Joseph S. Nye
Joseph S. Nye, Jr., a former US
assistant secretary of defense and chairman of the US National
Intelligence Council, is University Professor at Harvard University. He
is the author of Is the American Century Over?
Los desafíos de política exterior de Donald Trump
CAMBRIDGE
– Durante su campaña, el presidente electo de Estados Unidos cuestionó
las alianzas e instituciones que apoyaban el orden mundial liberal, pero
no hizo demasiada mención a políticas específicas. Quizás el
interrogante más importante que plantea su victoria sea si la extensa
fase de globalización que comenzó al finalizar la Segunda Guerra Mundial
esencialmente terminó.
No
necesariamente. Aún si los acuerdos comerciales como el Acuerdo
Transpacífico y el TTIP fracasan y la globalización económica se
desacelera, la tecnología está promoviendo una globalización ecológica,
política y social en la forma de cambio climático, terrorismo
transnacional y migración -le guste o no a Trump-. El orden mundial
excede a la economía y el papel de Estados Unidos allí sigue siendo
central.
Con
frecuencia, los norteamericanos no entendemos bien cuál es nuestro lugar
en el mundo. Oscilamos entre el triunfalismo y el derrotismo. Después
de que los soviéticos lanzaron el Sputnik en 1957, creímos que estábamos
en decadencia. En los años 1980, pensábamos que los japoneses medían 3
metros. En el período posterior a la Gran Recesión de 2008, muchos
norteamericanos por error creyeron que China se había vuelto más
poderosa que Estados Unidos.
A
pesar de la retórica de campaña de Trump, Estados Unidos no está en
decadencia. Debido a la inmigración, es el único país desarrollado
importante que no sufrirá una declinación demográfica a mediados de
siglo; su dependencia de las importaciones de energía está disminuyendo,
no aumentando; se encuentra a la vanguardia de las tecnologías
relevantes (biotecnología, nanotecnología, tecnología de la información)
que darán forma a este siglo, y sus universidades dominan los rankings
mundiales.
Muchas
cuestiones importantes poblarán la agenda de política exterior de Trump,
pero probablemente predominarán unas pocas cuestiones -concretamente
las relaciones con grandes potencias como China y Rusia y la agitación
en Oriente Medio-. Un ejército estadounidense fuerte sigue siendo
necesario pero no basta para ocuparse de las tres. Mantener el
equilibrio militar en Europa y el este de Asia es una fuente importante
de influencia norteamericana, pero Trump está en lo cierto al decir que
intentar controlar la política interna de poblaciones nacionalistas en
Oriente Medio es una receta para el fracaso.
Oriente
Medio está atravesando un conjunto complejo de revoluciones que surgen
de fronteras poscoloniales artificiales, de un conflicto sectario
religioso y de la modernización postergada que se describe en los
Informes de Desarrollo Humano Árabe de las Naciones Unidas. La agitación
resultante puede durar décadas y continuará alimentando el terrorismo
yihadista radical. Europa se mantuvo inestable durante 25 años después
de la Revolución Francesa y las intervenciones militares de potencias
externas no hicieron más que empeorar las cosas.
Sin
embargo, aún con menos importaciones energéticas provenientes de
Oriente Medio, Estados Unidos no puede darle la espalda a la región,
considerando sus intereses en Israel, la no proliferación y los derechos
humanos, entre otros. La guerra civil en Siria no sólo es un desastre
humanitario; también está desestabilizando a la región y a Europa.
Estados Unidos no puede ignorar estos acontecimientos, pero su política
debería ser una política de contención, que influya en los resultados
alentando y fortaleciendo a nuestros aliados, en lugar de intentando
ejercer un control militar directo, que sería costoso y a la vez
contraproducente.
Por
el contrario, el equilibrio regional de poder en Asia hace que Estados
Unidos sea bienvenido allí. El ascenso de China ha alimentado la
preocupación en India, Japón, Vietnam y otros países. Manejar el ascenso
global de China es uno de los grandes desafíos en materia de política
exterior de este siglo, y la estrategia bipartidaria de doble vía de
Estados Unidos de "integrar pero asegurar" -según la cual Estados Unidos
invitó a China a sumarse al orden mundial liberal, reafirmando a la vez
su tratado de seguridad con Japón- sigue siendo la estrategia correcta.
A diferencia de
hace un siglo, cuando una Alemania en ascenso (que había superado a Gran
Bretaña en 1900) atizó los temores que ayudaron a precipitar el
desastre de 1914, China no va a superarnos en poder general. Aún si la
economía de China superara a la de Estados Unidos en tamaño total para
2030 o 2040, su ingreso per capita (una mejor medida de la
sofisticación de una economía) decaerá. Es más, China no igualará el
"poder duro" militar de Estados Unidos o su "poder blando" de atracción.
Como dijo alguna vez Lee Kuan Yew, mientras Estados Unidos siga abierto
y atraiga los talentos del mundo, China "le va a hacer competencia",
pero no va a reemplazar a Estados Unidos.
Por
esas razones, Estados Unidos no necesita una política de contención de
China. El único país que puede contener a China es China. Al
intensificar sus conflictos territoriales con sus vecinos, China se
contiene a sí misma. Estados Unidos necesita lanzar iniciativas
económicas en el sudeste de Asia, reafirmar sus alianzas con Japón y
Corea y seguir mejorando las relaciones con India.
Finalmente,
está Rusia, un país en decadencia, pero con un arsenal nuclear
suficiente para destruir a Estados Unidos -y, en consecuencia, todavía
una amenaza potencial para Estados Unidos y otros-. Rusia, que
prácticamente depende por completo de los ingresos de sus recursos
energéticos, es una "economía de monocultivo" con instituciones
corruptas y problemas demográficos y sanitarios insuperables. Las
intervenciones del presidente Vladimir Putin en los países vecinos y en
Oriente Medio, y sus ataques cibernéticos contra Estados Unidos y otros,
si bien están destinados a hacer que Rusia se vea grande otra vez, no
hacen más que empeorar las perspectivas de largo plazo del país. En el
corto plazo, sin embargo, los países en decadencia suelen asumir más
riesgos y, por lo tanto, son más peligrosos -un ejemplo es el imperio
austrohúngaro en 1914.
Esto ha
creado un dilema político. Por un lado, es importante resistir el enorme
desafío de Putin a la prohibición del orden liberal post-1945 del uso
de la fuerza por parte de los estados para apropiarse de territorio de
sus vecinos. Al mismo tiempo, Trump tiene razón al evitar el aislamiento
completo de un país con el cual tenemos intereses superpuestos en lo
que concierne a la seguridad nuclear, la no proliferación, el
antiterrorismo, el Ártico y cuestiones regionales como Irán y
Afganistán. Las sanciones financieras y energéticas son necesarias para
la disuasión; pero también tenemos intereses genuinos que podríamos
promover mejor si los enfrentáramos junto con Rusia. Nadie saldría
ganando con una nueva Guerra Fría.
Estados
Unidos no está en decadencia. La tarea inmediata en el ámbito de la
política exterior para Trump será la de ajustar su retórica y
garantizarles a sus aliados y a otros que el papel de Estados Unidos en
el orden mundial liberal continuará.
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