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Friday, November 11, 2016

Neoliberalismo; rama de pendejonomics (II)




“El neoliberalismo no existe, lo que tenemos es el control de la visible mano del grupo en el poder. No hay una tercera avenida, nos quedamos con el intervencionismo o empezamos nuestra lucha para establecer una sociedad verdaderamente libre, una sociedad basada en la verdadera democracia republicana y los verdaderos mercados libres.”

RICARDO VALENZUELA
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Los “neo intelectuales” ahora hablan de una tercera y mágica avenida ajena al neoliberalismo y socialismo. No hay una tercera avenida, el socialismo ha muerto, lo que ellos llaman neoliberalismo es lo que el gran economista von Mises bautizó como intervencionismo y es lo que el mundo durante años ha experimentando; el intervencionismo.
Obama, Cameron, Zapatero, el FMI, el Banco Mundial, la OMC, etc., etc., son los grandes interventores, los grandes controladores de los mercados y sus resultados. La visible mano de los interventores a través del FMI provocó la debacle de Asia. Los interventores son los que promovieron la devaluación de México en 1994 con todas sus consecuencias. Los grandes interventores son los que no permiten que el sistema monetario mundial regrese a su sanidad porque se les acaba la fuente de ganancias más importante e interesante, la especulación de monedas.  


 
Los grandes interventores son los que nos heredaron el famoso problema del FOBAPROA, la quiebra de la banca, la ineficiencia del ejido y los ejidatarios sin tierra, los precios ridículos de la gasolina y sus derivados en el cuarto país en reservas petroleras del mundo, la inflación, la pobreza, el ingreso per cápita que apenas llega a $9,000 dólares.
Los interventores nos regalaron la “guerrilla de Chiapas,” la corrupción de PEMEX, al subcomandante Marcos y comparsa de payasos, las devaluaciones constantes de los años 80, los que provocan que miles de mexicanos arriesguen sus vidas tratando de encontrar oportunidades en los EU. Son los interventores los que nos engañaron con las míticas bondades del desarrollo sostenido, los que nos han arrullado con el romanticismo de la revolución mexicana cuando ya nadie quiere saber de ella, son los que se acabaron el cuerno de la abundancia. 
Los grandes interventores son los que recorren el mundo provocando “problemas de desbalance” para después enviar las hordas del FMI con sus recetas devaluatorias y de ajuste, para de esa forma poder absorber a través de sus rescates la ridícula cantidad de dólares que el FED sigue emitiendo sin respaldo, al mismo tiempo que mantienen la inflación lejos de las costas americanas. Son los que después apuestan a esos resultados a través de los elegantes derivativos, apuestan en carreras arregladas, ah, si se equivocan hay rescates.
Son los interventores los inventores de la red social a nivel mundial para tener a la gente aprisionada con su propia dependencia prometiéndoles lograr su redención. Son los grandes interventores los que manejan los sistemas educativos de nuestros países, para de esa forma seguir adoctrinando y domesticando a nuestros ciudadanos.  
Señores intelectuales, el neoliberalismo no existe, lo que tenemos es el control de la visible mano del grupo en el poder. Señores, no hay una tercera avenida, nos quedamos con lo que hemos tenido y tenemos EL INTERVENCIONISMO, o empezamos nuestra lucha para establecer una sociedad verdaderamente libre, una sociedad basada en la verdadera democracia republicana y los “verdaderos” mercados libres.
La única organización en el mundo que tiene la base legal para intervenir en los sistemas económicos de la sociedad es el Estado. De esa forma interviene en contra de todos los principios de la ley natural que rigen los mercados provocando su desbalance, interviene en precios, salarios, emisión de dinero, intereses, importaciones, exportaciones, productos, áreas de siembra, cantidades de agua a recibir. Totalmente distorsiona el escenario económico escogiendo ganadores y perdedores, porque los ciudadanos lo permitimos.
El liberalismo no es religión, no es una visión del mundo, no es partido político. No es religión porque no demanda fe o devoción, no tiene dogmas. No es la visión del mundo físico porque no trata de explicar el cosmos y otros fenómenos similares, no tiene nada que afirmar acerca del significado y propósito de la existencia humana. No es un partido porque no busca beneficiar a un grupo especial o algún individuo. Es una ideología, es la doctrina de la buena relación entre los miembros de la sociedad. Es la ideología de la libertad, de la responsabilidad del individuo. Si alguien en México quiere ver el liberalismo y los verdaderos mercados libres en acción, vayan a la Merced, ahí el mercado ha encontrado soluciones sin la intervención del Estado.
El liberalismo busca el dar al ser humano una sola cosa, el desarrollo del bienestar material en un ambiente de paz y libertad. Los países que en un momento adoptaron las políticas liberales principalmente el siglo pasado, es en los cuales la parte superior de la pirámide social es ahora compuesta no por los que sólo por haber nacido eran ya individuos privilegiados, sino ahora también por aquellos que han trabajado en desarrollar y mejorar sus condiciones económicas y sociales. Las barreras que separaban a los “señores” y los siervos han caído bajo el peso del liberalismo de una manera natural, no por decreto del Estado o por mandato del Politburó. Ahora en esos países hay sólo ciudadanos con los mismos derechos, producto del liberalismo.
Siendo el liberalismo una doctrina que tiene su base en el mercado, al verdadero liberal le interesa el bienestar de muchos, el bienestar de las masas puesto que las masas son las que configuran el mercado. La revolución industrial del Siglo XIX fue una revolución liberal con el propósito de satisfacer las necesidades de las masas. El liberalismo del Siglo XIX fue también orientado hacia la abolición de la servidumbre y de la esclavitud en los EU. Hubo sin embargo cuestionamientos de tal propósito, especialmente de aquellos esclavizados. Es por lo mismo que a veces el liberalismo tiene que actuar aun ante la oposición, las críticas y la agresión de los liberados. El liberalismo no promete que todos lleguemos a la meta al mismo tiempo, ni siquiera que todos lleguemos, promete que todos tengamos la misma salida. Tampoco promete darle un palo en la cabeza al que va de líder en la carrera, para que el resto lo alcance y sea una carrera “más justa.”
No hay otra avenida, no perdamos tiempo ladrándole al reflejo de la luna en el agua, aquí no tenemos el otro sendero, aceptamos el intervencionismo que nos ahoga sin que sepamos qué es o cómo describirlo, o iniciamos nuestra lucha cívica para establecer una sociedad libre, una sociedad regida por leyes no privilegios, regida por el mercado no por el Estado. Claudicamos con los intervencionistas y sus pájaros de mal agüero, o iniciamos la construcción de una verdadera vigorosa sociedad civil que conduzca el país con seguridad, fe, esperanza y optimismo por el portal del tercer milenio. La decisión está en nuestras

Neoliberalismo; rama de pendejonomics (II)




“El neoliberalismo no existe, lo que tenemos es el control de la visible mano del grupo en el poder. No hay una tercera avenida, nos quedamos con el intervencionismo o empezamos nuestra lucha para establecer una sociedad verdaderamente libre, una sociedad basada en la verdadera democracia republicana y los verdaderos mercados libres.”

RICARDO VALENZUELA
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Los “neo intelectuales” ahora hablan de una tercera y mágica avenida ajena al neoliberalismo y socialismo. No hay una tercera avenida, el socialismo ha muerto, lo que ellos llaman neoliberalismo es lo que el gran economista von Mises bautizó como intervencionismo y es lo que el mundo durante años ha experimentando; el intervencionismo.
Obama, Cameron, Zapatero, el FMI, el Banco Mundial, la OMC, etc., etc., son los grandes interventores, los grandes controladores de los mercados y sus resultados. La visible mano de los interventores a través del FMI provocó la debacle de Asia. Los interventores son los que promovieron la devaluación de México en 1994 con todas sus consecuencias. Los grandes interventores son los que no permiten que el sistema monetario mundial regrese a su sanidad porque se les acaba la fuente de ganancias más importante e interesante, la especulación de monedas.  


Neoliberalismo; rama de pendejonomics (I)





“El famoso "neoliberalismo" es un término inventado por los filósofos de banqueta enemigos del verdadero liberalismo.”


RICARDO VALENZUELA
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Hace unos meses me contactó el director de un prestigiado diario para invitarme a colaborar en sus editoriales y de inmediato me afirma: “Sabemos tus escritos versan sobre temas económicos y políticos pero tenemos una condición”. ¿Cuál? Pregunto. Me revira: “Que no sean para defender tu neoliberalismo.” Totalmente frustrado le cuelgo el teléfono.
Desde hace varios años he yo expresando mi gran frustración por la confusión ideológica que vive el mundo entero en estos momentos. Es obvio y notable que México atraviesa por tiempos de cambios, el mundo entero los está viviendo. Estamos dejando el Siglo XX y con él la era de la economía industrial al mismo tiempo que iniciamos la era de la economía de la información, del conocimiento, de la computadora como la herramienta básica de nuestro desarrollo, del capital intelectual como la inversión más productiva, una era en la cual se habla inclusive de finanzas nucleares. 


 
Sin embargo, a pesar de estar ya inmersos en la era de la información, jamás había atestiguado una época de tanta gente desinformada, tanta gente despistada, confundida y, lo más grave, tan dogmática en cuanto a la afirmación de sus deformadas ideas. En el despertar del tercer milenio, el deporte favorito de los intelectuales, políticos, periodistas, empresarios, profesionales, líderes etc., es el arremeter en contra del “neoliberalismo.” La receta favorita de tales filósofos es encontrar una “tercera avenida.” En cada esquina en México nos encontramos un frustrado Keynes inventando la nueva poción del salvamento.
Hace unos días tuve la oportunidad de leer una serie de artículos en El Economista, producto del fino y elegante estilo de Mario Vargas Llosa en relación a este tema. Es la primera vez que tengo la oportunidad de ver la luz ante las agresiones dementes que han cobrado forma durante los últimos años. En primer lugar Vargas Llosa hace una afirmación por demás sabia: “el famoso neoliberalismo no existe,” es un término inventado por los filósofos de banqueta enemigos del verdadero “liberalismo.” Entonces, ¿contra qué realmente arremeten nuestros intelectuales? ¿Contra algo que no existe?, ¿contra algo imaginario? Porque ellos nunca definen al enemigo, sólo arremeten contra ese ser imaginario y maligno; “el neoliberalismo.”
Lo que nuestros amigos intelectuales llaman neoliberalismo, es lo que Adam Smith conoció como Monarquía o feudalismo, es decir, el Rey y sus señores feudales repartiéndose la riqueza, las propiedades, los negocios, las concesiones, los territorios de las colonias. Cerrando los mercados a la competencia para que los señores feudales pudieran seguir exprimiendo a los “súbditos” con sus monopolios, oligopolios, etc. Es la economía de la edad media o de la época colonial en la Nueva España, afinada con computadoras, jets ejecutivos, guardaespaldas y apartamentos en Park Av. en Nueva York. Eso sí, una gran retórica de su amor por los mercados y el neoliberalismo.
“EL LIBERALISMO en el siglo XVII fue una reacción en contra de los monarcas y los aristócratas que vivían del trabajo productivo del pueblo”. DAVID BOAZ
Lo que los señores intelectuales identifican como las agresiones globales del neoliberalismo, es sólo un sistema controlado e intervenido, por los gobiernos y sus acólitos, al cual los verdaderos mercados libres están desmantelando. Es el sistema en el cual durante años el Estado ha definido quienes son los ganadores y los perdedores, los premiados y los desposeídos. Son los mercados aprisionados en el mismo traje por muchos años, ahora el chico (el mercado) ha crecido, ya no le queda el traje, lo está rompiendo por todos los ángulos. Son los mercados calificando el capitalismo CRONY de Japón, el capitalismo familiar y corrupto de Indonesia, el capitalismo gansteril de Rusia, el capitalismo tropical y corrupto de toda América Latina, el capitalismo del narcotráfico en Sudamérica, el capitalismo revolucionario de México y el Chapo Guzmán.
Los intelectuales claman el “neoliberalismo” es cruel, sólo toma en cuenta aspectos materiales. Bueno, yo no sé el neoliberalismo, pero el “liberalismo” es una rama de la ciencia económica que simplemente trata de resolver necesidades materiales crecientes con recursos muy escasos, en un ambiente de libertad, ES TODO, no se trata de moralizar a la sociedad, para eso tenemos la religión, la economía en sí es material, debe de ser material. Es la satisfacción de necesidades materiales, no espirituales, no éticas, ni morales. Liberalismo es una doctrina orientada hacia la conducta del hombre en este mundo, en el mundo material.
El liberalismo no promete la felicidad, sólo promete la satisfacción más completa de las necesidades materiales del ser humano. Los mercados, en un ambiente de libertad, no hay duda son los que ofrecen más satisfactores, mejores y más abundantes para las necesidades materiales del ser humano, el liberalismo no consuela al triste, ni divierte al aburrido.
En este ambiente de libertad y “responsabilidad,” el ser humano debe conducirse de acuerdo a sus principios, valores, costumbres, su ética, sus creencias religiosas que en sí deben de estar implícitas en sus iglesias, templos o sinagogas, pero, sobre todo, con lo que nosotros hemos aprendido en nuestros hogares. El Estado y la ciencia económica no tienen ningún campo en la formación moral de las sociedades. El ser humano se comporta en los mercados y en sociedad de acuerdo a sus valores morales y éticos que debe tener consigo. El mercado no moraliza ni corrompe a nadie cuando el corazón está ya corrupto. El hombre debe ser responsable de sus corrupciones internas que construyen su exterior. El mercado no puede y no hace juicios morales, son los participantes en los mercados los que deben de aplicar esos principios.
La economía austríaca define la praxeología como el traer al mundo el conocimiento y la información de las “consecuencias” de los diferentes tipos de acción humana. El orden, la armonía, la eficiencia de los mercados libres y voluntarios. El desorden, el conflicto, la ineficiencia de la coerción e intervencionismo. La praxeología sólo nos informa cómo los principios voluntarios de los mercados libres nos llevan hacia la libertad, prosperidad, armonía, eficiencia y orden; mientras que la coerción y la intervención gubernamental nos llevan al conflicto, explotación del hombre por el hombre, ineficiencia, pobreza y caos. La praxeología no hace juicios éticos o morales, pero los premia o los castiga mediante las reacciones del mercado.

