SILVIO RODRÍGUEZ, EL INTRUSO
Por Eduardo Mackenzie
Nunca la música y el canto estuvieron
por encima de la moral y del respeto de la vida humana. La música y el
canto pueden expresar lo bello y lo sublime. También pueden vehiculizar
lo contrario: la opresión y la mentira.
Un cantante, por más popular que sea,
puede ser sometido al escrutinio ético de los ciudadanos. Un artista, si
acepta servir de bandera a una dictadura, no debe extrañarse de ser
rechazado por el público.
Lo que le ocurre en estos días al
cantante cubano Silvio Rodríguez, cuya invitación a Medellín despierta
tanto rechazo, nos invita a reflexionar. Pues esa visita plantea
problemas de fondo.
Silvio Rodríguez no es un cantante como
los demás. El es, sobre todo, un vocero del castrismo. Durante cinco
años fue diputado nacional en Cuba. El va y viene por muchos países
impartiendo el discurso castrista, defendiendo una política
indefendible. Peor: es el abanderado, para el medio musical, de un
Estado que ha destruido las libertades en la isla y que ha fomentado la
violencia en Colombia durante 40 años, que respalda con todo al gobierno
venezolano, el mismo que destruye el comercio fronterizo y amenaza a
Colombia con enviarle sus tropas, sus blindados y sus bombarderos. ¿Debe
ese “maestro” del tinglado castrista ser recibido como un héroe en
nuestro país?
Yo no lo creo. La dignidad y la
seguridad de Colombia valen más que las ambiciones de un saltimbanqui. A
nuestra ministra de la Cultura, Paula Moreno, estas cosas la tienen sin
cuidado. Las cacerolas que arrastra Silvio Rodríguez son, para ella,
“detalles” sin importancia. Sin embargo, esos “detalles” son todo. Lo
que ella llama “cultura” y “música” no son, en el esquema de La Habana,
más que aparejos para limpiarle la cara a un régimen moribundo.
Recordemos que en la época de la Unión
Soviética, Nikita Khruchtchev exportaba fusiles y explosivos a las Farc,
y al mismo tiempo, para maquillar todo eso, enviaba a Bogotá el poeta
de turno Evgueni Evtuchenko para que fuera a decir tonterías en un
auditorio de la Universidad Nacional.
Paula Moreno está empeñada en invitar a
Silvio Rodríguez al III congreso iberoamericano de Cultura, y a pagarle
esa aventura con dineros del erario público: un millón de euros, nada
menos, entre la Nación y Antioquia. En esa historia está metido el
gobierno de Zapatero, admirador de Fidel Castro, pues Madrid financia
una parte de la operación. La ministra Moreno parece molesta por el
hecho de que los antioqueños se pregunten si ese invitado resultará
indigesto. En una entrevista a El Mundo ella les dijo: miren para otro
lado, pues Silvio Rodríguez viene como sea pues es un gran artista.
La hábil funcionaria utiliza el nombre
de Gilberto Gil para cubrir las espaldas de Silvio Rodríguez. Sin
embargo, el músico brasileño, ese si uno de los grandes, no es el
alcahueta de una dictadura que tiene sangre de colombianos en las manos.
El otro sí.
¿Hay una dimensión ideológica-política
en la aparición que pretende hacer en Medellín Silvio Rodríguez? Desde
luego que sí. Si no la hubiera, el activista cubano no iría. El no va a
donde no puede hacer proselitismo. La ministra asegura que su invitado
solo irá a cantar y a “discutir de música”. La ministra se muestra
ingenua al decir eso. Ella dice que “el sector cultural”, que tiene “tan
pocos espacios para discutir”, va a poder esta vez “discutir de
música”. ¿Habla ella de Cuba, donde toda discusión es imposible, o de
Colombia, donde hay libertad? No creo que al cantante de marras le
interese discutir de música. Su negocio es ver cómo utiliza la música
para hacer propaganda. El “debate”, pues, será otra cosa. Paula Moreno
lo anuncia cuando advierte a los antioqueños que deben “comprender las
diferencias y respetarlas”.
Ante una pregunta incisiva de El Mundo
sobre el papel de Cuba en la financiación de las Farc, a la ministra se
le agrió en genio y terminó diciendo que la opinión pública no debería
meterse en esos asuntos. “No creo que la opinión pública deba entrar en
análisis externos”, dijo exactamente. Ella se equivoca. En una
democracia, la opinión pública discute de todo y pide cuentas de todo.
¿Esa invitación a la autocensura, a no “entrar en análisis” a no
denunciar las ideas que defiende Silvio Rodríguez, es lo que la
ciudadanía de Medellín debe “comprender” y “respetar”?
Curioso es el mensaje que difunde Paula
Moreno. “Si no nos unimos a través de la música ¿con qué nos vamos a
unir?”, pregunta ella hablando de Cuba. Extraña perspectiva. ¿Por qué
deberíamos unirnos a la dictadura de la isla? Una cosa son las
relaciones diplomáticas de Colombia con Cuba. Otra es unirnos a la
Habana. ¿Unirnos para qué? Eso de “unirnos” dejémoselo a Hugo Chávez y
su siniestro proyecto de Cubazuela. Colombia es una sociedad abierta y
no va a dejar de pertenecer al mundo libre.
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