Por Álvaro Vargas Llosa
El Trans-Pacific Partnership, ese
tratado comercial que abarca al 40 por ciento de la economía mundial y
que en español tiene tantas traducciones espantosas que mejor es usar el
acrónimo inglés TPP y así nos entendemos todos, interesa mucho a
México, Chile y Perú (una injusticia que Colombia se quede afuera). No
ha sido posible sacarlo adelante todavía en gran medida porque no lo ha
ratificado Washington. En vista de que las dos candidaturas
presidenciales estadounidenses importantes se oponen a él, es improbable
que sea ratificado por un buen tiempo.
Durante la campaña se han oído muchos ataques al TPP y unas pocas defensas. Todos los argumentos han girado en torno a China.
Para los defensores, el mérito es que servirá como instrumento
estratégico para “contener” a China. Para los muchos detractores, los
signatarios permitirán, una vez que esté ratificado, el ingreso de China
“por la puerta atrasera” y eso será una calamidad competitiva para los
trabajadores estadounidenses.
Ambos argumentan un absurdo.
China ha empleado los años en que se negociaba el TPP para tejer sus
redes comerciales y montar una arquitectura institucional para
garantizar las relaciones comerciales con muchos de los países que
son…¡miembros del TPP! Como muestra un estudio de Truewealth
Publishing publicado hace poco tiempo, entre 2006 y 2014, los años de la
negociación, la inversión china en países que son parte del TPP creció
350%.
China ya tiene TLCs con nueve de los
doce signatarios del tratado transpacífico, desde Australia y Chile
(2006) hasta Nueva Zelanda y Singapur (2008), Perú (2009) y los países
del sudeste asiático que forman parte de la ASEAN. Para colmo, la ASEAN
está finalizando un amplio tratado con seis países con los que ya tienen
acuerdos comerciales, incluida China. Por si fuera poco, Xi Jinping
impulsa la Iniciativa “Una franja, una Ruta” destinada a fortificar las
conexiones entre Asia, Europa y África.
En otras palabras: mientras los
políticos discuten si el TPP es un muro contra China o un caballo de
Troya de los chinos para acabar con Estados Unidos, Pekín ya ha montado
su propio TPP.
Hoy, según el Banco Mundial, el comercio
global equivale a 48.4% del PBI mundial, pero los intercambios
comerciales de América del Norte sólo ascienden a 24 por ciento del
tamaño de la producción de esa zona del globo. Y la culpa no es de
Canadá (54 por ciento) o México (68.7 por ciento), sino de Estados
Unidos, cuyo comercio sólo equivale a 21 por ciento de su PIB.
Felizmente Estados Unidos tiene
doce TLCs con América Latina que sería muy complicado para cualquier
Presidente estadounidense deshacer. Porque lo cierto es que el
proteccionismo está espesando el aire económico y político que se
respira en los grandes centros de poder de Occidente, y Estados Unidos
no es el único.
Había una época en que los países
desarrollados daban lecciones al resto del mundo sobre cómo alcanzar la
prosperidad. Hubo algunos periodos en que esos mismos países
traicionaron sus propias recetas -por ejemplo, los años 30 o los años
70-, abandonándose al proteccionismo. Hoy, el desafío para los
“emergentes” es resistir el embate de las malas lecciones que los países
más prósperos del mundo están repartiendo a diestra y siniestra.
La campaña estadounidense ha sido
-además de un circo- un torneo de despropósitos en materia económica,
especialmente comercial, con algunas, muy escasas, excepciones. Toca a
los países menos prósperos entender que a veces son los de abajo los que
tienen que darles lecciones a los de arriba para que la cordura no
sucumba en todo el planeta.
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