Por Juan Ramón Rallo
El Confidencial, Madrid
La recaudación del Impuesto sobre
Sociedades hasta el mes de julio se hundió un 85% con respecto al mismo
período del año anterior: mientras que en 2015 el Estado ya había
obtenido unas regalías de 3.010 millones de euros, en 2016 apenas
contaba con 433. Desde el Gobierno se apela a estas contundentes cifras
para justificar su extemporánea reforma de esta figura tributaria con la
que promete recaudar 6.000 millones de euros adicionales y cuadrar las
deficitarias cuentas del Reino.
La explicación suena verosímil: el
gobierno reforma el Impuesto sobre Sociedades en 2015, la recaudación se
hunde de manera imprevista en 2016 y ello obliga a deshacer sobre la
marcha parte de esa reforma para no agrandar el déficit. Se trata, sin
embargo, de una tramposa narrativa contra la que, empero, no hallarán
ninguna voz discordante dentro del hemiciclo. Cuando se trata de
subirles los impuestos a las empresas, impera una desgracia de
pensamiento único entre nuestra casta política: desde Podemos a
Ciudadanos, pasando desde luego por PP y PSOE, todos apuestan para
minimizar (o revertir) los recortes del gasto a costa de maximizar las
mordidas tributarias sobre familias y —con un coste electoral mucho
menor— empresas.
Al cabo, la razón esencial del colapso
de la recaudación por Sociedades hasta el mes de julio cabe hallarla en
la fuerte reducción experimentada en el primer pago fraccionado del
Impuesto sobre Sociedades (abonado en el mes de abril):
su monto se redujo desde 5.622 millones de euros (en julio de 2015) a
sólo 2.917 millones. Ella sola, pues, ya explica toda la merma de
recaudación de esta figura tributaria. ¿Y por qué caen los ingresos
derivados del primer pago fraccionado de Sociedades? Según la propia
Agencia Tributaria, por tres motivos.
El primero, la electoralista reforma
fiscal aprobada por el PP meses antes de los comicios del 20-D: la
minoración de los tipos impositivos y otros aspectos secundarios de la
misma han tenido, hasta la fecha, el efecto de rebajar el monto de este
pago fraccionado en 377 millones de euros. El segundo motivo es que en
2015 concluyeron las medidas extraordinarias aprobadas por el
PP para aumentar artificialmente en 2013, 2014 y 2015 la base de cálculo
de los pagos fraccionados (pagos mínimos, integración de los dividendos
interiores y exteriores, tipos incrementados para las grandes
empresas…): la expiración de tales reglas de carácter —repetimos— extraordinario lastró
la recaudación en otros 1.434 millones de euros (si bien, en este caso,
se trata de una caída de la recaudación meramente temporal, ya que
como reconoce
la propia Agencia Tributaria, “este segundo tipo de cambios supuso una
merma de 1.434 millones que se recuperarán en la cuota diferencial del
próximo año”). Y el tercero, que la privatización de parte de Aena en
2015 engrosó de manera igualmente extraordinaria los ingresos del pago fraccionado de abril de ese año, lo cual no se ha repetido en 2016.
En otras palabras, de los 2.577 millones
en los que se reducen los ingresos por Sociedades hasta julio, sólo 377
millones se explican por la reforma fiscal: menos del 15% del total. El
resto de la caída se debe a elementos que inflaron extraordinariamente los
ingresos por Sociedades hasta julio y que no se renuevan en 2016: por
un lado, entradas de dinero vinculadas a la privatización de Aena; por
otro, medidas de excepción implantadas durante los años más duros de la
crisis para inflar los adelantos de recaudación de ejercicios venideros.
Que tales ingresos revistieran un
carácter extraordinario —tanto en su importe cuanto en el momento de su
cobro por Hacienda— debería haber empujado a nuestras Administraciones
Públicas a ajustar sus gastos a su nivel de ingresos ordinarios. El
Partido Popular, sin embargo, no lo hizo: antes que recortar sus
desembolsos, prefirió encomendar la cuadratura del déficit al
providencial aumento de la recaudación que se derivare del crecimiento
económico. Pero la recaudación no respondió lo suficiente y, por eso,
los números rojos del Estado han continuado ahí. Ahora, a las puertas de
cerrar el ejercicio presupuestario y de que Bruselas vuelva a tirarnos
de las orejas por no reconducir nuestro déficit, el Ejecutivo propone in
extremis lo único que verdaderamente sabe hacer: subir impuestos.
Para ello, el PP quiere restablecer el
sistema de determinación de los pagos fraccionados vigente en 2013, 2014
y 2015: sí, ese sistema que iba a tener tan sólo un carácter
transitorio y extraordinario. Con ello, obligará nuevamente a las
empresas a determinar estos pagos fraccionados en función de una base
imponible artificialmente inflada: una absoluta irregularidad que
forzará a las compañías a anticipar al Fisco unos importes que ni le
adeudan ni le adeudarán en el futuro. La maniobra sólo servirá, en
realidad, para maquillar ante Bruselas los números rojos del Estado a
costa de tensionar la tesorería de las empresas. La tramposa
contabilidad creativa del Estado a favor de la deuda y en contra de la
prosperidad. ¿Dónde quedan ahora las pomposas declaraciones
pre-electorales del gobierno anunciando una nueva fiscalidad en
Sociedades para impulsar el crecimiento económico?
Lo peor, sin embargo, es que no parece
existir propósito de enmienda alguno en el Partido Popular. El mismo día
que la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría,
amenazaba con incrementar los pagos fraccionados del Impuesto sobre
Sociedades, anunciaba que la prórroga de los presupuestos de 2016 no
maniataría al Ejecutivo para subir las pensiones y los sueldos de los
empleados públicos en 2017. Subir impuestos sí, bajar (o al menos,
congelar) el gasto no. Ya sabemos por lo que apuesta el PP: más
impuestos, más gasto y menor corrección del déficit. El mismo programa
pauperizador por el que, con distintos grados de intensidad, apuestan
todas las restantes formaciones políticas.
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