Neoliberalismo; rama de pendejonomics (I)





“El famoso "neoliberalismo" es un término inventado por los filósofos de banqueta enemigos del verdadero liberalismo.”


RICARDO VALENZUELA
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Hace unos meses me contactó el director de un prestigiado diario para invitarme a colaborar en sus editoriales y de inmediato me afirma: “Sabemos tus escritos versan sobre temas económicos y políticos pero tenemos una condición”. ¿Cuál? Pregunto. Me revira: “Que no sean para defender tu neoliberalismo.” Totalmente frustrado le cuelgo el teléfono.
Desde hace varios años he yo expresando mi gran frustración por la confusión ideológica que vive el mundo entero en estos momentos. Es obvio y notable que México atraviesa por tiempos de cambios, el mundo entero los está viviendo. Estamos dejando el Siglo XX y con él la era de la economía industrial al mismo tiempo que iniciamos la era de la economía de la información, del conocimiento, de la computadora como la herramienta básica de nuestro desarrollo, del capital intelectual como la inversión más productiva, una era en la cual se habla inclusive de finanzas nucleares. 


Monday, July 18, 2016

¿Es el neoliberalismo la raíz de todos nuestros problemas?

El activista George Monbiot ha escrito un artículo que ha alcanzado una enorme popularidad en la red: "Neoliberalismo: la raíz ideológica de todos nuestros problemas". El título es suficientemente descriptivo de su propósito: culpar al sistema político-económico "neoliberal" de casi todos los males de la humanidad. Acaso el problema inicial de la columna de Monbiot resida en que el término "neoliberalismo" no aparece directamente descrito en ninguna parte del texto y que, en realidad, se lo pretenda equiparar con otras corrientes políticas sí mucho mejor definidas y perfiladas como el liberalismo clásico o el liberalismo libertario.
Pero ello, voy a estructurar esta réplica en dos partes: en la primera, trataré de inferir a qué se refiere Monbiot con "neoliberalismo", distinguiéndolo en todo caso del liberalismo clásico y del liberalismo libertario; en la segunda, explotaré los males que Monbiot achaca al neoliberalismo para analizar si pueden imputárseles de algún modo al liberalismo clásico o al liberalismo libertario.



