Alberto Mansueti
En 1864, Karl Marx, Friedrich Engels, Mijaíl Bakunin y sus camaradas fundaron en Londres la que sería la Primera Internacional Socialista, para destruir el capitalismo, e imponer el socialismo revolucionario.
¿Quiénes eran? Unos exiliados desconocidos, porque en esos años, los más famosos líderes de la izquierda eran clérigos y laicos cristianos, en su mayoría anglicanos, como John Ludlow, Frederick Maurice, Charles Kingsley y Thomas Hughes, quienes en 1850 comenzaron a publicar sus “Tratados de socialismo cristiano”, y el periódico “El Socialista Cristiano”. Después los Papas romanos condenarían al socialismo por ateo y anticlerical, pero en vez de defender al capitalismo, también le condenaron, ¡por las mismas supuestas razones que alegaban los socialistas!
A poco tiempo, aquellos comunistas ateos de la Primera Internacional desplazaron a los “socialistas cristianos” en el liderazgo de la izquierda. ¿Cómo? Simple: fundaron partidos socialistas, organizados y bien estructurados, capaces de atraer el voto cristiano. Y así es hasta hoy. Porque cinco estrategias en los acuerdos de 1864 fueron claves para el éxito marxista posterior:
(1) El socialismo es un proyecto político, no religioso, tampoco académico, sindical, o de comunas utopistas; (2) de carácter internacional, no para andar cada grupo o partido socialista por su lado en cada país; (3) con ideología, políticas y programa común para todos: las del Manifiesto Comunista de 1848 y otros documentos; (4) con objetivos y metas a mediano y largo plazo, no corto; (5) siendo el paso inicial la creación de partidos socialistas, uno en cada país, pues todas las ideas políticas deben ganar votos, y para eso deben predicarse desde plataformas políticas, con programas electorales y candidaturas. A esa labor se dedicaron durante las siguientes décadas, en tanto los anarquistas, reacios a cumplir estas pautas, se fueron desprendiendo del grueso del movimiento.
Las izquierdas cristianas sembraron y los marxistas cosecharon. Así los partidos y “frentes” de izquierda dominaron el siglo XX en lo ideológico, político y electoral, en sus diversas expresiones nacionales. Con nombres y formas distintas en apariencia: comunismo soviético, nacional-socialismo, social- fascismo y falangismo español, “New Deal” en EE.UU., laborismo inglés, maoísmo chino, “idea zuche” en Corea y “ujamaa” en Tanzania, peronismo en Argentina, castrismo en Cuba y chavismo en Venezuela. Son lo mismo: socialismo puro y duro, siempre igual en todas partes, y diferente sólo en ciertos puntos no esenciales, y en dosis mayores o menores de brutalidad, crueldad y cinismo.
Desde 1864, las izquierdas cambiaron muchas cosas, pero nunca sus cinco estrategias. Y las encuestas en muchos países informan que todavía la proporción del voto cristiano de sus partidos es mayor que en el universo electoral. Así los partidos socialistas tuvieron éxito en destruir el capitalismo liberal.
¿Pero qué son los partidos? En los mercados políticos, son como las empresas minoristas en los económicos. En el capitalismo, la empresa, definió el Premio Nobel Ronald Coase, es “una isla de planeación central en medio de un océano de libre mercado”. Con sus estructuras jerárquicas y sus cadenas de mando, produce sus bienes y servicios, a cambio de precios, cumpliendo funciones de intermediación entre demanda y oferta, en su mercado respectivo, y en los de sus factores. ¿Y qué hay de malo? Nada.
En un mercado político, los partidos ofertan a los electores, a cambio de sus simpatías, sus votos y su dinero para las campañas, cuatro tipos de productos políticos: (1) ideología (o sea doctrina) y cultura política; (2) políticas públicas, proyectos de leyes, y de creación y reforma de las instituciones; (3) partidos, cada cual en su marco doctrinario, de la izquierda o la derecha; (4) candidatos, es decir postulantes a elección o reelección a puestos públicos. ¿Qué hay de malo? Nada.
Pero si una charcutería vende chorizos podridos, los socialistas culpan al capitalismo. Igualitos los profesores anarquistas Hoppe y Huerta de Soto, culpan a la democracia porque los socialistas le venden ideas podridas al electorado, en vez de ofertar los liberales sus productos de calidad, desde plataformas partidarias, como debe ser.
La democracia no es en sí misma inmoral, ni el libre mercado, que se basa en igual principio: libertad de competir; y bajo el “Imperio de la ley” (Rule of Law), equivale al free market en la economía. Lo inmoral no es el Estado sino el estatismo, y las ideas socialistas desde luego (y mercantilistas). Pero no la política, el Gobierno Civil (limitado), o los partidos, y no por su culpa el socialismo se impuso en todo el mundo, sino por la “in-competencia” de las derechas para producir y ofertar bienes públicos y servicios políticos suyos, en competencia con los de la izquierda.
Sin duda el socialismo hace competencia desleal, ventajera y abusiva, así como ofertas engañosas, y afirmaciones falsas en su propaganda. Disfraza ilegítimamente sus banderas como “cristianas”, y así confunde a “la mayoría silenciosa”, gente de orden y paz, de trabajo y familia, de emprendimiento y progreso, y la hace votar contra sus mejores ideales e intereses.
Muchos cristianos caen en la trampa, y gente de buena fe. Sin distinguir el “capitalismo de amigotes” del capitalismo liberal, la izquierda nos puso a todas las derechas en el mismo saco, y así nos arrinconó contra las cuerdas. Nos impuso su cultura, sus leyes, sus partidos, sus candidatos y hasta su lenguaje, en tanto se adueñó de todos los resortes de un poder estatista omnímodo y totalitario. En el siglo XX decretaron el marxismo económico; y en este, decretan el marxismo cultural.
Pero ahora hay un cambio: muchos cristianos se van del socialismo, y del “apoliticismo”, un pecado por omisión. El péndulo gira a la derecha otra vez. No siempre una derecha buena; a veces es una derecha estatista. Pero lo bueno es su capacidad para derrotar a la izquierda. Así nos abre una oportunidad a los liberales clásicos, y a nuestro proyecto político, muy competitivo porque es el único en su género: “La Gran Devolución”. Y para mejor, adaptamos las mismas cinco estrategias de 1864 para nuestro objetivo, opuesto al de la Primera Internacional: ¡rehabilitar el capitalismo liberal!
Hasta la próxima, si Dios quiere.
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