Por Carlos Alberto Montaner
Tal vez fue la mayor marcha de la
historia de Venezuela. ¿Sirvió para algo? Ya llegaremos a eso. Comienzo
el análisis por la punta del gobierno.
Maduro y los operadores cubanos de la
DGI, que son los que mandan en el país, se enfrentaron a una disyuntiva:
ante el anuncio de una gigantesca manifestación, ¿se quitaban el frágil
antifaz democrático que todavía utilizan esporádicamente, declaraban el
estado de excepción, suspendían las garantías constitucionales y
disolvían la Asamblea Nacional, pretextando impedir un golpe planeado
por la perfidia imperialista de Washington, o intentaban obstruir a los
manifestantes, detener a los líderes y hacer abortar la manifestación
disgregando la marcha en diversos puntos del trayecto?
Optaron por lo segundo. Creyeron que lo
lograrían. Es lo que hacen en Cuba. Detienen, dispersan, infiltran,
acosan a los opositores, los enfrentan a unos contra otros con mil
intrigas, y les impiden que tomen las calles. Las calles son de Fidel. A
eso se dedica el vasto y secreto cuerpo de la contrainteligencia cubana
(55 a 60 mil personas), la policía regular (80 000), más la gente de
rompe y rasga del Partido Comunista, mientras los tres ejércitos
regulares permanecen expectantes por si hace falta que entren en
combate. Total: 350 000 perros feroces, sin contar al Partido Comunista,
para acorralar a once millones de aterrorizadas ovejas.
Se equivocaron. El control social no es
el mismo. En Cuba se liquidó a la oposición a sangre y fuego en los
primeros cinco años de la dictadura. Hubo resistencia, pero mataron a
unas siete mil personas y encarcelaron a más de cien mil. Dos décadas
más tarde, a fines de los setenta, cuando la jaula ya era hermética,
comenzaron a soltarlos. Hace medio siglo que los Castro tienen en un
puño a la sociedad cubana. El KGB soviético y la Stasi alemana
les enseñaron cómo echar el cerrojo. Hoy Raúl ha perfeccionado su
estrategia represiva. Fue la que inútilmente trataron de utilizar en
Venezuela.
La oposición venezolana se sostiene
precariamente en una zona virtual del aparato estatal. Son alcaldes,
gobernadores o diputados. Tienen cargos, pero no poder ni presupuesto.
El chavismo los ha privado de recursos y de autoridad, aunque, como
provenía de un esquema democrático, no le ha sido fácil construir la
jaula. Según las encuestas, tienen en contra al 80% de las personas,
incluida una buena parte de los sectores D y E. Es decir, los más
pobres.
Son una inocultable pandilla de pésimos
gobernantes dedicados al latrocinio. Para ocultarlo y disfrazar la
realidad, compraron, confiscaron o neutralizaron a los medios de
comunicación, salvo un par de periódicos heroicos, pero la situación del
país es tan catastrófica que no tienen forma humana de esconder el
desastre.
Sin embargo, la oposición carece de
músculo para forzar la caída de Maduro y la sustitución del sistema. En
general, son gente de paz adiestrada durante 40 años en el dulce
ejercicio de la democracia electoral. ¿Qué podían hacer? Podían marchar.
Golpear cacerolas. Protestar pacíficamente. Era la única forma de
oponerse con que contaban en la desesperada situación en la que se
encuentran.
Podían llenar las plazas a la manera de
Gandhi y de Luther King, pero contra un adversario mucho más
inescrupuloso que los anglosajones. Lo han hecho decenas de veces. Era
la forma civilizada de enfrentarse al acoso totalitario. La gente que
mata, el malandraje, el hamponato, está con el chavismo. Las Fuerzas
Armadas han sido intervenidas por los cubanos y la cúpula se ha
encharcado en el narcotráfico. Dejar que se ensuciaran las manos fue la
forma astuta y vil de atárselas. Hoy no los une el patriotismo sino el
delito y el miedo a la DEA.
En definitiva, ¿sirven para algo las
marchas y las protestas pacíficas? Claro que sí. Los polacos y los
ucranianos demolieron sus dictaduras caminando y gritando consignas. Es
cuestión de persistir. El que se cansa, pierde. Pero hay un factor
fisiológico importantísimo. Participar de una causa común que posee una
expresión física –marchas, consignas–, provoca una secreción notable de
oxitocina, la hormona de la vinculación afectiva producida por la
hipófisis. Esa es la sensación de unidad, de bonding, que se
experimenta durante las marchas militares, las competencias deportivas o
las inocentes reuniones multitudinarias para escuchar a los músicos de
moda. Es esta sustancia la que genera “espíritu de cuerpo” y lealtades
permanentes.
La oposición se siente fraternalmente
unida en estos actos de calle. Surge la confianza en el correligionario y
la esperanza en la resurrección de la patria. Todo lo que necesitan
desesperadamente los venezolanos para encontrarse, de nuevo, en un
abrazo profundo y solidario porque el país, en verdad, se les muere. Lo
está matando el chavismo.
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