Por Mario Vargas Llosa
El País, Madrid
El chavismo y su arrogante etiqueta
ideológica, “el socialismo del siglo XXI”, han comenzado a desmoronarse
luego de las elecciones del domingo pasado y la aplastante victoria de
las fuerzas de oposición agrupadas en la Mesa de la Unidad Democrática
(MUD). Un viento de libertad corre ahora por la tierra venezolana,
devastada por 17 años de estatismo, colectivismo, represión política,
demagogia y corrupción que han llevado a la ruina y al caos a uno de los
países potencialmente más ricos del mundo.
La oposición al Gobierno de Maduro
cuenta con 112 diputados, dos tercios de la Asamblea Nacional, lo que en
teoría le permite desmontar toda la maquinaria económica y política del
chavismo, aprobar una ley de amnistía para los presos políticos e,
incluso, convocar un plebiscito revocatorio del jefe de Estado. Pero es
probable que, tal como ha propuesto Henrique Capriles, el más moderado
de los líderes de la oposición, ésta proceda con cautela, consciente de
que el problema más urgente para el pueblo venezolano es el del hambre,
el desabastecimiento y la carestía de un país que tiene la inflación más
alta del mundo y las mayores tasas de criminalidad (luego de Honduras)
en América Latina.
Aunque, como ocurre siempre con las
alianzas en el seno de una democracia, hay entre las fuerzas de
oposición tendencias diversas, lo peor que podría ocurrirle a Venezuela
en estos momentos es una querella interna en la MUD. Una oposición
dividida sería un verdadero regalo de los dioses para el régimen
chavista que, a consecuencia de la brutal derrota electoral que acaba de
recibir, comienza a dar síntomas de divisiones y discordias internas.
Hay toda clase de teorías para explicar
la misteriosa razón por la que el Gobierno de Maduro ha aceptado este
apabullante veredicto electoral que significa el principio del fin del
“socialismo del siglo XXI”. No ha sido por convicción democrática, desde
luego, pues, desde el principio, y sobre todo a partir de la subida al
poder del heredero de Chávez, la deriva autoritaria —censura de prensa,
encarcelamiento de opositores, toma y clausura de canales de televisión,
estaciones de radio y revistas y periódicos, desapariciones y torturas
de los críticos de su política— ha sido una constante del régimen.
Mi impresión es que el fraude estaba
preparado y que, simplemente, no pudo llevarse a cabo por la abrumadora
superioridad del voto opositor (cerca de ocho millones contra cinco) y
por la actitud del Ejército, que impidió al Gobierno chavista ponerlo en
práctica. La exasperación de Diosdado Cabello, exjefe de la Asamblea
Nacional y segundo hombre del régimen —perseguido por la justicia
internacional acusado de vinculaciones con el narcotráfico— contra el
jefe del Ejército y ministro de Defensa, el general Vladimir Padrino
López, a quien quiere destituir, es bastante significativa. Como lo es
que el general Padrino López se negara a propiciar un fraude que hubiera
podido saldarse con una horrenda matanza de civiles exasperados porque
quisieran arrebatarles con fusiles lo que habían ganado con sus votos en
las urnas.
La postura del Ejército venezolano será
decisiva en los días que se avecinan. Si mantiene la neutralidad que ha
tenido durante el proceso electoral y se niega a ser utilizado como
fuerza de choque del régimen para clausurar la Asamblea Nacional o
condenarla a la inoperancia, el desmontaje del chavismo puede ser
gradual, pacífico y acelerar, mediante el apoyo internacional, la
recuperación económica de Venezuela. En caso contrario, el espectro de
una guerra civil y de una sanguinaria represión contra el pueblo que
acaba de manifestar su repudio del régimen, son previsibles.
Hay que quitarse el sombrero y aplaudir
con fervor al pueblo venezolano por su formidable gesta. En todos estos
años, aun cuando parecía que una mayoría se había enrolado en la ilusión
antihistórica y retrógrada del chavismo, hubo venezolanos lúcidos y
valientes que se enfrentaron con razones e ideas a las consignas y
amenazas de un régimen que pretendía resucitar un sistema que en todas
partes —Rusia, China, Vietnam, la misma Cuba— hacía aguas y discreta u
ostentosamente renunciaba al estatismo y al colectivismo y viraba hacia
el capitalismo (de Estado y con dictadura política, eso sí). Muchos de
ellos fueron víctimas de atropellos que los privaron de sus bienes,
empresas, empleos, que los llevaron a la indigencia o a la cárcel o al
exilio. Pero lo cierto es que siempre hubo una oposición activa contra
el chavismo que mantuvo viva la alternativa democrática en todos estos
años, mientras el país se iba hundiendo en la anarquía institucional, se
empobrecía y corrompía, y los niveles de vida se desplomaban golpeando
sobre todo a los más humildes e indefensos. Millones de esos venezolanos
engañados por la fantasía de un paraíso comunista abrieron los ojos y
fueron a votar el domingo pasado contra aquel engaño. Ellos han dado la
victoria a la MUD, es decir, a la cultura de la libertad, la
coexistencia y la legalidad.
Lo que queda por delante es difícil,
pero sin duda lo peor ha quedado ya atrás. Ahora lo importante es tener
conciencia de que una fiera herida es más peligrosa que una sana y que
los zarpazos del régimen moribundo pueden hacer todavía mucho daño a la
golpeada Venezuela. Las medidas más urgentes son por supuesto abrir las
cárceles a fin de que Leopoldo López, Antonio Ledezma y las decenas de
demócratas encarcelados salgan en libertad y puedan trabajar hombro a
hombro con sus compatriotas en la democratización de Venezuela y en la
recuperación económica de un país tan rico en recursos naturales y
humanos. Es indispensable que la ayuda internacional se vuelque apoyando
esta tarea hercúlea, devolver al país la credibilidad financiera y la
legalidad y la eficacia institucional que ha perdido en estos años de
desvarío y locura chavista. Por fortuna, Venezuela es uno de los países
que cuenta con una naturaleza privilegiada así como con cuadros
profesionales, técnicos y empresariales de muy alto nivel. Muchos de
ellos tuvieron que exilarse en los años del desorden y el autoritarismo
chavista. Pero no hay duda de que buen número está ansioso por regresar y
contribuir con su esfuerzo a la redención de su país luego de esta
noche siniestra de 17 años.
Quisiera destacar el papel jugado por la
mujer en la victoria del domingo pasado. Ante todo la de Lilian
Tintori, la esposa de Leopoldo López, a quien las circunstancias sacaron
a la calle y empujaron a un activismo político de primer orden con el
que nunca soñó. Y es imprescindible también mencionar a María Corina
Machado, golpeada y despojada de su curul de diputada de manera
arbitraria, que no perdió en ningún momento su entusiasmo ni su
compromiso cívico. Para ambas y muchas otras venezolanas tan gallardas
como ellas el resultado de las elecciones del domingo ha sido el mejor
desagravio.
No comments:
Post a Comment