Durante mis lecturas he encontrado que muchos liberales, en el sentido europeo, fueron en algún momento de su vida socialistas o colectivistas, es decir personas que no creían en la interacción libre y voluntaria entre seres humanos y que apostaban a que una mejor sociedad venía de la mano de algún gobierno totalitario presidido por un dictador benévolo.
Es frecuente escuchar anécdotas de personas que en su juventud militaron en algún movimiento comunista o socialista o simpatizaron con tales ideas pero que con el pasar de los años cambiaron radicalmente de pensamiento hasta encontrarse más cerca de los idearios liberales. Entre las personas que han transitado este camino podemos citar a los premio Nobel de Literatura Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, el campeón mundial de ajedrez Gary Kasparov, el presidente de la Unión Soviética y Nobel de la Paz Mijail Gorvachov o escritores como Antonio Escohotado, Carlos Sabino y un sinnúmero de personajes destacados, así como también personas normales y corrientes.
Sospecho que la razón es la siguiente: el socialismo es esencialmente una reacción sentimental. Sus ideas apelan a los sentimientos y a una búsqueda de justicia intrínseca en la naturaleza humana. Los mismos Marx y Lenin, los mayores ideólogos de este movimiento, revelan en sus escritos una tendencia a la rabia, al insulto, y a la descalificación arbitraria e infundada de argumentos que contradicen sus postulados. El adolescente que lee el Manifiesto Comunista o alguna diatriba marxista cree haber descubierto todo lo que hay por conocer sobre política, economía y la acción humana. Por eso, la etapa adolescente donde uno conjuga la ignorancia, la certeza de saberlo todo, la rebeldía y las decisiones las viscerales, es propicia para formar socialistas.
El liberalismo por otro lado es un movimiento intelectual basado en el razonamiento y en el análisis de los principios y consecuencias de la acción humana. Aunque cualquier persona, sin importar el nivel de instrucción o inteligencia, puede tener una predisposición a entender y defender las ideas de la libertad, llegar a ser liberal requiere de mucho estudio, de mucha lectura, de historia, economía, política, filosofía. Ser liberal, invocando a Popper, implica estar en un constante estado de duda. Por eso no es infrecuente que quienes comenzaron como fervientes socialistas, luego de un tortuoso camino de estudios, contrastación de la realidad y verdadera autocrítica muden sus ideas diametralmente hacia el liberalismo.
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