¿Qué es el neoliberalismo?
Tras revisar 148 ensayos académicos, los politólogos Taylor Boas y Jordan Gans-Morse llegaron a la conclusión de que el término "neoliberalismo" suele emplearse mucho por parte de los teóricos contrarios a los mercados libres pero casi nunca aparece definido como tal: "El significado de neoliberalismo jamás se debate y a menudo ni siquiera se lo define. Como consecuencia, no es que nos hayamos encontrado con demasiadas definiciones, sino con demasiado pocas". Además, como decíamos, no se le da un uso como etiqueta neutra, sino que tiende a ser empleado mayoritariamente por personas que se oponen a los mercados libres: "Los resultados de nuestro análisis de ensayos académicos confirman que el uso negativo del término ‘neoliberalismo’ supera amplísimamente sus usos positivos". De ahí que ambos politólogos consideren que hoy el concepto de "neoliberalismo" no sea más que un slogan antiliberal vacío de contenido distintivo.
En su artículo, Monbiot sigue una estrategia parecida: no describe qué es el neoliberalismo salvo por algunos rasgos que le imputa. Ahora bien, lo que sí intenta hacer Monbiot es atribuir las características de su "neoliberalismo" al liberalismo clásico o al liberalismo libertario. De hecho, muchos de los autores a los que califica como neoliberales (Mises o Hayek) son simplemente liberales. Por eso, permítanme que aclare por qué los rasgos del neoliberalismo de Monbiot no definen en absoluto al liberalismo:
·         El neoliberalismo cree que "la competencia es la característica fundamental de las relaciones sociales": Pocos se atreverán a negar que la competencia es uno de los rasgos básicos de que caracteriza no sólo a las personas sino a las especies. Incluso en materia electoral lo observamos: unos partidos políticos compiten con otros para lograr el voto de los electores (¿o acaso sugiere Monbiot que deberíamos suprimir la competencia electoral entre formaciones políticas diversas?). Ahora bien, en efecto la sociedad es más que una mera agregación de personas para competir. La sociedad es una forma de articular la interacción pacífica y voluntaria de las personas. Nada de esto se le escapa al liberalismo. Por ejemplo, Ludwig von Mises —autor al que Monbiot coloca dentro de la corriente neoliberal— empieza el primer capítulo de su obra Liberalismo con la siguiente frase: "La sociedad humana es una asociación de personas con el propósito de cooperar". ¿No dice Monbiot que los neoliberales creen que la competencia es la base de las relaciones sociales? Quizá es que no haya leído a esos liberales a los que acusa de neoliberales.
·         El neoliberalismo cree que "el mercado produce beneficios que no se podrían conseguir mediante la planificación": El problema económico fundamental es decidir qué producir y cómo producirlo. Simplemente no sabemos cuál es la mejor respuesta en cada momento a esas preguntas: y responderlas bien es clave. Si los seres humanos cooperamos para producir cosas inútiles, estaríamos dilapidando nuestros esfuerzos, por mucho que cooperemos. En un mercado libre, cualquiera puede asociarse cooperativamente con otras personas para crear empresas dentro de las cuales se decide (se planifica) qué producir y cómo producirlo. Es cada consumidor quien posteriormente escoge cuál de todos los productos que se le están ofreciendo por las distintas empresas es el que prefiere (y por eso las empresas compiten por ofrecerle aquellos productos que prefieren). Por consiguiente, no es que el liberalismo considere que la planificación es ineficiente: el liberalismo cree que la absoluta centralización de la planificación —sin darle al consumidor la libertad de escoger y a otros productores la libertad disputar los planes empresariales existentes— es ineficiente. No así la planificación descentralizada y competitiva que se da espontáneamente en una economía libre. De hecho, el propio Monbiot reconoce en su artículo que el socialismo —sistema económico caracterizado por la planificación central de toda la producción— ha fracasado. ¿Lo coloca eso necesariamente en la bancada neoliberal?
·         El neoliberalismo cree que "la desigualdad es una virtud: una recompensa al esfuerzo y un generador de riqueza que beneficia a todos": El liberalismo no considera ni que la igualdad sea virtuosa ni defectuosa. Por un lado, el liberalismo reconoce que los seres humanos somos desiguales (diversos); por otro, no cree que las desigualdades fruto de la cooperación voluntaria de las personas sean injustas y, en tanto no lo sean, no deben ser ni perseguidas ni reparadas. O dicho de otro modo, los liberales no ven intrínsecamente injustas las desigualdades: todo depende del proceso por el que se hayan generado (si la desigualdad es fruto de relaciones voluntarias, es justa; si la desigualdad es fruto del robo y del expolio, es injusta). Si los liberales vieran las desigualdades como virtuosas, tratarían de promoverlas desde el Estado: pero no lo hacen. Al contrario, tratan de combatir muchas desigualdades fruto de los privilegios estatales (por ejemplo, el enriquecimiento de aquellas industrias que florecen al calor de la regulación, las subvenciones o la protección comercial). Es más, los liberales consideran que hay una igualdad que constituye la piedra angular de su sistema político: la igualdad jurídica (o igualdad ante la ley); a saber, todas las personas tenemos los mismos derechos (las mismas libertades).
·         El neoliberalismo "convierte a los ciudadanos en consumidores cuyas opciones democráticas se reducen como mucho a comprar y vender": El liberalismo es, en esencia, una filosofía política, no una filosofía económica. Por ello, no tiene sentido afirmar que reduce las opciones de los ciudadanos a comprar y vender: más bien, amplía las opciones de los ciudadanos a la hora de decidir con quiénes quieren relacionarse… incluyendo si quieren relacionarse (o no) con el Estado. Esto es, liberalismo es libertad de asociación y desasociación… también (aunque no sólo) en el ámbito económico. Por eso, el liberalismo también (aunque no sólo) defiende que los ciudadanos tengan la opción de comprar y de vender aquello que quieran comprar o vender: no porque considere que toda relación social deba articularse de ese modo, sino porque respeta que las personas quieran comprar o vender cosas, siempre que no atenten contra las libertades ajenas. Lo que parece molestar a Monbiot es que el liberalismo defienda la libertad del individuo frente a la voluntad democrática de la mayoría: es Monbiot quien, al parecer, quiere reducir las opciones de las personas a votar o no votar, plegándose de hombros a partir de ahí. Pero, ¿qué pasa cuando el voto de la mayoría opta por reprimir las libertades de las minorías? Monbiot diría que las minorías deben aceptar estoicamente esa represión (a menos que logren convencer de lo contrario a las mayorías), mientras que los liberales abogan por que las libertades de las minorías sean respetadas incondicionalmente.
·         El neoliberalismo aboga por erradicar los sindicatos y la negociación colectiva, dado que "no son más que distorsiones del mercado que dificultan la creación de una jerarquía natural de triunfadores y perdedores": El liberalismo no aboga por erradicar los sindicatos o la negociación colectiva, sino por suprimir los privilegios estatales de los que puedan disfrutar. Como hemos dicho, uno de los principios básicos del liberalismo es la libertad de asociación y desasociación, algo que también sirve para los sindicatos. Un liberal tan destacado como Frédéric Bastiat defendió en el parlamento francés la legalización de los sindicatos frente a los congresistas que pretendían incluir su actividad en el Código Penal, y lo hizo bajo el argumento de que los sindicatos son una forma legítima de libre asociación. Que no se quiera privilegiar regulatoriamente a los sindicatos o al sistema de negociación colectiva no significa que el liberalismo esté en contra de ellos: tampoco quiere privilegiar a las empresas y no está en contra de ellas.
·         Los brazos armados del neoliberalismo son "el FMI, el Banco Mundial, el Tratado de Maastricht y la Organización Mundial del Comercio": En realidad, todas estas organizaciones son asociaciones de Estados copadas por burócratas y encargadas o de rescatar a Estados quebrados o de regular centralizadamente la vida de las personas. De ahí que no encajen en absoluto dentro del paradigma liberal.
·         El término neoliberalismo se acuñó en 1938, en una reunión en París apadrinada por Hayek y Mises: En efecto, el término neoliberalismo surge en la Conferencia Walter Lippmann celebrada en París en 1938. Pero el término neoliberalismo no lo acuñan —ni aceptan— Hayek o Mises, sino el alemán Alexander Rüstow. Precisamente, Rüstow empleó el término neoliberalismo para oponerse al liberalismo clásico y como un intento de articular una tercera vía entre el capitalismo y el socialismo. Por ejemplo, en su libro El fracaso del liberalismo económico, Rüstow escribe: "Los neoliberales estamos de acuerdo con los marxistas y socialistas en que el capitalismo es imposible y necesita ser superado. También creemos que ellos han demostrado que un exceso de capitalismo conduce al colectivismo". ¿Y cuáles era el programa ‘neoliberal’ de Rüstow? El desarrollo estatal de centros de enseñanza e investigación, la completa organización y gratuidad estatal de la educación, subsidios temporales a los salarios, seguro de desempleo obligatorio, servicio público de empleo, política industrial activa, regulación contra el desmesurado crecimiento empresarial y lucha contra la desigualdad a través de elevados impuestos a la herencia.
En definitiva, las características que Monbiot imputa al neoliberalismo no encajan en absoluto con el liberalismo. De hecho, si alguna vez ha existido un pensamiento "neoliberal" éste ha sido el desarrollado a partir de las propuestas de Alexander Rüstow, en la llamada "economía social de mercado": un programa político (regulación de la competencia, lucha contra la desigualdad, planificación industrial, aseguramiento obligatorio de los ciudadanos, educación estatalizada…) que, paradójicamente, se parece mucho al que ambiciona toda la socialdemocracia europea (por eso no es de extrañar que, como dice Monbiot, el Partido Laborista y el Partido Demócrata lo hayan abrazado en Reino Unido) e incluso, aunque no sea demasiado consciente de ello, a aquel que el propio Monbiot promueve.
¿La raíz de nuestros problemas?
Una vez aclarado que el liberalismo clásico o el liberalismo libertario no tienen nada que ver con el neoliberalismo del que habla Monbiot, ya podríamos dar por concluido el artículo. Si para Monbiot todos los problemas de la humanidad derivan del neoliberalismo y el neoliberalismo es no-liberalismo, entonces los liberales seguimos estando fuera del foco de sus acusaciones. Sin embargo, podemos continuar analizando la tesis de Monbiot para reflexionar si los males que denuncia son atribuibles al neoliberalismo y si su solución pasa por una mayor intervención del Estado y no por una mayor libertad política y económica.
Antes, sin embargo, ofreceremos una definición de lo que vamos a entender por neoliberalismo, agrupando algunas de las características que Monbiot le atribuye y aquellas que Rüstow consideraba imprescindibles. Definiremos neoliberalismo del siguiente modo: "neoliberalismo es un sistema político tecnocrático donde las élites estatales se encargan monopolísticamente de definir y de gestionar el bien común; para el neoliberalismo, el bien común en materia económica pasa por respetar la institución del mercado (con numerosas regulaciones dirigidas presuntamente a corregir sus defectos), pues de esa manera se maximiza la producción; en materia social, el neoliberalismo defiende una organización de los servicios públicos administrados directa o indirectamente por el Estado para así redistribuir parcialmente la producción que ha generado el mercado". Tomando esta definición, será fácil coincidir en que, como dice Monbiot, todo Occidente está inmerso hoy en un sistema neoliberal. Así pues, ¿en qué medida los males sociales que denuncia son consecuencia del neoliberalismo dominante?
·         "El colapso financiero de los años 2007 y 2008": La crisis económica actual no es fruto del libre mercado, sino de los privilegios que el Estado otorga a los bancos privados. El problema reside, pues, en la manipulación del crédito orquestada por los bancos centrales (monopolios estatales de la emisión de dinero) y en las promesas estatales de rescate indiscriminado del sistema financiero. Si queremos denominar "neoliberalismo" a ese intervencionismo estatal a favor de la gran banca, entonces el neoliberalismo sí es culpable de la crisis financiera; pero nótese que en este caso el neoliberalismo se opone frontalmente al liberalismo y que, en todo caso, para evitar las futuras crisis necesitamos más liberalismo, no menos. Es decir, necesitamos menores privilegios estatales a la banca: que el banco central deje de nutrirla con crédito artificialmente abaratado y que los Estados dejen de rescatar a aquellos bancos imprudentes que caen en bancarrota.
·         "La deslocalización de la riqueza y el poder": Es verdad que, en muchos ámbitos de nuestra sociedad, la riqueza y el poder se están usurpando a los ciudadanos mediante estructuras dedicadas a extraerles sus recursos y sus libertades. El caso de los Papeles de Panamá, al que se refiere Monbiot, en buena medida indicaba esto: las élites políticas de medio mundo robaban a sus ciudadanos y blanqueaban tales capitales a través de complejos entramados regulatorios que ellos habían facilitado dentro de las propias leyes que habían redactado previamente. Pero el origen de esos males se halla en el excesivo poder que tienen hoy los políticos para extraer recursos y libertades a los ciudadanos: un poder que deriva de la hiperlegitimidad de la que disfruta el Estado para aprobar cualesquiera normas que considera conveniente en la presunta promoción del "bien común" (subterfugio para articular redes parasitarias que solo promueven ciertos bienes particulares). La forma de evitar deslocalizaciones de riqueza y de poder como las de los Papeles de Panamá es arrebatándole tal competencia al Estado: que no posea legitimidad ni para quitarnos nuestra riqueza ni para manejar nuestras libertades. Cuanto más poder regulatorio le demos al Estado, más opciones de parasitarnos (por vías opacas e incomprensibles para el ciudadano medio) le estaremos otorgando.
·         "La lenta destrucción de la educación y la sanidad públicas": La calidad de los servicios estatales está en declive desde hace décadas. En España, por ejemplo, el fracaso escolar ha sido tradicionalmente altísimo y las listas de espera dilatadísimas. Los liberales siempre hemos defendido que ese progresivo deterioro es consustancial a la gestación estatal, centralizada y cuasi-monopolista de tales actividades. Monbiot, en cambio, encuentra otra explicación: los recortes y las semiprivatizaciones en beneficio de unos pocos. Aunque pueda parecerlo, no son explicaciones incompatibles: como decimos, el deterioro de los servicios públicos es algo consustancial a su administración estatal. Por supuesto, siempre podremos encontrar Estados que administran mejor o peor estos servicios, pero la clave es que, en un mercado libre, los ciudadanos tienen la capacidad de rechazar a aquellos proveedores que suministran mal un bien o servicio; cuando el Estado lo monopoliza, perdemos esa capacidad y, en consecuencia, es muy complicado que podamos desembarazarnos de los malos sistemas de provisión. A esta tendencia de largo plazo, se le han unido en los últimos años dos nuevos problemas. El primero es la insuficiencia presupuestaria del Estado (derivada de la crisis), que ha obligado a efectuar recortes que, presuntamente, han deteriorado aún más su calidad. Con ello, sólo se está poniendo de manifiesto que el Estado es un desastre gestionando recursos escasos: sólo es capaz de mantener unos mínimos y precarios estándares de calidad en los servicios sociales echando cantidades ingentes y crecientes de dinero público sobre ellos. El segundo problema han sido las mal llamadas privatizaciones: ante la crisis presupuestaria y su incapacidad de administración, los Estados han externalizado la gestión de muchos de esos servicios a entidades privadas. La idea puede parecer buena en la teoría, pero en la práctica presenta enormes problemas operativos: por ejemplo, los políticos pueden ser corrompidos, entregándole la gestión del servicio (y el presupuesto afecto al mismo) al mejor postor-corruptor. En un mercado libre, es cada ciudadano quien escoge su proveedor privado: no son los políticos quienes los eligen (y los imponen) en nombre de los ciudadanos. De ahí que, de nuevo, la mala calidad de los servicios públicos no cabe imputársela al liberalismo, sino más bien a la mezcla del deficiente estatismo con un neoliberalismo corrompido que se aprovecha de las carencias intrínsecas a ese deficiente estatismo.
·         "El resurgimiento de la pobreza infantil": La pobreza infantil está estrechamente vinculada al desempleo. En España, por ejemplo, la pobreza es un fenómeno totalmente ligado al paro. ¿Y cuál es la causa del desempleo? De entrada, una crisis financiera que, como ya hemos explicado, no es consecuencia del liberalismo, sino de los privilegios que otorga el Estado a la banca. Pero, además, a ese paro provocado por la crisis, se le suma otro generado por la regulación estatal: la regulación laboral diseñada por los Estados con el presunto propósito de proteger al trabajador termina encareciendo artificialmente el coste de contratarlo, condenándole a ingresar en un ejército de desempleados sin perspectivas vitales de prosperar profesionalmente. Es ahí donde se genera el caldo de cultivo de la pobreza infantil. Pero, claro está, la forma de contrarrestar esa pobreza infantil pasa por crear empleo, y para crear empleo necesitamos un mercado laboral libre, no un mercado laboral hiperintervenido. En contra de lo que sostiene Monbiot, otorgar más privilegios a los sindicatos no remediaría el problema, sino que lo agravaría: encarecer todavía más la contratación (subidas de salario no ligadas a la productividad, reducción de jornadas laborales sin revisión salarial, prohibición del despido…) y aumentar el desempleo. La prueba más evidente de todo ello es España: la tasa de paro media de España entre 1980 y 2010 fue del 17%. La regulación laboral a la que desean regresar muchos antiliberales —la anterior a las últimas reformas laborales— es la responsable de consolidar una de las mayores tasas de paro del mundo.
·         "La desigualdad de ingresos": Las causas que explican el aumento de las desigualdades durante las últimas décadas son variadas y complejas. Monbiot las achaca a "la demolición del sindicalismo, las reducciones de impuestos, el aumento de los precios de vivienda y alquiler, las privatizaciones y las desregularizaciones". Pero lo cierto es que las desigualdades comenzaron a aumentar en los 70, década en la que nada de todo esto se venía produciendo. Aparte, las desigualdades no se explican por un incremento de los beneficios empresariales a costa de los salarios, sino por un ensanchamiento de los diferenciales salariales (los trabajadores cualificados cobran cada vez más que los no cualificados), de modo que esas desigualdades se mantendrían por mucho que reforzáramos el sindicalismo o aumentáramos los impuestos. Como ya hemos explicado antes, el liberalismo no considera que la desigualdad sea necesariamente negativa: si es el resultado de la libre interacción de las personas, entonces no tiene nada que objetar. Sin embargo, hay razones para pensar que una parte importante de la desigualdad que observamos en la actualidad no es el resultado de tal libre interacción: por un lado, muchas rentas extraordinarias derivan hoy del proceso político (de los lobbies que capturan favores estatales vía contratos públicos o regulaciones a su favor); por otro, si la desigualdad trae causa de una brecha formativa, es evidente que la deficiente educación pública (focalizada solo en generar universitarios no siempre adaptados a las necesidades del mundo moderno, en lugar de profesionales, universitarios o no, capaces de insertarse en nuestros mercados laborales dinámicos y cambiantes) tendrá gran parte de la responsabilidad en ello. Por tanto, habría que remediar las desigualdades, pero no con más estatismo fallido, sino con más libertad. No deberíamos caer en la trampa de pensar que el liberalismo necesariamente genera desigualdades y que esas desigualdades implican el empobrecimiento de una parte importante de la sociedad: la liberalización del comercio global está reduciendo las desigualdades y la pobreza global como nunca antes habíamos visto en nuestra historia. Que dentro de Occidente la desigualdad esté aumentando se debe a otras razones, muy vinculadas con el exceso de Estado —y, además, de una mala política estatal— en lugar de con un exceso de libertad.
·         "El colapso de los ecosistemas": Es cierto que el mundo padece muchos problemas ambientales. La razón de ello es que contaminar sale en muchos casos gratis. Y sale gratis porque quienes padecen la contaminación en sus propias carnes no pueden sancionar directamente a los contaminadores: quienes deciden cuándo una actividad de contaminación es ilegal y qué sanción le corresponde al contaminador son los políticos a través de las correspondientes regulaciones sectoriales. Este enfoque es, no obstante, totalmente opuesto al liberalismo: el liberalismo defiende el escrupuloso respeto a la propiedad privada, y ello también abarca el respeto frente a la contaminación. Cualquier persona que vea contaminada por cualquier medio su propiedad debería poder demandar por daños y perjuicios al contaminador, exigiéndole que cese en su actividad ilícita a menos que le abone una compensación que el contaminado juzgue como suficiente (algo que defendía un liberal como Ronald Coase en su famoso teorema de Coase). Entre las propiedades privadas que deberían ser protegidas frente a la contaminación también se encuentran las propiedades privadas comunales (procomunes varios: tierras de labranza, lagos, bosques, ríos, caladero de pesca, etc.), tradicionalmente exitosas a la hora de evitar la sobreexplotación de los ecosistemas (tal como estudió la Premio Nobel de Economía Elinor Ostrom). En el mundo actual, sin embargo, los Estados han desprotegido a la propiedad privada frente a la contaminación (es decir, otorgan a los contaminadores un privilegio sobre los derechos de los propietarios a no ser contaminados) y en mucho casos han llegado a expropiar (ya sea para nacionalizar o para entregárselos a corporaciones privadas) las propiedades privadas comunales, dejando a los procomunes desprotegidos frente a prácticas mercantilizadoras que los sobreexplotan y deterioran. De nuevo, la raíz de estos problemas se encuentra en que el Estado ha decidido administrar monopolística y centralizadamente la "política medioambiental", con el consabido resultado de que ha desprotegido a los ciudadanos frente a la contaminación y ha confiscado los procomunes a sus legítimos propietarios que eran, además, quienes sabían gestionarlos con criterios de sostenibilidad. Si a esta equivocada política medioambiental del Estado la queremos llamar "neoliberalismo", bien está: pero quede claro que eso no es liberalismo y que la respuesta liberal sí sería la solución a gran parte de nuestros males medioambientales.
·         "La epidemia de la soledad": Es cierto que nuestras sociedades modernas se caracterizan por la fragmentación social y, en muchos casos, por el aislamiento y la soledad de las personas. El liberalismo reivindica la libertad del individuo frente al grupo (esto es, que las mayorías no puedan tiranizar a las minorías), pero a su vez también defiende la libre asociación de un individuo con otros individuos. Por consiguiente, el liberalismo no puede hallarse en la raíz del socavamiento de instituciones sociales tan gregarias como la familia, las agrupaciones locales, las iglesias o las asociaciones de asistencia mutua: lo único que reivindicaba el liberalismo es que las personas tienen derechos frente a cualquiera de esos grupos, no que tales grupos deban desaparecer. Por el contrario, el Estado sí ha tratado históricamente de constituirse en un monopolio de la obediencia: cuando las personas forman parte de otros grupos y poseen otros vínculos y lealtades sociales que valoran más que los vínculos políticos, entonces la obediencia al Estado deja de ser absoluta (y recordemos que el Estado aspira a ser soberano: autoridad última sobre todo). De ahí que el Estado siempre haya recelado de la familia, de la autonomía municipal, de las iglesias o de las mutualidades: en ciertos momentos, el Estado ha fagocitado a algunos de estos grupos (los municipios se han transformado en una rama administrativa más del Estado; y en muchos países la religión es estatal), mientras que en otros ha tratado de reemplazarlos (el Estado de Bienestar es una forma de sustituir los servicios que tradicionalmente habían venido prestando las familias o las mutualidades en forma de cuidado de menores, cuidado de ancianos, previsión social, aseguramiento frente a riesgos, educación de los niños…). Sorprende que, una vez el Estado ha terminado fragmentando y minado todos los vínculos cooperativos que mantenían a la sociedad unificada (salvo, acaso, los vínculos estrictamente mercantiles, donde efectivamente el mercado todavía goza de preponderancia), entonces los defensores del Estado grande se quejen de que la sociedad está desapareciendo y de que las redes de cooperación social voluntaria se están extinguiendo: no, el Estado las ha matado para monopolizarlas y, evidentemente, la forma de resucitarlas no es con mayor estatismo, sino con mucha más sociedad civil (justo lo que reivindica el liberalismo). Nuevamente, si queremos denominar neoliberalismo a un sistema político que consiste en erradicar toda forma de interacción social salvo la económica, dejando esta última a un mercado (muy regulado por el Estado), bien está, pero no mezclemos esto con el liberalismo, que siempre ha defendido una sociedad civil vigorosa e integrada merced a la libre asociación de personas.
·         "El ascenso de Donald Trump": En los últimos años estamos asistiendo a la emergencia de formaciones políticas populistas: tanto populismo de derechas (Trump en EEUU o Le Pen en Francia), como populismos de izquierdas (Podemos en España, Syriza en Grecia, o Corbyn en Reino Unido). Ciertamente, el populismo es un problema, pero no es un problema achacable al exceso de liberalismo, sino a que muchas personas siguen teniendo fe en la política como herramienta para imponer sus preferencias y sus intereses sobre el resto de los ciudadanos aun a costa de quebrantar sus libertades. Monbiot pretende explicar el ascenso de Trump por la incapacidad de la política para seducir a los ciudadanos: "Cuando la política deja de dirigirse a los ciudadanos, hay gente que la cambia por consignas, símbolos y sentimientos. Por poner un ejemplo, los admiradores de Trump parecen creer que los hechos y los argumentos son irrelevantes". Pero es justamente al revés: Trump es un éxito de la repolitización agresiva de una parte de la sociedad. Lo mismo que Podemos en España. Aquellos que jamás se habían metido en política, o que lo hacían de manera desilusionada, han recuperado su fe en la política como una herramienta "de cambio". Pero, ¿de qué clase de cambio? No un cambio para alejar al Estado de nuestras vidas, sino un cambio para legitimar un intervencionismo estatal desacomplejado, frentista, exclusivo y parasitario. Trump ya ha alertado de que va a utilizar el Estado como un arma contra los extranjeros (inmigrantes y exportadores foráneos); Podemos ya ha alertado de que va a utilizar el Estado como arma contra los ricos. Ni uno ni otros se plantean si, al hacerlo, están respetando las libertades de los damnificados: no les importa, dado que justifican el uso de la coacción estatal tan sólo en el interés de los grupos de electores a los que defienden ("las mayorías sociales"). Por eso, el problema no es que la sociedad se haya vuelto demasiado liberal, sino que mucha gente no es lo suficientemente tolerante como para entender que no debe utilizar la coacción estatal para imponerse sobre los demás. Al contrario de lo que dice Monbiot, el populismo liberticida no surge de "una pérdida de la autoridad ética [de los Estados] derivada de la prestación de servicios públicos": surge justamente de que el Estado disfruta de una hiperlegitimidad para hacer y deshacer a su antojo, motivo por el cual se forman agrupaciones de electores que desean capturar esa máquina de poder para instrumentarla según sus intereses. Quizá el neoliberalismo —como ideología política tecnocrática de élites que planifican la vida de la gente de un modo totalmente ajeno a sus preferencias— pueda tener alguna responsabilidad, pero desde luego no el liberalismo.
En definitiva, según qué definición adoptemos de neoliberalismo, sí cabrá hallarlo en la raíz de muchos de los males de la modernidad. Tal vez no como el único o determinante factor, pero sí como uno de lo que refuerzan ciertas tendencias negativas. Ahora bien, debe quedar bien claro que neoliberalismo es no-liberalismo: toda la responsabilidad que pueda tener el neoliberalismo en la gestación de esos males la tiene en la medida en que se separa de los presupuestos del liberalismo clásico o del liberalismo libertario. De hecho, y paradójicamente, lo que Monbiot propone —ni socialismo ni capitalismo— no es una alternativa al neoliberalismo dominante, sino una reafirmación del mismo. Lejos de reconocer el fracaso de sus propias ideas, Monbiot opta por construir un muñeco de paja al que imputarle la responsabilidad de ese fracaso. Una simple huida hacia adelante para no reconocer que el neoliberalismo —la economía social de mercado— no es más que otro rostro de la fallida socialdemocracia europea. La verdadera alternativa revolucionaria a día de hoy no es un estatismo neoliberal mucho más agresivo que el actual, sino regresar a los principios fundacionales del liberalismo.

