Tuesday, November 8, 2016

Los mitos y la libertad

Luis Alfonso Herrera Orellana dice que a pesar de que los mitos caudillistas han sido sometidos a profundas y contundentes críticas, estas usualmente han carecido de mitos alternativos acerca de la cultura de la libertad.
Luis Alfonso Herrera es Licenciado en Filosofía y Abogado especializado en Derecho Administrativo por la Universidad Central de Venezuela (UCV). Herrera se desempeña actualmente como Investigador de CEDICE-Libertad y es director de la asociación civil Un Estado de Derecho. Además, es profesor de la UCV.
En su discurso de incorporación a la Real Academia Hispanoamericana de Ciencias, Artes y Letras, leído el 18 de junio de 2014, el jurista venezolano Asdrúbal Aguiar afirmó que “durante 183 años de historia independiente los venezolanos hemos sido, en 130 años, ciudadanos de repúblicas militares o colonizadas por los mitos revolucionarios”.
Aclaremos: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de “mitos”? Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, la palabra mito tiene cuatro significados: “1. Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. 2. Historia ficticia o personaje literario o artístico que encarna algún aspecto universal de la condición humana. El mito de don Juan. 3. Persona o cosa rodeada de extraordinaria admiración y estima. 4. Persona o cosa a la que se atribuyen cualidades o excelencias que no tiene. Su fortuna económica es un mito”.



