Por Juan Forero y Kejal Vyas
BOGOTÁ— Álvaro Uribe Vélez encontró el
cuerpo de su padre lleno de balas en la hacienda de la familia en 1983.
Rebeldes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) lo
habían matado en un intento de secuestro.
Cuando se convirtió en presidente de
Colombia 19 años después, Uribe dirigió una ofensiva militar contra las
guerrillas. Este fin de semana, ayudó a desbarrancar un plebiscito que
habría sellado un tratado de paz entre su sucesor, Juan Manual Santos, y
el grupo rebelde marxista.
El impresionante resultado del
plebiscito sitúa a Uribe, hoy de 64 años, en un papel protagónico a la
hora de decidir qué va a suceder ahora. Algunos colombianos lo
consideran la única persona capaz de renegociar el pacto con las FARC de
una forma que convenza a quienes piensan que el gobierno de Santos ha
sido demasiado blando con los rebeldes que han atrapado a Colombia en un
conflicto armado durante 52 años.
El domingo en la noche, Santos dijo que
todas las fuerzas políticas —en una clara alusión a Uribe, otrora un
aliado— tendrán que decidir “entre todos cuál es el camino que debemos
tomar”. Los rebeldes, que hablaron desde La Habana, prometieron no
retomar las armas y dijeron que anhelan la paz.
El lunes, el líder de las FARC Rodrigo
Londoño hizo un llamado para que se siguiera adelante con el acuerdo de
paz el cual, agregó, no podrá deshacerse pese al voto del domingo. “La
paz con dignidad llegó para quedarse”, afirmó.
Uribe también adoptó un tono magnánimo
tras conocerse el triunfo del “No” en el plebiscito al señalar que
“todos queremos la paz. Ninguno quiere la violencia”. El ex mandatario
solicitó protección para los miembros de las FARC que expresaron sus
temores de ser atacados por paramilitares y manifestó que su partido
Centro Democrático quiere “contribuir a un acuerdo nacional” para
resolver el conflicto.
Por medio de una portavoz, Uribe se abstuvo de comentar sobre sus próximos pasos.
La paz pondría fin al último conflicto
guerrillero de América Latina, en un país de 49 millones de habitantes
que muchos inversionistas consideran que tiene un gran potencial de
crecimiento y prosperidad. Los colombianos concuerdan en que la
disolución de las FARC permitiría el desarrollo de la infraestructura y
la inversión en los agronegocios en amplias zonas rurales.
El gobierno de Barack Obama,
que respaldó el acuerdo de paz, vio la conclusión de las negociaciones
como un ejemplo de éxito de una guerra contra el terrorismo apoyada por
Estados Unidos hasta el punto de haber ayudado a debilitar a los
rebeldes al punto que hayan optado por las conversaciones de paz. La
Unión Europea, el papa Francisco y los gobiernos en toda América Latina,
en particular Venezuela y Cuba, también respaldaron fuertemente las
negociaciones.
El rechazo del pacto abre difíciles
interrogantes que los funcionarios del gobierno colombiano y los
rebeldes aún tienen que responder. Hasta el momento, los rebeldes han
dicho que están comprometidos con la paz a pesar del revés. Sin embargo,
muchas personas aquí se preguntan cuánto tiempo se mantendrá el
compromiso con la paz, o si un nuevo acuerdo es posible y cuánto tiempo
podría tomar.
Los votantes por el “No” querían que los
comandantes de las FARC pasaran un tiempo en la cárcel por sus
crímenes, tuvieran prohibido ocupar escaños en el Congreso y renunciaran
a tierras y dinero mal habidos. Los partidarios del “Sí”, por su parte,
sentían que los costos del acuerdo valían la pena a cambio de la paz.
Uribe recorrió Colombia desde el momento
en que Santos anunció las negociaciones de paz con las FARC en 2012,
diciéndoles a los electores que era posible negociar un pacto más
riguroso con los rebeldes.
En una entrevista con The Wall Street Journal,
Uribe dijo el mes pasado que el acuerdo estrangularía el crecimiento
económico al requerir un gasto sustancial, y a la vez otorgaría a las
FARC un partido político que podría conducir a la instalación de un
gobierno de extrema izquierda.