¿Es el neoliberalismo la raíz de todos nuestros problemas?

El activista George Monbiot ha escrito un artículo que ha alcanzado una enorme popularidad en la red: "Neoliberalismo: la raíz ideológica de todos nuestros problemas". El título es suficientemente descriptivo de su propósito: culpar al sistema político-económico "neoliberal" de casi todos los males de la humanidad. Acaso el problema inicial de la columna de Monbiot resida en que el término "neoliberalismo" no aparece directamente descrito en ninguna parte del texto y que, en realidad, se lo pretenda equiparar con otras corrientes políticas sí mucho mejor definidas y perfiladas como el liberalismo clásico o el liberalismo libertario.
Pero ello, voy a estructurar esta réplica en dos partes: en la primera, trataré de inferir a qué se refiere Monbiot con "neoliberalismo", distinguiéndolo en todo caso del liberalismo clásico y del liberalismo libertario; en la segunda, explotaré los males que Monbiot achaca al neoliberalismo para analizar si pueden imputárseles de algún modo al liberalismo clásico o al liberalismo libertario.


Saturday, July 9, 2016

Neoliberalismo neopopulista


El liberalismo ha estado en contra de todo tipo de absolutismos, del aristocrático al democrático, aunque, en ocasiones, ha sentido la contradictoria tentación del absolutismo liberal: la idea de que una élite tecnocrática sabe mejor que el pueblo lo que le conviene. Para ello, pensadores liberales han despreciado al pueblo calificándolo de “masa”, una mezcla de ignorancia enciclopédica y sesgos cognitivos que haría que sus juicios estuviesen condicionados por la pereza, la cobardía y/o la estupidez. Los liberales se dejan llevar, entonces, por la impaciencia y la pedantería, arrogándose la paradójica misión de convertirse en “vanguardia de la burguesía” para llevar a los supuestamente indocumentados y errados votantes, consumidores y ciudadanos hacia lo que verdaderamente es bueno para ellos.
Se ha preferido satanizar a los votantes euroescépticos tildándolos de “viejos”, “paletos” y otras lindezas


