Por Alberto Benegas Lynch (h)
De más está decir que muchos son los
libros que resplandecen en las bibliotecas cuya influencia perdura por
generaciones y generaciones, pero hay obras como las del profesor Dietze
que exigen ser leídas y estudiadas una y otra vez si es que se desea
entender lo que viene ocurriendo en el llamado mundo libre.
Dietze obtuvo tres doctorados: uno en
derecho en la Universidad de Heidelberg, otro en ciencia política de
Princeton y el tercero en ciencia jurídica en la de Virginia. Enseñó
durante décadas en la Universidad Johns Hopkins. Su triada más difundida
está compuesta por Amercia´s Political Dilemma. From Limited to Unlimited Democracy, The Federalist. A Classic on Federalism and Free Government y In Defense of Property,
libro éste ultimo traducido al castellano y publicado por mi padre en
Buenos Aires hace ya más de cuarenta años, con el título de En defensa de la propiedad, obra que tuvo notable difusión, no solo en Argentina sino también en Chile y México.
Lo conocí al profesor Dietze con motivo
de mi conferencia en la reunión anual de la Foundation for Economic
Education en New York, en mayo de 1981, y luego tuve la ocasión de
escucharlo personalmente con motivo de su visita a ESEADE. Ahora dedico
estas líneas a escribir sobre el último de los libros mencionados de
Gottfried Dietze con lo cual no pretendo hacer del todo justicia en una
nota periodística pero sí llamar la atención sobre este libro.
Antes de esto hago una breve
introducción bifronte. Por un lado consigno que la existencia de la
institución de la propiedad privada se debe a la escasez de bienes en
relación a las necesidades que hay por ellos. Si estuviéramos en un
mundo sobreabundante donde habría de todo para todos todo el tiempo no
será necesaria aquella institución ya que con solo estirar la mano se
obtendría lo necesario. Pero como la naturaleza de las cosas no es así y
no pueden simultáneamente utilizarse los mismos bienes (sean de consumo
o de factores de producción) deben asignarse derechos de propiedad (el
origen está explicado por la secuencia Locke-Nozick-Kirzner) y a partir
de allí cada uno debe servir al prójimo para incrementar su patrimonio y
si no lo logra incurre en quebrantos.
En el segundo punto reiteramos que sin
propiedad privada no hay precios ya que estos surgen como consecuencia
de arreglos contractuales en los que se ponen en evidencia las
respectivas valorizaciones (si el Leviatán pretende controlar precios,
estos se convierten en simples números sin relevancia ya que no reflejan
las antedichas valorizaciones). Pues bien, en la media en que se
debilite la propiedad privada (para no decir nada si se la elimina) los
precios dejan de expresar las apreciaciones de cada bien o servicio con
lo que se dificulta (o se imposibilita según el grado de entrometimiento
de los aparatos estatales) la evaluación de proyectos, la contabilidad y
el cálculo económico en general.
Como es sabido carece de sentido
sostener que se procederá en tal o cual dirección “según marquen las
razones técnicas” puesto que de nada sirven si no se las pondera por los
precios. Por eso es que he ilustrado tantas veces este dilema diciendo
que donde no hay precios no se sabe si conviene construir carreteras con
oro o con asfalto.
Vamos ahora muy sucintamente a la obra
de Dietze con comentarios “a vuelo de pájaro”. Comienza su trabajo con
un largo desarrollo de la idea natural de la propiedad en las plantas
que necesitan de territorio para subsistir, los animales que reconocen
su lugar y las comunidades primitivas en un proceso de prueba y error
los condujo a la necesitad de la propiedad para evitar “la tragedia de
los comunes” tal como señaló Aristóteles en contraposición a la idea de
Platón, lo cual fue reafirmado en Grecia y, sobre todo, en Roma.
El autor muestra las influencias
decisivas de Cicerón, Hugo Grotius, Pufendorf, la escolástica tardía,
Sidney, Locke, la Escuela Escocesa y todos sus múltiples derivados
contemporáneos y también las tendencias contrarias a la propiedad del
tipo de las de Rousseau (en su trabajo de 1755, aunque después se haya
retractado parcialmente, pero manteniendo su idea de la democracia
ilimitada), Hans Kelsen, Marx y sus muchos imitadores con versiones
enmascaradas con versiones más suavizadas pero en el fondo más
contundentes (tipo Keynes).
