Alberto
Mansueti
Es uno de los movimientos religiosos de más veloz
crecimiento en la historia, y gana cada vez más adeptos e influencia en América
latina, y el mundo; pero influencia no siempre benéfica.
En América latina, África y países socialistas de
Asia, el pentecostalismo “popular” es muchas veces una versión supuestamente
“cristiana” de la magia, adivinaciones y demás supersticiones e idolatrías
paganas, como en las religiones precolombinas y afroamericanas. Crece porque millones
de pobres buscan sus “milagros” de sanidad, liberación y prosperidad, en los nuevos
brujos y chamanes, ahora llamados “profetas” y “apóstoles”. Por su candor, es
la masa electoral más buscada por los politiqueros de izquierdas y demagogos en
general, que la usan para sus aviesos propósitos.
El pentecostalismo sigue la doctrina “dispensacional”:
enseña que no hay una Voluntad de Dios para las naciones, sino dos
“dispensaciones” paralelas: una para los cristianos y otra para los israelitas.
De aquí sale el “sionismo cristiano”, más eficaz que el sionismo judío en la
creación y sostenimiento del Estado sionista, antes en Inglaterra, y después en
EE.UU., hasta hoy. Los temas ideológico-religiosos en las guerras mundiales han
ido en progresión desde 1914; y la “Guerra Fría” (1948-1991) fue la tercera. Por
la cuarta vamos, desde el 11 de Setiembre de 2001, y los pentecostales más lunáticos
buscan provocar una escalada nuclear, para “acelerar” lo que creen debe ser el
Armagedón apocalíptico.
Esta “derecha religiosa” es el equivalente
“cristiano” de Al Qaeda o Hezbollah. Puede consultar el documentado libro “Sionismo
cristiano: ¿Hoja de Ruta al Armagedón?”, por el anglicano Stephen Sizer, de 2009.
Y si Ud. es liberal, lea por favor el estupendo pero alarmante libro Swords
Into Plowshares (“Espadas en arados”, según Isaías 2:4), de 2015, por el Dr.
Ron Paul.
¿Es relevante el pentecostalismo?
Desafortunadamente sí, y mucho. Pero poco tiene que ver con el cristianismo
verdadero, clásico o histórico, mejor dicho “apostólico”, por los Apóstoles (los
de verdad, siglo I) y sus discípulos inmediatos, los primeros “Padres”, que
está representado en la continuidad de la Iglesia Ortodoxa y las otras
orientales en el Este, y del catolicismo romano y el Protestantismo en
Occidente. Podemos listar las mayores diferencias.
(1) El Libro de Job comienza contando (Cap. 1) que
Dios le quitó sus riquezas y su salud para probarle. Pero Job no dijo “yo
decreto”, “yo declaro por fe”, “yo reprendo” ni “yo reclamo
mis bendiciones”, muchos menos “yo visualizo…” Dijo: “Jehová dio, Jehová quitó;
bendito sea el nombre de Jehová.” Y eso que Job tenía al lado la mala teología
de su mujer, y la de sus amigos; pero no se dejó confundir.
(2) Cristo enseñó que Dios es Rey, y por tanto
soberano; no el hombre. El hombre debe hacer la Voluntad de Dios, y no es al
revés. Pretender que Dios vaya a hacer todo lo que el hombre diga de “palabra
con sus labios”, a su voluntad y capricho; o más aún: la “visión” que tenga en
su imaginación, eso no es fe cristiana, es creencia en magia. Es la vieja
mentira: ¡Seréis como dioses! (Génesis 3:5). Y como Eva, los pentecostales se
la creen.