Un ejemplo de esto lo tenemos en el referéndum que ha conducido al Brexit. En lugar de reflexionar sobre todo lo que se ha hecho mal en la Unión Europea, una indigestión de elefantiasis burocrática y voluntarismo utópico, para que los británicos lo hayan rechazado, se ha preferido satanizar a los votantes euroescépticos tildándolos de “viejos”, “paletos” y otras lindezas clasistas por parte de unas supuestas élites que, para empezar, ni se han tomado la molestia de votar porque, supongo, creen que votar no es cool ya que, mordiéndose la cola, votar es de viejos y paletos. ¡Cómo comparar la anodina y vulgar urna electoral con la intensidad y la emoción de un concierto en Glastonbury! O un discurso del “brexiterNigel Farage (seguramente el político más infravalorado del panorama europeo) con otro del “bremainerThom Yorke, cantante de Radiohead (posiblemente el grupo más sobrevalorado de la última década).
La muestra más significativa de esta peligrosa tendencia entre los liberales para tratar de vencer mediante argucias retóricas, cuando no han sido capaces de convencer en el debate mediático, la ha protagonizado el filósofo inglés A. C. Grayling que ha enviado una carta a todos los parlamentarios de Gran Bretaña en la que justifica un golpe de estado intelectual contra el plebeyo referéndum. Invoca Grayling una serie de razonamientos que justificarían la negativa del Parlamento a llevar a cabo el mandato de las urnas. Es realmente patético que Grayling considere que por realizar algunos referéndums la democracia representativa no sólo no se mejora sino que degenera en “oclocracia”. La cuestión que legitima tanto los referéndums como la misma democracia representativa es si los mecanismos de debate son limpios, transparentes y se ha dado la oportunidad a todas las voces relevantes para expresarse en igualdad de condiciones. Y mal que le pese a Grayling, Gran Bretaña se parece en ese aspecto más a Suiza que a Venezuela. Una vez que se ha perdido no cabe, en fair play democrático, tratar de negar las reglas del juego sino empezar a trabajar para que a la próxima oportunidad se haga más y mejor campaña.
En todo caso, sería la Unión Europea el más acabado ejemplo de cómo pervertir la democracia representativa. Con Angela Merkel ejerciendo de facto de Presidenta de los “Estados Unidos de Europa” y con instituciones como el Banco Central Europeo o el Tribunal de Estrasburgo que convierten las pesadillas institucionales de Kafka en un anime al estilo de Heidi, los “grandes burócratas” y “altos funcionarios” como Jean-Claude Juncker ven espantados como les crecen los enanos, esos ciudadanos a los que desprecian pero que pagan con unos impuestos cada vez más exorbitantes unas instituciones sobredimensionadas y sufren unas leyes de laboratorio sobre las que nadie les pide opinión, no digamos voto. Cuando fue nombrado Juncker presidente de la Comisión, el muy poco bolivariano Bloomberg escribió
"Siempre fue una mala elección para el puesto, impuesta a los 28 Gobiernos nacionales por un Parlamento Europeo deseoso de ampliar sus poderes.”
El referéndum británico es, en realidad, un grito de reivindicación democrática al estilo del “No taxation without representation”
El referéndum británico, así como todos los que se están planteando a lo largo y ancho de la Unión Europea, es, en realidad, un grito de reivindicación democrática al estilo del “No taxation without representation” que recogía las quejas de los colonos de las Trece Colonias hacia las autoridades británicas a finales del siglo XVIII. Todavía estoy esperando que me envíen el ejemplar de la Constitución europea que solicité cuando el referéndum sobre la misma. Y eso que han pasado más de diez años. De ahí el éxito de los populismos a derecha e izquierda. Son la expresión de una legítima y razonable demanda por parte de los ciudadanos de que su voz sea tenida en cuenta. Es ridículo criticar los referendos, como hace Mark Leonard, porque en ellos se pidan cosas contradictorias. Claro, como si los políticos profesionales no lo estuvieran haciendo día sí y otro también. El argumento de Mark Leonard no se dirige, entonces, contra las consultas populares sino contra el núcleo de la democracia representativa y hace emerger, en el horizonte de su argumentación, la sombra de la “dictadura de los sabios” platónica, el sesgo por excelencia entre los filósofos, como evidencia el caso Grayling. En este caso, la “tiranía suave” a la que aspiraba Jacques Delors.
Por todo ello, el liberalismo en una vertiente “populista”, es decir, radicalmente democrática, es la única receta que puede cortar este nudo gordiano, combinando los clásicos parámetros de la acción política liberal -la separación de poderes, las libertades individuales, el Estado de Derecho, la propiedad privada- con la satisfacción de las demandas populares ante las que hacen oídos sordos los caudillos tecnocráticos de Bruselas o Frankfurt. Este liberalismo populista promueve la democratización, favorece a las clases medias y bajas, minimizando el poder de los lobbies de presión ligados a élites extractivas, corporativistas y caudillistas. Por ello, este neoliberalismo neopopulista critica tanto al gobierno como a las empresas, y la colusión que se realiza, en el contexto español por ejemplo, entre el BOE y el IBEX 35, favoreciendo a los organismos independientes que vigilan por el cumplimiento de la competencia, defendiendo a los más desfavorecidos contra los que detentan el poder, de la CNMV a la CNMC. Porque a diferencia del populismo de extrema izquierda, carismático y voluntarista, el neoliberalismo neopopulista favorece las instituciones despersonalizadas y la racionalidad como método. Entre la oclocracia de Pablo Iglesias y la tecnocracia de Grayling, cabe una neodemocracia neoliberal y neopopulista, no donde reine el “Sapere aude!” kantiano que nos libre tanto de filósofos apocalípticos como de integrados.

Neoliberalismo neopopulista


El liberalismo ha estado en contra de todo tipo de absolutismos, del aristocrático al democrático, aunque, en ocasiones, ha sentido la contradictoria tentación del absolutismo liberal: la idea de que una élite tecnocrática sabe mejor que el pueblo lo que le conviene. Para ello, pensadores liberales han despreciado al pueblo calificándolo de “masa”, una mezcla de ignorancia enciclopédica y sesgos cognitivos que haría que sus juicios estuviesen condicionados por la pereza, la cobardía y/o la estupidez. Los liberales se dejan llevar, entonces, por la impaciencia y la pedantería, arrogándose la paradójica misión de convertirse en “vanguardia de la burguesía” para llevar a los supuestamente indocumentados y errados votantes, consumidores y ciudadanos hacia lo que verdaderamente es bueno para ellos.
Se ha preferido satanizar a los votantes euroescépticos tildándolos de “viejos”, “paletos” y otras lindezas

Monday, June 20, 2016

El Mito del Neoliberalismo

Por Enrique Ghersi

1.0 Introducción
Se me ha pedido hacer una presentación acerca del presunto mito del “neoliberalismo”. Alberto Benegas Lynch (h) y Charles Bird han creído que tengo alguna competencia para ello. Su invitación supuso para mí una tarea enorme que he tratado de enfrentar haciendo un pequeño trabajo de investigación sobre el problema.
Ante la falta de fuentes específicas, tuve que recurrir al consejo de algunos amigos a quienes estoy especialmente agradecido. Israel Kirzner me hizo notar el lejano origen misiano del término y me alentó a profundizar en él. Kurt Leube me dio la primera noticia sobre el libro de Nawroth que, confieso, desconocía por completo. Si no hubiera sido por la persistencia de Ian Vásquez, quien logró ubicar una copia del mismo en un anticuario de Munich, no hubiera podido consultarlo. Federico Salazar me hizo notar el problema existente en la traducción inglesa de Liberalismus del que hablaremos después. Me prestó, además, de su biblioteca privada buena parte de los libros consultados. Mario Ghibellini me sugirió las lecturas de teoría literaria y retórica que son el cuerpo de la reflexión final de esta ponencia y se aventuró a explicármelas. Finalmente, un artículo de mi amiga Cecilia Valverde Barrenechea me permitió conseguir la información correspondiente al coloquio convocado por Lippman en 1938, donde se habría acuñado, al parecer, el término. Por cierto, los errores son sólo de mi responsabilidad.


