El mundo según Trump
Por José Antonio Baonza Díaz
Instituto Juan de Mariana
El pasado 6 de julio Donald Trump pronunció un discurso
ante una enorme multitud, congregada en la Plaza de los Krasiński de
Varsovia -un lugar simbólico donde se levanta el monumento a quienes el 1
de agosto de 1944 se alzaron contra el ejército de ocupación nazi
alemán- que sirvió para conocer con más detalle los puntales
estratégicos e ideológicos que sostienen al nuevo presidente
norteamericano.
El escenario no fue elegido al azar.
Aunque Polonia se halla en una etapa política muy convulsa debido a la
concentración de poder y el autoritarismo que está imponiendo la mayoría
parlamentaria del partido del Derecho y la Justicia (PiS) del gobierno
polaco actual, en pocos países del mundo encontrará un político de
Estados Unidos una recepción más entusiasta entre la mayoría de la
población y la clase política. De hecho, sentados en las primeras filas
escucharon el discurso los principales dirigentes del gobierno y la
oposición.
En la capital que dio nombre a la
alianza militar de los gobiernos satélites de la Unión Soviética siempre
será aclamado si se presenta como un garante de su seguridad frente a
Rusia. Unas expectativas que el presidente agasajado cumplió... a su
manera. En efecto, a pesar de los esfuerzos del gobierno polaco por
presentar la visita como un espaldarazo a su política, Trump tenía sus
propios planes y quiso dirigirse a una audiencia mundial. Por lo pronto,
la presentadora del acto fue su esposa Melania, en vez de su colega
polaco Andrzej Duda que le acompañaba. Además, a lo largo del discurso
contrarió al gobierno anfitrión con dos referencias incómodas para su
propaganda: por un lado expresó su alegría por contar con la presencia
de Lech Wałęsa “tan famoso por dirigir el movimiento Solidaridad”, lo
cual provocó sonoros abucheos en la parte del público que secundaba la
campaña gubernamental de demonización del anterior presidente polaco, y,
por otro lado, hizo un llamamiento a Rusia para “unirse a la comunidad
de países responsables en nuestra lucha contra enemigos comunes y la
defensa de la civilización misma” al tiempo que le exigió que cesara
“sus acciones de desestabilización en Ucrania y otros lugares, así como
su apoyo a regímenes hostiles como Siria e Irán”.
Aun con todo, quienesquiera que fueran
los autores de la pieza retórica leída por Trump guardaron un gran
cuidado por recopilar los principales hitos de la historia polaca,
repleta de acontecimientos trágicos, para alabar “el espíritu” y otras
virtudes del país, convirtiéndolos en una especie de hilo conductor de
los mensajes que quisieron enviar al mundo entero.
Después de resultar elegido el año pasado como candidato en las primarias del partido republicano, expresé la especial desolación
que provocaba entre muchos liberales clásicos y libertarios la
alternativa a Hillary Clinton. Tras escuchar su discurso en Varsovia
saqué la impresión de que el popurrí de fuentes ideológicas y
pragmáticas que nutre a los asesores presidenciales abrió paso tanto a
mensajes en defensa de la libertad y la sociedad abierta, como a
vaguedades, meras citas de problemas, así como inquietantes y
descarnados postulados historicistas, reaccionarios y mercantilistas.
También hubo clamorosas omisiones.
Pero vayamos por partes. Ya he aludido a
la retórica laudatoria dirigida a sus anfitriones, la cual llegó hasta
la decisión del actual gobierno de comprar misiles Patriot. Desde el
momento en que comenzó la lista de agradecimientos, Donald Trump se
explayó en el capítulo de las alabanzas. Habló de los héroes polacos en
la historia y sus equivalentes americanos que tienen calles dedicadas en
Varsovia; de Polonia como un todo que ha acompañado a Estados Unidos
desde los albores de su independencia, como el corazón geográfico de
Europa y de los polacos como el alma indómita del continente que ha
superado invasiones e intentos de borrar el país del mapa gracias a su
fortaleza de espíritu. Repasó acontecimientos históricos del siglo XX
como la victoria contra las tropas bolcheviques a orillas del Vístula en
1920; la doble invasión soviética y nazi en 1939; la matanza soviética
de Katyn (1940); los levantamientos del gueto judío de Varsovia (1943) y
de la misma ciudad (1944) contra los ocupantes nazis alemanes. En ese
campo de exterminio en el que fue convertido el país perecieron uno de
cada cinco polacos y sus numerosos ciudadanos judíos fueron reducidos
literalmente a cenizas. No faltó una última referencia a la bellaquería
soviética, cuando en septiembre de 1944 las tropas apostadas al Este del
río Vístula detuvieron su avance hacia el Oeste hasta que los nazis
destruyeron Varsovia y asesinaron a cientos de miles de sus habitantes
en represalia por la osadía de haberse sublevado. Algunos de los
supervivientes estaban presentes en el acto y recibieron el saludo del
mandatario estadounidense.
