Las crisis son tiempos de cambio y la tormenta financiera internacional que estalló en 2008, la más grave desde el crack del 29, no ha sido una excepción. Los diagnósticos erróneos y las soluciones fallidas que han adoptado buena parte de los países ricos para tratar de salir del atolladero, como las bajadas de tipos de interés, el aumento del gasto o las restricciones económicas, han dificultado enormemente la recuperación, provocando con ello un amplio descontento social respecto a los tradicionales partidos políticos que, por desgracia, se han ido materializando en peligrosos y nefastos populismos, tanto de izquierdas como de derechas.
Sin embargo, a pesar de las diferentes orientaciones ideológicas que presentan unos y otros, dichos movimientos comparten un denominador común: el proteccionismo en sus diferentes vertientes, tanto comercial (regreso a las políticas arancelarias) como laboral (miedo al inmigrante), y, por tanto, el rechazo a la globalización.
La victoria de Donald Trump en EEUU es el último reflejo de este nuevo panorama internacional, pero no el único. La victoria del Brexit en Reino Unido, el Gobierno antieuropeísta de Syriza en Grecia, el ascenso de Marine Le Pen en Francia y fuerzas de similar naturaleza en el centro y norte de Europa y, por supuesto, de Podemos en España, entre otros, ponen en cuestión los fundamentos de la UE -libre circulación de personas, bienes y capitales- y la progresiva apertura comercial que ha tenido lugar en las últimas décadas a lo largo y ancho de globo.
Más allá de sus evidentes consecuencias geopolíticas, el avance populista supone un importante riesgo para el futuro de la economía global. Lo que hoy se conoce como globalización no es más que el libre comercio de toda la vida. Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, los países que fueron sometidos a la cruel bota del comunismo durante buena parte del siglo XX transitaron hacia el capitalismo y, poco a poco, empezaron a abrirse al exterior, incluida China, que ostenta la mayor población del planeta.
Los frutos de esa gradual y creciente globalización se pueden resumir en cuatro grandes hitos para el conjunto de la humanidad, cuya relevancia, sorprendentemente, es ignorada o desconocida por buena parte de la opinión pública.
1. La pobreza se hunde
El porcentaje de la población mundial que vive en una situación de pobreza extrema -menos de 1,9 dólares al día- ha caído del 35% existente en 1990 a tan sólo el 10% en 2013. En términos absolutos, el número de pobres ha bajado de 1.850 millones de personas a 750 millones en menos de 25 años. Es decir, la extensión del capitalismo global ha logrado sacar de la pobreza a 1.100 millones de personas, mientras que la población mundial ha crecido en cerca de 2.000 millones de individuos durante este mismo período.
La intensidad de este avance ha variado en función de la mayor o menor defensa del libre mercado que han protagonizado los distintos países, pero la pobreza ha caído de forma generalizada en todos los continentes, desde la Europa oriental hasta América Latina, Asia o el África subsahariana. Y lo más importante es que, de mantenerse este ritmo, la pobreza será un vestigio del pasado antes de 2030. Para esa fecha, siempre y cuando no se revierta esta tendencia globalizadora, ya no habrá pobres en el mundo… ¡Por primera vez en la historia de la humanidad!
2. La riqueza se duplica
Pero no sólo hay muchos menos pobres, sino que la gente vive cada vez mejor. El indicador más significativo en esta materia es que la renta media de la población mundial casi se ha duplicado desde los años 80, al pasar de 4.000 a casi 8.000 dólares por habitante. Si se echa la vista atrás, se observa que la renta per cápita ha subido desde los 600 dólares a principios del siglo XIX, en los inicios del capitalismo, hasta los cerca de 8.000 que se registran en la actualidad.
El caso de Occidente es, sin duda, el más llamativo, ya que Europa, EEUU, Canadá, Nueva Zelanda y Australia (WO en la gráfica) han visto cómo su nivel medio de ingresos ha pasado de tan sólo 1.300 dólares en 1820 a casi 30.000 en 2010. Pero también resulta muy relevante el salto del sudeste asiático, ya que en 1960 su renta per cápita era de apenas 1.000 dólares, inferior a la europea en 1820, mientras que medio siglo después ya roza los 10.000. Se mire por donde se mire, la población del planeta ha mejorado mucho sus condiciones de vida en los últimos 30 años, coincidiendo con la caída del comunismo.
3. La desigualdad se reduce
Y, puesto que la pobreza cae y la riqueza aumenta, la desigualdad mundial también se reduce. Tal y como refleja el siguiente gráfico, la línea verde (cuanto más rico, mayor igualdad) se sitúa por encima de las líneas roja (un mundo pobre) y azul (un mundo dividido entre países ricos y pobres).
En 1820, la mayoría del mundo vivía en la pobreza, con ingresos similares a los países más atrasados de África en la actualidad (alrededor de 500 dólares internacionales). Entonces, entre el 85% y el 95% de la población vivía en la pobreza absoluta.
En 1950, 150 años después, el mundo era mucho más desigual, puesto que había una gran diferencia entre países ricos (renta media de 5.000 dólares) y pobres (500 dólares per cápita). Los primeros eran 10 veces más ricos que los segundos.
A partir de ese momento y, muy especialmente, desde los años 90, la distribución volvió a cambiar radicalmente. Primero el sudeste asiático y después China y las exrepúblicas soviéticas comenzaron a abrirse al capitalismo y al mercado internacional, reduciéndose así la desigualdad de ingresos a nivel mundial. El mundo, por tanto, se ha vuelto más rico y menos desigual.
4. El número de guerras se desploma
Por último, otro dato muy poco conocido es que el comercio es la mayor garantía para la paz. Las guerras suelen ir precedidas de bloqueos y trabas comerciales entre los distintos países.
No es de extrañar, por tanto, que los períodos con menor número de conflictos bélicos entre las grandes potencias (Europa, EEUU, Japón, China, Rusia…) hayan coincidido también con las etapas de mayor apertura y libertad comercial, como fue buena parte del siglo XIX y la segunda mitad del XX. La UE, de hecho, nació inicialmente como solución a las guerras totales que destrozaron Europa el pasado siglo. Los países que comercian libremente no se matan entre sí.
En resumen, es innegable que la globalización ha traído consigo un mundo mucho más rico, igualitario y pacífico. El proteccionismo, por desgracia, provocará justo lo contrario en caso de que triunfe de nuevo.
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