El término “neoliberalismo” es confuso y de origen reciente. Prácticamente desconocido en Estados Unidos, tiene alguna utilización en Europa, especialmente en los países del este. Está ampliamente difundido en América Latina, África y Asia. Sin embargo, esta difusión tiene poco que ver con su origen histórico. Forma parte del debate público que se produce en tales regiones, en el que la retórica -que es una ciencia autónoma- tiene un rol protagónico para darle o quitarle el sentido a las palabras.
Ahí donde tiene difusión el “neoliberalismo”, es utilizado para asimilar con el liberalismo, a veces despectivamente, a veces con cierta pretensión científica, políticas, ideas o gobiernos que, en realidad, no tienen nada que ver con él. Esta práctica ha llevado a muchos a considerar que se encontraban frente a un mito contemporáneo: el “neoliberalismo” sólo existía en la imaginación de quienes usaban el término.
Este rechazo se ve incrementado además porque actualmente resulta muy difícil encontrar un liberal que se reclame a sí mismo como perteneciente a aquella subespecie, calificándose como “neoliberal”. Por el contrario, quienes lo usan son generalmente sus detractores.
En base a tales consideraciones generalmente asumidas por los liberales inicié este trabajo, pero muy pronto advertí algunos problemas bastantes significativos con ellas. En primer lugar, que el “neoliberalismo” técnicamente no es un mito, sino una figura retórica por la cual se busca pervertir el sentido original del concepto y asimilar con nuestras ideas a otras ajenas con el propósito de desacreditarlas en el mercado político. En segundo, que el “neoliberalismo” podría haber sido acuñado como término en agosto de 1938 por un muy destacado grupo de intelectuales liberales en París, entre los cuales se encuentran varios de nuestros héroes.
Por ello, en esta presentación voy a explorar, primero, los posibles orígenes de la palabra, para luego abordar sus diferentes significados al interior del liberalismo y concluir después con una contribución para esclarecer los mecanismos probables por los que se ha producido la corrupción de esta palabra. Debo indicar de antemano la sorpresa con que he comprobado la facilidad con los liberales concedemos los debates terminológicos en manos de nuestros rivales, pues no sólo hemos perdido la palabra “neoliberal”, materia de la presente exposición, sino antes también la palabra social y hasta el propio liberalismo.
2.0 El Término
Rastrear los orígenes del término “neoliberalismo” no es una tarea que pueda considerarse concluida. De hecho existe bastante confusión al respecto y resulta un tema de la mayor importancia para una investigación futura de largo aliento. Por ello, lo que a continuación se presenta no es más que una breve contribución a que esta investigación se produzca.
Como suele suceder con las palabras que han hecho fortuna, es probable que “neoliberalismo” sea un término con varios orígenes distintos.
Uno primero parece encontrarse en algunos escritos de von Mises; uno segundo es el que le atribuye a la creación colectiva de un coloquio convocado por Walter Lippman la autoría del término; uno tercero es el que lo vincula a la llamada economía social de mercado; y uno cuarto, a la escuela liberal italiana de las entreguerras. Examinemos brevemente cada uno de ellos:
2.1 Von Mises
Aunque no hace uso explícito del término, von Mises sí lo evoca en distintas oportunidades pero asistemáticamente, como veremos. En efecto, von Mises habla de älteren Liberalismus y de neuen Liberalismus, no de “neoliberalismo”. Sin embargo, puede llevar a confusión si revisamos la edición inglesa de Liberalismus, pues encontraremos ahí la cita siguiente:
“Nowhere is the difference between the reasoning of the older liberalism and that of neoliberalism clearer and easier to demonstrate than in their treatment of the problems of equality” .
Hasta ahí se podría llegar a la conclusión de que von Mises introdujo el término, pues Liberalismus es un libro de 1927. No obstante, si revisamos la edición alemana original veremos que el término “neoliberalismo” no aparece.
En efecto, la cita original es:
“Nirgends ist untershied,der in der argumentation zwischen dem älteren Liberalismus und dem neuen Liberalismus besteht, karer und leichter auzfzuweisen alsbeim problem der gleichheit” .
Por cierto que con esto no estamos sugiriendo que haya sido el traductor del texto al inglés, nuestro querido Ralph Raico, quien haya inventado el término, pues en 1962, fecha en que la traducción se produce, ya venía siendo usado en algunos círculos académicos, al punto de que, como veremos luego, ya había sido objeto hasta de un coloquio específico para discutir su adopción.
No sólo en Liberalismus, que es de 1927, puede rastrearse el origen del término, también en otro libro anterior de von Mises existe una referencia aún más remota. En efecto, en Socialismo, que es de 1922, habla también acerca de la diferencia entre el viejo liberalismo (älteren Liberalismus) y el nuevo liberalismo (neuen Liberalismus), pero tampoco usa expresamente la palabra “neoliberalismo” para describir a este último.
Así, von Mises sostiene que “today the old liberal principles have to be submitted to a throrough reexamination. Science has been completely transformed in the last hundred years, and today the general sociological and economic foundations of the liberal doctrine have to be re-laid. On many questions liberalism did not think logically to the conclusion. There are loose threads to be gathered up. But the mode of political activity of liberalism cannot alter” .
Posteriormente, en el prefacio a la Segunda Edición alemana de ese mismo libro, el autor dijo:
“The older liberalism, based on the classical political economy, maintained that the material position of the whole of the wage-earning classes could only be permanently raised by an increase of capital, and this none but capitalistic society based on private ownership of the means of production can guarantee to find. Modern subjective economics has strengthened and confirmed the basis of the view by its theory of wages. Here modern liberalism agrees entire with the older school” .
Más allá de las confusiones que podrían haberse creado en las traducciones, en mi concepto está claro que, aunque Mises no utilizó explícitamente el término, sí habló con frecuencia de un liberalismo viejo y de un liberalismo nuevo. Empero, inclusive en ello fue bastante inexacto.
En la cita de Liberalismo resulta del contexto que por neuen Liberalismus se refiere a los socialistas que se hacen pasar por liberales, mientras que por älteren Liberalismus se refiere a los que llamaríamos liberales clásicos. Teniendo en cuenta que, como dijéramos, el libro es de 1927, este uso es concordante con lo que en textos posteriores von Mises llamaría pseudo liberales.
En cambio, en las citas de Socialismo, parece ser que el autor quiere distinguir entre el viejo y el nuevo liberalismo en función de la teoría subjetiva del valor. En tal sentido, el liberalismo se dividiría en viejo (älteren), antes del valor subjetivo, y nuevo (neuen) después de él. Con esto, además, diera la impresión de que von Mises quiere resaltar especialmente la contribución de Menger y Böhm-Bawerk, en lo que después vendría en llamarse escuela austríaca de economía.
Entonces, si bien es posible rastrear el término “neoliberalismo” hasta von Mises, el sentido que estas alusiones precursoras tuvieron no fue siempre el mismo. En el Liberalismo se usó para designar a los socialistas encubiertos y otros enemigos de la libertad; en el Socialismo, para designar al liberalismo después de la teoría subjetiva del valor.
2.2 El Coloquio de Walter Lippman
Cuenta Louis Baudin que en agosto de 1938 se reunieron en París un grupo de destacados pensadores liberales a iniciativa de Walter Lippman. Eran tiempos con aguas procelosas en que Europa se encontraba ad portas de la Segunda Guerra Mundial y se vivía una situación de grave amenaza y efectiva conculcación de la libertad en buena parte del viejo continente.
Era propósito del coloquio analizar el estado de la defensa de la libertad y las tácticas y estrategias que deberían llevarse a cabo en tiempos tan difíciles. Refiere el propio Baudin que la discusión fue muy amarga, habiéndose escuchado voces de rechazo al término liberalismo por un supuesto descrédito frente a la opinión pública predominante, así como la necesidad de enfatizar que los defensores de la libertad de entonces no avalaban lo que se consideraban los errores fatales del viejo orden europeo.
Afirma Baudin que en esa discusión se acuñó, primero, y se propuso utilizar a partir de entonces, después, el término “neoliberal” para significar precisamente nuestra corriente de pensamiento.
Según el propio Baudin, el “neoliberalismo” se estableció como la palabra clisé que habría de describirnos en función a cuatro principios fundamentales. A saber, el mecanismo de precios libres, el estado de derecho como tarea principal del gobierno, el reconocimiento de que a ese objetivo el gobierno puede sumar otros y la condición de que cualquiera de estas nuevas tareas que el gobierno pueda sumar debe basarse en un proceso de decisión transparente y consentido.
Participaron en el seminario gente de la talla de Rueff, Hayek, von Mises, Rustow, Roepcke, Detauoff, Condliffe, Polanyi, Lippman y el propio Baudin, entre otros. Como no se tuvo actas ni publicaciones del coloquio, el único testimonio de primera fuente que ha quedado es el citado libro de Baudin, escrito hacia mediados de los cincuenta.
De ser exacta la versión del autor del Imperio Socialista de los Incas, pues no hay razón alguna para pensar que no lo es, ésta sería la aparición más remota acreditada del término “neoliberalismo”. Pero además, quedaría claro que no es verdad un aserto comúnmente repetido por muchos en nuestros días, acerca de que ningún liberal que se precie de tal ha reconocido como suyo el término “neoliberal”. Por la versión de Baudin, sería difícil encontrar un grupo que pueda considerarse más liberal, por lo menos en su época, que el que fue convocado por el ilustre periodista norteamericano.
El coloquio de Lippman es además una curiosa paradoja en todo este tema tan complejamente relacionado con giros de lenguaje y figuras retóricas. El que el término “neoliberal” pudiese ser una creación colectiva de un coloquio de intelectuales individualistas puede constituirse en una de las más notables curiosidades de la historia del pensamiento contemporáneo.
2.3 La economía social de mercado
Edgar Narwoth publicó en 1961 un libro que en su época tuvo una gran importancia en la defensa y difusión de las ideas de la libertad. Se llamó Die Social-und Wirtschaftsphilosophie des Neoliberalismus .
En él presenta triunfalmente como el renacimiento del liberalismo la aparición de un conjunto de escuelas del pensamiento en Alemania. Así, considera como neoliberales a la Escuela de Friburgo (Eucken y Mueller – Armack, entre otros) y la Munich (Erhard y Kruse entre otros). Destaca también la contribución Wilhem Roepcke y Alexander Rustow, así como la influencia de la revista Ordo, que se publicaba con singular éxito por entonces.
Ello hace que Schuller y Krussemberg del Centro de Investigación para la Comparación de Sistemas de Dirección Económica de la Phillipps Universitat de Marburgo definan el término “neoliberalismo” como “un concepto global bajo el que se incluyen los programas de la renovación de la mentalidad liberal clásica cuyas concepciones básicas del orden están marcadas por una inequívoca renuncia a las ideas genéricas del laissez faire y por un rechazo total por los sistemas totalitarios. Los esquemas neoliberales del orden económico y social son modelos de estructuración cuyo denominador común central es la exigencia de garantía (constitucional o legal) de la competencia frente a la prepotencia, aunque dan respuestas diferentes al problema de cómo debe resolverse la relación de tensión entre la libertad y la armonía social. Son importantes en este rubro, además de las ideas, de la Escuela de Friburgo las concepciones desarrolladas por Alfred Mueller Armack (Economía Social de Mercado) Wilheim Roepcke y Alexander Rustow. Este tipo de neoliberalismo se distancia clara y expresamente de aquel paleoliberalismo que defendía dogmáticamente la convicción de la armonía inmanente de un sistema de mercado y hacía del laissez faire una obligación (…) Se insiste en que el marco del mercado que abarca la autentica zona de lo humano, es infinitamente más importante que el mercado mismo, de ahí la necesidad de un tercer camino entre el paleoliberalismo y el camino del “neoliberalismo”.
En conclusión, para Schuller y Krussemberg, y con ellos buena parte de la opinión mayoritaria del mundo académico alemán contemporáneo, la economía social de mercado era el neoliberalismo. Esta idea, sin embargo, no parece coincidir con los creadores de la escuela, pues la evidencia documental demuestra exactamente lo contrario de lo que quiere presentarse comúnmente. Como veremos, para los fundadores de la economía social de mercado, el término neoliberalismo era aplicable exactamente a quienes no compartían los puntos de vista de su escuela. No a sus seguidores.
Examinemos por ejemplo muy someramente el pensamiento de Mueller-Armack , quien tiene la mayor importancia en medio de los pensadores tan destacados que dieron origen a esta escuela. De antemano debemos señalar que de la revisión de su obra no podemos inferir que este autor haya acuñado el término “neoliberalismo”. A pesar de utilizar en varias oportunidades la palabra, no hay ningún rastro explícito referido a su creación ni a la semántica que le era atribuida por él.
Así por ejemplo, cuando define economía social de mercado, señala textualmente:
“ … El concepto de economía social de mercado se apoya en el convencimiento, ganado gracias a las investigaciones de las últimas décadas de que no puede practicarse con éxito una política económica sin haber adoptado decididamente un principio coordinador. Los resultados pocos satisfactorios obtenidos por los sistemas intervencionistas de carácter híbrido condujeron a la teoría de los sistemas económicos desarrollada por Walter Eucken, Franz Böhm, Friderich Hayek, Wilheim Roepcke y Alexander Rustow, entre otros, la conclusión de que el principio de libre concurrencia como indispensable medio organizador de colectividades sólo se mostraba eficaz cuando se desenvolvía dentro de un orden claro y preciso, garantizando la competencia. En esta idea, reforzada aún más por las experiencias de economía bélica en la segunda guerra mundial, se basa la ideología de la economía social de mercado. Los representantes de esta escuela comparten con los del neoliberalismo el convencimiento de que la antigua economía liberal había comprendido correctamente el significado temporal de la competencia, pero sin haber prestado la debida atención a los problemas sociales y sociológicos. Al contrario de lo que pretendía el antiguo liberalismo, la economía social de mercado no persigue el restablecimiento de un sistema de laissez faire; su meta es un sistema de nuevo cuño”.