A continuación, vino la glosa del tiempo
del régimen comunista. Siguiendo una visión idealizada, Trump habló de
la brutal campaña para destruir la libertad, la fe, las leyes, la
historia y la identidad polacas frente a lo cual se alzaron un millón de
polacos en la primera misa que ofició Juan Pablo II como Papa en junio
de 1979 al clamor de “Queremos a Dios”. Esa misa anunció el derrumbe
comunista y el resurgimiento de la verdadera Polonia, en palabras de
Trump.
En esa historia lineal, Trump dio por
terminada la amenaza comunista, y declaró que Europa y Estados Unidos,
por cuya defensa común hizo votos claros al tiempo que insistió en la
necesidad de aumentar la contribución de los países europeos a la
consecución de ese objetivo, sufren otro tipo de amenazas, determinadas
por el terrorismo islamista, así como nuevas formas de agresión, como la
propaganda, los delitos económicos y la ciberguerra, sin ofrecer
detalles sobre su procedencia. Fue en este punto donde realizó su
llamamiento a la cooperación rusa para enfrentarse a los enemigos
comunes. Recordando su viaje a Arabia Saudí para reclamar a los
dirigentes de más de 50 países musulmanes su compromiso de combatir ese
terrorismo, aprovecho la ocasión para reafirmar su compromiso de cerrar
las fronteras de EE.UU. a terroristas y extremistas, aunque matizó que
se mantendrían abiertas para aquellos que compartan “los valores
americanos”.
Llegados a este punto, Trump realizó un
canto contra la burocracia y el reglamentismo “que drena la vitalidad y
la riqueza de la gente” y en favor del imperio de la ley y la libertad
de expresión, pero omitió toda referencia al libre comercio
internacional, perseverando en ese curioso entendimiento expresado en
campaña de que el proteccionismo y las trabas al comercio forman un
estanco aparte, donde al gobierno le es dable regular arbitrariamente.
Las inconsistencias de su peculiar discurso político (al parecer
elaborado por su mesiánico asesor Steve K. Bannon,
no obstante haberle cesado como miembro del Consejo de Seguridad
Nacional) afloraron en este punto. Atribuir a Occidente esencias eternas
en defensa de la libertad no se corresponde ni con la historia ni con
la realidad actual. Aunque cabe conceder que la civilización occidental
ha sido el adalid de grandes logros en la historia de la humanidad, tan
occidentales fueron Hitler y Marx como Hume o Hayek, por poner solo un
par de ejemplos. Ni mucho menos se puede asumir que los valores
occidentales y su identidad sean unívocos y ligados exclusivamente a su
tradición religiosa (plagada en siglos pasados de guerras fratricidas
felizmente superadas) y la existencia de héroes que se veneran
unánimemente. O que una narcisista reafirmación de su identidad,
cualquiera que ésta sea, sirva para defender la libertad. Asimismo, no
seré yo quien subestime la amenaza real del islamismo para las
sociedades relativamente libres occidentales. Aun con todo, su gravedad
no es parangonable a otras sufridas en la historia.
En definitiva, el mundo según Trump es
mucho menos complejo que el real. Los caprichosos alineamientos y los
maniqueísmos que traza parecen constructos sentimentales, reaccionarios
las más de las veces, para oponer en la lucha política más cruda contra
otros creadores mensajes elementales y básicos que se dan en llamar
progresistas. Hete aquí el nudo gordiano respecto a Donald Trump, que
solo se despejará cuando se puedan observar las actuaciones reales de su
mandato. Si antes no toma cuerpo un proceso de destitución (impeachment) por sus faltas (misdemeanors) de acuerdo a la Constitución americana.
No comments:
Post a Comment