A esos mitos revolucionarios a los que alude Aguiar, entre los que se encuentran la supuesta pureza de los habitantes originarios corrompida por la conquista, la condición de héroes impolutos de los militares que batallaron por la independencia con Simón Bolívar a la cabeza, la gloria absoluta de la guerra de independencia y la malignidad radical de todo lo español, se deben sumar otros que surgieron durante la historia “republicana” de Venezuela, algunos de ellos contradictorios entre sí, como son la supuesta necesidad de un caudillo fuerte (militar) que guíe con mano dura a la nación, la revolución socialista como vía a la “suprema felicidad social”, la condición de país rico por la existencia de petróleo en el subsuelo, la autosuficiencia del gobierno central para sostener la economía mediante la redistribución de la riqueza, la democracia como respuesta única a todos los conflictos sociales, la Constitución como fetiche para “refundar” la República cuantas veces lo pida el caudillo de turno y el papel internacional de Venezuela de gran representación de los países subdesarrollados frente al “imperialismo”. Todos ellos, puede decirse, entran en la cuarta acepción de la palabra mito, pues ninguno tiene las cualidades o excelencias que se le atribuyen, y además, su acogida ha resultado muy negativa para los venezolanos.
Todos estos mitos, que han pasado de generación en generación de venezolanos gracias no solo a la tradición oral y a la actividad de difusión de sus interesados cultores, sino también a su irresponsable y acrítica promoción a través de programas y libros usados en el sistema educativo nacional (tanto en las escuelas básicas estatales como en las privadas, e igualmente en el nivel universitario), han sido objeto de hondo análisis por diferentes expertos, desde las más diversas áreas del conocimiento, siendo una breve muestra de ello los ensayos de destacados venezolanos como Aníbal Romero (La miseria del populismo), Carlos Rangel (Del buen salvaje al buen revolucionario), Ana Teresa Torres (La herencia de la tribu) y Enrique Viloria Vera (Neopopulismo y neopatrimonialismo), todos los cuales, en general, tienen la doble finalidad de, por un lado, revelar ante el gran público la existencia de todos estos mitos, y por otro, mostrar las hondas consecuencias, en general muy negativas, que todos ellos han tenido para el desarrollo institucional, político, social y económico de nuestra sociedad, así como la conveniencia de su abandono.
Ahora bien, al no ser ese uno de sus propósitos, no encontramos en estos ensayos, y en general en las fundadas críticas que tanto en Venezuela como en otros países de la región se hacen contra los mitos políticos hispanoamericanos, ningún planteamiento orientado a la sustitución de mitos como los mencionados con anterioridad por otros que, en lugar de generar atraso y conflicto, brinden por el contrario base sólida a la cultura de la libertad y el conjunto de instituciones que la garantizan y fortalecen (democracia representativa, Estado de Derecho, economía de mercado, derechos de propiedad, descentralización, libertad de prensa, independencia judicial, pluralismo y tolerancia, entre otros), omisión que tal vez se deba a la reducción de la palabra mito a su cuarta acepción, y a la implícita aceptación de dos premisas consideradas esenciales a la hora de enfrentar el impacto negativo de estos mitos políticos: 1) que actuar conforme a mitos es algo pre-moderno, contrario a la razón y la ciencia, y por tanto no es posible ni aceptable defender la cultura de la libertad apelando a mitos, y 2) que los seres humanos, gracias al conocimiento científico y la tecnología, está en capacidad de vivir perfectamente sin mitos, basando su conducta únicamente en evidencias, experiencias, verificaciones y demostraciones.
Me permito disentir de ambas premisas, y plantear como opción para la mejor defensa de la libertad en nuestra región y en otras partes del mundo, partiendo de la primera y tercera acepción de la palabra mito, el rescatar y difundir la narrativa maravillosa de la libertad, destacando a las personas y cosas dignas de extraordinaria admiración y estima que la han hecho posible en todos los continentes y tiempos. Respecto de la primera premisa, porque así como las emociones del ser humano no son contrarias al desarrollo y uso de sus capacidades cognitivas, los mitos no son artificios en sí mismos contrarios a la posibilidad de mejora de las sociedades, ni per se incompatibles con el conocimiento, la argumentación y el desarrollo, ya que son muchos los ejemplos de personajes y eventos históricos, e incluso de ficción, que han inspirado a generaciones de personas en todo el mundo, más allá de los países en que aquellos vivieron o surgieron. Ejemplos de ello son Abraham Lincoln, la Batalla de Las Termópilas y Don Quijote de La Mancha. Sin duda, debemos entonces moderar el uso peyorativo de la palabra mito. Y de la segunda premisa, porque dado que el ser humano no puede vivir en cuanto tal sin ficciones, sin valores, sin creencias y sin sueños, no obstante que estamos en el siglo XXI, entonces tampoco puede vivir sin mitos que lo inspiren y hagan experimentar, por ejemplo, lo extraordinario de la lucha, conquista y preservación de la libertad.
Para ello, resulta indispensable tener en cuenta lo sostenido por una autoridad en la materia, como es Joseph Campbell, quien afirma que “…en todo el mundo habitado, en todos los tiempos y en todas las circunstancias, han florecido los mitos del hombre; han sido la inspiración viva de todo lo que haya podido surgir de las actividades del cuerpo y de la mente humanos. No sería exagerado decir que el mito es la entrada secreta por la cual las inagotables energías del cosmos se vierten en las manifestaciones culturales humanas” (Campbell, El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito, p. 11). De allí que plantee en otra de sus obras lo siguiente: “…Ya que los órdenes morales de las sociedades siempre han estado fundamentados en los mitos, en los canonizados como la religión, y ya que el impacto de la ciencia sobre los mitos ha resultado —aparentemente sin poder evitarlo— en el desequilibrio moral, debemos preguntarnos si no es posible llegar científicamente a un entendimiento de la naturaleza de los mitos como base de la vida, de manera que, al criticar sus rasgos arcaicos, no desfiguremos y descalifiquemos su necesidad” (Campbell, Los mitos. Su impacto en el mundo actual, p. 25). Toca a los amantes y defensores de la libertad en Hispanoamérica la desafiante, pero también apasionante sustitución de los mitos que generan autoritarismo y pobreza por los mitos que, por el contrario, estimulan la libertad y la prosperidad en las sociedades.

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