Kenneth Rogoff
Kenneth Rogoff, Professor of
Economics and Public Policy at Harvard University and recipient of the
2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief economist
of the International Monetary Fund from 2001 to 2003. The co-author of This Time is Different: Eight Centuries of Financial Fol… read more
CAMBRIDGE
– El mundo está inundado de papel moneda. Los bancos centrales de los
principales países inyectan cada año cientos de miles de millones de
dólares en efectivo, sobre todo en billetes de alta denominación como el
de 100 dólares (vehículo de casi el 80% del impresionante suministro
estadounidense de 4200 dólares en efectivo per cápita). El billete de
10 000 yenes (alrededor de 100 dólares) equivale aproximadamente al 90%
de la circulación de Japón, cuyo efectivo per cápita asciende a casi
7000 dólares. Como vengo sosteniendo hace dos décadas, ese efectivo facilita ante todo el crecimiento de la economía subterránea en vez de la legal.
No
propongo una sociedad sin efectivo, algo que por ahora no sería ni
factible ni deseable. Pero una sociedad con menos efectivo sería un
lugar más justo y seguro.
El
crecimiento de las tarjetas de débito, transferencias electrónicas y
pagos móviles produjo una gran disminución del uso de efectivo en la
economía legal, especialmente para transacciones medianas y grandes.
Estudios realizados por diversos bancos centrales muestran que el
ciudadano de a pie y las empresas poseen y usan sólo un pequeño
porcentaje de los billetes de alta denominación.
El
efectivo facilita el delito porque es anónimo, y los billetes de alto
valor son especialmente problemáticos porque son fáciles de esconder y
transportar. Un millón de dólares en billetes de cien cabe en un
maletín; en billetes de quinientos euros (cada uno de los cuales
equivale a unos 565 dólares) cabe en una cartera.
Es
cierto que hay infinidad de formas de pagar sobornos, cometer delitos
financieros y evadir impuestos sin usar papel moneda. Pero la mayoría
entrañan costos de transacción muy altos (por ejemplo cuando se usan
diamantes sin cortar) o riesgo de ser descubiertos (por ejemplo, en caso
de transferencias bancarias o pagos con tarjeta de crédito).
También
es cierto que las nuevas criptomonedas como el bitcoin son casi (o
acaso completamente) indetectables. Pero su valor fluctúa abruptamente, y
los gobiernos tienen muchas formas de restringir su uso (por ejemplo,
impedir su presentación como medio de pago en bancos o tiendas
minoristas). No hay nada con la liquidez y aceptación casi universal del
efectivo.
Sólo
el costo de la evasión fiscal es inmenso, tal vez 700 000 millones de
dólares al año en Estados Unidos (sumados los impuestos federales,
estatales y municipales), e incluso más en Europa, donde los impuestos
son más altos. Los costos del delito y la corrupción, aunque difíciles
de cuantificar, son casi seguro mayores; piénsese en el narcotráfico,
las mafias, el tráfico de personas, el terrorismo y los delitos de
extorsión.
Además,
el pago en efectivo a trabajadores indocumentados es un importante
motor de la inmigración ilegal. Reducir el uso de efectivo es un modo
mucho más humano de limitar la inmigración que levantar cercos de
alambre de púas.
Si
los gobiernos no estuvieran tan cegados por las ganancias que les
reporta la impresión de papel moneda, tal vez verían sus costos.
Últimamente se empezaron a ver algunos cambios: el Banco Central Europeo
anunció hace poco que comenzará a sacar de circulación el megabillete
de 500 euros. Esta decisión tan postergada se implementó contra la
enorme resistencia de dos países amantes del efectivo: Alemania y
Austria. Pero incluso en el norte de Europa, el circulante per cápita
conocido es relativamente pequeño en comparación con el enorme
suministro de toda la eurozona (más de 3000 euros per cápita).
Los
gobiernos del sur de Europa, desesperados por recaudar, han comenzado a
tomar cartas en el asunto, a pesar de que no controlan la emisión de
billetes. Por ejemplo, Grecia e Italia trataron de desalentar el uso de
efectivo mediante topes a las compras minoristas con este medio (de 1500
y 1000 euros, respectivamente).
Es
obvio que el efectivo sigue siendo importante para las pequeñas
transacciones cotidianas y para proteger la privacidad. Los banqueros
centrales del norte de Europa partidarios del statu quo suelen citar al
novelista ruso Fyodor Dostoievsky: “el dinero es libertad acuñada”. Pero
Dostoievsky hablaba de la vida en una prisión zarista a mediados del
siglo XIX, no en un estado liberal moderno. Sin embargo, los noreuropeos
tienen algo de razón. La cuestión es si el sistema actual está en el
justo medio; yo diría que es claro que no.
Un
plan para limitar el uso de efectivo debería guiarse por tres
principios. En primer lugar, es importante permitir que los ciudadanos
comunes sigan usando efectivo por comodidad y para hacer compras
anónimas de valor razonable, pero impidiendo al mismo tiempo el modelo
de negocios de los que realizan grandes transacciones anónimas y
repetidas a gran escala. En segundo lugar, la eliminación del efectivo
debería ser muy gradual (digamos, una o dos décadas), para permitir la
adaptación y la introducción de correcciones sobre la marcha ante
problemas inesperados. Y en tercer lugar, las reformas deben tener en
cuenta las necesidades de las familias de bajos ingresos, especialmente
las no bancarizadas.
En mi nuevo libro, The Curse of Cash
[La maldición del efectivo], propongo un plan que implica una retirada
muy gradual de los billetes grandes, dejando a los pequeños (de diez
dólares o menos) en circulación por tiempo indefinido. El plan prevé la
inclusión financiera de las familias de bajos ingresos mediante cuentas
de débito gratuitas, que también podrían usarse para la recepción de
transferencias del Estado. Ya hay algunos países, como Dinamarca y
Suecia, que hicieron esto último.
Reducir
el uso de papel moneda no pondrá fin al delito y a la evasión fiscal,
pero obligará a la economía subterránea a emplear medios de pago con más
riesgo y menos liquidez. En el mundo actual de las finanzas
cibernéticas, el efectivo podrá parecer cosa sin importancia, pero las
ventajas de retirar la mayor parte del papel moneda son mucho más
grandes de lo que parecen.
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