Por Carlos Alberto Montaner
He recibido el Índice de Libertad Económica
publicado por el Fraser Institute (2016). El peor de los 159 países
escrutados es Venezuela. Es terrible lo que el chavismo ha hecho con esa
pobre sociedad. Ha sacrificado las libertades políticas y las
económicas de un país potencialmente riquísimo hasta crear un matadero
infecto en el Caribe.
Se sabe que la libertad económica es un componente de la prosperidad. Grosso modo,
también se sabe que los países más prósperos son los que pueden exhibir
mayor libertad política, aunque a veces esos factores no coinciden.
Basta con revisar varios índices
internacionales de desarrollo, además del Fraser, para comprobar que al
frente del planeta se encuentran los veinticinco sospechosos habituales
de siempre: Suiza, Nueva Zelanda, Noruega, Dinamarca, Suecia, Finlandia,
Inglaterra, Francia, Canadá, Estados Unidos, Alemania, Holanda,
Austria, Bélgica, Corea del Sur, Japón, Australia, Italia, España,
Israel, Irlanda, Islandia, República Checa, Eslovaquia y Eslovenia.
Se trata de múltiples expresiones de la
democracia liberal. Algunos países son los pioneros, como Estados
Unidos, que en 1776 inventó el modelo sin proponérselo, o Francia, que
hizo su primera revolución una generación más tarde, en 1789. Algunos
pasaron por una lamentable y sangrienta etapa fascista, como Alemania,
Italia, Japón y España. Otros son recién llegados al club, como las
naciones excomunistas, víctimas de las supersticiones
marxistas-leninistas que dejaron cien millones de muertos en el
trayecto.
Se trata de monarquías o repúblicas; son
estados presidencialistas o parlamentarios; son naciones viejas o de
nueva creación; fueron imperios “explotadores” o colonias “explotadas”.
Pero todos estos países hoy son democracias reguladas por leyes
escritas, donde la soberanía radica en el conjunto de la sociedad, los
gobernantes son reemplazados periódicamente en elecciones plurales, la
sociedad realiza sus transacciones económicas en mercados abiertos, y se
respetan los derechos humanos, entre ellos los de prensa, asociación y
tenencia de propiedad privada.
No obstante, el Índice de Libertad Económica de Fraser lo encabezan dos entidades diminutas y pujantes que no pueden considerarse democracias.
Uno es Hong Kong, el territorio más
libre del planeta en materia económica. Un mínimo apéndice enquistado en
la dictadura china, rezago colonial asiático en donde el Reino Unido
jugó al laissez faire, mientras en la propia metrópolis
europea, impulsada por las fantasías fabianas, recurría al estatismo y
al dirigismo, para descubrir, en 1997, cuando terminaba el periodo
colonial y le devolvía el territorio a China, que el PIB per cápita de
la colonia era un tercio mayor que el de la patria putativa que se
retiraba.
El otro es Singapur, una
ciudad-estado-isla, de pocos cientos de kilómetros cuadrados, situada
entre Indonesia y Malasia, también desovada por el Reino Unido, hoy
altamente desarrollada, que comenzó sus reformas en 1961, entonces más
pobre que Cuba y hoy infinitamente más rica.
Mediante el mercado libre, la honradez y
el sentido común de sus gobernantes (que tienen la mano muy dura),
Singapur ha logrado alcanzar un PIB de más de ochenta mil dólares
anuales (el doble de Gran Bretaña), mientras el gobierno apenas consume
el 15% de ese PIB, y la sociedad disfruta de servicios públicos
equivalentes a los que reciben los escandinavos, quienes dedican más del
50% del PIB a gastos del sector oficial.
Y entre los veinticinco “más libres” en
el terreno económico comparecen los Emiratos Árabes, Jordania y Catar,
tres monarquías islámicas mucho más parecidas a los sultanatos
medievales que a las democracias modernas.
Lo que quiero decir es que es posible
tener libertad económica sin que ello desemboque en libertad política y
respeto por los derechos humanos. Como también la libertad económica no
siempre y necesariamente genera prosperidad individual (aunque
contribuye muchísimo), a menos de que vaya acompañada por un intenso
desarrollo de lo que se llama, desde hace varias décadas “capital
humano”.
Hasta ahora, los mejores vivideros del
planeta son aquellos en los que se conjugan las libertades políticas,
las económicas, y las ideas correctas sobre el desarrollo y la
convivencia. Esto se confirma con el signo de las migraciones. Ese
Índice se realiza con los pies. Sería interesante juzgar a los países
por el número de inmigrantes que recibe o por los que expulsa. Ese es un
dato clave.
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