REFLEXIONES LIBERTARIAS
Ricardo Valenzuela
PRIMERA PARTE
Hace algunos meses, mi buen amigo Luis Revel y yo tuvimos la oportunidad de conocer un personaje muy especial. Se trata de un hombre de otra época, un viejo por demás sabio y sobre todo, un sonorense clásico de aquella sepa que aparentemente hace años se extinguió. Donato Franco es un hombre nacido a principios del Siglo pasado en un pequeño pueblo de la sierra de Sonora, pero que a base de esfuerzo, tesón y trabajo, pudo trasladarse a la ciudad de México para iniciar una etapa de desarrollo intelectual que lo convirtieron en un gran pensador, filosofo, economista y gran sociólogo. Donato fue testigo de los principales acontecimientos históricos que moldearon nuestro país y nuestro Estado durante el siglo que recientemente ha terminado.
Después de mucho insistir, logramos el acuerdo de Donato para recibirnos en su pequeño rancho de la sierra cercana a la frontera con Chihuahua, a donde nos trasladamos Luis y yo para iniciar una de las aventuras mas interesantes de nuestras vidas. En los dos días que estuvimos con Donato tocamos infinidad de temas, mismos que hemos tratado de comunicar a través de estos escritos, sin embargo, no hemos querido como dicen en el rancho; “empachar” a nuestros amigos con tanta información. Pero al haber yo comentado con algunas gentes lo interesante de la visita, y sobre todo, la gran sabiduría de Donato sumada a su experiencia que sólo le dan el haber vivido tantos años y tan intensamente, me han animado en dar esta información aunque sea a gotas.
Narración del segundo día: Después de nuestra primera ronda de conversaciones con el viejo Donato, veo mi reloj y sin darnos cuenta nos ha llegado la noche. Bien dice Donato, hoy hablamos de asuntos muy particulares, mañana me gustaría que tocáramos temas conceptuales e históricos. El frío empieza a arreciar y al asomarme veo algunas plumas de escarcha flotando en el viento. Me despido de ambos argumentando mi cansancio por el viaje, y me retiro a mi pequeño cuarto para después de tirarme a lo largo de una tarima, quedarme dormido con gran profundidad. Durante la fría noche solo escucho el lejano aullido de un coyote y los chillidos del yorihuín.
Me despierta un fuerte aroma de café, pero ese de talega como el que hacían en el rancho de mi abuelo. Me levanto de inmediato y salgo a la rústica estancia para darme cuenta de que Luis ya se encuentra a un lado de la hornilla saboreando su primera taza. Me llama la atención una serie de libros de historia de México y de Sonora desplazados sobre la mesa del comedor de Donato, entre ellos una pequeña biografía titulada; “Gilberto Valenzuela; una vida consagrada al principio de la legalidad.” Me asomo por la única ventana de la cocina y veo a Donato cargando un tercio de leña de mezquite para alimentar la hornilla, combatir nuestro frío e iniciar la preparación del desayuno.
Después de haber devorado unos huevos con machaca acompañados de la clásica tortilla de harina, frijoles maniados y una reconfortante taza de café, le pido a Donato; háblame de Sonora. Se queda pensando para luego afirmar; Sonora, un tema apasionante. Mira nos responde, tengo muchos años, he visto tantas cosas, pero jamas había visto al Estado tan oprimido, tan vejado y la gente tan sumisa. En las noches me vienen a la mente hombres del calibre de Yucupicio, Benjamin Hill, Maytorena, Obregón, Calles etc, y la forma en que escribieron la historia del estado. Pienso también en los que les antecedieron, los que tuvieron que pelear primero contra los apaches a finales del Siglo XIX, y después contra los yaquis a principios del Siglo XX. Luego me traslado a mediados del siglo pasado para visualizar a los que realmente impulsaron el desarrollo de Sonora; Los cariñosamente llamados los viejos; Carlos Maldonado, Federico Valenzuela, Manuel P. Torres, Jesús Elias, Ignacio Soto, José S. Healy, Constantino Laborín etc.
Veo luego un estado agachado, un estado que desde la época de Don Nacho Soto no ha tenido un gobernador popular y querido por todos los sonorenses. Pero la grandeza de Don Nacho era su valentía. Recuerdo cuando allá en los 50s tuvo el enfrentamiento con el congreso del estado manipulado desde el DF por los jerarcas del Partido. Don Nacho desapareció los poderes y los trasladó a Las Calaveras, el rancho de tu abuelo materno, ahí estuvo despachando por algún tiempo. A Yucupicio cuando era gobernador también le quisieron establecer una gubernatura paralela a través de un comandante de la zona militar que le mandaron del DF. Yucupicio llamó a Cárdenas que era presidente y le advirtió; tengo 20,000 yaquis listos para defender la soberanía del estado, se lleva a este comandancito, o lo saco yo. Al día siguiente salió de regreso al DF.
Esos eran los sonorenses de entonces. Ahora veo una generación de agachados y sumisos. Otros pegados a la ubre del gobierno amasando dinero mal habido a cambio de su dignidad, de su integridad. Veo un estado que durante mas de 20 años ha permanecido subyugado y los sonorenses callados. Los últimos 15 en particular han sido una vejación, una vergüenza y un insulto para todos. Pero miren, en Sonora hemos vivido el síndrome del elefante en la sala, todo mundo lo ve, todo mundo sabe que ahí está, todos le sacan la vuelta, pero nadie dice nada, y ahí sigue. Claro, hay también los muchos lambiscones que van y soban al elefante. La generación de ustedes está perdida, solamente las generaciones de jóvenes pueden rescatar al estado de esta situación vergonzosa.
Yo pienso que es muy importante el analizar cómo es que se fue tejiendo ese fenómeno en nuestro Estado. Insisto en que a mi me tocó conocer grandes sonorenses y sobre todo muy valientes. Yo era un niño cuando me tocó atestiguar la convención de generales en Agua Prieta de donde surgió eso; el Plan de Agua Prieta, que fue solamente la rebelión de los Generales sonorenses en contra de Venuestiano Carranza. Pero es interesante el analizar cómo es que nació este famoso plan. Fue tal vez la primera muestra de un gobernador reclamando soberanía. Carranza quiso imponer una serie de medidas autócratas sin el conocimiento inclusive del gobernador Adolfo de la Huerta. Al no aceptarlas de la Huerta, Carranza amenaza con enviar 20,000 hombres a “aliniarlos por la derecha.” La respuesta de los sonorenses fue: Guerra para derribar al tirano.
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