Como puede verse del párrafo citado, aunque Mueller-Armack usa el término “neliberalismo”, no lo hace para calificar a la economía social de mercado como tal, sino por el contrario para distinguirla de otras corrientes liberales sin precisar exactamente cuáles. De ahí que sea difícil poder sostener que, al menos Mueller-Armack, padre de la economía social de mercado, hubiese considerado a ésta como una corriente “neoliberal”. Antes bien, creo que es claro que él consideraba como tales a los liberales contemporáneos a él, posteriores a la teoría subjetiva del valor.
Por cierto, no es este el lugar ni la oportunidad para abordar a cabalidad las múltiples contribuciones de estos destacados autores ni tampoco para estudiar sus errores. Para nuestro propósito es importante sí advertir que en esta escuela algunos han creído ver un segundo origen del término liberalismo. De lo que cabe duda, es que, lo hayan inventado o no, lo usaron deliberadamente para distinguir una escuela liberal de otra. Sea por auténtica convicción o por pura estrategia de mercadeo contribuyeron así decididamente a introducir el término y a impulsar su primera difusión.
Esto hace que ya en 1963 Trías Fargas, al escribir el prólogo a la edición española del citado libro de Mueller-Armack, sostenga que “La economía social de mercado quiere ser algo más amplio y practico que la teoría neoliberal, con lo que por otra parte coincide en los puntos principales. Es más, la segunda suministra a la primera el espinazo teórico que le confiere carácter la secuencia de ideas que arrancando del paleoliberalismo ha llegado al neoliberalismo para desembocar en la economía social de mercado como programa político.”
Podría decirse, entonces, que ya por entonces el término estaba difundido en el sentido de identificar como tales a las corrientes liberales posteriores a la llamada revolución marginalista. Adicionalmente debe decirse que la utilización del término no era peyorativa, como ha devenido en tiempos recientes, sino daba la impresión de usarse a la par que para marcar una diferencia para describir un parentesco entre familias pertenecientes finalmente a un mismo tronco común de pensamiento.
2.4 Escuela Italiana
Además de los textos precursores de Mises, de la paradójica creación colectiva de un grupo de individualistas reunidos por Lippman y de la metódica acción de la escuela de la economía social de mercado, existe un cuarto origen probable del término que Kurt Leube cree encontrar en el movimiento intelectual ocurrido en el norte de Italia durante el período comprendido en las entreguerras.
Señaladamente es el caso de Antoni y Einaudi, quienes muy al estilo de los alemanes de su época, trataban de darle a las ideas liberales un impulso decidido en medio de la trágica experiencia autoritaria que les tocó vivir.
Al parecer ellos usaron muy fluidamente el término desde finales de los años cuarenta en adelante. Lamentablemente no hay mayores pruebas de ello que el testimonio de algunos amigos que los oyeron. Sin embargo, mientras que entre los alemanes el término era utilizado un poco en el sentido de Mueller-Armack, como el liberalismo post-subjetivismo, entre los italianos el término podría haber sido utilizado para designarse a ellos mismos como los nuevos liberales.
Diera la impresión de que en este caso la necesidad de desmarcarse del tradicional anticlericalismo del liberalismo clásico en el continente europeo hubiera sido un aliciente muy importante para la adopción del término. Esto podría haber sido igualmente importante para otros grupos de liberales católicos en otros lugares del mundo. De hecho algunos españoles adoptaron el término rápidamente, como vimos en el caso de Trías Fargas.
Se hace difícil aventurarlo, pero creo que es posible sostener que la rápida difusión del término en Latinoamérica podría provenir precisamente del hecho de que en nuestra historia las relaciones del liberalismo en general con la Iglesia estuvieron marcadas siempre por el conflicto y la agresividad.
Con algunas excepciones, los liberales del siglo XIX en nuestro continente estuvieron fuertemente influenciados por el anticlericalismo continental europeo. Desde las guerras de independencia, en que la influencia de las logias masónicas fue esencial para el rompimiento de las elites con España, hasta el establecimiento de las repúblicas independientes esta relación conflictiva estuvo presente.
3.0 Los Conceptos
Hasta aquí el “neoliberalismo” ha evocado cinco conceptos: el liberalismo después de la teoría subjetiva del valor, el pseudo liberalismo o socialismo encubierto, una nueva escuela liberal, el liberalismo despojado de anticlericalismo y una estrategia de mercadeo político. Examinemos sucintamente cada uno de ellos.
3.1. El “neoliberalismo” como liberalismo después de la teoría del valor
Hemos visto ya como von Mises utilizó el término en este sentido, aunque también en otro perfectamente antagónico. En este caso podría argumentarse sin mayores dificultades que el concepto así utilizado corresponde con un hecho real de la mayor importancia histórica y científica, pues el liberalismo experimenta a partir del subjetivismo una transformación bastante importante que cristaliza en la llamada revolución marginalista.
En ese sentido, el “neoliberalismo” sería una etapa en el desarrollo del liberalismo como doctrina, carente de todo sentido peyorativo y antes bien tratando de destacar alguna contribuciones importantes en el mundo de las ideas.
Aunque como todo neologismo, su uso es discrecional y hasta caprichoso al criterio de los autores, diera la impresión de que éste es el sentido en que predominantemente se entiende el término en los círculos académicos y universitarios.
3.2. El “neoliberalismo” como pseudo liberalismo
El propio von Mises introduce otra acepción del término, como hemos visto en la sección precedente. En este caso ya no se trata de una etapa en el desarrollo del concepto liberalismo, sino de una perversión del mismo.
Al menos en el 22, von Mises pensaba que existía un liberalismo nuevo a partir de las contribuciones de sus maestros austríacos a la teoría económica, pero en el 27 ya parece totalmente preocupado porque el nuevo liberalismo fuese en realidad un Caballo de Troya socialista.
A partir de entonces ésa parece haber sido la acepción predominante en el pensamiento misiano, pues en Economic Freedom in the Present-Day World –un texto de 1957- dice que :
“The german ordo-liberalism is different only in details from sozialpolitik of Schmoller and Wagner school. After the episodes of Weimar radicalism and Nazisocialism, it is a return in principle to the wohlfahrtstaat of Bismarck and Posadovsky” .
Luego, habida cuenta de las fechas transcurridas entre la utilización del concepto “neoliberal” para denotar una suerte de fase superior en el desarrollo del liberalismo y la utilización ulterior del mismo para denunciar a los infiltrados en el liberalismo, la literatura misiana parece haber sufrido una evolución en el tiempo significativa. No obstante ello, la no utilización explícita del término y sus referencias asistemáticas a los conceptos opuestos de viejo-nuevo no permitieron una influencia decidida en el tiempo de las ideas de Mises sobre el particular.
Resta, sin embargo, una consideración adicional. Si Mises parece haber optado finalmente por denunciar las desviaciones conceptuales de los nuevos liberales, ¿cómo así ha sido posible que el término “neoliberal” haya terminado siendo utilizado para asimilar a los que no lo son con quienes lo son y de esta forma incurrir en una desgraciada confusión?. ¿De qué forma se produjo esta perversión del lenguaje?.
Tales preguntas en realidad deberían llevarnos a una más general. Los liberales parecemos no tener suerte con nuestros términos. Con alguna frecuencia, para los tiempos históricos, nos los roban. Ya pasó inclusive con la palabra liberalismo que en muchos lugares significa exactamente lo contrario de lo que es. ¿Cómo no habría de pasarnos con el “neoliberalismo”, mediante el cual se nos quiere desacreditar atribuyéndosenos ideas que no profesamos, políticas que no recomendamos y gobiernos a los que no pertenecemos?.
3.3. El “neoliberalismo” como una nueva escuela liberal
Aunque podría asimilarse perfectamente con la acepción que define al liberalismo como aquello posterior a la teoría subjetiva del valor, y aun con la idea de un liberalismo despojado de tendencias anticlericales que veremos a continuación, ésta es mi opinión una acepción autónoma.
La encuentro más bien ligada con la llamada economía social de mercado que, como vimos habría contribuido a la formación del término y, a no dudarlo, tuvo gran responsabilidad por su amplia difusión.
Está claro que quienes se inscriben en esa tendencia quieren ser distinguidos de otras corrientes liberales. No vamos a disputar en esta oportunidad si eran o no liberales ellos mismos. Al parecer, ellos creían que lo eran. Pueden existir diferentes razones para enfatizar esa distinción. Habrá quienes piensen en la necesidad de cambiar el término como una estrategia de mercadeo político a efectos de tener una mejor inserción en una sociedad que, como la alemana de posguerra, carecía de una idea clara de lo que era el liberalismo y venía del fracaso consecutivo de Weimar y del Nazismo. Pero también habrán quienes sinceramente piensen que la economía social de mercado es una cosa completamente distinta del liberalismo clásico y que, por ende, la separación resulta imperativa.
De hecho, no sólo entre los partidarios de esta escuela cabía esta diferencia. En algún momento, el propio Mises trató también de enfatizarla, además con el particular enojo que lo caracteriza y la facilidad por el escarnio que le da brillo a su pluma.
La médula de la cuestión sin embargo está en que para quienes profesan la economía social de mercado los “neoliberales” son los otros; no ellos. Esa idea de exclusión les ha servido claramente para mantener la cohesión en torno a sus doctrinas y planes políticos. Si los “neoliberales” son los otros liberales, existe una gran comodidad semántica para organizar un discurso político porque en base a la sugerencia de exclusión, de ellos-nosotros, puede también sugerirse implícitamente que nosotros somos los correctos y ellos no o que nosotros somos los buenos y ellos no.
Entonces, mientras Mises entendió a los nuevos liberales como los posteriores al subjetivismo o como los pseudo liberales, la economía social de mercado ha definido a los “neoliberales” como aquellos que les son distintos. No es una acepción positiva, sino negativa del término.
Puede haber, pues, en esta definición negativa una fuente para la utilización contemporánea de la palabra en sentido peyorativo.
3.4 El “Neoliberalismo” como Liberalismo despojado de Anticlericalismo
Mientras en liberalismo anglosajón no tuvo mayor rivalidad con la religión -antes bien, en algunos casos estuvo fuertemente ligado a ella- el liberalismo continental europeo fue generalmente un enemigo de ella, especialmente en el caso de la Iglesia Católica.
En España, Francia, Italia y Alemania hablar de liberalismo, durante el Siglo XIX era evocar un materialismo racionalista totalmente incompatible con el catolicismo y claramente enfrentado con el poder temporal de esa iglesia.
Mutatis mutandi, tal conflicto se traslada a América Latina, donde en el Siglo XIX tenía predominantemente ese carácter anticlerical propio del liberalismo continental y no del anglosajón.
La influencia de la Ilustración y de la Revolución Francesa hicieron que el desarrollo de las ideas liberales viera como perteneciente al viejo régimen todo vestigio de religiosidad, enfrentándose consiguientemente los liberales con los creyentes. De alguna manera esto marcó el Siglo XIX latinoamericano, pues no se exagera si se dice que esa centuria estuvo caracterizada por la guerra civil entre liberales y conservadores.
En países de tradición católica, entonces, el liberalismo ha sido frecuentemente asimilado con posiciones anticlericales. En este contexto, el renacimiento liberal en tales países, a efectos de convocar mayor atención pública y suscitar resistencias menores por parte del clero y los creyentes, habría visto con simpatía la introducción de un término que, como “neoliberalismo”, permitía a quienes lo usaban distinguirse claramente del profundo anticlericalismo de los liberales clásicos.
Así en Alemania, los católicos que se agruparon en el Zentrum durante las entreguerras y posteriormente dieron origen a los partidos cristiano-demócratas, así como sus congéneres demócrata-cristianos italianos, pudieron haber visto en algún momento con simpatía la utilización del neologismo para marcar una distancia con la rivalidad histórica del liberalismo con sus particulares creencias religiosas.
Ello le permitió a la Iglesia Católica superar conflictos que, en tiempos de Pío IX hicieron que se calificara al liberalismo como algo poco menos que diabólico.
3.5 El “Neoliberalismo” como estrategia de mercadeo político del Liberalismo
La noticia acerca del coloquio Lippman nos sugiere poderosamente que el término en cuestión también podría haber sido adoptado con estrictos propósitos de estrategia y táctica políticas.
Generalmente la preocupación de los liberales ha sido por el debate puramente académico, en el que consideraciones de este tipo son francamente impertinentes. Pero cuando se ha tratado de la acción política, los liberales se han visto en la necesidad de discutir la terminología a utilizar a efectos de que resulte compatible con la consecución de determinados objetivos establecidos.
Luego, resulta perfectamente lógico que, habida cuenta de la información ofrecida por Baudin acerca de la importante reunión de liberales del 38, se considere la posibilidad de que el término hubiese sido elaborado con la idea de reemplazar al viejo término liberalismo y ofrecer así una serie de ventajas en materia de comunicación social, sin tener que asumir el activo y el pasivo de la vieja doctrina.
Salvando las distancias, recuerdo que una cosa semejante me ocurrió con Hernando de Soto hace ya más de quince años. Acabábamos de terminar El Otro Sendero, cuando me pidió que eliminara completamente del texto la palabra liberal -que por supuesto estaba por todas partes- y que la reemplazará por la palabra popular. Así, la economía liberal vino a convertirse en la economía popular; la sociedad liberal, en la sociedad popular; la filosofía liberal, en la popular. Su explicación fue la de que en esos momentos no era compatible con el buen mercadeo apelar al término, ya que podría generar innecesariamente resistencias. Aunque no estuve de acuerdo, recuerdo que de Soto, que presume de ser un gran vendedor, terminó imponiéndose.