(3) La doctrina de los Apóstoles es la de Jesús:
el Evangelio del Reino de Dios, Reino que no es originario de este mundo, pero
es “para” este mundo: “Hágase tu Voluntad” (Mateo 6:10). Jesús ya trajo ese
Reino a nuestra historia humana, en el siglo I de la Era Cristiana; no es algo
que haya de comenzar en su Segunda Venida, la cual va a ser cuando Dios quiera,
“día y hora nadie sabe … sólo el Padre” (Mateo 24:36), no cuando quiera el
sionismo. Y los milagros les fueron dados en su tiempo a los Apóstoles, como
señales divinas para acreditarles en su misión: dejar establecidas las primeras
congregaciones cristianas; igual fue con la misión de los profetas en el
Antiguo Testamento.
(4) Jesucristo vendrá otra vez, pero a juzgarnos,
a examinarnos, como todo Maestro, ya que nos dejó una tarea, para sus
seguidores y su Iglesia: ser luz del mundo y sal de la tierra (Mateo 5),
ayudando así a impulsar y expandir aquí el Reino de Dios, en su permanente
guerra cósmica contra el Reino de las Tinieblas. ¿Y cómo se extiende el Reino?
Como cualquier otro: extendiendo el ámbito de aplicación de su Ley, la Voluntad
de Dios, como se revela en su Palabra. Pero sucede que el pentecostalismo es
“antinomiano”: salvo por los ritos de las fiestas judías, no aprecia la Ley de
Dios; no la conoce, porque no la estudia sistemáticamente. De hecho no estudia
nada: es “anti-intelectual”, no aprecia la sabiduría ni el estudio para
alcanzarla, que la Biblia encomia repetidamente.
(5) El Nuevo Testamento enseña que Jesús es la
culminación de la historia providencial de Israel. Pero “culminación” significa
fin, el final de una etapa, y comienzo de otra nueva y distinta, y mucho mejor,
como Pablo escribe; por lo tanto es una “ruptura”. El pueblo de Jacob ya cumplió
su propósito en la historia: ser ejemplo a las naciones, unas veces buen
ejemplo, otras veces, muchas, mal ejemplo. De paso: ¿no es extraño que los
pentecostales se identifiquen tanto con ese pueblo que “de labios me honra”
(Isaías 29:13), “rebelde y de dura cerviz” (Éxodo 32:9), tantas veces amonestado,
corregido y castigado por “la multitud de sus rebeliones” (Amós 5:12)?
(6) Los primeros cristianos fueron perseguidos a
muerte por los jefes del judaísmo, como atestigua Lucas en su Libro de los
Hechos, porque unos y otros comprendieron lo que el pentecostalismo ignora: que
el cristianismo es el final de la historia de Israel. Y que el Plan de Dios
para los israelitas es uno y el mismo que para los no judíos, en pie de
igualdad: la conversión a Jesús, Su Hijo, el Mesías. Nada menos, pero nada más.
(7) Debido a la mala comprensión de estas lecciones,
por siglos los cristianos, y también los musulmanes, fuimos culpables del
horroroso antisemitismo, “antijudaísmo”, fuente de atroces crímenes. En el
siglo XIX las Iglesias cristianas advirtieron su trágico error y se
arrepintieron. Pero como sucede a menudo, ciertos teólogos, biblistas y
clérigos (y políticos), se fueron al otro extremo, buscando la “fórmula mixta”
entre el cristianismo y el judaísmo, y reeditaron la vieja heterodoxia
“judaizante”: es la Teología “dispensacional”, y su simiente política: el
sionismo cristiano. Como los fariseos, los sionistas aguardan un “reino” tipo
Imperio Romano, con capital en Jerusalén.
Estas son las diferencias principales entre el “cristianismo”
pentecostal y el auténtico. Hay muchas más, devenidas de sus torcidas y
contradictorias exégesis, como la confusión del Reino con la Iglesia. Hay otros
rasgos menos importantes: la idolatría por los Pastores, los apremios
financieros con los diezmos y ofrendas, desbordes emocionales, el desorden en
los cultos, etc. Para la lista completa no se necesitan libros enteros. Hay
varios, y muy buenos. Pero ya… ¡Hasta la próxima, si Dios quiere!
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