Joseph S. Nye
Joseph S. Nye, Jr., a former US
assistant secretary of defense and chairman of the US National
Intelligence Council, is University Professor at Harvard University. He
is the author of Is the American Century Over?
El Kremlin y las elecciones de Estados Unidos
CAMBRIDGE
– A principios de noviembre, el Presidente estadounidense Barack Obama
supuestamente se puso en contacto directo con el Presidente ruso
Vladimir Putin para advertirle sobre los ciberataques rusos dirigidos a
las elecciones presidenciales de EE.UU. El mes anterior, el Director de
Inteligencia Nacional, James Clapper, y el Secretario de Seguridad
Interior, Jah Johnson, acusaron públicamente a las más altas autoridades
rusas de usar ciberataques para “interferir con el proceso electoral
estadounidense”.
Pasadas las elecciones del 8 de noviembre, no han surgido evidencias firmes de interferencias o hacking
de las máquinas de votación u otros aparatos electorales. Pero en unas
elecciones que dependieron de 100.000 votos en tres estados clave,
algunos observadores argumentan que la interferencia cibernética rusa
puede haber tenido efectos significativos en el proceso político.
¿Es posible impedir en el futuro un comportamiento ruso de este tipo? La disuasión depende siempre de qué y a quién se intente disuadir.
Irónicamente,
disuadir a los estados para que no recurran a la fuerza puede ser más
fácil que convencerles de no emprender acciones que lleguen a ese nivel.
Probablemente se ha exagerado la amenaza de un ataque sorpresa como un
“Pearl Harbor cibernético”. Las infraestructuras esenciales, como la
electricidad o las comunicaciones, son vulnerables, pero es probable que
los actores estatales principales estén limitados por la
interdependencia. Y Estados Unidos ha dejado en claro que la disuasión
no se limita a las represalias cibernéticas (aunque son posibles), sino
que pueden apuntar a otros sectores con las herramientas que escoja,
como acusaciones públicas, sanciones económicas y armas nucleares.
Estados
Unidos y otros países, entre ellos Rusia, han acordado que en el
ciberespacio también son válidas las leyes aplicables a los conflictos
armados. El que una ciberoperación se considere un ataque armado depende
de sus consecuencias, más que de los instrumentos utilizados. Tendría
que causar destrucción de la propiedad y lesiones o muerte a las
personas.
Pero,
¿qué ocurre si las operaciones de disuasión no equivalen a un ataque
armado? Existen áreas grises en que objetivos importantes (por ejemplo,
un proceso político libre) no tienen una importancia estratégica
equivalente a la red eléctrica o el sistema financiero. Destruir estos
últimos puede dañar vidas y propiedades, mientras que la interferencia
con lo primero amenaza valores políticos profundamente arraigados.
En
2015, un Grupo de Expertos de Gobierno de las Naciones Unidas
(incluidos Estados Unidos, Rusia, China y la mayoría de los estados con
capacidades cibernéticas importantes) acordaron como norma no atacar
instalaciones civiles en tiempos de paz. Fue un acuerdo apoyado por los
países del G20 en su cumbre realizada en Turquía en noviembre de ese
año. Cuando al mes siguiente un ciberataque anónimo interfirió la red
eléctrica ucraniana, algunos analistas sospecharon que el gobierno ruso
usó armas cibernéticas en su guerra híbrida contra Ucrania. De ser
cierto, significaría que Rusia había violado el acuerdo que acababa de
firmar.
Pero,
¿cómo interpretar la conducta rusa con respecto a las elecciones
estadounidenses? Según autoridades de EE.UU. las agencias de
inteligencia rusas hackearon las cuentas de correo electrónico de
importantes cargos del Partido Demócrata y entregaron a WikiLeaks
material para difundir poco a poco a lo largo de la campaña, asegurando
así un flujo constante de noticias adversas a Hillary Clinton.
Esta
supuesta alteración rusa de la campaña presidencial demócrata cayó en
una zona gris que se podría interpretar como una respuesta
propagandística a la proclamación por Clinton en 2010 de una “agenda por
la libertad” para la internet, en represalia por lo que las autoridades
rusas consideraron como comentarios críticos a la elección de Putin en
2012. Sea cual sea el motivo, pareció un intento de distorsionar el
proceso político estadounidense, precisamente el tipo de amenaza
política no letal que se querría desalentar en el futuro.
La
administración Obama había intentado con anterioridad clasificar la
gravedad de los ciberataques, sin sortear las ambigüedades de estas
zonas grises. En 2016, Obama se enfrentó a complicadas opciones al
estimar el potencial de intensificación gradual de responder con medidas
cibernéticas o con una respuesta más transversal, como las sanciones.
La administración no quería tomar medidas que por sí mismas
distorsionaran las elecciones. Así que, ocho días antes de las
elecciones, Estados Unidos advirtió a Rusia sobre la interferencia en
las elecciones a través de una línea directa (creada tres años atrás
para manejar incidentes importantes en el ciberespacio) que conecta los
Centros de Reducción de los Riesgos Nucleares de ambos países.
Puesto que la actividad de hackeo
de Rusia pareció reducirse o detenerse, la administración Obama
consideró la advertencia como un ejercicio exitoso de disuasión, pero
algunos críticos señalan que los rusos ya habían logrado su objetivo.
Tres
semanas después de las elecciones, la administración señaló que seguía
confiada en la integridad general de la infraestructura electoral
estadounidense y que, desde la perspectiva de la seguridad cibernética,
las elecciones eran libres y abiertas. Pero las autoridades de
inteligencia siguieron investigando el impacto de una campaña de guerra
informativa de los rusos, en la que se difundían noticias falsas sobre
Clinton con la aparente intención de influir sobre los votantes. Muchas
de ellas se originaban en RT News y Sputnik, dos medios de prensa
financiados por el estado ruso. ¿Se debía tratar esto como propaganda o
como algo nuevo?
Varios
críticos creen que el nivel de intervención del estado ruso en el
proceso electoral estadounidense de 2016 ha cruzado un límite y no se
deben descartar como una forma de conducta de zona gris tolerable. Han
instado a la administración Obama a ir más allá en sus denuncias, dando
una descripción pública más extensa de los que la inteligencia
estadounidense sabe sobre la conducta rusa, e imponiendo sanciones
financieras y de viajes contra las autoridades rusas de alto nivel que
se identifiquen. Sin embargo, otras autoridades estadounidenses son
reticentes a poner en riesgo los medios de inteligencia utilizados para
la atribución, y tienen recelos de que se produzca una escalada.
La
intervención de Rusia en las elecciones estadounidenses de 2016 fue un
punto de inflexión. Ahora que se aproximan importantes elecciones en
varias democracias occidentales, los analistas estarán muy atentos a las
lecciones que el Kremlin pueda haber aprendido de ella
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