Aun así, “nadie está diciendo que
queremos una guerra”, añadió. Uribe dijo que él buscaba alcanzar “un
equilibrio entre el acuerdo y la pacificación”. Cifras del gobierno
muestran que los homicidios han disminuido durante la presidencia de
Santos, mientras que la economía ha registrado un sólido crecimiento.
Doug Cassel, profesor de derecho de la
Universidad de Notre Dame que asesoró a Santos en la negociación con los
rebeldes, dice que Uribe ha demostrado que en un enfrentamiento “cara a
cara, mano a mano con Santos, le ganó”.
El gobierno de Santos no respondió el lunes a una solicitud de
entrevista con el presidente. Algunos participantes del proceso de paz
aún ven la posibilidad de tener éxito pese al sorpresivo revés del
domingo.
Su hermano mayor, Enrique Santos, quien
participó en las conversaciones de paz, extendió una rama de olivo a
Uribe. “Hay que concretar rápido un acuerdo nacional o pacto político
con el uribismo para salvar la esencia del proceso de paz y garantizar
la gobernabilidad de Santos, que quedó duramente cuestionada”, dijo.
Alejandro Eder, un ex negociador del
gobierno y ex jefe del programa de reintegración de los rebeldes
desertores, dice que un triunfo del “Sí” por un pequeño margen habría
sido un peor resultado. Una votación como esa, señala, habría carecido
de legitimidad y recibido la fuerte oposición de Uribe y sus aliados.
Lograr que los dos trabajen juntos
podría resultar difícil. Uribe respaldó a Santos como su sucesor, pero
luego se convirtió en su crítico más duro cuando el nuevo presidente
buscó negociar la paz con las FARC.
“Es una guerra de egos entre Santos y Uribe”, dijo la periodista colombiana María Jimena Duzán, autora de un libro sobre Uribe.
Duzán no cree que Uribe reanude el
proceso de paz y comparó el apoyo de Santos al plebiscito con la
decisión del ex primer ministro David Cameron de permitir que los
británicos votaran sobre su permanencia en la Unión Europea.
Cassel dice que las dos partes podrían
hallar una forma de reducir los beneficios concedidos a los comandantes
de las FARC, como un papel en la política y sentencias por atrocidades
de guerra consideradas indulgentes por muchos colombianos. Encontrar una
solución que sea aceptable tanto para Uribe como para las FARC “no será
fácil, pero no creo que sea imposible”, asevera.
Uribe y Santos nunca fueron amigos, pero
su relación de trabajo se deterioró poco después de que Santos asumiera
la presidencia. Personas que trabajaron con los dos dijeron que a Uribe
le irritó que Santos realizara nombramientos en ministerios sin
consultarlo y que la Fiscalía y la Corte Suprema iniciará procesos
contra legisladores y ex miembros del gabinete cercanos a Uribe, sin
ninguna intervención de Santos.
Durante las conversaciones de paz, el
presidente de Colombia hizo propuestas públicas en discursos e incluso
en una carta pidiendo a Uribe su participación en las negociaciones. El
ex mandatario se negó.
En el período previo a la votación,
funcionarios colombianos reconocieron que no explicaron adecuadamente un
proceso de paz complejo, uno en la que la guerrilla en realidad habían
abandonado muchas de las exigencias por las que habían luchado durante
mucho tiempo.
Mientras tanto, Uribe machacó un mensaje
simple, pero eficaz: Permitir que las FARC lleguen al Congreso eleva el
riesgo de convertir a Colombia en una distopía de extrema izquierda
como la vecina Venezuela.
En el momento de la votación, dos
personas cercanas a Santos expresaron su preocupación de que el voto a
favor del “No” estaba ganando impulso, incluso cuando estaba claro que
muchos colombiano celebraban la conclusión de las negociaciones de paz.
La línea dura de Uribe contra las FARC
proviene de sus raíces rurales en Antioquia, conocida por sus hermosos
paisajes, sus grandes haciendas y una cultura de armas y caballos. Los
votantes de Antioquia rechazaron el acuerdo de paz por uno de los
márgenes más amplios del país.
