Por Gabriel
Boragina ©
La moneda, que hoy en
día acostumbramos a tener por "invención" estatal, tuvo un origen muy
diferente (por cierto remoto) que hallamos –como en tantos otros aspectos- en
la iniciativa privada. En términos que pertenecen a Friedrich A. von Hayek,
podemos decir que el dinero es fruto de un proceso evolutivo espontáneo, en el
que los estados-nación poco o nada tuvieron que ver (e incluso resulta muy
anterior a la aparición de los estados-nación como tales). Durante un breve
lapso –en una perspectiva histórica- los reyes acuñaban sus propias monedas y
competían con los acuñadores privados, hasta que decidieron –de manera
compulsiva- monopolizar la emisión de metálico y excluir de la producción
monetaria a cualquier otro particular, eliminando -de tal suerte- cualquier
clase de competencia en materia de producción y acuñación dineraria.
Con el
tiempo, esta historia fue olvidada, y reemplazada por otra, en la cual el
origen del dinero se dice haber sido estatal. Lo innegable es que mientras la
producción y emisión de dinero estuvo en manos de particulares, históricamente
la inflación no existió. Esta tuvo su nacimiento con la producción de moneda
estatal. Ni más ni menos que la que hay ahora.
Lo que mantenía antaño la estabilidad
monetaria, y al mismo tiempo impedía los violentos flujos de precios entre los
diferentes tipos de cambio que comenzaron a darse cuando los gobiernos empezaron
a tomar los controles monetarios, fue el también espontáneo establecimiento de
un patrón dinerario conocido como el "patrón oro", ya que las
diversas monedas privadas -en su mayoría- estaban referidas a este patrón. Sin
embargo, esta situación no se prolongó por demasiado tiempo:
"Establecida la moneda por decreto, papel inconvertible de
curso forzoso, y puesto el oro fuera de la ley, queda expedito el camino para
la inflación manejada por el gobierno en escala total. Sólo subsiste un
control muy poco estricto: el peligro filial de la hiperinflación o sea el
derrumbe del valor circulante. La hiperinflación se presenta cuando el público
se da cuenta de que el gobierno está resueltamente inclinado a la inflación, y
la gente se decide a evadir el impuesto inflacionario sobre sus recursos,
gastando el dinero de la manera más rápida posible, mientras conserva aún algún
valor. Sin embargo, hasta el momento en que la hiperinflación se presenta, el
gobierno puede manejar sin trabas al circulante y a la inflación. Con todo,
aparecen nuevas dificultades: como siempre, la intervención gubernamental con
el fin de solucionar un problema, hace aparecer el espectro de otros
problemas, nuevos e inesperados. En un mundo en el que imperan las monedas
inconvertibles del tipo estudiado, cada país tiene su moneda propia."[1]
La única manera, entonces, de evitar la inflación (o aniquilarla si
ya la hay en un determinado país) consiste en dar los pasos inversos a los que
señala la cita arriba transcripta. Esto es: suprimir la inconvertibilidad, el
curso forzoso y volver a un patrón monetario como lo fue el oro. Respecto de
este último, lo mejor -en nuestra opinión- es que no se imponga por ley, sino
que se deje abierto al criterio del mercado cuál patrón monetario habrá, de modo
de repetir aquella primera experiencia evolutiva social, por medio de la cual
espontáneamente las gentes decidieron tomar como punto de referencia el precio
del oro en el mercado para -a su vez- valuar sus propias monedas. Pero aquello
que se dio en un ocasional momento histórico podría no repetirse en otro
posterior. Y bien cabria ocurrir que los mercados dinerarios establecieran un
nuevo patrón monetario distinto al oro, que pudiera encontrarse en cualquier
otro bien, pecuniario o no. Pero veamos ahora cual es el principal instrumento
que tienen los estados-nación para manejar nuestro dinero:
"Un Banco Central adquiere
su posición de comando a través de su monopolio de la emisión de billetes, otorgado
por el gobierno. Esta es la clave de su poder, con frecuencia desconocida.
Invariablemente se prohíbe a los bancos privados que emitan billetes, y el
privilegio queda reservado para el Banco Central. Los bancos particulares sólo
pueden otorgar créditos en forma de depósitos. En caso de que los clientes,
en algún momento, quieran que sus depósitos se conviertan en billetes, los bancos,
a tal efecto, tienen que ir al Banco Central a obtenerlos. De ahí que el Banco
Central pregone orgullosamente ser un banco para "banqueros". Lo es,
en razón de que los banqueros se ven en la ineludible obligación de operar con
él. El resultado es que los depósitos bancarios no solamente son pagaderos en
oro, sino también en billetes del Banco Central y estos nuevos billetes no son
simples billetes de banco, sino obligaciones del Banco Central, una
institución que ha sido investida de la majestuosa aureola del gobierno mismo.
Al fin y al cabo, el gobierno designa los funcionarios del Banco Central,
coordina su política con la de otros Estados, recibe los billetes en pago de
impuestos y los declara de curso legal, o con fuerza cancelatoria."[2]
Puede advertirse, en toda su magnitud, la tremenda importancia del
banco central como ente gubernamental que controla y dirige con amplísimas facultades
toda la política monetaria. En virtud del monopolio que el mismo gobierno le
otorga carece -en rigor- de relevancia que formalmente su carta orgánica lo declare
supuestamente "independiente" de aquel. El monopolio asignado en
suma, le da el poder necesario como para trastocar a su antojo y discreción el
valor de la moneda, y distorsionar los precios relativos a través de cualquiera
de los variados instrumentos que la banca central tiene a su alcance, de los
cuales del que más echa mano es el del monopolio de la emisión de dinero, cuya
consecuencia ineludible es la inflación.
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