Por Mary Anastasia O'Grady
Hillary Clinton y Donald Trump
están en un empate estadístico en Florida, donde los 29 votos
electorales del estado serán decisivos en las elecciones presidenciales
de Estados Unidos el martes. Una sorpresa para los demócratas es que la
decisión del presidente Barack Obama
en diciembre de 2014 de liberalizar la política estadounidense hacia
Cuba no está ayudando a su candidata como lo esperaba la Casa Blanca. En
lugar de eso, se ha vuelto un problema.
El presidente estadounidense y los
demócratas apostaron en grande a la hipótesis de que el enfoque
tradicional de línea dura para tratar con el régimen castrista, que
impulsó la diáspora cubana de las décadas de los 60, 70 y 80, había
pasado de moda. Una nueva generación de cubano-estadounidenses, ya sean
nacidos en o recién llegados al país norteamericano, estaban a favor de
tener vínculos económicos y políticos con el régimen.
Al promocionar la liberalización de los
viajes a la isla como una oportunidad para que los inversionistas
aprovecharan el cambio en Cuba, el gobierno de EE.UU. también esperaba
despertar entusiasmo en Miami frente con su actitud más gentil y dócil
hacia la dictadura militar comunista. Se suponía que la distensión de
Obama frente a Cuba iba a ser un triunfo político.
Apenas 23 meses después, esa teoría está siendo sometida a prueba.
Los cubano-estadounidenses que
inicialmente apoyaron la decisión de Obama están cada vez más
desilusionados con una estrategia de gobierno que ayuda a los Castro
pero excluye al pueblo cubano. Esto podría afectar la participación
entre los votantes de centro izquierda a quienes les preocupan los
derechos humanos.
La política de Obama parece también
estar vigorizando a una mayor cantidad de cubano-estadounidenses
conservadores e independientes a apoyar al candidato republicano. Un
sondeo realizado de New York Times Upshot/Siena College dado a conocer
el 30 de octubre tenía al empresario neoyorquino superando a Clinton 52%
a 42% entre este grupo demográfico. Algunos lo interpretan como el
resultado de un reciente esfuerzo de Trump en el sur de Florida de
presentarse como el defensor de los exiliados cubanos. Pero es más
probable que sea un alza del voto de protesta.
El embargo comercial de EE.UU., que data
de 1962, fue convertido en ley en 1996. Levantarlo requiere la
aprobación del Congreso. Pero Obama ha normalizado las relaciones con La
Habana, un paso que apunta a legitimar un gobierno mafioso. El
mandatario también usó una orden ejecutiva para liberalizar los viajes
de estadounidenses a Cuba y le ha otorgado licencias a algunos hoteles
de EE.UU. para que operen en la isla.
La explicación pública del gobierno de
Obama para el cambio es que el acercamiento económico con Cuba acelerará
la caída de la dictadura.
Una lectura menos benévola de las
intenciones de Obama sugiere que el presidente mantiene simpatías
ideológicas hacia la Revolución Cubana y que cree que los Castro
trataran a los cubanos de forma humana solo si EE.UU. muestra tolerancia
hacia el totalitarismo tropical.
Independientemente de la narrativa que
usted prefiera, el presidente estadounidense hizo un muy mal cálculo,
algo que incluso sus seguidores han notado.
La columnista cubana Fabiola Santiago,
quien dijo que alguna vez apoyó la política de acercamiento del
presidente con el fin de mejorar las vidas de los cubanos, captó la
desilusión en una columna del 1 de julio en el Miami Herald. Santiago se
mostró particularmente furiosa con la apertura del hotel Four Points
Sheraton Havana que “le presta servicios a usted, viajero
norteamericano, de la mano de las mismas personas que reprimen a los
cubanos”.
La columnista explicó que la apertura de
Obama fue promocionada como un camino que permitiría a las compañías
estadounidenses formar empresas conjuntas con emprendedores cubanos. En
lugar de ello, escribió en referencia a Starwood Hotels and Resorts
Worldwide, la matriz de Sheraton, “el gigante hotelero estadounidense
firmó un acuerdo con las fuerzas armadas cubanas, propietarias del
hotel”. Como ella misma observa, eso no cambia nada: “Sólo estamos
pasando de que los hermanos Castro se enriquezcan mediante un gobierno
totalitario, a que las represoras fuerzas armadas hagan exactamente lo
mismo”.
Santiago citó una opinión similar de
Richard Blanco, el poeta cubano-estadounidense que fue invitado a
declamar durante la reapertura de la embajada estadounidense en La
Habana en agosto de 2015. “¿Cómo se concretará [la meta de llevar
prosperidad al pueblo cubano] si básicamente están haciendo lo que han
hecho otros inversionistas extranjeros, es decir, firmar un acuerdo con
el gobierno que deja a los cubanos comunes y corrientes en la misma
situación? ¿De qué forma es esto mejor? ¿Simplemente porque es EE.UU.?
Si así es como los seguidores están
evaluando el proyecto cubano de Obama, no cuesta imaginar a los
cubano-estadounidenses que estaban en compás de espera o que se habían
opuesto a la apertura, usando las elecciones como una oportunidad para
votar en contra con el fin de ayudar a sus hermanos cubanos. Clinton se
ha convertido en un blanco al prometer mantener la política hacia la
isla.
La economía cubana está hecha pedazos y
el régimen se está echando para atrás en sus promesas de reforma. Los
grupos de derechos humanos dicen que las golpizas y los arrestos de los
disidentes han aumentado desde que EE.UU. extendió la rama de olivo. De
todas formas, Obama sigue haciendo concesiones a los Castro, como lo
hizo el 14 de octubre cuando autorizó nuevas relajaciones de las
sanciones.
Más allá de quien gane en las elecciones
del martes, el próximo presidente estadounidense tendrá que arreglar
este lío cubano. Los cubano-estadounidenses decentes de los dos partidos
quieren respuestas.
No comments:
Post a Comment