Esas raíces dieron a Uribe una
perspectiva diferente en un país que ha sido gobernado durante décadas
por una élite, sobre todo de Bogotá. Santos es descendiente de una de
las familias más prominentes de Bogotá, y su tío abuelo fue presidente.
A diferencia de los políticos de Bogotá,
Uribe vio de primera mano los estragos que causa la violencia en el
campo, incluyendo al rancho ganadero de su padre. Como estudiante de
derecho en la Universidad de Antioquia, Uribe se destacó por sus
opiniones conservadoras en un campus donde el marxismo era visto como
algo mundano entre los estudiantes y profesores.
Después de la muerte de su padre, Uribe
se lanzó a la política. A los 32 años se convirtió en senador y después
en gobernador de Antioquia. Como gobernador, apoyó la creación de grupos
de vigilancia vecinal que luego fueron acusados de masacrar a presuntos
simpatizantes de la guerrilla. Uribe dijo que disolvió esos grupos tan
pronto como sus actividades ilegales fueron conocidas.
Otro evento clave para Uribe fue el
desastroso intento del ex presidente Andrés Pastrana de hacer la paz con
las FARC en 1997 mediante la cesión al grupo rebelde de un área del
tamaño de Suiza como refugio durante las conversaciones de paz. Los
rebeldes usaron el área para ampliar su influencia y continuar con sus
secuestros. Las conversaciones colapsaron en 2002.
Con el tiempo, Uribe se convenció cada
vez más de que ninguno de los dos partidos tradicionales de Colombia era
lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a las FARC. En 2001,
lanzó su candidatura por un tercer partido con una plataforma basada en
la guerra frontal con las FARC.
Empezó su campaña con el apoyo de sólo
el 2% en las encuestas. Pero pronto remontó mientras el grupo rebelde
llevaba a cabo una serie de atrocidades, incluido un atentado con bomba
contra un restaurante que mató a una niña de 5 años. Uribe ganó la
presidencia en 2002 con 53% de los votos frente a múltiples candidatos.
Fue como una avalancha.
Durante la asunción de Uribe, las FARC
llegaron lo suficientemente cerca de la capital como para lanzar
morterazos contra el palacio presidencial. Fue lo más cerca que
llegarían.
En los años siguientes, respaldado por
el dinero y el asesoramiento militar de EE.UU., el ejército de Colombia
martilló a las FARC, empujándolas de nuevo a las selvas remotas y
comprimiendo su tamaño de aproximadamente 20.000 combatientes a cerca de
9.000.
La exitosa ofensiva ayudó a Uribe a
convencer a los paramilitares de derecha que se desarmaran. Los grupos
paramilitares eran considerados organizaciones terroristas por parte
EE.UU. y la UE por sus ataques a la población civil. El desarme redujo
aún más la violencia en Colombia.
Para entonces, Uribe estaba maniatado
por los escándalos. Cerca de un tercio de los integrantes del Congreso,
la mayoría de ellos partidarios de Uribe, fueron investigados o
encarcelados por presuntamente haber financiado sus campañas con dinero
de los grupos paramilitares ilegales. Generales de alto rango fueron
implicados en un plan para asesinar a civiles y vestirlos como rebeldes
con el fin de subir el número de muertos.
Uno de los hombres que ayudaron a
supervisar el asalto a las FARC fue el ministro de Defensa de Uribe en
aquel momento, Santos. Uribe dejó de mala gana la presidencia en 2010
luego de intentar sin éxito reformar la Constitución para permitir su
postulación a un tercer mandato.
Al final dio su respaldo a Santos como
la mejor manera de continuar su legado pero al final se distanciaron
debido a las conversaciones de paz. Cuando las dos partes lograron un
gran avance en las negociaciones el año pasado, el ex mandatario tuiteó:
“Santos no es la paz la que está cerca, es la entrega a Farc y a la
tiranía de Venezuela”.
En la noche del domingo, Uribe dijo que quería “contribuir a un gran acuerdo nacional”.
Héctor Abad, un novelista y columnista
que conoce a Uribe, se pregunta si el ex presidente puede mostrar la
flexibilidad necesaria para alcanzar un acuerdo de paz revisado con los
líderes rebeldes. “Uribe es un muy mal perdedor”, dice. “Sólo podemos
esperar que sea un buen ganador”.
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