobierno haga. Sin embargo, no lo hacemos.
Aunque los aranceles y otras barreras comerciales se han reducido considerablemente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la política de EE.UU. continúa dando cabida a cantidades notorias de proteccionismo. Tenemos reglas del estilo “Compre lo Americano” que restringen la mayor parte del gasto de contratación pública para proveedores de Estados Unidos, asegurando que los contribuyentes obtengan el impacto más pequeño por su dinero; las industrias de servicios fuertemente protegidas, como el transporte aéreo y marítimo, elevan el costo de todo; los subsidios agrícolas aparentemente interminables; cuotas y aranceles elevados en azúcar importada; altos aranceles a los productos de consumo básicos, tales como prendas de vestir y calzado; restricciones a la exportación de energía; el amiguismo que distorsiona el mercado de la exportación e Importación; cuotas compensatorias que estrangulan las industrias transformadoras y consumidores de impuestos; proteccionismo regulatorio enmascarado como precauciones de salud y seguridad pública; reglas de origen proteccionistas y requisitos de contenido local que limitan los beneficios del comercio; restricciones a la inversión extranjera, y así sucesivamente.
Es triste, pero cierto, los políticos parecen haber olvidado por qué comerciamos.