El más absurdo de los Premio Nobel de la Paz
El Premio Nobel otorgado a
Santos no cambió, ni creó una nueva situación. La situación política ya
existía y ésta sólo tiene dos ángulos: por una parte, está el resultado
del plebiscito del 2 de octubre, que rechazó el acuerdo con las Farc y
de otro lado está la posición de las FARC
Por Eduardo Mackenzie
@eduardomackenz1
@eduardomackenz1
El premio Nobel de la paz concedido hoy
al presidente colombiano Juan Manuel Santos no transformará su plan “de
paz” con las Farc en un buen acuerdo. Ese plan es nefasto para el país y
por eso Colombia lo rechazó en el plebiscito del 2 de octubre de 2016. Y
lo seguirá rechazando, en todos los escenarios posibles. Pues ese plan,
de ser aplicado, destruirá las instituciones democráticas del país,
prolongará los sufrimientos del pueblo colombiano y no aportará ni la
paz ni la concordia nacional. Colombia resistirá hasta derrotar
definitivamente las ambiciones criminales de las Farc. Ningún Premio
Nobel a Santos cambiará por arte de magia esa situación.
Desde ese ángulo, el premio Nobel
otorgado a Santos es inútil y grotesco. Lo más cínico es que ese premio
es presentado por el jurado como un “homenaje al pueblo colombiano que, a
pesar de todos los abusos sufridos, no ha perdido la esperanza de
lograr una paz justa”. ¿Ese jurado se burla de quién? Precisamente, los
colombianos que ese jurado dice “homenajear” con el premio a Santos fue
el mismo que votó contra Santos y contra las Farc el 2 de octubre, el
mismo que busca, precisamente, una paz justa y no esa falsa paz basada
en la impunidad más escandalosa para los jefes de una organización que
ha cometidos toda suerte de crímenes de guerra y de crímenes de lesa
humanidad.
Decir que Colombia ha sufrido “abusos”,
muestra que los que decidieron dar ese premio pretenden minimizar los
crímenes del narco-comunismo, o ignoran totalmente lo que esa gente ha
hecho en Colombia.
¿El premio Nobel llevará a Santos a una
posición razonable? Durante estos seis años de conversaciones secretas
en Cuba, Santos fue incapaz de exigir a los jefes de las Farc que
acepten negociar su desmovilización sin minar las instituciones
democráticas y la economía de mercado en Colombia. Lo que pretende el
defenestrado “acuerdo” de 297 páginas que concibieron las Farc con
Santos, bajo las orientaciones y la vigilancia de dos dictaduras
latinoamericanas, es eso. Por ello ese plan fue repudiado en el
plebiscito.
Los del jurado del Nobel de la paz se
equivocaron una vez más. Alegan que quieren ayudar a que la paz llegue a
Colombia. En realidad, lo que hicieron fue humillar a los que votaron
No en el plebiscito y, sobre todo, a las víctimas de las Farc y al país
que ha sufrido las atrocidades de esa banda durante 60 años. ¿El premio
Nobel le ayudará a Santos y a las Farc a tratar de resucitar el acuerdo
de 297 páginas echado a tierra por el voto de millones de colombianos?
No somos los únicos que tememos esto. La
opinión pública española y prensa española de renombre, que conocen
mejor que en Noruega el drama colombiano, condenan sin vacilar la
decisión del jurado del Nobel de la paz. La encuesta hecha por el diario
ABC, de Madrid, indica que el 83% de los interrogados está contra la
concesión de ese premio a Santos. El diario El Español, de Madrid,
subrayó el “descredito definitivo del Premio Nobel de la paz”. El
matutino OK Diario estimó que “Los noruegos castigan la voluntad popular
colombiana dando el premio Nobel a Santos”. El portal web Libertad
Digital expresó: “Juan Manuel Santos Premio Nobel de la paz por
claudicar ante el narcoterrorismo”.
El premio Nobel de la Paz dado a Rabin,
Pérez y Arafat, en 1994, por “substituir el odio por la cooperación” no
llevó la paz a Palestina, ni impidió que estallara la segunda intifada
en 2000. ¿Otro tanto ocurrirá en Colombia? El premio Nobel de la Paz no
se interesa, en realidad, por los problemas de las sociedades. Ese
premio existe para imponer una visión particular de los conflictos
internacionales y beneficiar las relaciones internacionales de Noruega y
Suecia.
En Colombia ese premio a Santos arroja
muchas dudas. ¿Le ayudará al presidente colombiano a enfrentar con
energía las reticencias de los jefes farianos que no quieren que se
toque un solo punto del plan firmado en La Habana? ¿Le ayudará, por el
contrario, a avanzar en su programa de paz desconociendo el voto
mayoritario del No en el plebiscito del 2 de octubre pasado?
El presidente Álvaro Uribe, líder del
movimiento en favor de una paz justa y dentro del sistema democrático,
felicitó el premio otorgado al presidente Santos
pero deseó que esa distinción “conduzca a
cambiar acuerdos dañinos para la democracia”. Pues de eso es que se
trata, de cambiar los dañinos acuerdos de La Habana.
El Premio Nobel otorgado a Santos no
cambió, ni creó una nueva situación. La situación política ya existía y
ésta sólo tiene dos ángulos: por una parte, está el resultado del
plebiscito del 2 de octubre, que rechazó el acuerdo con las Farc. El
pacto de La Habana quedó pues sin sustento jurídico, murió. El voto
ciudadano del 2 de octubre fue un acto jurídico, con poder vinculante.
Fue un mandato expreso al jefe de Estado, que éste no puede burlar.
De otro lado está la posición de las
Farc. Al conocer los resultados del plebiscito el señor Timochenko dijo
que el “acuerdo de paz” era intocable y que ellos seguían exigiendo su
cumplimiento. El jefe comunista desconoció así el voto de los
colombianos. Y ante esa arbitraria posición surge el hecho nuevo de que
el presidente Santos no ha querido repudiar la tesis de Timochenko. No
lo hizo ni antes ni después de la reunión con el ex presidente Álvaro
Uribe y con el ex procurador Alejando Ordóñez. Tras ser informado del
premio Nobel tampoco se pronunció al respecto.
Esa tensión, que está siendo agravada
por quienes pretenden organizar manifestaciones callejeras “pro paz
ahora” para dejar en el limbo el histórico plebiscito, tendrá que ser
resuelta en uno u otro sentido por el jefe de Estado colombiano, con
premio o sin premio Nobel. ¿Desconocerá él la voluntad popular expresada
legítima y legalmente en el plebiscito? La noticia de que Santos está
fomentando, mediante personalidades de la Corte Constitucional, la
repetición del plebiscito, es un mal indicio. Que se cuide de alebrestar
la cólera de los ciudadanos que quieren la paz, pero que rechazan el
tipo de paz condensado en el bodrio de 297 páginas. Ahora más que nunca,
gracias al premio Nobel otorgado, la opinión pública nacional e
internacional estará mucho más atenta ante cada gesto, en uno u otro
sentido, del presidente Juan Manuel Santos
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