Se detiene a subrayar un aspecto
crucial: el error de santificar las llamadas “libertades civiles” (por
ejemplo, votar) como independientes de las libertades económicas como si
la propiedad privada no fuera la libertad civil por antonomasia, es
decir, el sostén de la civilización (de donde proviene la expresión
“civil”). Como he marcado en otra ocasión resulta por lo menos curioso
que se adhiera al las libertades políticas, es decir el continente, y se
reniega de las posibilidades de cada uno a hacer lo que estime
pertinente con los propio, es decir, el contenido.
Se lamenta que se haya arraigado la
expresión “libertad negativa” con las consiguientes connotaciones, para
aludir a la libertad en el contexto de las relaciones sociales, a saber,
la ausencia de coacción por parte de otros hombres, cuando, en verdad,
esa libertad genera efectos positivos.
Se explaya en el origen de los
parlamentos como administradores de las finanzas del rey o el emperador y
no como legisladores, puesto que esta función estaba en manos de
árbitros-jueces en competencia para descubrir el derecho y no con la
pretensión de diseño o ingeniería social. Además, en este contexto,
refleja la evolución histórica de los parlamentarios como dique de
contención a las inclinaciones de los gobernantes a aumentar impuestos.
En definitiva, los “juicios de manifestación” de los fueros españoles (antes que el habeas corpus
inglés), la Carta Magna, la Petición de Derechos, la Declaración de la
Independencia estadounidense y su Constitución, la Declaración de los
Derechos del Hombre y el Ciudadano (antes de la contrarrevolución
francesa), las Cortes de Cádiz y todas las constituciones que se basaron
en estos pilares, fueron elaborados en torno al derecho de propiedad
junto al derecho de resistencia cuando el poder despótico se torna
irresistible.
Luego de muchas otras consideraciones,
concluye Dietze revelando su preocupación por la declinación del respeto
a la propiedad en el baluarte del mundo libre: Estados Unidos (la
primera edición de su libro es de 1963), lo cual comenzó ya en la época
de Woodrow Wilson con “la revolución del año 13” con la implantación del
impuesto progresivo y el establecimiento de la banca central que
requirieron dos enmiendas constitucionales y siguió con el denominado
“New Deal” para continuar en una senda regresiva hasta nuestro días.
Termina su libro afirmando que “Hemos
perdido el sentido de la importancia de la propiedad. La relevancia de
la propiedad de logró a través de sucesivas luchas y ahora se observa su
continuo recorte y limitaciones. Ya que esta situación ocurrió en el
seno de lo que se reconoce como “democracia”, la cuestión surge en
cuanto a preguntarnos si esa forma de gobierno [la democracia ilimitada]
no ha perdido legitimidad puesto que ha destruido los pilares de la
civilización, es decir, la propiedad privada”.
Sin duda que Gottfried Dietze suscribe
plenamente el ideal democrático (tal como lo pone una y otra vez de
manifiesto en otra de sus ya referidas obras (America´s Political Dilemma. From Limited to Unlimited Democracy),
pero describe como ese ideal a degenerado en su contrario. En esta
instancia del proceso de evolución cultural, urgentemente se requiere
pensar en nuevos límites para el Leviatán si es que se perciben las
ventajas insustituibles en de la propiedad privada que está siendo
corroída por mayorías sin freno, lo cual comenzó en nuestra era con el
gobierno criminal de Adolf Hitler.
En otras oportunidades nos hemos
referido en detalle a algunas de las propuestas realizadas para limitar
el poder al efecto de mantenerse en el ideal democrático, propuestas
realizadas por Hayek, Leoni y las que han pasado inadvertidas formuladas
por Montesquieu y las expuestas por Randolph y Gerry en la Convención
Constituyente estadounidense. Si estas sugerencias no fueran aceptadas,
hay que pensar en otras, puesto que de lo contrario los aparatos
estatales desbocados terminarán con la sociedad abierta.
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