Sea lo que de ello fuere, la evidencia documental sugiere poderosamente la posibilidad de que algunos liberales de gran importancia hubieran pensado que el “neoliberalismo” podría haber sido un término idóneo para el debate político de sus tiempos. De hecho más idóneo que los términos utilizados por entonces.
Lo curioso de esta estrategia es que terminó convirtiéndose, con el pasar de los años, en una eficaz fórmula de mercadeo contra la ideas de las libertad.
4.0 La Trampa Retórica
Hemos visto los orígenes probables del término y los sentidos que se le han dado al mismo a través del tiempo dentro de lo que podríamos denominar el liberalismo contemporáneo.
Sin embargo, el uso más notable y perverso del término en nuestros tiempos no ocurre al interior del liberalismo, sino fuera de él. En los lugares donde se lo utiliza, es la prensa, los políticos y los rivales del liberalismo quienes han hecho uso de él preferentemente, pero en sentido generalmente distinto de los anteriormente mencionados.
En efecto, el “neoliberalismo” es utilizado para caracterizar cualquier propuesta, política o gobierno que, alejándose del socialismo más convencional, propenda al equilibrio presupuestal, combata la inflación, privatice empresas estatales y, en general, reduzca la intervención estatal en la economía.
Así, por ejemplo, en América Latina se presenta como “neoliberales” a gobiernos tan disímiles como los de Carlos Salinas de Gortari en México, Carlos Andrés Pérez en Venezuela, Alberto Fujimori en el Perú, Fernando Henrique Cardoso en el Brasil o Carlos Saúl Menem en la Argentina. Una cosa semejante ocurre en África, Asia y Europa del Este.
Independientemente del juicio que pueda merecernos cada política en particular y de la evaluación que merezca cada gobierno en cuestión, está muy claro que el liberalismo es algo mucho más complejo que la adopción de medidas gubernativas en particular, máxime sin son incompletas y contradictorias. Aisladamente un gobierno socialista puede tomar medidas liberales y un gobierno liberal puede tomar medidas socialistas. Ejemplos hay muchos en la historia. Desde los laboristas neozelandeses hasta los conservadores británicos. Pero no hace a los socialistas liberales; ni a éstos, aquéllos; máxime si la caracterización en el ámbito político no tiene el rigor ni la seriedad del debate intelectual.
En Latinoamérica, si bien durante los años noventa se regresó a la austeridad fiscal de los cincuenta, esto no puede considerarse inherente y exclusivo del liberalismo económico. Si bien se privatizó, se hizo con monopolios legales soslayando por completo la importancia de la competencia en el desarrollo de los mercados. Si bien se permitió la inversión extranjera, se hizo de forma igual que la China comunista a quien ningún alucinado podría tildar de liberal o neoliberal. En general aunque se daba la impresión de que se reducía la intervención estatal, en términos de gasto público como fracción del producto interno, o se mantenía igual o inclusive aumentaba. Es el caso del Perú, mi país, donde hoy el tamaño del estado es mayor que cuando empezaron las mal llamadas reformas “neoliberales”. Paradójicamente, el viejo capitalismo mercantilista fue presentado como si fuera un inexistente “neoliberalismo” por los enemigos de la libertad.
¿Cómo se llegó a esta situación?. ¿Tuvimos los liberales alguna responsabilidad en ella?. ¿Fue producto histórico del azar o consecuencia de alguna táctica deliberada?. ¿Cómo ha sido posible que el “neoliberalismo” que fue entendido por los liberales un desarrollo de su pensamiento o como una nueva escuela del mismo haya pasado a convertirse en el habla cotidiana en un término para asimilar a las ideas de la libertad algunos de sus más impresentables enemigos?.
Es verdad que la autocrítica ha faltado entre los liberales, porque en algunos casos han sido ellos mismos los que se han involucrado innecesariamente con experiencias lamentables. Llevados tal vez por la soledad política, los liberales en algunas oportunidades han respaldado al primer gobierno que creyeron coincidía con sus puntos de vista, sin advertir que la coincidencia era aparente y que generalmente es mejor dejarse aconsejar por el paso del tiempo antes de prestar atención a la primera aventura política que nos toque la puerta.
A no dudarlo el proceso ha sido complejo y parte de una perversión del lenguaje sobre la que es necesario reflexionar. Muchas veces los liberales han despreciado los debates terminológicos para atenerse prioritariamente a los hechos. Esta actitud ciertamente les ha permitido contribuciones notables al desarrollo de la ciencia económica, pero también los ha hecho víctimas de numerosas estratagemas.
Hayek advirtió, por ello, contra la perversión del lenguaje y denunció la existencia de lo que el llamaba palabras-comadreja. Inspirado en un viejo mito nórdico que le atribuye a la comadreja la capacidad de succionar el contenido de un huevo sin quebrar su cáscara, Hayek sostuvo que existían palabras capaces de succionar a otras por completo su significado.
El denunció entre otras a la palabra social. Así explicó que esta palabra agregada a otra la convertía en su contrario. Por ejemplo, la justicia social no es justicia; la democracia social, no es democracia; el constitucionalismo social, no es constitucionalismo; el estado social de derecho, no es estado de derecho, etc. En el Perú se llegó, por ejemplo, en tiempos del general Velasco Alvarado a plantear una singular innovación en la ciencias jurídicas mediante la creación de la así llamada propiedad social, que -por supuesto- no era propiedad alguna.
Mutatis Mutandi, el “neoliberalismo” parece pertenecer a ese género de las palabras-comadreja. Sólo que en una función diferente. Mientras que la palabra social le da sentido contrario a la que se le agrega, la palabra “neoliberal” identifica con esta doctrina a quienes no pertenecen a ella. Una invierte los sentidos, la otra asimila a los distintos.
En realidad la contribución de Hayek sobre este tema merece un desarrollo ulterior que, en mi concepto, no ha tenido. Cuando denunció la existencia de una perversión del lenguaje según la cual unas palabras (las comadrejas) eran capaces de alterar el significado de otras, estaba en realidad sugiriendo explorar un tema de capital importancia: la función de las palabras en el debate ideológico.
El estudio de las figuras del lenguaje o tropos ha sido generalmente dejado a la retórica. Si la filosofía se ha fijado en ellos es sólo en los fatigosos catálogos de falacias con que los lógicos ilustran su quehacer. No obstante, Hayek al proponer el concepto de palabra-comadreja en realidad lo que hizo fue explorar las función de los tropos en el debate ideológico e invitarnos a dar un paso adelante y entender que las ideas no sólo deben explicarse o refutarse a partir de su logicidad sino por también su función retórica.
Lo que sucede es que los liberales han confundido, a pesar de la sugestión de Hayek, los planos del discurso. Una cosa es el discurso científico gobernado por la lógica, por el principio de no contradicción y por sus reglas propias. Otra cosa completamente distinta es el discurso ideológico, donde las reglas son las de las retórica y donde, por ende, hay que atenerse a principios distintos. Pretender incursionar en el debate ideológico con instrumentos propios del discurso científico ha concedido ventajas incontables a nuestros enemigos, que se han servido con diligencia de los viejos principios retóricos, conocidos a la perfección en el pensamiento occidental desde los griegos, pero lamentablemente olvidados por los defensores de las ideas de la libertad.
La función retórica tiene por propósito la utilización de recursos lingüísticos dirigidos, precisamente, a alterar la comunicación de cómo simplemente hubiese ocurrido. Puede mejorar la expresión, agudizar la elocuencia, aclarar las ideas, pero puede también confundirlas, pervertir los conceptos y alterar el sentido del debate. No obstante, su uso es perfectamente legítimo en el debate ideológico. Diría inclusive que consustancial a él.
No podemos, pues, quejarnos porque se utilicen figuras retóricas en el debate ideológico. Lo absurdo sería que no se utilizasen. Lo que tenemos que hacer es prestarles atención. Estudiarlas y recurrir al vasto conocimiento acumulado que se tiene de esa metodología de comunicación.
Entonces, es posible pensar en el estudio de las palabras-comadreja -el “neoliberalismo” una de ellas- como una rama de la retórica en el debate ideológico y recurrir a sus métodos de estudio para tratar de esclarecer el proceso por el cual al término se le ha dado un sentido adverso al que aparentemente debería haber tenido.
El desprecio por el debate terminológico ha tenido en el pasado un alto costo, pues nuestros enemigos se dedicaron a pervertir nuestros términos sin mayor resistencia de nuestra parte. Pasó con la propia palabra liberal, que terminó teniendo en el mundo anglosajón un sentido opuesto al de su tradición histórica. Nos pasa ahora en Latinoamérica y en otros países subdesarrollados con el término “neoliberal”, por el que se busca asemejar a nuestras propuestas aventuras políticas desgraciadas, propuestas absurdas, corrupción extendida o la pura frivolidad.
La retórica puede servirnos para encontrar algunos elementos de juicio útiles para profundizar en este debate. En el caso de la palabra social lo que parece haber sucedido es que se produce una antífrasis, que es una figura del lenguaje o tropo que invierte el sentido de la palabra a la que se agrega, sólo que en este caso la sustracción del sentido está desprovista de la ironía que comúnmente los textos de lingüística le atribuyen a la figura aludida.
La asimilación con la antífrasis, empero, podría producirse completamente si aceptáramos que finalmente no puede haber más que sentido del humor en llamarle justicia social a lo que no es justicia o democracia social a lo que no es democracia. Quienes suelen utilizar ordinariamente los términos parecen bastante solemnes cuando lo hacen y lucen desprovistos de todo sentido del humor, pero creo que sería perfectamente aceptable plantear que el uso de la palabra social puede ser, retóricamente, una tomadura de pelo a oyentes inadvertidos.
En el caso del “neoliberalismo” yo me atrevería a sostener que hay una sinécdoque. Este es un tropo consistente en extender o restringir el significado de una palabra tomando la parte por el todo, o al todo por la parte, o la materia con que está hecha la cosa con la cosa misma.
Son ejemplos clásicos en retórica, hablar de vela en lugar de barco (parte por todo); mortales por hombres (todo por parte); o acero por espada (materia por cosa).
En el caso del “neoliberalismo”, lo que sucede es que se quiere asimilar con el liberalismo algunas políticas o ideas en particular que aisladamente podrían ser compatibles con él, pero también con cualquier otra cosa, sugiriendo una identidad inexistente. Se trataría entonces de lo que en teoría se denomina una sinécdoque particularizante: se quiere presentar partes del liberalismo como si fuera el todo.
Desde el punto de vista lógico, estas figuras retóricas son consideradas falacias. Pero sucede que el debate político la verdad no resulta de un razonamiento lógico, en el sentido de una inferencia deductiva, sino de un procedimiento dialéctico, en el sentido socrático del término. La verdad política no es, pues, deductiva ni lógica, sino expositiva y retórica. Tiene la razón quien mejor la expone. Así Lausberg considera que todo tropo “es un cambio en la significación, pero un cambio cum virtute, por tanto no es ya un vitium de impropietas”.
Este uso sinecdóquico del término “neoliberalismo” es el que se encuentra implícito en el lenguaje corriente y que produce la perversión en el lenguaje que se me ha encargado analizar. A través de él nos han arrebatado el concepto inspirado en algún extremo por Mises, desarrollado colectivamente por un paradójico conciliábulo de individualistas, adornado por los severos creadores de la economía social de mercado y sabe Dios difundido consciente o inconscientemente por cuántos de nosotros aquí presentes.
Propongo pues, inspirado en la retórica clásica, una nueva disciplina: la comadrejología, consistente en estudiar cómo las figuras del lenguaje o tropos son utilizadas en el debate ideológico para alterar el significado de las palabras con propósitos deliberados.
5.0 Conclusión
El sentido predominante que se le atribuye al término “neoliberalismo” es consecuencia de que los enemigos de la libertad han utilizado esa palabra como una sinécdoque, como anteriormente otros hicieron con la palabra social a la que convirtieron en una antífrasis. Y otros, antes aún, con la palabra liberal, a la que le pasó lo mismo.
De esta manera, a través de la retórica y sus mecanismos, los liberales perdemos en el debate político lo que ganamos en el campo de las contribuciones científicas. Probablemente haya muy pocas doctrinas que, como el liberalismo, hayan perdido tantos términos a manos de sus enemigos en el debate político.
Debemos por ello empezar a estudiar este campo a fin de librar también ahí una batalla más entre las muchas que la vigilancia permanente de la libertad nos exige.
En la precursora sugestión de las palabras-comadreja, Hayek estaba en realidad invitándonos a ir más allá y explorar este terreno ignorado y, tal vez, menospreciado.
Muchas veces creemos que para triunfar en la lucha por la libertad basta con la abrumadora evidencia de los hechos. No obstante, ellos son insuficientes para causar la convicción necesaria en el debate ideológico. Como decía von Mises: ”facts per se can neither prove nor refute anything. Everything is decided by the interpretation and explanation of the facts, by the ideas and theories”.
Despojar al liberalismo de una cierta arrogancia intelectual resulta, así imprescindible. Con ejemplos como lo sucedido con el término “neoliberalismo” debería bastarnos para entenderlo, porque aunque “words are signals for ideas, not ideas”, como quería Spencer . Perder nuestros términos por una mayor habilidad de nuestros oponentes se presenta como un error muy lamentable que amenaza periódicamente nuestra identidad.
Ser liberal no significa lo mismo en todos los países. Algunos de nuestros conceptos más preciados, como justicia, estado de derecho o propiedad, han sido tergiversados por adjetivos semánticamente predatorios. Y, en el colmo de la paradoja, quieren nuestra enemigos asociarnos con ideas, políticas o gobiernos que nos resultan ajenos. Todo ello es de por sí un precio muy alto a pagar por no haber advertido la importancia de este debate y el daño que pueden causar las palabras cuando son retóricamente manejadas. ”Figura est vitium cum ratione factum”.