Por Hana Fischer
Panam Post
Una columna de Ian Vázquez -director del
Centro para la Libertad y Prosperidad Global de Cato Institute- nos
llamó poderosamente la atención. Lo allí expresado no sólo es relevante
sino también digno de ser divulgado, por constituir un paradigma del
modo en que se manejan los gobernantes frente a su propia incompetencia.
Eso adquiere mayor relevancia cuando los “Panama Papers”, y más recientemente los “Bahamas Papers”, tienen escandalizada a la opinión pública mundial.
El artículo
de Vázquez está titulado “¿Debería ser un crimen el lavado?”. Ese
interrogante causa asombro dado que todos damos por hecho que eso es
incuestionable. Lo cual vendría a ser una prueba del “lavado” de cerebro
que los políticos han realizado en esa materia, ya que no es algo que
se someta a análisis y discusión. Pero lo más increíble es que Vázquez
le hizo esa pregunta a Lawrence Lindsey -uno de los gobernadores de
la Reserva Federal de EE.UU.- y la respuesta del alto jerarca fue
contundente: No debería ser un delito.
Al considerar la mencionada postura
frente al lavado de activos -que en un principio nos había causado
perplejidad- advertimos la retorcida habilidad con que los gobernantes
transmiten a los privados la responsabilidad que les atañe directamente.
Es decir, frente a sus evidentes fracasos para alcanzar ciertos
objetivos, los trasladan ilegítimamente al sector privado y con ellos,
la supuesta culpa de los males invocados. Ergo, focalizan la ira
ciudadana lejos de ellos aunque sean los que verdaderamente están en
falta con respecto al cumplimiento de sus deberes.
Para empezar, el lavado de dinero
obtenido mediante actividades ilegales no es la causa del delito sino su
consecuencia. Por consiguiente, la forma correcta de afrontarlo es
poniéndole coto a la delincuencia, especialmente a las actividades más
lucrativas que son el secuestro y el narcotráfico.
Lindsey afirma que las autoridades han
fallado estrepitosamente en esa tarea. Frente a su incapacidad, en vez
de analizar con ojo crítico dónde residen sus propias fallas, “obligan a
los banqueros a escrudiñar actos que en sí no son criminales (como la
transferencia de dinero) […] No corresponde a los empresarios
convertirse en policías. Si los delitos originales realmente están fuera
de control, es hora de poner más esfuerzo en luchar contra ellos o
reformar las leyes que los afectan”.
Lo peor, según Lindsey, es que “las
regulaciones antilavado de activos están mal enfocadas, son altamente
ineficientes y amenazan la privacidad de los ciudadanos, cosa de la que
fácilmente pueden abusar los políticos inescrupulosos”. Cosa que estamos
empezando a ver en muchas partes, por ejemplo en Uruguay, que con el “cuento” de luchar contra “la delincuencia mundial” están liquidando al secreto bancario.
Los gobernantes imponen una carga
irracional sobre los privados para disimular sus propias fallas.
Primero, porque el uso del dinero y las transacciones comerciales no son
un delito; segundo, porque es muy difícil detectar y comprobar el
lavado de activos; y tercero, porque las regulaciones antilavado son
extremadamente ineficientes.
Generalmente, se obliga a los bancos a
informar a la autoridad monetaria todas las transacciones financieras
superiores a determinado monto.
Con respecto a esa medida, Lindsey
informa que “Entre 1987 y 1995, el gobierno (estadounidense) recolectó
77 millones de informes sobre transacciones […] Con todo eso logró
llevar a juicio 3 mil casos de lavado. Más o menos un caso por cada 25
mil informes… y se lograron apenas 580 veredictos de culpabilidad. En
otras palabras, más de 100 mil informes fueron presentados por gente
inocente para lograr cada condena. Esa proporción de 99.999 a 1
normalmente no se toleraría como un equilibrio razonable entre la
privacidad y el fallo de culpabilidad”.
Esas cifras son elocuentes. Pero cada
vez que “salta” a la opinión pública un escandalete como el de los
“Panama Papers”, la gente demanda “más regulación estatal”. No se
detienen a reflexionar acerca de los efectos perniciosos sobre los
derechos y libertades individuales que tal medida entraña.
Alarma cómo esa conducta de los gobernantes se está extendiendo hasta el absurdo. En Uruguay, frente a la incapacidad de las autoridades
para combatir la delincuencia, por ejemplo los asaltos a las
gasolineras, como “solución”, han aprobado una ley que paulatinamente
obligará a la gente a pagar en las estaciones de servicio con tarjeta de
crédito. Estará prohibido pagar con efectivo. Esa medida no sólo viola
la libertad individual y de comercio, sino que causará un sinnúmero de
perjuicios en un país donde esa práctica no es habitual. Por ejemplo,
¿cómo comprarán combustible aquellos que no tienen una tarjeta? Eso sin
hablar de los costos financieros adicionales que supone para los
comerciantes esa normativa.
Pero lo más insólito es la tentativa de
nuestras autoridades de querer mostrar “sensibilidad” hacia los
discapacitados a costa del sector privado, cuando ellas -por desidia o
indiferencia- no están cumpliendo con la normativa vigente para el
sector estatal en esa materia.
Por un lado, se está discutiendo a nivel
parlamentario un proyecto de ley que obligaría a las empresas privadas
que tengan una plantilla de 25 o más personas, a que el 4% de los nuevos
ingresos sean de discapacitados. Se establecen serias sanciones para
aquellas firmas que incumplan con esta normativa.
Pero por el otro, la ley Nº 18.651
de marzo de 2010 impone a los organismos públicos la obligación de
incorporar personas con algún tipo de discapacidad, en una proporción no
inferior al 4% de sus vacantes. Sin embargo, esa normativa dista de ser
cumplida: en 2015, el porcentaje de discapacitados que fueron
incorporados fue de únicamente 0,33%. El sector público no es sancionado
por incumplimiento.
En conclusión, vemos que los gobernantes
son reacios a reconocer sus propias incompetencias, errores y
omisiones. Y, en vez de rectificar rumbos tras analizar las causas que
los originan, su “solución” es cargar sobre las espaldas de los privados
responsabilidades que no les corresponden. Y por el camino, se van
recortando paulatinamente libertades y derechos individuales
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