Wednesday, November 16, 2016

México desmadrado (I)



“¿QUIEN TIENE EL DERECHO DE ADUEÑARSE DEL FUTURO?”

Ricardo Valenzuela

Desde que tengo uso de razón siempre me ha apasionado la historia de México. Pero de todos los dramáticos capítulos que han dibujado el rostro del país, para mí el más excitante ha sido ese doloroso evento que nos llevó a perder la mitad de nuestro territorio durante el siglo XIX. Acabo de leer el excelente libro de Francisco Martin Moreno; México Mutilado.
Al iniciar la lectura me encuentro con un pasaje increíble. El presidente en turno, un tal Gral. Herrera, se alista para rechazar la agresión de EEUU en Texas y ordena a otro General, un tal Paredes, se dirija con sus tropas hacia el rio Bravo y defienda el honor de la patria. Le hace llegar los recursos solicitados y sorpresa. 




El honorable castrense en lugar de enfilar sus tropas a la frontera, las dirige a la ciudad de México para, en otro golpe de estado, derrocar al presidente Herrera. Pero oh sorpresa, cuando Paredes arriba a su destino, se entera ya se le había adelantado otro Gral. Valencia. Luego Valencia se arrepiente y Paredes es electo por una "junta de representantes" como el nuevo mandatario.
Ahí me dije, debo investigar.
He dado con un artículo aparecido en EEUU durante 1846 de la pluma de una prestigiada periodista; Jane Storms. Cuando el presidente Polk se debatía para decidir por alguna de las alternativas del plan expansionista, A) Anexar Texas B) Anexar Texas, California y Nuevo México C) Anexar Texas, California, Nuevo México, Chihuahua, Sonora y Baja California, a manera de ayudar al presidente en su grave decisión, publica su nota:
ALGUNAS DIFERENCIAS ENTRE MEXICO Y EEUU.
“Las colonias norteamericanas lucharon, desde un principio, para conservar las instituciones políticas inglesas, tales como gobierno representativo, le ley común (common law) el sistema de jurado popular, la supremacía de la ley, impuestos reducidos y la subordinación del ejercito a la autoridad civil. Gozábamos de unidad nacional, arraigo institucional, soñábamos con una patria nueva y promisoria. Las colonias españolas, por el contrario, durante trescientos años, nunca contaron con un gobierno representativo ni hubo subordinación del ejército ni la iglesia al poder civil, nunca se dio el arraigo institucional ni una identificación con el país.
Nosotros no rompimos con nuestro pasado, mientras que los mexicanos rompieron con el suyo: de ahí adivino una fuente de su caos. Nosotros nos convertimos en anglosajones modernos, plenamente convencidos de nuestra nacionalidad. Ellos rechazaron lo español pero también lo indígena y, por lo tanto, cayeron en una confusión al no encontrar una identidad ni como deseaban ser en todos los órdenes de la vida.
La cerrazón española impidió abrir las puertas al mundo y dejó de poblar masivamente sus colonias, lo que hubiera promovido se convirtieran en un país libre y próspero. Nosotros abrimos la compuerta a inmigración masiva y, por ello, en estos momentos con 20 millones de habitantes esforzados, libres, alfabetizados, dotados de una mística de progreso y deseosos de construir un futuro en una nueva patria, en donde los ignorantes y los perezosos no tendrían cabida.
Nuestros colonos vieron esta oportunidad como un designio divino para crear una comunidad ejemplar que fuera la admiración del mundo. Eran hombres de negocios, dueños de sí mismos, acostumbrados a tener autoridad y arribaban a este nuevo mundo con sus familias para glorificar a Dios por medio del trabajo y a vivir una existencia honesta y próspera, ya que el éxito de sus proyectos era signo de bendición divina. Para nosotros trabajar es acercarse a Dios. Para los españoles, al igual que toda la aristocracia europea, el trabajo es impropio para su categoría social.
Los conquistadores no eran colonos. Ellos llegaban solteros, venían a enriquecerse a costa de los demás para luego regresar a España a disfrutar de sus fortunas. Después de comerse el fruto tiran la cascara mexicana ¿Eso se entiende por patria? Ellos no llegaron con sus familias y sus mujeres a fundar un nuevo país. Ellos procrearon hijos por doquier. Prostituyeron a la gran familia azteca, eran, en muchos casos, convictos que viajaban al nuevo continente en contra de su voluntad. Su avidez por el lujo y la vida material no se satisfacía por medio del trabajo, sino del despojo, del privilegio y las influencias. El rencor que crearon entre las masas aborígenes desposeídas de su religión y de sus bienes envenenó el alma mexicana.
La colonización sajona extinguió el mestizaje; la española lo propició. Nosotros, los protestantes, no estamos obligados al pago de diezmos; ellos, católicos, deben pagarlo coactivamente. Nosotros, desde nuestro inicio, logramos separar la iglesia del estado; ellos subsisten amenazadoramente fusionados en lo político y en lo religioso. Nosotros ejercemos el libre comercio, ellos siempre dependieron de Sevilla, al otro lado del Atlántico. Nosotros abrimos la migración; ellos no colonizaron sus territorios norteños, no supieron trabajarlos ni defenderlos ni unificarlos con el resto del país. Nuestras fincas prosperaron, nuestros campos florecieron. A ellos los arroparon con La Encomienda para concentrar la riqueza y crear abismales diferencias sociales que hoy amenazan la vida y la paz de México.
Nosotros crecimos por medio de la agricultura y el comercio; ellos, a través de la minería y al desplomarse la actividad, se desplomó el país. Nosotros elegimos nuestras autoridades religiosas y civiles; ellos nunca han elegido a sus líderes políticos ni eclesiásticos, nunca han elegido a nadie.
Entre nosotros los ricos se salvan, la riqueza es la manifestación de estar haciendo bien el servicio al Señor. Para ellos es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja a que un rico entre al reino de los cielos. Nosotros promovemos la tolerancia religiosa; ellos aceptan los dictados de una iglesia autoritaria que invita a la resignación y a la miseria para controlar mejor a la feligresía, cobrar más limosnas cuyo importe siempre ocultan. Nosotros somos optimistas, arquitectos de nuestros destinos; según ellos, Dios escribió, desde el inicio, el destino. Son fatalistas, todo es irremediable. Lo que será, será. Nosotros llegamos a regenerar el mundo con nuestro ejemplo; ellos están para lo que Dios mande. Nosotros tenemos derecho a la tierra no trabajada. Ellos detentan grandes territorios no para trabajarlos, sino para ostentarlos socialmente sin reparar en el daño social.
En EEUU, de 1789 a 1847, en cincuenta y ocho años, hemos tenido 11 presidentes sin que ninguno de ellos hubiera terminado su mandato de forma violenta. En México, de 1821 a 1846, en veinte y cinco años, se cambió en 33 ocasiones al titular del poder ejecutivo. ¿Cómo construir una nación sin estabilidad política? Nosotros jamás disolvimos un Congreso ni encarcelamos a nuestros legisladores, no asesinamos senadores. Nunca incendiamos periódicos ni destruimos sus planchas. Tampoco contamos con policías clandestinas a las órdenes de nuestros pastores ni estos han operado nuestras cárceles.
¿Quién tiene el derecho de adueñarse del futuro?”

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