Del cielo y del infierno
Wheatherhead arguye que el infierno y el cielo no son localidades topográficas, sino estados extremos del alma. Propone la tesis de un solo heterogéneo ultramundo, alternativamente infernal y paradisiaco, según la capacidad de las almas. Escribe que la directa persecución de una pura y perpetua felicidad no será menos irrisoria del otro lado de la muerte que de éste. "El dolor del cielo es intenso", comenta, "pues cuanto más hayamos evolucionado en este mundo, tanto más podremos compartir en el otro la vida de Dios. Y la vida de Dios es dolorosa. En su corazón están los pecados, las penas, todo el sufrimiento del mundo. Mientras quede un solo pecador en el mundo no habrá felicidad en el cielo".
Los destinos ultraterrenos de Swedenborg difieren casi diametralmente con la concepción de Dante y coinciden parcialmente con la teoría de Weatherhead. Para Swedenborg, el cielo y el infierno no son lugares, son condiciones de las almas, determinadas por su vida anterior. A nadie le está vedado el paraíso; a nadie le está impuesto el infierno. Las puertas están abiertas, y quienes mueren no saben que están muertos; durante un tiempo indefinido proyectan una imagen ilusoria de su ámbito habitual y de las personas que las rodean. Recuerdo ahora que en Inglaterra una superstición popular declara que no sabremos que hemos muerto sino cuando comprobemos que el espejo ya no nos refleja.
El infierno es la otra cara del cielo. Su reverso preciso es necesario para el equilibrio de la creación. Quien lo rige es el Señor, como, a los cielos. El equilibrio de las dos esferas es requerido para el libre albedrío, que sin tregua debe elegir entre el bien, que mana del cielo, y el mal, que rnana del infierno. Cada día, cada momento de cada día, el hombre labra su perdición eterna o su salvación.
Creamos o no en la inmortalidad personal, es innegable que la doctrina de Swedenborg es más moral y más razonable que la de un misterioso don que se obtiene, casi al azar, a última hora.
La vasta literatura escrita sobre el cielo y el infierno abarca y agota todas las posibilidades. No sé qué opinará mi lector sobre estas conjeturas que acabo de exponer. He observado que aquellos que creen en un mundo ultraterreno poco se interesan en él Conmigo ha ocurrido y ocurre todo lo contrario; me interesa, pero no creo. Otro tanto me ocurre con el libre albedrío, esa ilusión necesaria que nos hace sentir dueños de nuestras propias acciones.